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13.10.15

Una vida nerviosa

gritoComo antídoto a lo que el autor plantea con certeza, invito a que descubramos la hermosura de una capilla silenciosa, un sillón, un libro y un buen café.

P. Javier Olivera Ravasi


Una vida nerviosa

Por Juan Manuel de Prada

Un profesor universitario amigo me confiesa desolado que una amplia mayoría de sus alumnos son por completo incapaces de leer un libro; y que, entre los pocos que afrontan su lectura, sólo un puñado puede comprenderlo. Aunque recomienda a lo largo del curso diversas lecturas que complementan sus apuntes, cuando llegan los exámenes comprueba que casi nadie ha seguido su recomendación; y los pocos alumnos que le comentan los libros recomendados suelen ser pícaros que recopilan en interné cuatro reseñas birriosas, en un esfuerzo estéril por camelarlo. Pero nada ha conturbado tanto a mi amigo como un episodio que le aconteció recientemente: un alumno le solicitó permiso para grabar en vídeo sus clases; como mi amigo se resistía a aceptar, temeroso sobre todo del destino que luego pudieran correr tales grabaciones (que ya imaginaba divulgadas en youtube y, por supuesto, utilizadas para escarnecerlo), el alumno le confesó atribulado que era incapaz de estudiar sus apuntes, porque apenas se ponía a leerlos perdía la concentración. Sólo contemplando el vídeo de sus clases podía llegar a aprender y memorizar las lecciones. Asustado, mi amigo preguntó a su alumno cómo lograba, entonces, estudiar las demás asignaturas; y el alumno le confesó que mediante el mismo método, asegurando que por interné se pueden encontrar numerosos vídeos y presentaciones de PowerPoint que permiten ir aprobando a cualquier universitario remolón, aunque sea sin excesiva brillantez.

Mi amigo no es hombre abstruso ni alambicado; se expresa en un español correctísimo, incluso levemente ‘didáctico’, y apenas recurre a las oraciones subordinadas cuando expone sus lecciones. Sucedía, sin embargo, que su alumno era incapaz de mantener la atención fija; era incapaz de entender los razonamientos más elementales; era incapaz de seguir el hilo de un relato escrito. Mi amigo se quedó perplejo y horrorizado ante su confesión; y al principio no supo si expulsarlo de clase con cajas destempladas o concederle que grabase su lección. Pero pensó que ambas soluciones eran improductivas; así que citó al alumno en su despacho, en un intento de comprender mejor las causas de su deterioro cognitivo. El alumno acudió contrito al despacho de mi amigo, como quien acude al confesionario, y en varias conversaciones le reconoció que toda su vida, desde que se levantaba hasta que se acostaba, estaba ligada a los diversos cacharritos y artilugios que le permitían mantenerse on line con amigos y allegados: guasapeando, tuiteando, intercambiando vídeos, hablando por el skype, a veces con varios a la vez, en un intercambio excitante.

Inevitablemente, el cerebro de aquel muchacho había acabado por acompasarse a esta vida nerviosa y aturdidora, entretejida de impresiones fugaces y asediada de estímulos cambiantes. Su atención se había acabado convirtiendo en un pájaro enjaulado que salta a cada instante de uno a otro balancín, por no detenerse nunca a considerar que está encerrado. Su repudio de la letra impresa era una consecuencia natural de ese aturdimiento; no podía entender un razonamiento mínimamente complejo por la sencilla razón de que su cerebro se exasperaba tratando de hilvanar sus proposiciones, tratando de desentrañar el significado de sus palabras, y buscaba los mensajes inmediatos, netos, ramplones: las consignas, los apóstrofes, los enunciados más sencillos que le permitiesen saltar de inmediato a cualquier otra simpleza que irrumpiese, a modo de relámpago fugaz, en su cerebro. Todo ello envuelto en una especie de ansiedad eufórica, como si el acopio incesante de estímulos fuese la droga que su cerebro necesitaba para no perecer del todo, o para vivir esa vida sin poso ni reposo, sin cognición ni discernimiento, una vida a modo de incesante carrusel de novedades huidizas en la que no hay tiempo para leer, ni para meditar, ni para conversar, ni para rezar, ni para amar, ni para hacer ninguna de las cosas que hasta hace poco nos distinguían como humanos. Una vida descerebrada y desalmada, ligada a una pantalla táctil, que tal vez sea el paso previo (y tal vez sin retorno) a nuestro internamiento en la trituradora, allá donde formaremos la papilla humanoide que conviene a los nuevos tiranos.

