(653) Elogio y defensa de la Misa de S. Pablo VI

–Con la Traditionis Custodes se ha armado un buen lío…

–Así es. Yo publico ahora esto, y proyecto otros dos artículos. Sea lo que Dios me conceda.

 

Precedentes históricos de cambios (a grandes rasgos)

(En realidad, a los «grandes rasgos» habría que llamarlos «pequeños rasgos»).

La historia da grandes bandazos alternantes a un lado y al otro, como bien sabemos. Veámoslo en Roma, como ejemplo típico. –Con la expulsión de último rey (509 a.Cto.), se terminó la Monarquía (uno). –Y se inició la República (todos), Senatus Populusque Romanus, que duró algo menos de tres siglos, y que acabó en un caos de guerras civiles. –Después de la Dictadura de Julio César (100-44 a.Cto), –comenzó el Imperio romano que se inició con el emperador Octavio (27 a.Cto.) (uno), y que duró unos cinco siglos, cayendo por las invasiones bárbaras (476 d.Cto)…

Está claro: los criterios comunes que rigen la vida de los pueblos en cualquier cuestión –educación, valoración del trabajo manual o intelectual, hábitos dietéticos, etc.–, siendo humanos, son imperfectos, y con el tiempo acaban degradándose y fatigando al pueblo. Por eso al paso de unos años o de unos siglos se cambian a un régimen diverso y a veces opuesto. Pues bien, aunque con una mayor continuidad, en la Iglesia sucede también algo semejante, pues es “una realidad compleja, que está integrada por un elemento humano y otro divino” (Lumen Gentium 41). Y ese elemento humano, guiado por la Providencia divina, modifica con el cambio de épocas la fisonomía accidental de la Iglesia. Y con esto llegamos a nuestro tema. 

Concilio de Trento (1545-1563). Después de la crisis protestante, la Iglesia, reunida en Concilio, reafirma la fe y disciplina eclesial, y se inicia la época tridentina: gobierno capital de Roma (uno), liturgia estable de San Pío V, Santo Tomás, exigencia eficaz de ortodoxia y ortopráxis, infalibilidad pontificia en el Vaticano I, unidad teológica considerable, vocaciones sacerdotales y religiosas, misiones potentes.

II Guerra Mundial (1939-1945), el nazismo alemán y el fascismo italiano (uno) son vencidos por las democracias de los Aliados (todos). Y después de los inmensos sufrimientos del período bélico, vienen unos años de paz y progreso. Esa victoria potenció mucho el liberalismo iniciado en los siglos XVIII y XIX –inspirador y corruptor de todos los regímenes políticos, democráticos, socialistas, comunistas, nazis, fascistas–. En ese tiempo se impuso ya casi totalmente en la cultura de Occidente.

Se desprecia todo lo venerado en la Edad Media y en los siglos tridentinos. Se odia la ley tanto como Lutero: «Cristo nos liberó de la maldición de la ley» (Gal 3,13), «La mejor ley es la que no se hace», «Prohíbido prohibir» (mayo de 1968), «Viva la libertad», aggiornamento total: «hagamos nuevas todas las cosas» (cf. Apoc 21,5), optimismo eufórico… Más tarde se llegará al horror de las naciones partidas en partidos, en permanente guerra civil –aunque no sea armada–, al aumento de suicidios y divorcios, a la imposición legal del derecho al aborto, a la unión homosexual estable, a la eutanasia. Se irá así configurando el mundo en un antropocentrismo que destruye al hombre y aleja de Dios.

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El concilio Vaticano II – Aggiornamento

El Concilio se celebró en los años de la nueva cultura eufóricamente liberal. Reafirmó la ortodoxia e impulsó desarrollos valiosos. Pero mostró una benevolencia hacia el mundo antes impensable. Fue el Aggiornamento. Las poquísimas falsedades que se hallan en el Concilio, más literarias que teológicas, van casi todas en esa dirección. 

