(624) Espiritualidad, 6. -Santa María: «Me llamarán Bienaventurada» (y II)

 

–Muy seria la Virgen en estos tres cuadros de Velázquez.

–Es que está rezando por los pecadores, pidiendo a Dios que se cumpla en ellos su voluntad: «que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,4).

 

–La devoción a la Virgen María está muy presente en la Iglesia desde su principio. Fue formulada por los evangelistas Mateo y Lucas en sus capítulos sobre la Infancia de Jesús (Mt 1-2 y Lc 1-2), así como en los Hechos de los Apóstoles (Hch 1,9-14). La Llena de gracia, la Panagios, fue amada y venerada desde el principio, con un amor siempre creciente. La declaración dogmática del concilio de Éfeso, honrándola como Madre de Dios (431), acelera en el pueblo cristiano su devoción y culto. Así como los dogmas de la Inmaculada Concepción (1854) y de la Asunción al cielo en cuerpo y alma (1950),

Merece la pena que recordemos, en muy breve selección, algunos nombres de Santos que más se caracterizaron por su devoción a la Virgen María: San Ildefonso de Toledo (+667), San Bernardo de Claraval (+1153), Santo Domingo de Guzmán (+1221), San Luis María Grignion de Montfort (+1716), San Maximiliano Kolbe (+1941)… A todos ellos les pedimos que nos consigan crecer en el conocimiento y amor de la Virgen María.

El rezo del Ángelus, del Rosario, de ciertas oraciones y jaculatorias seculares, las frecuentes memorias, fiestas y solemnidades que le dedica el Año Litúrgico, como también los muy numerosos institutos religiosos que se honran llevando el nombre de María, han dado siempre cumplimiento a la profecía de la misma Virgen: «Me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho en mí maravillas» (Lc 1,48).

La enseñanza de San Luis María Grignion de Montfort (1673-1716), cada vez más vigente y recibida por la Iglesia, expresa esta devoción de modo muy perfecto, en obras como El secreto de María y el Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, obras traducidas y editadas muchas veces.

A la luz de las verdades recordadas, fácilmente se ve que la devoción mariana es esencial a la espiritualidad cristiana, y no una dimensión optativa o accesoria.

Veamos, pues, los aspectos principales de esta devoción cristiana a la Madre de Cristo, Santa Madre de Dios.

 

* * *

–Amar a la Virgen María como Cristo la ama

Amar, bendecir, agradecer, suplicar, a la Virgen María, con el mismo amor de Cristo por Ella. El amor a María es, evidentemente, el rasgo prime­ro de tal devoción. ¿Cómo habremos de amar los cristianos a María? Algunos temen en este punto caer en ciertos excesos. Pues bien, en esto, como en todo, hallaremos la norma exacta: tratemos de amar a María como Cristo la amó y la ama. Si nosotros, los cristianos, estamos llamados a tener «los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (Flp 2,5), así como hemos de hacer nuestro su amor al Padre, su obediencia, su amor a los hombres, su oración, su alegría, sus trabajos y su cruz, todo, así igualmente hemos de hacer nuestro su amor a su Madre, María, que es nuestra Madre. ¡Ése es el límite de nuestro amor a la Virgen, que no debemos sobrepasar!…

No hay, por tanto, peligro alguno de exceso en nuestro amor a la Virgen. Podría haberlo en ciertas expresiones-devocionales externas; pero tal peligro viene a ser superado fácilmente por los cristianos cuando en la piedad mariana se atienen a la norma universal de la liturgia y a las devociones populares aconsejadas por la Iglesia.

 

–Amar a la Virgen María como los Santos la aman

 Algo de ese apasionado amor se expresa en esta oración de Santa Catalina de Siena (+1380):

«¡Oh María, María, templo de la Trinidad! ¡Oh María, portadora del Fuego! María, que ofreces misericordia, que germinas el fruto, que redimes el género humano, porque, sufriendo la carne tuya en el Verbo, fue nuevamente redimido el mundo.

«¡Oh María, tierra fértil! Eres la nueva planta de la que recibimos la fragante flor del Verbo, unigénito Hijo de Dios, pues en ti, tierra fértil, fue sembrado ese Verbo. Eres la tierra y eres la planta. ¡Oh María, carro de fuego! Tú llevaste el fuego escondido y velado bajo el polvo de tu humanidad.

«¡Oh María! vaso de humildad en el que está y arde la luz del verdadero conocimiento con que te elevaste sobre ti misma, y por eso agradaste al Padre eterno y te raptó y llevó a sí, amándote con singular amor.