Porque cada vez resulta más evidente que esta vida nerviosa es el cimiento de una nueva esclavitud, mucho más aberrante que ninguna otra que la haya precedido: una esclavitud de esclavos eufóricos, ansiosos de su droga, felices con su droga… ¡Y con título universitario!

Juan Manuel de Prada,

11 de octubre de 2015

Fuente

9.10.15

Feminismo medieval, cinturón de castidad y derecho de pernada (2-3)

La libertad de las hijas de Dios

Como venimos viendo, el papel de la mujer en tiempos de las catedrales estaba completamente ligado a la función y dignidad que Dios le había dado en el principio de los tiempos: «carne de su carne y hueso de sus huesos» (Gén 2,23), igualmente hija y, por tanto, igualmente digna y, por más que sus fuerzas físicas no fuesen las del hombre, no por ello su vigor moral era acallado.

Para mostrar el valor de la palabra femenina, vale la pena reco

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27.09.15

La "intolerancia"

A propósito del post anterior sobre la “santa ira”, se me ocurrió recordar ahora algo sobre la mentada “intolerancia”, siguiendo al gran escritor argentino, Ignacio B. Anzoátegui[1].

Dice ese acuñador de agudas y arteras frases que “la tolerancia no es el equilibrio, sino la haraganería humana”, es decir, es la “haraganería que convida al hombre a mantenerse equidistante para permanecer distante” y a no comprometerse con la verdad ni con el error.

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22.08.15

España, América y el magisterio pontificio de la Cruzada Americana

Estimados amigos del blog. La entrada anterior en Infocatolica ha traído cola…; en dos días, más de 20.000 visitas y casi 100 comentarios.

Honestamente, he quedado perplejo; perplejo por la cantidad y también por la calidad de los aportes: los hubo de todo tipo; desde los respetuosos con altura hasta los bajos y decalificadores “ad hominem". En fin; si he querido dejar unos y otros es sólo para que el lector pudiera sacar sus propias conclusiones con libertad.

Evidentemente, las aguas no están serenas aún; todo lo contrario: una enorme marea de leyenda negra antiespañola sigue dando pululando en las aguas cristianas. 

No todo fue un lecho de rosas en América, pero tampoco fue el cuento que nos quieren vender.

En esta instancia, traigo aquí una colección de textos pontificios que uno los lectores me hiciera llegar sobre la conquista y evangelización de América.

Espero que les sea de utilidad para,

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

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8.08.15

Para católicos orgullosos de los valores españoles: un "Colegio Español"

Muchas veces no sabemos cómo hacer un apostolado concreto. Que rezamos, que visitamos enfermos, que rezamos… Y está muy bien rezar, pero no basta, como decía Pemán:

“Ni el rezo estorba al trabajo

ni el trabajo estorba al rezo:

Trenzando juncos y mimbres
se pueden labrar, a un tiempo,
para la tierra un cestillo
y un rosario para el cielo".

Pues bien; aquí va una propuesta para quien sea católico y comulgue con el ideal de la hispanidad: un COLEGIO ESPAÑOL.

Resulta que un grupo de jóvenes profesores católicos del sur de la provincia de Mendoza (Argentina) está llevando adelante la quijotada de fundar en la ciudad de San Rafael, una institución educativa que tenga como fin llevar las almas para el Cielo educándolas en lo mejor de la tradición hispano-católica.

Como dicha propuesta, naturalmente, va hoy en contra el “pensamiento único", difícilmente encontrarán la ayuda de los “dioses y señores de la tierra", como dice el salmo; es por ello que están contando sólo con la ayuda de Dios, “la promesa de los ricos y el dinero de los pobres", como dice el refrán.

Quien desee ayudar en esta empresa, 100% católica e hispánica, lea lo que sigue.

Dios los guarde y ¡que viva la Iglesia y España!

P. Javier Olivera Ravasi

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