«El hombre contemporáneo camina hoy hacia el desarrollo pleno de su personalidad [sic!] y hacia el descubrimiento y afirmación crecientes de sus derechos» [sic!] (Gaudium et spes 41a). Por supuesto que el Vaticano II no se refiere aquí a los perversos «derechos» falsos: aborto, homosexualidad activa, eutanasia, etc. Pero celebrándose el Concilio en el inicio de la Gran Apostasía de Occidente, cumplió con la obligación optimista de su tiempo. Pelagianismo y semipelagianismo. Cito otros textos indicativos de esa tendencia.

Juan XIII, en la solemne apertura del Concilio, descubre honradamente al principio de su discurso que «una nube de tristeza y de prueba» se cierne sobre la Iglesia (11-10-1962). «Los hombres o están con Él [Cristo] y con su Iglesia, y gozan entonces de luz y bondad, orden y paz, o están sin Él o contra Él, y deliberadamente contra su Iglesia, con la consiguiente confusión y aspereza» en la sociedad y en las guerras (nn. 4-5).

Pero se reintegra pronto en la euforia del mundo, obligada en su tiempo, y acusa a los «profetas de calamidades, que siempre están anunciando infaustos sucesos como si fuese inminente el fin de los tiempos» (10).

Sin embargo, «al iniciarse el Concilio es evidente como nunca [sic!] que la verdad del Señor permanece para siempre» (14)… Reconoce el Papa muchos errores, que «frecuentemente [la Iglesia] los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, por el contrario, la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad»… Hay muchos errores en el presente, es cierto, pero «ya los hombres, por sí solos [sic!], hoy día parece que están por condenarlos» (15)… Sin comentarios.

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La Misa nueva nace del Vaticano II

La Misa de San Pío V parte de la voluntad del Concilio de Trento, y la Misa de Pablo VI nace del Concilio Vaticano II.

El Vaticano II impulsa la constitución Sacrosanctum Concilium (1965) sobre la Sagrada Liturgia, en la que da enseñanzas de gran calidad, y produce valiosas renovaciones, como la realizada en la Liturgia de las Horas, recuperándola para los laicos como oración máxima (100). Son renovaciones positivas, plenamente lícitas,

realizadas «porque la liturgia consta de una parte que es inmutable, por ser de institución divina, y de otras partes sujetas a cambio, que en el decurso del tiempo pueden y aun debe variar… En esta reforma, los textos y ritos se han de ordenar de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan» (SC 21). 

Este gran documento del Concilio orienta la reforma litúrgica mediante varias instrucciones princiipales.

 Nadie debe cambiar nada por su cuenta (22); haya continuidad entre la liturgia tradicional y la renovada (23); conviene mejorar y acrecentar las Lecturas de la Biblia (24, 35); dése primacía a la celebración comunitaria (27); foméntese la participación activa de toda la comunidad (28-30); sea la Liturgia para los fieles un gran instrucción, y respétense los signos visibles elegidos por Cristo o por la Iglesia «para significar realidades divinas invisibles» (33). «Los ritos deben resplandecer con una noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando las repeticiones inútiles; adaptados a la capacidad de los fieles, y, en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones» (34).

«Se conservará el uso de la lengua latina», reconociendo también que «el uso de la lengua vulgar es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones» (36). «La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad ni siquiera en la liturgia» (37; «se admitirán variaciones y adaptaciones legítimas a los diversos grupos, regiones, pueblos, especialmente en las misiones» (38), sujetando estas adaptaciones a la Autoridad eclesial correspondiente (39), que tiene «la facultad de permitir y dirigir las experiencias previas necesarias en algunos grupos preparados para ello». La diócesis, la parroquia, y las diferentes Comisiones nacionales y regionales, deben ayudar en esta renovación (40-46).