«¡Oh María, dulcísimo amor mío! En ti está escrito el Verbo del que recibimos la doctrina de la vida… ¡Oh María! Bendita tú entre las mujeres por los siglos de los siglos» (Or. en la Anunciación; extracto).

        

–Admiración suprema, con gozo y gratitud

«Llena-de-gracia», ése es su nombre propio, con el que la saludó el arcángel Gabriel (Lc 1,28). No hay en ella oscuridad alguna de pecado: Tota pulchra est Maria, et macula non est in te. Toda ella es luminosa, Purísima, In-maculada = no-manchada. En ella se nos revela el poder y la misericordia del Padre, la santidad redentora de Cristo, la fuerza deificante del Espíritu Santo. En ella conocemos la gratuidad de la gracia, pues, desde su misma Concepción sagrada, Dios santifica a la que va a ser su Madre, preservándola de toda complicidad con el pecado. En Jesús no vemos el fruto de la gracia, sino la raíz de toda gracia; pero en María contemplamos con admiración y gozo el fruto más perfecto de la gracia de Cristo.

Los santos han ad-mirado la hermosura de María porque la han mirado, han contemplado con amor su rostro. San Juan evangelista, que la recibió en su casa, es en el Apocalipsis el primer admirador de su belleza celestial: «Apareció en el cielo una señal grandiosa, una mujer envuelta en el sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas» (Ap 12,1: esa mujer simboliza, sí, a la Iglesia, pero por eso mismo María se ve significada en ella).

San Juan de Avila recibe de Dios una especial elocuencia para cantar la belleza de María: «Viendo su hermosura, su donaire, su dorada cara, sus resplandecientes ojos y, sobre todo, la hermosura de su alma, dicen: “¿Quién es ésta que sale como graciosa mañana? ¿Quién es ésta que no nace en noche de pecado, ni fue concebida en él, sino que así resplandece como alba sin nubes y como sol de mediodía? ¿Quién es ésta, cuya vista alegra, cuyo mirar consuela y cuyo nombre es fuerza? ¿Quién es ésta, para nosotros tan alegre y benigna, y para otros, como son los demonios, tan terrible y espantosa?” ¡Gran cosa es, señores, esta Niña!» (Serm. 61, Nativ. de la Virgen)… Dignare me laudare te Virgo sacrata!

–Conciencia filial

El cristiano ha de tener hacia María una conciencia filial continua. Si ella es nuestra madre, y nosotros somos sus hijos, lo mejor será que nos demos cuenta de ello y que vivamos las consecuencias de esa feliz filiación. Las madres de la tierra ofrecen analogías, aunque limitadas, para ayudar a conocer la maternidad espiritual de María. Una madre «da la vida» a su hijo de una vez, en el parto, y luego durante unos años «cuida celosamente esa vida» con solicitud amorosa, hasta que el hijo se hace independiente de ella. Pero María en cambio nos está dando constantemente la vida divina, y su solicitud por nosotros, a medida que vamos creciendo en la vida de la gracia, es creciente. Ella es para nosotros cada vez más madre, y nosotros somos cada vez más hijos suyos. Sus cuidados con nosotros son crecientes, no van a menos.

Algunos, sin embargo, eliminan prácticamente la maternidad espiritual de María, alegando que en el orden de la gracia les basta con Dios y con su enviado Jesucristo. Tal eliminación, aunque muchas veces inconsciente, es sumamente grave. Si un niño mirase a su madre como si ésta fuese la fuente primaria de la vida, haría de ella un ídolo y llegaría a ignorar a Dios. Pero si un niño, afirmando que la vida viene de Dios, prescindiera de su madre, con toda seguridad se moriría o al menos no se desarrollaría convenientemente. Pues bien, Dios ha querido que María fuera para nosotros la Madre de la divina gracia, y nosotros en esto –como en todo– debemos tomar las cosas como son, como Dios las ha querido y las ha hecho.

Sin María no podemos crecer debidamente como hijos de Dios. La misma Virgen Madre que crió y educó a Jesús, debe criarnos y educarnos a nosotros. San Pío X decía: «Bien evidente es la prueba que nos proporcionan con su conducta aquellos hombres que, seducidos por los engaños del demonio o extraviados por falsas doctrinas, creen poder prescindir del auxilio de la Virgen. ¡Desgraciados los que abandonan a María bajo pretexto de rendir honor a Jesucristo» (enc. Ad diem illum: 1904).

