(707) Variaciones del poder del Demonio en la historia. -Edad Media (3)

 Cristo Rey y Ángeles - Hans Memling (+1494)

 

–Recuerdo algunas verdades fundamentales de la fe sobre el pecado original. Fueron enseñadas por la Iglesia desde antiguo. Pero es necesario recordarlo hoy, pues apenas se habla en la Iglesia del pecado original *–en predicaciones, catequesis, escritos, movimientos espirituales, etc.–; según parece, porque se entiende que es más «positivo» y atrayente presentar el Evangelio con un gran optimismo antropológico, como el de aquella afirmación tan insensata que ya cité: «El hombre contemporáneo camina hoy hacia el desarrollo pleno de su personalidad» (GS 41a). Delicioso. Qué bien suena. Lástima que no sea verdad.

*(He dicho en la Iglesia. En otros ambientes se habla mucho del Demonio, a quien ven como causante de todo mal, mal que el hombre sufre, pero excusando su propia culpa. O en Cultos satánicos lo consideran digno de adoración, porque concede libertad para pecar. O como pueda entenderse en otras ideas y prácticas falsas).

 

–En el principio, todo lo hizo Dios muy bueno, pero fue maleado por el Demonio

De Dios Creador reciben un ser bueno todas las criaturas del mundo visible e invisible. La Creación alcanza la existencia impulsada al ser por el puro amor gratuito de Dios, quien, finalizada su obra, «vió que era muy bueno todo cuanto había hecho» (Gen 1,31).

Pero hubo ángeles en el cielo que, en rebeldía contra Dios, vinieron a hacerse  demonios en el infierno «a través del libre arbitrio» (S. León Magno, Denz 325). Y desde entonces:

El Maligno es «el autor del pecado y de la muerte» presentes en el género humano (S. León Magno, Dz 291).

Lo fue porque, con sus engaños, el Demonio consiguió el pecado de Adán y Eva, y logró así que sus descendientes le quedaran sujetos: «Caín, inspirado por el Maligno, asesinó a su hermano»(1Jn 3,11). La humanidad quedó así degradada en su misma naturaleza y perdida de su verdadero fin. Los hombres «cambiaran el Dios verdadero por un ídolo falso, sirviendo a las criaturas en lugar de al Creador» (Vat. II, LG 16 in fine).

Satanás domina sobre los hombres a través del pecado, y «nadie fue jamás librado del dominio del Diablo sino por méritos» de Jesucristo»(Florencia, Dz 1347). –Así es como el Demonio esclaviza al mundo, del que viene a hacerse Príncipe del Mundo, expresión que hallamos en el mismo Cristo y en sus Apóstoles (Jn 12,31; 14,39; 2Cor 4,4; Heb 2,14; 2Pe 2,19).

Por eso el Vaticano II exhorta, citando al Apóstol, «“no queráis vivir conforme a este siglo” (Rm 12,12), conforme a aquel espíritu de vanidad y malicia que cambia la actividad humana, ordenada al servicio de Dios y del hombre, en instrumento de pecado» (GS 37).

 

El pecado original

Por el pecado de Adán y Eva, que ceden a la tentación del Demonio, «fue mudado todo el hombre, es decir, según el cuerpo y el alma, en peor», y nace sujeto al influjo del que los venció (Orange, Dz. 371). El hombre recibe así de sus ascendientes per generationem una naturaleza humana caída, mortal y pecadora, con tendencia al mal (Sto. Tomás, SThlg I-II,81, art.1; originaliter).

El conocimiento de esta situación ya estaba vivo y expresado en el A.T., que, en el Génesis y en muchos otros lugares de la Biblia, revela el pecado original claramente. Ese conocimiento se perfecciona en el N.T. con Cristo: La voluntad está herida en su libertad, dificultada para el bien y con inclinación al mal (Rm 7,15-24). Y la razón igualmente se ve en muchas cuestiones graves más atraída por los errores que por la verdad. Dice Jesús a los judíos: «El Diablo es mentiroso y padre de la mentira. Pero a mí, porque os digo la verdad, no me creéis» (Jn 8,44-45). 