El Concilio impulsó la homilía (52), la oración de los fieles (53), el latín junto a la lengua vernácula (54, y 63), la comunión bajo las dos especies (55), el domingo y su Misa (57), la concelebración (56). Dió también orientaciones sobre la renovación de los Ritos de cada uno de los sacramentos (59-82).

«El celo por promover y reformar la sagrada liturgia se considera con razón como un signo de las disposiciones providenciales de Dios sobre nuestro tiempo, como el paso del Espíritu Santo por la Iglesia» (43).

 

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La Misa nueva

–Precedentes

Al impulso del Concilio de Trento, y existiendo ya la imprenta, el papa San Pío V estableció una síntesis  depurada de las anteriores tradiciones del Misal Romano, Y promulgó en 1570 el que con el tiempo vino a llamarse el Misal de San Pío V. Es el que estuvo vigente en la Iglesia católica latina hasta el Vaticano II. Se mantuvieron vivos, sin embargo, algunos ritos particulares de más de 200 años de antigüedad.

El Misal tridentino recibió algunas modificaciones en los siglos siguientes. Clemente VIII las introdujo mediante una Bula (1604). San Pío X introdujo algunas adiciones y variaciones, y reafirmó e impulsó el uso del canto gregoriano (1903). Pío XII estableció un comisión para la liturgia, que duró 12 años en sus trabajos, de la cual era secretario Mons. Annibale Bugnini. Mediante ella modificó profundamente los ritos de la Semana Santa y de la Vigilia Pascual (1951). Juan XXIII modificó varias rúbricas de la Misa (1960), e introdujo en el Canon romano el nombre de San José, detrás del de María y seguido de la citación de los apóstoles y los mártires.

 

–Génesis conflictiva de la Misa nueva

La constitución Sacrosanctum Concilium fue la primera constitución promulgada por el Concilio (4-12-1963), y en seguida Pablo VI creó un Consejo para ejecutar la Constitución de la Sagrada Liturgia, el Consilium (29-02-1964). Al frente de él nombró prefecto al Cardenal Lercaro y Secretario a Mons. Annibale Bugnini, dos progresistas con deficientes tendencias ecuménicas, que iniciaron sus trabajos dejando completamente de lado la Congregación de Ritos.

El Consejo integraba una cuarentena de miembros con voz deliberativa, la mayoría de los cuales eran cardenales y obispos; y un gran número de consultores liturgistas, entre los cuales había unos pocos de alta calidad, como Jungmann y Vaggagini. A los tres años de sus trabajos, el Consilium presentó el proyecto de la Misa nueva postconciliar, celebrándola ante 183 prelados (24-10-1967). Predicó la homilía Bugnini. Y hecha la votación sobre la nueva Misa, fue rechazada: Placet: 71. Non placet: 43. Placet juxta modum: 62. Abstenciones: 4…

Se presentaron después graves objeciones contra la Misa pretendida. Especialmente valiosas fueron las del cardenal Alfredo Ottaviani, prefecto de la Doctrina de la Fe, escritas al papa Pablo VI, que éste tuvo en cuenta con presteza, corrigiendo y precisando el borrador de la Misa, como reconoció el Cardenal:

«Me he alegrado profundamente al leer los discursos del Santo Padre sobre las cuestiones del nuevo Ordo Missae y sobre todo sus precisiones doctrinales contenidas en los discursos para las audiencias públicas del 19 y el 26 de noviembre [de 1967]. Creo que, después de esto, ya nadie puede escandalizarse sinceramente. En lo demás, hará falta una obra prudente e inteligente de catequesis, para solucionar algunas perplejidades legítimas que puede suscitar el texto». Él celebró ya siempre hasta su muerte la Misa nueva.

La Misa nueva, revisada y corregida, fue promulgada por el papa San Pablo VI (3-04-1969) como la forma ordinaria de la Misa del Rito Romano. Fue editada como Misal Romano en 1970, y en edición revisada en 1975. Vino a ser llamada la Misa de Pablo VI, en la intención del cual venía a sustituir la Misa tridentina, la de San Pío V. Así lo declaró en un Consistorio cardinalicio (24-05-1976), en el que rechazó las impugnaciones que la nueva Misa venía sufriendo de parte de Mons. Lefebvre y de ciertos grupos filolefebvrianos.