 

–Gratitud sin límite

El agradecimiento hacia María, distribuidora de todas las gracias, ha de ser en nosotros inmensa y permanente. Nótese que en la Comunión de los santos hay muchas personas, y que en cada una de ellas hay hacia las otras un influjo de gracia mayor o menor. Este influjo benéfico nos viene con especial frecuencia e intensidad de los santos, «por cuya intercesión confiamos obtener siempre» la ayuda de Dios (Plegaria euc.III). Pues bien, en la Iglesia solamente hay una persona humana, María, cuyo influjo de gracia actúa sobre los fieles de modo continuo y universal. Es decir, ella influye maternalmente en todas y cada una de las gracias que reciben todos y cada uno de los cristianos. Lo mismo que Jesucristo no hace nada sin la Iglesia (SC 7b), nada hace sin la bienaventurada Virgen María.

Por eso escribe San Juan de Avila: «Ésta es la ganancia de la Virgen: vernos aprovechados en el servicio de Dios por su intercesión. [«No tienen vino…»; Jn 2,1-13]. Si te viste en pecado y te ves fuera de él, por intercesión de la Virgen fue; si no caíste en pecado, por ruego suyo fue. Agradécelo, hombre, y dale gracias. Si tuvieres devoción para con ella, cuando vieses que se te acordaba de ella, habías de llorar por haberla enojado. Si en tu corazón tienes arraigado el amor suyo, es señal de predestinado. Este premio le dio nuestro Señor: que los que su Majestad tiene escogidos, tengan a su Madre gran devoción arraigada en sus corazones. Sírvele con buena vida: séle agradecido con buenas obras. ¿Pues tanto le debes? Ni lo conocemos enteramente ni lo podemos contar. Mediante ella, el pecador se levanta, el bueno no peca, y otros innumerables beneficios recibimos por medio suyo» (Serm. 72, en Asunción).

Se comprende que en los cristianos sin devoción a la Virgen María haya temores y ansiedades interminables, pues son como hijos sin madre que los cuide. Por el contrario, el que ante Dios se hace como niño y se toma de su mano, vive siempre confiado en la solicitud maternal de la Virgen. La más antigua oración, de difusión eclesial, conocida a María expresa ya esa confianza filial ilimitada: «Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios».

 La llamada oración de San Bernardo, inspirada en sus escritos, y que ha recibido formas distintas, viene a decir así:  «Acuérdate, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado por ti. Animado con esta confianza, a ti también acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana. No deseches mis humildes súplicas, oh Madre del Verbo divino, antes bien escúchalas y acógelas benignamente. Amén».

 

+La Virgen de Guadalupe y San Juan Diego

Sobre este tema quizá una de las más bellas páginas la encontramos en los diálogos entre la Virgen de Guadalupe y San Juan Diego. Concretamente, el 12 de diciembre de 1531, en la cuarta de las apariciones, Juan Diego, preocupado por la grave enfermedad de su tío, comienza diciéndole a la Virgen (en nahualt los diminutivos expresan cariño):

«Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿estás bien de salud, Señora y Niña mía?»; y en seguida le cuenta su pena. «Después de oir la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima Virgen: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿no estás bajo mi sombra? ¿no soy yo tu salud? ¿no estás por ventura en mi regazo? ¿qué más has menester? No te apene ni inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; está seguro de que ya sanó”. (Y entonces sanó su tío, según después se supo)».

 

–Imitación de María

Otro rasgo fundamental de la espiritualidad cristiana es la imitación de María. Ella es la plenitud del Evangelio. Ella es la Virgen Fiel, la que «oye la palabra de Dios y la cumple» (Lc 11,28); o como le dice Isabel: «Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá» (1,45).

Por eso con mucha más razón que San Pablo, María nos dice: «Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo» (1Cor 11,1). La Iglesia, dice el Vaticano II, «imitando a la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo» (LG 64), guarda y desarrolla todas las virtudes. En efecto, «mientras la Iglesia ha alcanzado en la Santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual no tiene mancha ni arruga (Ef 5,27), los fieles luchan todavía por crecer en santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan sus ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos» (65).

Niños y ancianos, activos y contemplativos, laicos y sacerdotes, vírgenes y casados, todos hallan en María, Espejo de Justicia, el modelo perfecto del Evangelio, la matriz en la que se formó Jesús y en la que Jesús ha de formarse en nosotros. Es modelo de Esposa y de Madre. Pero también es modelo para sacerdotes, monjes y misioneros: «La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres» (LG 65).

Por otra parte, es claro que imitar a María es imitar a Jesús, pues lo único que ella nos dice es: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5). En este sentido «la Madre de Cristo se presenta ante los hombres como portavoz de la voluntad del Hijo, indicadora de aquellas exigencias que deben cumplirse para que pueda manifestarse el poder salvífico del Mesías» (Redemptoris Mater 21).