Por tanto, toda la vida humana, tanto la personal como la colectiva, está en lucha permanente entre el bien y el mal, entre la fidelidad agradecida a Dios y a sus verdades o la sujeción al Diablo y sus mentiras. Y este mal del hombre es tan grave, que no puede curarse a sí mismo, ni con falsas religiones, ni con sistemas de autoayuda, medicinas, progresos en la educación y la psiquiatría, ejercicios psicosomáticos, brebajes, etc. Ésos todos son medios naturales, totalmente insuficientes frente al poder preternatural de los demonios. Es necesaria la acción salvadora de la gracia sobrenatural. Es necesario Cristo, único «Salvador del mundo» (1Jn 4,14).«Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).

Necesita el hombre adámico el auxilio de la gracia de Dios, que le es dada (don absoluto, no merecido) por gracia divina sobrenatural. Enviado por el Padre, Cristo, el Hijo eterno de Dios, entra en la humanidad asumiendo plenamente la naturaleza humana, como Salvador del hombre y del mundo. Por su predicación, pasión, resurrección, da a cuantos creen en él, la gracia sobrenatural de nacer de nuevo por el agua y el Espíritu Santo, es decir, por el Bautismo. Les da un nuevo nacimiento, una vida nueva, la filiación divina, y rompe así la cadena del pecado original que los sujetaba al influjo del Maligno.

 * * *

–Poder «grande» del Demonio sobre la humanidad antes de Cristo

«Antes de Cristo» no va aquí en sentido «cronológico», sino «espiritual»: antes de conocer y recibir a Cristo. Una es, por ejemplo, la situación espiritual de México «antes de Cristo», y otra muy distinta una vez que Lo recibe en el XVI.

Realmente, no podemos «medir» la fuerza diabólica en los diversos lugares de esos tiempos. Pero ciertos datos históricos que nos llegan hacen pensar que ese poder era grande. En distintos lugares y culturas era grande el poder del Diablo, y no se veían ciertos actos pésimos como malos, sino a veces como buenos, o al menos como normales (aceptables); ídolos, poligamia, aborto, etc. Y que esos males se atenúan o disminuyen grandemente cuando conocen a Cristo, camino-verdad-vida.

Algúnos pocos ejemplos. El historiador Plutarco (siglos I-II d.C.) refiere que al sur de Grecia, los espartanos utilizaban el monte Taigetos para ejecutar a recién nacidos con defectos físicos. La Biblia en el A.T. nos refiere a veces modos malos de vida que llevaban los pueblos en torno a Israel, el Pueblo elegido por Dios. Por ejemplo, Moloch es un «dios» que recibe sacrificios humanos, que al parecer incluían niños. Según la tradición rabínica, Moloch era una estatua de bronce con fuego en su interior, dentro del cual se arrojaba a las víctimas. Esta descripción ha sido relacionada con otras informaciones antiguas de sacrificios de niños realizados en Cartago como parte del culto de Baal Hammón. Los misioneros de América hallaron en casi todas las regiones sacrificios humanos habituales y a veces acompañados de antropofagia… A estas perversiones «anteriores a Cristo» habría que añadir muchas otras: poligamia, crueldad en el trato de esclavos, invasiones y guerras, fiestas orgiásticas, usos normales de drogas, fe en el poder espiritual de los ídolos, supersticiones, etc. No doy más ejemplos concretos por no cansar al lector.

Pero sí quiero dar algúnos más para informar sobre pueblos antiguos evangelizados en América, aunque sea muy brevemente (J.M. Iraburu, Hechos de los apóstoles de América, Fund. Gratis date, Pamplona 2003, 3ª ed, 557 pgs.).