«Es en nombre de la Tradición que pedimos a todos nuestros hijos, a todas las comunidades católicas, que celebren, con dignidad y fervor, la liturgia renovada. La adopción del nuevo Ordo Missae no se deja en absoluto al libre albedrío de los sacerdotes o los fieles». Aceptada la nueva Misa por Juan Pablo II, fue también bendecida por Benedicto XVI, y hoy por el papa Francisco.

 

Valores de la Misa nueva

La Misa de Pablo VI (1969) es una Misa ortodoxa y tradicional, que recupera ciertos ritos y modifica otros. Señalo algunos ejemplos, citando de memoria, quizá con algún error. La Misa del Novus ordo dispone que la oración penitencial y el padrenuestro sean rezados juntamente por sacerdote y pueblo; acrecienta notablemente el Leccionario en tres ciclos (ABC); reconfigura la homilía; incluye las preces de los fieles; amplía el número de prefacios; establece cuatro plegarias eucarísticas, manteniendo como primera el Canon Romano antiguo; el sacerdote recita el canon de modo audible; establece la procesión para recibir la comunión; da en el Año Litúrgico una primacía grande a la Misa dominical; recupera en ciertas ocasiones la concelebración y la comunión bajo las dos especies; separa del altar el sagrario, asignándole un  lugar propio. Aunque algunas de estas normas puede tener su lado deficiente, en general son desarrollos positivos del Rito eucarístico, que ignora algunas indicaciones del Vaticano II, pero cumple otras.

sencillez en gestos (SC 34).Durante muchos siglos el lenguaje no-verbal era muy usado en las diferentes culturas; por ejemplo, las postraciones y las inclinaciones de respeto. Hoy ese lenguaje se ha limitado mucho: en nuestro tiempo se saluda con el saludo normal al rey, que viste como un ciudadano más; la mujer casada y la soltera llevan el mismo peinado y vestido; las inclinaciones de cabeza escasean, y  las profundas sólo se mantienen en Japón y en algún país en desarrollo. La Misa nueva, «con una noble sencillez», simplifica y reduce en número los gestos de veneración. El trazado de la cruz o la inclinación profunda, que en la Misa tridentina se hacían muchas veces, se reducen en la Misa nueva –quizá en exceso– a unos pocos momentos más importantes de la Eucaristía.

brevedad  (SC 34). La Misa tridentina era bastante larga, lo que era natural y conveniente en una vida humana que, en culturas predominantemente agrícolas, transcurría con más calma y lentitud. Hoy, en un marco industrial y urbano, abundante en servicios, comunicaciones y movilidad de viajes, el hombre común vive más deprisa, y no es raro que trabajo y familia acaparen al cristiano, sin dejarle cada día para la liturgia tiempos largos. Sin embargo, hoy el cristiano de Misa diaria, con la Misa nueva, puede normalmente mantener tan santa costumbre, que quizá no podría mantener si durase bastante más tiempo, como sería con la Misa de San Pío V.

Por otra parte, antiguamente era muy grande el número de sacerdotes, pero en el tiempo moderno es mucho menor, Y son numerosos los sacerdotes que, sobre todo sábados y domingos, han de celebrar bastantes misas en  su parroquia o incluso en diferentes lugares; lo que realizan esforzadamente con la Misa nueva, pero que con la antigua sería imposible.

Estamos, como se ve, en consideraciones prudenciales, donde el demasiado breve o demasiado largo, siempre expresa un discernimiento, que no debe ser tenido como cierto, como el único verdadero. Pero que no constituye un mayor problema al sacerdote que celebra digna y fielmente la Misa, ateniéndose a lo que la Iglesia ordena en el rito. 