Adviértase también que la imitación de María y la de los santos no es de idéntica naturaleza. Para un cristiano la imitación de un santo viene a ser –valga la expresión– extrínseca: ve su buen ejemplo y, con la gracia de Dios, lo pone por obra, aunque puede darse también su intercesión. En cambio, la imitación de la Virgen María es siempre para un cristiano algo intrínseco, en el sentido de que esa vida de María que trata de imitar, ella misma, como madre de la divina gracia, se la comunica desde Dios.

 

–La oración a María

«Todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc 1,48). Al paso de los siglos, los cristianos cumplimos esta profecía que María hizo sobre sí misma. Tanto en Oriente como en Occidente, los hijos de la Iglesia han crecido siempre en un ambiente de culto y devoción a la Gloriosa, la Inmaculada, la Reina y Señora nuestra, la Virgen María, la santa Madre de Dios, Reina y Madre de misericordia. En la oración privada, en los rezos familiares, en los claustros monásticos, en las devociones populares y en el esplendor de la liturgia, se alza secular y continuamente un clamor de alabanza y de súplica a la Madre de Jesús. Y esto es por obra del Espíritu Santo, es decir, del Espíritu de Jesús, que en el corazón de los fieles, canta la dulzura bondadosa de la Virgen Madre.

+Sub tuum præsidium, en la liturgia latina, procede de una antífona litúrgica griega no posterior al siglo III Es la más antigua oración a la Virgen dice así: «Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita». Esta bellísima oración invoca a María como «Madre de Dios», título reconocido como dogma bastante más tarde, en el concilio de Efeso (a.431). María aparece ahí, literalmente, como «la única limpia, la única bendita». Y a su regazo maternal nos acogemos, rezando en plural, los fieles cristianos, que, en las angustias y peligros, confiamos en el gran poder de su intercesión ante el Señor. La consagración a María realizada por Juan Pablo II en Fátima (13-V-1982) estuvo inspirada precisamente en esta oración.

+El Ave María, compuesta con las palabras del ángel Gabriel y de Isabel (Lc 1,28s.42), es la oración mariana más frecuentemente rezado. Otras hay, igualmente hermosas, que hoy recoge la Liturgia de las Horas, al final de las Completas (Salve Regina –Dios te salve, Reina y Madre de misericordia–, Madre del Redentor, Virgen fecunda; Salve, Reina de los cielos; Reina del cielo, alégrate, etc.) Son todas de origen medieval. Lo mismo queel Rosario y el Angelus, esas oraciones han tenido gran arraigo y lo tienen en la piedad de los fieles, y muchas veces la Iglesia las ha recomendado (Marialis cultus 40-55).

+Las oraciones a María suelen tener una singular belleza, y son un reflejo de su personal belleza santa. Son nada menos que el canto que Cristo, con su Cuerpo, a lo largo de los siglos, ha dedicado a la Virgen Madre…

San Agustín (+430) la saluda: «Oh bienaventurada María, verdaderamente dignísima de toda alabanza, oh Virgen gloriosa, madre de Dios, oh Madre sublime, en cuyo vientre estuvo el Autor del cielo y de la tierra»… –Sedulio, por los mismos años: «Salve, Madre santa, tú que has dado a luz al Rey que sostiene en su mano, a través de los siglos, el cielo y la tierra»…

El gran San Cirilo de Alejandría (+444), en ocasión solemnísima, cuando el concilio de Efeso (431) confesó a María como Madre de Dios: «Te saludamos, oh María, Madre de Dios, verdadero tesoro de todo el universo, antorcha que jamás se puede extinguir, corona de las vírgenes, cetro de la fe ortodoxa, templo incorruptible, lugar del que no tiene lugar, por quien nos ha sido dado Aquel que es llamado bendito por excelencia»…

El grandioso Himno Acatistos de la liturgia griega, quizá compuesto por San Germán, que fue patriarca de Constantinopla (del 715 al 729): «Oh Guía victoriosa, nosotros, tus servidores, liberados de nuestros enemigos, te cantamos nuestras acciones de gracias… Ave, Esposa inmaculada. Ave, resplandor de alegría. Ave, destructora de la maldición. Ave, cumbre inaccesible al pensamiento humano»…

El canto enamorado que el Cristo total ofrece a María, se prolonga en la Edad Media con nuevas oraciones y melodías… En Canterbury, San Anselmo (+1109): «Santa y entre los santos de Dios especialmente santa María, madre de admirable virginidad, virgen de amable fecundidad, que engendraste al Hijo del Altísimo»…