México al norte y Perú al sur eran los dos imperios dominantes. Doy del primero algunos datos. Hay crónicas de la época que informan muy detalladamente del lado siniestro del mundo idolátrico de México. El soldado Bernal Díez de Castillo, los padres franciscanos (Mendieta, Sahagún, Motolinía, etc.), consignan relatos minuciosos, como testigos oculares de innumerables sacrificios humanos… corazones arrancados, antropofagia, salas con inmensas colecciones de cráneos, cazas militares para conseguir víctimas. El calendario religioso fijo las incluía en varias celebraciones anuales. En la inauguración del Calendario Azteca, piedra enorme y preciosa, según narra el noble mestizo Alva Ixtlilxochitl, se sacrificaron al ídolo-demonio Huitzilipochtli 80.400 hombres, y unos 100.000 más a lo largo de ese año. La poligamia no tenía límites para los ricos. Moctezuma tenía en el palacio de Tepac unas mil mujeres, de las que tomaba las que quería… También en el Perú inca y en otros pueblos americanos estaban presentes poligamia y abortos, sacrificios humanos y antropofagia.

Está claro: Europa, España especialmente, debe pedir perdón a América por la obra que realizó en ella a partir del XVI. Así lo exigen algunas Excelencias católicas americanas. 

 

Discernimiento de culpas

Para aventurar un discernimiento justo, es preciso recordar que en estos pueblos a.d.Cto, en México concretamente, herido por idolatrías tan sangrientas y falsas, hallamos también ciertos rasgos espirituales de nobleza admirable: vida de famillia, conciencia de pecado, sentido penitencial, elevación sublime de algunas oraciones, severidad prudente en la educación…

Todo nos muestra que siempre, también a.d.Cto, «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1Tim 2,4). Y también nos confirma que la Iglesia es «el sacramento universal de salvación» (LG 48), la única que puede salvar al mundo con la fuerza de Cristo.

Estas verdades tan misteriosas pueden en algún grado ser iluminadas por el hecho de que así como Cristo hizo sanaciones por contacto y otras veces a distancia, podemos decir también que «para aquellos que no son formal y visiblemente miembros de la Iglesia, la salvación de Cristo es accesible en virtud de la gracia» del mismo Cristo, que, de un modo que ignoramos, llega a ellos para iluminarlos por obra del Espíritu Santo (Declaración Dominus Iesus 20. 6-08-2000).

Y esta grandiosa verdad, tan bien formulada por el Card. Ratzinger, con la aprobación de Juan Pablo II, la Iglesia la conoció desde su nacimiento. San Pedro le dió expresión bien precisa: «En toda nación el que teme a Dios y practica la justicia le es acepto» (Hch 10,35). El gran atenuante que Pedro da a Israel para su gran culpa –mata a Cristo–, es aplicable también mutatis mutandis para las grandes culpas de las naciones gentiles: «Pedisteis la muerte para el Autor de la vida… Ahora bien, ya sé que por ignorancia habéis hecho esto… Arrepentíos, pues, y convertíos» (Hch 3,15-19). Culpa tienen (arrepentíos), pero atenuada; y hay llamada a la conversión. De todos modos:

Fue «grande» el poder del Demonio sobre la humanidad antes de Cristo.

 

–Antes de Cristo, Israel

Yavé protege del Demonio a su Pueblo elegido. aunque no siempre ni en todo, por supuesto. En medio de las tinieblas y luces del «antes de Cristo», brilla el Pueblo elegido entre todas las naciones, los hijos de Abraham. Yavé protege a su Pueblo muy especialmente de los engaños del Maligno: aborto, adulterio, sacrificios humanos, antropofagia, etc. Lo libra de muchos errores y prácticas abominables, comunes más o menos a todos los pueblos. Lo ilumina en sus doctrinas, normas y prácticas con la luz maravillosa de los Patriarcas y Profetas, de altísimas oraciones, como las reunidas en el Salterio.

 «El Señor es grande en Sión, encumbrado sobre todos los pueblos» (Sal 98,2). «¿Qué nación hay tan grande que tenga los dioses tan cerca de ella, como tenemos nosotros a Yavé, nuestro Dios, cada vez que lo invocamos? ¿Y qué nación hay tan grande que tenga leyes y decretos tan justos como toda esta enseñanza que yo les presento hoy?» (Deut 4,7-8). Pueblo elegido, «a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos» (Sal 90, 11).