 

–Deficiencias

Son no pocas. La brevedad excesiva, como el Canon II, que se alarga en la liturgia de la Palabra, para precipitarse en la consagración muy en breve. Son demasiadas las moniciones improvisadas, cuando a la celebración del Mysterium fidei no le conviene un parloteo del sacerdote y de monitores, que contraría al Vaticano II, que pide claridad en los ritos, y «que no necesiten de muchas explicaciones» (SC 34). Son quizá también excesivas las ocasiones en las que se deja al juicio del celebrante hacer algo u omitirlo –incienso, asperges en tiempo pascual, etc–. Parece que la rúbrica clásica pro oportunitate, viene así a significar demasiadas veces deleatur. Son insuficientes las signaciones con la cruz, genuflexiones e inclinaciones profundas. Pero hay deficiencias más graves:

La vuelta del altar «coram populo» creo que es la más grave deficiencia de la renovación postconciliar de la Santa Misa. La instrucción Inter Oecumenici (26-09-1964, n. 91), firmada durante el Concilio por el Cardenal Larraona, prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos, y por el Cardenal Lercaro, presidente del Consilium ya citado, estableció lo siguiente: «Constrúyase el altar separado de la pared, de modo que se le pueda rodear fácilmente y la celebración se pueda realizar de cara al pueblo (versus populum)».

La norma, siendo papa Pablo VI, fue integrada literalmente en la Instrucción General del Misal Romano (1975, n.262) en lo que trata del altar. Este importante documento fue revisado en tiempo de Juan Pablo II, que publicó la misma Instrucción (2000), conservando literalmente la misma norma sobre la orientación del altar, a la que añadió: «lo cual conviene que sea posible en todas partes» (n. 299).

Nunca se dio a esta norma ninguna válida fundamentación teológica, pastoral o litúrgica, pues no tenía precedente alguno en la historia de la Misa. Focalizar la mirada y atención del pueblo en el sacerdote, dando a éste un protagonismo inconveniente, y volviéndolo en posición de mirar al pueblo, fue una decisión arbitraria y de pésimas consecuencias. Estudio el tema en los artículos (266) y (267).  

La comunión en la mano se introdujo de mala manera contra la voluntad del Papa y contra la mayoría del Episcopado católico consultado (estudio el proceso en mi artículo (280). Es verdad que antiguamente era un modo común de comulgar, como se ve en esta enseñanza de San Cirilo de Jerusalén (315-386): «Cuando te acerques, no lo hagas con las manos extendidas o los dedos separados, sino haz con la izquierda un trono para la derecha, que ha de recibir al Rey», etc. (Catequesis V,21ss). Normas análogas se encuentran en otros autores, como San Jerónimo (+420), Teodoro de Mopsuestia (+428) o San Agustín (+430).

Siglos después se generalizó la comunión en la boca, como lo prescribe, por ejemplo, el concilio de Ruán (878), llegando a ser el modo universal en la Iglesia durante doce siglos. Pero después del Vaticano II, al impulso de liturgistas renovadores, fue extendiendose la costumbre de la comunión en la mano, primero como abuso tolerado, después como excepción pedida y permitida. Pablo VI, sin embargo, reafirma la norma general de la comunión eucarística en la boca (Memoriale Domini, instrucc. Congregación del Culto, 28-05-1969) Había consultado el Papa antes a todos los Obispos católicos de rito latino: «¿Se ha de acoger el deseo de que, además del modo tradicional, se permitan también el rito de recibir la Sagrada Comunión en la mano? Placet: 567. Non placet: 1.223. Placet juxta modum: 315. Votos inválidos: 20»… Amplia oposición del Episcopado a la comunión en la mano.

