13.04.12

(176) De Cristo o del mundo -XVIII. Laicos y monjes. 4

–Ya pensé que había usted abandonado la serie.

–Sus pensamientos se ven afectados por errores con notable frecuencia. No se fíe de ellos.

Sigo examinando la espiritualidad de la Iglesia, particularmente la de los laicos, y de modo especial en su relación con el mundo secular, en el período que va del edicto de Milán (313) a la muerte de San Benito (557).

Oración, ayuno y limosna. Los Padres antiguos, como hemos visto, llaman a los laicos a la perfección, a una vida homogénea a la de los monjes, aunque diversa, es decir, a una vida evangélica, libre del mundo. Ahora bien, ¿por qué prác­ticas concretas fundamentales orientan los Padres la via perfectionis de los laicos? Por el ca­mino de la sagrada tríada penitencial: ora­ciones, ayunos y limosnas. Estas tres santas obras las estimulan no sólo en la predica­ción, sino también en la misma disciplina de la Iglesia. En efecto, padres y concilios organizan la vida del pueblo cris­tiano principalmente mediante las oraciones (Horas, Eucaristía dominical), los ayunos (días peni­tenciales) y las limosnas (diezmos, primicias y colectas). Y creo que acertaban mejor que aquellos grupos laicales de hoy –no son muchos– que buscan la perfección profesando, en forma acomodada a su condición, los tres consejos evangélicos, pobreza, obediencia y castidad (Caminos laicales de perfección, Fund. GRATIS DATE, Pamplona 1996, cp. 6).

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8.04.12

(175-2) CRISTO HA RESUCITADO VERDADERAMENTE. ¡Aleluya!

Suele decirse que emplear las mayúsculas al escribir en internet es como dar un grito cuando se está conversando: un signo de mala educación. Pero toda norma tiene sus excepciones. En estos días pascuales los cristianos gritamos al mundo que Cristo HA RESUCITADO VERDADERAMENTE, y lo hacemos con una alegría indecible, que trata de expresar la inefable palabra: «¡Aleluya!».

Hace unos días la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, con la aprobación de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, publicó una Notificación sobre algunas obras del Prof. Andrés Torres Queiruga. Y entre «los elementos de la fe de la Iglesia que quedan distorsionados en sus escritos» (26), reprueba un error que no pocos de nuestros fieles lectores van a tener que escuchar y padecer en las predicaciones de las Misas del tiempo pascual. En efecto, son frecuentes los Evangelios de esos días que recuerdan las numerosas apariciones de Jesús, habidas entre su Resurrección y su Ascensión a los cielos. Pues bien, precisamente estos días se verá «distorsionada» esta fe en aquellas Iglesias locales donde «nuevos paradigmas», como los de Queiruga, Pagola y tantos otros, han prevalecido sobre la fe de la Iglesia. Como la Notificación aludida denuncia estos errores, reafirmando la fe católica, convendrá recordarla –los subrayados son míos­–:

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30.03.12

(175) De Cristo o del mundo -XVII. Laicos y monjes. 3

–No entiendo. ¿Cómo van a ser los monjes modelos para los laicos? Dice usted a veces unas cosas…

–Tranquilo. Lea lo que sigue y se enterará. Con el favor de Dios.

Cristo y los Apóstoles nos mandan imitarles. Jesús: «Yo os he dado el ejemplo para que vosotros hagáis también como yo he hecho» (Jn 13,15). San Pedro: los pastores hemos de ser «ejemplo para el rebaño» (1Pe 5,3). San Pablo: «os exhorto: sed imitadores míos» (1Cor 4,16); «sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo» (11,1; cf. Flp 3,17; 1Tes 1,6; 2Tes 3,7.9). Se entiende que la imitación que los laicos cristianos deben hacer de Jesús y de los Apóstoles va referida a la substancia de sus vidas, a su espíritu, no a los modos accidentales de vivirla: en celibato, sin propiedad alguna, sin trabajos seculares, en dedicación exclusiva a las tareas apostólicas. Si no fuera así, serían infieles a su vocación laical peculiar: la familia y el trabajo.

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23.03.12

(174) De Cristo o del mundo -XVI. Laicos y monjes. 2

–O sea que si quiero ser santo, tengo que salirme del mundo y hacerme monje.

–Si usted quiere ser santo, tiene que vivir la vida que Dios quiera darle, laico, monje o lo que sea.

La justificación teológica del monacato, o como se llamaría más tarde, la fuga mundi, se hace necesaria en el siglo IV, precisamente cuando en las ciudades y pueblos se produce una cierta relajación de la vida cristiana, y una buena parte de los más fieles discípulos de Cristo abandonan la sociedad del mundo y se retiran solos o en comunidades al desierto. Para no pocos cristianos esta salida es un escándalo, o al menos un error: una huída de la batalla, una derrota, y también un abandono de la caridad fraterna eclesial: «ahí se quedan ustedes». Muy pronto los Padres dan respuesta a estas graves objeciones, apoyando el gran valor del monacato. Los monjes, como los Apóstoles, no hacen sino cumplir, por especial gracia de Dios, el consejo de Cristo (Mt 19,16-26; Lc 18,18-22; Mc 10,17-21): «nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Lc 18,28).

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17.03.12

(173) De Cristo o del mundo -XV. Laicos y monjes.1

–Entramos en una nueva época de la Iglesia.

–Así es; la que se inicia en tiempos de Constantino.

Cesadas las persecuciones, los cristianos se relacionan con el mundo de una forma nueva. En el período que ahora estudiamos, que va del Edicto de Milán (313) a la muerte de San Benito (557), al acabarse las persecuciones, los cristianos no viven ya dentro de un marco social hostil. Es cierto que durante los siglos de persecución, también hubo tiempos de relativa paz. En tiempos de persecución, había mártires y lapsi, pero predominaba el temple heroico en los cristianos. En tiempos de paz, los fieles ba­jaban la guardia fácilmente y no pocos se iban acomodando al mundo.

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