Inmaculada Concepción de la Virgen María

Inmaculada Concepción

HOMILÍA

Padre Pedro Pablo Silva, SV

Inmaculada Concepción

 

Celebramos hoy la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. Meditaba yo en cuán lejos está en la concepción de nuestra Comunidad Schola Veritatis y de nuestra praxis, el pensar que nuestro carisma pertenece a nuestro Padre Fundador o Superior.

Sabemos que nuestro carisma no nos pertenece, es una riqueza que hemos recibido de Dios, es un camino, entre otros -ni decimos que sea el mejor ni nada de eso-, sino que es el que tenemos y por él vamos. Pienso que cuanto más el “Padre Fundador” desaparezca –si es que hay Padre Fundador- y Cristo el Señor crezca, tanto mejor.

Dicho lo anterior, sí querría atreverme a decir algo que quedara como legado de nuestra Comunidad en este día de la Inmaculada Concepción. No me cabe en la cabeza -desde la fe católica, vivida y celebrada en la Sagrada Liturgia, desde nuestro camino espiritual-, que nuestra Comunidad, como ente social, y dentro de ella cada uno de nosotros, no seamos profundamente amantes de la Santísima Virgen María. Por la fe católica sabemos que Dios lo quiere así y lo estableció así. Desde antes de los tiempos, Él mismo ha querido que la Santísima Virgen ocupara un lugar eminente en la historia de la salvación, y que por Ella nos viniera el autor de la gracia, Jesucristo, nuestro Señor, que por nosotros y por nuestra salvación bajó del Cielo. Desde la dogmática sabemos que Ella tiene un papel fundamental.

Pero también esta convicción se ve reforzada por el tiempo en que vivimos. Estamos en un tiempo único -si es el último o no, no lo sé-, en el cual el mal parece que se ha soltado, como que los sellos se han roto y el demonio anda desatado y ataca a todo el mundo, pero principalmente a los obispos, sacerdotes, religiosos y laicos que tengan más vida espiritual; esos son sus focos, somos nosotros, porque si nosotros caemos, arrastramos a muchos a la perdición.

De manera tal que, sin la ayuda y la protección de la Santísima Virgen, yo no veo cómo poder salir adelante, ni en lo personal ni en lo comunitario, para alcanzar a morir un día y decir con san Pablo: “He combatido el buen combate, he conservado la fe”. Por tanto, es fundamental este carácter marcadamente mariano, mariológico de nuestra existencia, pero no como algo “soportado", sino vivido con una lozanía, una alegría que no decae, sino que de día en día es cada vez mayor. Porque puede suceder en la vida religiosa que van pasando los años y se va perdiendo el gozo, se va desgastando ese “fervor novicio” maravilloso que teníamos, y eso es un signo de decadencia y una señal de cuidado.

Este amor a la Santísima Virgen nos hace comprender que sin Ella no podemos. Ella es nuestra torre de marfil, Turris Ebúrnea, una torre, una fortaleza inexpugnable que nos defiende contra todos los ataques del mundo, del demonio y de la carne. Sin Ella no podemos y con Ella lo podemos todo. Esta convicción a mí me gustaría que la tengamos como enraizada en lo más profundo de nuestra vida. Así como una persona que no come se muere, una persona que hoy día en esta Comunidad que no ama profundamente a la Santísima Virgen, no puede subsistir, no puede… ¿Y cómo llegar a este amor, a esta vida mariana? Van algunas sugerencias:

+ La primera es renovar cada día nuestra Consagración. En lo personal, cada día debemos renovar nuestra Consagración. No solo en forma comunitaria tales día en el año, sino que nuestra Consagración ha de ser actualizada en cada momento de nuestra existencia, desde la salida del sol hasta el ocaso, desde que despertamos hasta que nos dormimos. Esa actualización, Mater mea, totus tuus (Madre mía todo tuyo), ha de estar siempre presente, activa y actuante en nosotros. Nosotros le pertenecemos, no nos pertenecemos a nosotros mismos; todo lo que hacemos le pertenece a Ella, Ella es la administradora. A Ella le dejamos todo lo bueno que por gracia hayamos podido hacer: lo dejamos en sus manos. Por tanto, remarcar la actualización permanente de nuestra Consagración personal de cada uno de nosotros.

+ En segundo lugar, rezar cada vez mejor el Santo Rosario. Que no se convierta en algo que hay que hacer, sino en algo que es preciado, que es querido, que es amado y que buscamos cómo hacerlo mejor. Lo mismo respecto a las Letanías de la Santísima Virgen. Es una ofrenda que Ella ha pedido en sus apariciones aprobadas, por lo que debemos rezarlo con inmenso amor. Si en un momento determinado dudamos entre rezar el Rosario u otra cosa, escoger el Rosario. Un Rosario mínimo al día; dos, tres o cuatro…, mejor. En los viajes, si alguna vez toca salir…, rezar mucho el Rosario, amar el Rosario.

+ En tercer lugar, y podría haberse puesto el primero, es vivir la Santa Misa con una mirada desde María, con María y en María. Ahora, en unos minutos más, va a empezar la Consagración y tendremos la presencia de la Virgen. Ella está aquí. La Consagración nos lleva realmente al Calvario, y en ese Calvario está Ella. Tenemos que estar con Ella y estar en Ella, vivir lo que significa la renovación del sacrificio del Señor, en forma incruenta pero real, con la Virgen María.

+ Después, en el Oficio Divino tenemos nuestro Oficio de Beata. Que no sea algo dicho por obligación, al pasar, porque ya lo sabemos de memoria…, sino que también en nuestra oración, junto con la Iglesia, Ella nos preceda y acompañe.

Por último, y también muy importante: pedírselo a Ella. En la Escritura se dice: “¿Podrá una madre olvidarse del hijo de sus entrañas? Aunque ella se olvidara, yo no me olvido de ti” (Is 49, 15). Eso nos lo dice la Virgen María también a nosotros. Ella, que nos ha engendrado por sus sufrimientos en la cruz; Ella, que es madre de todos los cristianos, Madre de la Iglesia; Ella, que nos ama a cada uno con nombre y apellidos, personalmente, como una madre ama a sus hijos, pero muchísimo más aún tratándose de  la Santísima Virgen María; entonces es Ella la primera que nos quiere dar todo lo que yo estoy diciendo ahora. Por tanto, hemos de pedírselo. En esta Santa Misa yo lo voy a hacer fervientemente, como si fuera la única y última vez, para que realmente tengamos este amor a la Santísima Virgen María. Perdón que lo repita: sin Ella no podemos, vamos a fracasar; con Ella vamos a ser santos. Que Ella nos lo conceda. Así sea.