No se cumplió, sin embargo, el Roma locuta, causa finita. Prosiguió la presión pro-comunión-mano. Finalmente, la Congregación del Culto, autorizada por Juan Pablo II, publicó la instrucción Notificación acerca de la comunión en la mano (3-IV-1985):

«La Santa Sede, a partir de 1969, aunque manteniendo en vigor para toda la Iglesia la manera tradicional de destribuir la Comunión [en la boca], acuerda a las Conferencias Episcopales que lo pidan y con determinadas condiciones, la facultad de distribuir la Comunión dejando la Hostia en la mano de los fieles». 

Juan Pablo II y Congregación, publica la Instrucción general del Misal Romano revisada (2000). En ella establece que cuando la Comunión se da sólo bajo la especie de pan, «se recibe en la boca, o donde haya sido concedido, en la mano, según su deseo» (nº 161).

 

Y en ésas estamos. Aún se da el caso de sacerdotes, pocos, que con gran abuso niegan la comunión a quien pide comulgar en la boca. Y lo que también es muy grave: Aún hay personas que dicen o insinúan que «la comunión en la mano es la causa principal de la apostasía de Occidente»… Increíble. ¿Cómo cristianos fieles y cultos pueden proferir esa enormidad? Durante los siglos en que era común la comunión en la mano se produjo, por la gracia de Dios, una gran difusión del cristianismo en Occidente. ¿Ese dato indiscutible no les dice nada?… Tampoco creen lo que la Instrucción general del Misal Romano (Pablo VI, 1975; revisado por Juan Pablo II y el cardenal Arinze en el 2000, por el que cito) afirma en el Proemio en sus dos primeros subtítulos: «Testimonio de la fe inalterada» (2-5) y «Manifestación de una tradición ininterrumpida» (6-9). 

Ellos siguen echando pestes contra la Misa de San Pablo VI. La Misa postconciliar, aseguran piadosamente, cambia la Lex orandi, cambia así la Lex credendi, y al cambiar en consecuencia la fe, edifica una Iglesia nueva, distinta de la católica. Son lefebvrianos o filolefebvrianos.

 

La Misa abusada

Desde su nacimiento la Misa de Pablo VI sufrió innumerables abusos. Por  muchas razones: –porque buena parte del clero estaba más o menos afectado por la aversión luterana a la ley, –y por el espíritu postconciliar del aggiornamento universal mal entendido: «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,9). Porque el Concilio, concretamente la Sacrosanctum Concilium,–dispuso con liberal generosidad: «se admitirán variaciones y adaptaciones legítimas» según pueblos y culturas, sobre todo en misiones (38). –Porque se dio a las Conferencias episcopales «la facultad de permitir y dirigir experiencias» (39-40), y –alentar la formación de Comisiones litúrgicas nacionales, diocesanas o parroquiales (44-46), que en muchas ocasiones, más de las convenientes, dieron lugar a una anomía intolerable en la disciplina litúrgica. –Porque los Obispos y la Santa Sede no frenaron suficientemente los abusos, pues siguiendo la orientación de San Juan XXIII, prefirieron la misericordia a la severidad –por no decir a la justicia, pues los fieles tiene derecho a una celebración correcta de la sagrada Liturgia–.

Casi cualquier abuso podía darse impunemente. Suprimir totalmente el latín, eliminar inclinaciones leves o profundas, partir la sagrada Hostia en el momento de la consagración (tomó Cristo el pan, lo partió, y), eliminar el lavabo, sustituir las genuflexiones por mínimas inclinaciones, mantenerse en pie los fieles durante la misma consagración, introducir lecturas nuevas (de autores profanos algunas), recitar un Credo de creación local, celebrar sin ornamentos, usar en vez de cáliz un vaso normal de agua o un tarrito de barro, ofrecer con una sola oración el pan y el vino, favorecer la invasión piadosa del presbiterio, confiar las lecturas a cualquiera, incluso a niños, etc. Todo podía ser materia de abuso, y normalmente esa funesta creatividad no era frenada con la prontitud y la severidad necesarias. No sigo enumerando enormidades por no abrumar a los lectores y no fatigarme yo.