 

–Venido Cristo al mundo, hizo «menor» el poder del Demonio

1).– Lo siglos martiriales

En los tres primeros siglos d.d.Cto el mundo estaba todavía bajo un influjo del Maligno, que en ese tiempo fue decreciendo con la evangellización. Bien lo sabían los cristianos, perseguidos tan duramente. Lo sabían porque sabían y creían con absoluta seguridad que Cristo es el Señor del cielo y de la tierra, y que la victoria de Cristo «Salvador del mundo» (1Jn 5,14), iba a ser arrolladora, y que daría cumplimiento a su palabra: «Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33), manifestándoles su poder sobrehumano: «Retírate, Satanás» (Mt 4,10). Cuando el Señor elige y envía a San Pablo, le dice: «Yo te envío para que les abras los ojos, se conviertan de las tinieblas a la luz, y pasen del poder de Satanás a Dios». (Hch 26,18).

Y efectivamente, llegado Cristo al mundo por la encarnación, vence el poder de las tinieblas, «llega la Luz verdadera, que viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre» (Jn 1,9). Los Apóstoles sabían que «todo fue creado por Él y para Él. Él es anterior a todo, y todo subsiste en Él» (Col 1,16-17). Por tanto, no temían los poderes del Maligno sobre el mundo. No los temían. De hecho iban venciendo de modo irresistible las tinieblas del Diablo con la Luz de Cristo. Así las naciones (las entonces conocidas), iluminadas por el Salvador, en tres siglos fueron evangelizadas: liberadas, purificadas y elevadas a la vida sobrenatural.

Los mismos martirios, hasta el 313 (la paz de Constantino),confirmaron la asistencia poderosa del Salvador resucitado en su combate con el Príncipe de este mundo, pues sin su asistencia de gracia no podrían darse tan innumerables testigos de su Señorío, fieles  hasta la muerte. A muchos cristianos les fue dado comprobar cómo era indudable que el poder del demonio sobre el mundo iba disminuyendo, y cómo crecía al mismo tiempo el influjo de Cristo, Salvador del mundo.

Dice San León Magno (+461), evocando a los mártires, que la Ascensión de Cristo y la comunicación del Espíritu Santo, fortalecieron de tal modo al cristiano para el martirio, que «ya no se amilana por las cadenas, la cárcel, el destierro, el hambre, el fuego, las fieras ni los refinados tormentos de los crueles perseguidores. Hombres y mujeres, niños y frágiles doncellas han luchado en todo el mundo por esa fe, hasta derramar su sangre. Y esta fe ahuyenta a los demonios, aleja las enfermedades, resucita a los muertos» (Serm. II Ascensión del Señor, 1-4)

 

2).– La Edad Media

–En el siglo IV, con la victoria de Constantino (edicto de Milán, 313) se inicia lo que unos siglos después será la Edad Media cristiana, en la que Cristo Rey predomina sobre el mundo y disminuye el poder del Demonio. Con relativa prontitud, en las numerosas naciones evangelizadas, va afirmándose su influjo decisivo sobre pensamiento y costumbres, leyes e instituciones. La Iglesia Madre va alumbrando una Cristiandad (VI-XVI, fechas aproximadas), un milenio en el que Cristo con Ella frena más y más el poder del Enemigo diabólico. La difundida conversión de los pueblos a la fe de Cristo, hace posible que el cristianismo vaya marcando todo en el mundo: el pensamiento, las universidades, las costumbres, las escuelas, los hospitales, los gremios y los oficios, el derecho y las leyes, las artes en todas sus variantes, siendo las Catedrales las síntesis gloriosas de todas ellas.

La Iglesia de la Edad Media afirmó a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, hijo único del Padre divino, como Príncipe del mundo cristiano. Ella fue la Iglesia que vino a ser madre de todas las Naciones cristianas de Occidente, que a su vez difundieron la fe y su civilización en muchos de las otras Naciones del mundo.