En ese tiempo anómico, la Congregación del Culto hizo algunas notificaciones denunciando abusos concretos, pero sin la fuerza y la eficacia necesarias. Obispos y sacerdotes seguían en las mismas. Con el tiempo, sin embargo, aunque sólo fuera por cansancio, se fue moderando la producción de abusos, pero algunos habían arraigado tanto que aún se producen con frecuencia, como la eliminación del lavabo.

 

Pasaron más de treinta años desde el inicio de la Misa nueva (1969), tan abusada, hasta la recopilación de los abusos más frecuentes y graves que Juan Pablo II ordenó hacer a la Congregación del Culto, presidida por el cardenal Arinze –africano, casualmente, como el cardenal Sarah–. Así se publicó la instrucción Redemptionis Sacramentum (25-03-2004). Es un documento pontificio extraordinario, muy largo, con 186 números, que en su Capítulo I (14-35) dirige una urgente llamada de atención a Obispos, Conferencias episcopales, sacerdotes e incluso laicos, contra el horror de los abusos en las celebraciones de la Sagrada Liturgia . Y que hace después un elenco de los abusos cometidos contra la Misa, reprobándolos con fuerte argumentación.

Pero el valioso documento no logró la eficacia por falta de colaboración en los Obispos y sacerdotes liberal-tolerantes. Aún conozco situaciones en que los padres de familia católica hubieron de buscar en las parroquias de su población alguna en la que «se celebre bien la Misa», consiguiéndolo a veces o viéndose obligados los domingos a participar en la Misa viajando a otra población.

 

–La Misa calumniada

Los abusos en la Misa no tiene su causa en ella misma, sino en quienes los cometen

Si una buen Sinfonía es interpretada por la orquesta pobre de un municipio pobre, el resultado será miserable. «¡Qué Sinfonía tan mala, qué mal suena!»… Pero la culpa no la tiene la buena Sinfonía, sino la mala orquesta. Es obvio… Pues bien, entre los que arremeten contra la Misa nueva son muchos los que ignoran esta verdad tan clara. En realidad no hacen crítica de la propia Misa, sino de la Misa abusiva que ellos conocen aquí y allá. Trato de mostrarlo con un ejemplo muy grave:

Se calumnia a la Misa de Pablo VI acusándola de no ser «sacrificial».

La celebra «una Iglesia que no tiene ya necesidad del sacrficio de Nuestro Señor porque, habiendo perdido la noción de pecado, no tiene nada que expiar» (Don Davide Pagliarini, Superior General de la FSSPX, en Carta del 22 de julio del 2021). 

Es falso. Las cuatro Plegarias eucarísticas afirman repetidamente en sus textos la condición sacrificial de la Misa de Pablo VI (1969). Lean en el Misal romano actual y podrán comprobarlo. No podía ser de otro modo, porque ésa era la convicción firmísima de Pablo VI, su autor, quien el año anterior  la había profesado nada menos que en el Credo del Pueblo de Dios: «Nosotros creemos que la misa, que es celebrada por el sacerdote representando la persona de Cristo, es realmente el sacrificio del Calvario, que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares» (1968, n. 24). ¿Cómo, pues, un cristiano honrado puede negar el sentido sacrificial de la Misa nueva, si tanto ella misma como su Autor directamente lo afirman con toda claridad?…

Más. ¿Y cómo entonces pudo casi desaparecer en la conciencia de curas y fieles la convicción de que la Misa es un sacrificio de expiación? Es muy fácil explicarlo. Porque sobre el tema ciertos teólogos o liturgistas habían sembrado abundantes errores, afectados más o menos por la negación luterana de la Misa como sacrificio. Va un ejemplo: Olegario González de Cardedal, en su obra Cristología (BAC, Madrid 2001, 601 pgs.), integrada en la colección Sapientia fidei (manuales promovidos por la Conferencia Episcopal Española, nº 24), dice:

«Sacrificio. Esta palabra suscita en muchos [¿en muchos católicos?] el mismo rechazo que las anteriores [sustitución, expiación, satisfacción]. Afirmar que Dios necesita sacrificios o que Dios exigió el sacrificio de su Hijo sería ignorar la condición divina de Dios, aplicarle una comprensión antropomorfa y pensar que padece hambre material o que tiene sentimientos de crueldad. La idea de sacrificio llevaría consigo inconscientemente la idea de venganza, linchamiento […] Ese Dios no necesita de sus criaturas: no es un ídolo que en la noche se alimenta de las carnes preparadas por sus servidores» (540-541). Él propone: «Ciertos términos han cambiado tanto su sentido originario que casi resultan impronunciables. Donde esto ocurra, el sentido común exige que se los traduzca en sus equivalentes reales […] quizá la categoría soterilógica más objetiva y cercana a la conciencia actual sea la de “reconciliación”» (543)

El terrorismo verbal de Olegario no se detiene ante el lenguaje sacrificial de la Biblia, ni de la Tradición de los Padres, ni de las liturgias de Oriente y Occidente, ni de las modernas declaraciones de Pablo VI (Mysterium fidei, 1965, 4) o de Juan Pablo II (Ecclesia de Eucaristia, 2003, 11-13), que con su Autoridad docente suprema presentan la palabra sacrificio como la más precisa expresión de la santa Misa. “El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio” (Ecl. Euc. 14, citando al Catecismo n. 1367).

No bastan esos testimonios. Él, Olegario, acompañado de otros, declara impronunciable el término. ¡Y son muchos los Obispos y sacerdotes que siguieron y siguen su consejo!… En consecuencia, de hecho, la mayoría actual del común de los fieles practicantes casi nunca ha oído hablar de la Misa como sacrificio. No le han dado esta fundamental convicción de la fe católica ni en catequesis, ni en prédicas, ni en libros, revistas o reuniones. Cohibidos por el ataque verbal de algunos teólogos y liturgistas contrarios al término, no lo usan porque nadie da lo que no tiene; y ellos no creen o no viven la Misa como sacrificio. Pero incluso muchos de los mismos curas y catequistas que creen en la Misa como sacrificio no se atreven a usar la palabra impronunciable, prohibida por «el mayor teólogo español del siglo XX»… Contra su palabra, nada valen las enseñanzas de los Papas.

Basta ya. Pregunto: ¿Alguno de ustedes ha oído decir a «el que preside» (también está prohibida la palabra “sacerdote”) en la introducción a la Misa: “Para celebrar dignamente el  Sacrificio eucarístico, pidamos al Señor que perdone nuestros pecados”»… Algún feligrés diría por lo bajo o para sus adentros: «¿Pero qué dice este hombre?»…

No es la Misa de Pablo VI la que disminuye o suprime en la Eucaristía «el sacrificio», sino quienes la mal-celebran, silenciando de modo sistemático la significación del término.

Y así ocurre con otras palabras o gestos rituales de la Misa nueva, tan abusada y tan calumniada.

* * *

–Hay que recuperar la celebración de la Misa en la estricta fidelidad a sus internas normas

Hay que «salvar» la Misa post-conciliar de abusos y calumnias.El Capítulo I de la Redemptionis Sacramentum lo exhorta con energía a Obispos y presbíteros, laicos y religiosos. Tenemos que recuperar entre todos la verdad de la Misa de Pablo VI, la Misa del Novus Ordo, la Misa actual, celebrándola «como Dios manda», respetando siempre las rúbricas internas del Misal Romano, y las dispuestas más ampliamente en la Institutio Generalis Missalis Romani (2000).

Con el favor de Dios, el próximo artículo será el Elogio y defensa del Misal de S. Pío V; y el siguiente, Recuperemos con fidelidad la Misa de S. Pablo VI.

José María Iraburu,sacerdote

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