–Los detractores del Cristianismo falsifican la Edad Media, y la calumnian describiéndola como una época inculta, brutal, tenebrosa. Una edad «Media» –dicen peyorativamente–, que se desarrolla entre el esplendor de la Antigüedad Clásica y las grandes y nuevas realizaciones del Renacimiento.

Pero son los sabios medievales, sobre todo los monjes, quienes mantuvieron vivas y documentadas las riquezas culturales de la Antigüedad. Y todavía el Renacimiento mantiene en buena parte el espíritu cristiano. Casi todo el deslumbrante arte renacentista expresa motivos cristianos. Y son innumerables y muy grandes los Santos del renacentista siglo XVI y los formidables crecimientos de la vida religiosa y de las misiones.

El papa León XIII, en la encíclica Immortale Dei (1885), refutó el desprecio moderno neopagano contra la Edad Media, que la falsificó y calumnió, como edad oscura y bárbara. El Papa, con fuertes argumentos, afirmó el luminoso poder de Cristo sobre el mundo medieval.

«Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. Entonces, aquella energía propia de la sabiduría cristiana, aquella su divina virtud, había penetrado las leyes, las instituciones, las costumbres de los pueblos, impregnando todas las clases y relaciones de la sociedad. La religión fundada por Jesucristo, colocada firmemente sobre el grado de honor y de cultura que le corresponde, florecía en todas partes… Organizada de este modo la sociedad civil, produjo bienes superiores a toda esperanza» (n. 9)…

El P. Alfredo Sáenz, SJ argentino, demuestra esta realidad en su obra La Cristiandad, una realidad histórica (Pamplona, Fund. Gratis Date 2005, 219 pgs). La Edad Media conocía y admiraba la Antigua cultura, y mostró «una «inmensa capacidad creadora. A diferencia de los renacentistas, que se afanaron por “imitar” lo más posible a los antiguos, los medievales, inspirándose en ellos, supieron encontrar acentos de verdadera originalidad» (ib.12).

En la Edad Media, por supuesto, también se cometían pecados: mentiras, violencias, adulterios, abortos, etc. Pero estas malas acciones eran vistas en su verdad, como pecados, no como derechos o como acciones normales o al menos tolerables. Y consiguientemente, al considerarlas malas, se producían con menos frecuencia. No era raro que merecieran el reproche familiar y social. Y que acabaran perdonados en el confesonario. La diferencia con el tiempo anterior a Cristo es, pues, muy grande. El Demonio quedaba aminorado en su poder: no salía muy aventajado en estos siglos. Incluso era bastante común en los hombres medievales la capacidad de distinguir el pecado y su conexión con el Demonio. Verdad que no la ven apenas los cristianos de hoy. Pero San Juan evangelista la enseña muy claramente:

«Quien comete el pecado es del DiabloEl Hijo de Dios se manifestó para  deshacer las obras del Diablo… En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del Diablo» (1Jn 3,8-10). (Nótese que San Juan apóstol, el Águila de Patmos, tenido como el más alto teólogo del N.T., habla con frecuencia del Demonio).

* * *

En su inmenso conjunto de regiones, la Edad Media durante siglos vivió una unidad de pensamiento cristiano, aunque no faltaron herejías, superadas por la ortodoxia común. Se vivía en buena medida la voluntad de Cristo, que expresa San Pablo diciendo: «manteneos concordes en el mismo pensar y el mismo sentir» (1Cor 1,10), como los primeros cristianos (Hch 4,22). Pero en los finales de la Edad Media, algunos doctores religiosos, como Pedro Abelardo (+1142) o Guillermo de Ockham (+1347), enseñaron ciertas doctrinas erróneas (conceptualismo, nominalismo), alejadas del realismo propio de la sabiduría medieval.

Mucho más graves fueron los errores del religioso agustino Lutero (1483-1546), proclamados en las 95 Tesis de Wittenberg (1517). Esta fecha es una de las que pueden señalarse como el comienzo de las edades Moderna y Contemporánea, en las que el combate entre Cristo y el Demonio crece notablemente. Como lo veremos, Dios mediante, en el próximo artículo.

José María Iraburu, sacerdote

 

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