Y en la abadía de Steinfeld, cerca de Colonia, el premonstratense Herman (+1233): «Yo querría sentirte, hazme conocer tu presencia. Atiéndeme, dulce Reina del cielo, todo yo me ofrezco a ti. Alégrate tú, la misma belleza. Yo te digo: Rosa, rosa. Eres bella, eres totalmente bella, y amas más que nadie»… Y en el monasterio cisterciense de Helfta, Santa Gertrudis (+1301): «Salve, blanco lirio de la refulgente y siempre serena Trinidad, deslumbrante Rosa celeste»…

* * *

No se cansa la Iglesia de bendecir a la gloriosa siempre Virgen María. Sólo siente la pena de no poder hacerlo convenientemente, porque todas las alabanzas a la Gloriosa se quedan cortas. Y es que, como dice San Bernardo, de tal modo es excelsa su condición, que resulta «inefable; así como nadie la puede alcanzar, así tampoco nadie la puede explicar como se merece. ¿Qué lengua será capaz, aunque sea angélica, de ensalzar con dignas alabanzas a la Virgen Madre, y madre no de cualquiera, sino del mismo Dios?» (Serm. Asunción 4,5). En fin, me veo obligado a repetir mi oración primera:

Dignare me laudare te Virgo sacrata. Da mihi virtutem contra hostes tuos.

José Maria Iraburu, sacerdote

 

Indice de Reforma o apostasía 

11 comentarios

  
Lucía Victoria
En algún sitio leí que el Espíritu Santo no sólo habita permanentemente en el alma de María Santísima, sino que se deleita de forma particular en las almas en que Él encuentra a su amada Esposa. No puede ser de otro modo aquí, padre Iraburu, a juzgar por el escrito tan hermoso que nos ha regalado hoy. Aun siendo bien cierta esa fórmula antigua "De María nunquam satis", ¡qué emocionante resulta encontrar alabanzas tan esforzadas y tan logradas a nuestra Madre! Muchísimas gracias.

Como pedir es gratis, y como puede usted ignorar sobre la marcha mi propuesta, me tomo la confianza de proponerle que algún día, cuando tenga tiempo, a lo mejor pueda hablarnos de la maternidad "cualificada" de María por sus hijos predilectos, los "alter Christus" en la tierra, los sacerdotes. Qué grandísima valedora tienen en Ella y cuántos hay que, quizás, todavía no sean lo suficientemente conscientes...

(Pero qué bonito es el "Acordaos...")
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JMI.-Bendigamos al Señor. Y a su santa Madre Virgen.
Bendición +
01/12/20 12:08 AM
  
Gonzalo Mazarrasa Martín-Artajo
Don José María: tomando pie del evangelio de hoy, martes I de Adviento, por analogía me gusta pensar que, en el orden de la Creación, nadie conoce al Hijo hecho Hombre sino su Madre y aquél a quien su Madre se lo quiera, por medio de su omnipotencia suplicante, revelar. El primero de esa lista fue San José, luego vinieron Isabel y el pequeño Juan, los pastores y los Magos, el anciano Simeón y la profetisa Ana, después los Apóstoles con San Juan, el más pequeño, a la cabeza, también el buen ladrón, y así sucesivamente hasta llegar a nosotros.
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JMI.-Creo, Gonzalo, que dices una gran verdad. La Virgen María, reveladora-comunicadora del Espíritu Santo. Se ve ya en el ángel Gabriel: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti... y el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios" (Lc 1,35). Sigue en San José: Recíbela, pues "lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo" (Mt 1,219. Y sigue el misterio en Isabel: "en cuanto recibió el saludo de María... Isabel se llenó del Espíritu Santo" (1,41). Y más: prosigue cuando llevan a Jesús al Templo, en brazos de María (nada entonces de cochecitos para niños). Le recibe el anciano Simeón, y tres veces se menciona al Espíritu Santo en los tres versículos que describen la gloriosa escena (2,25-27). TRES veces.

No parece, pues, que sea exagerado decir que María, con el favor de Dios, María revela-comunica el Espíritu Santo a los hombres. Es una verdad que ya está enseñada por la Iglesia, cuando afirma que María es "la distribuidora de TODOS los dones y gracias de Dios". El Don Supremo que Ella revela-comunica, el Don Fontal, del que manan todos los demás dones, es el Espíritu Santo.

Dunque.
Con ocasión sobre todo de este comentario tuyo, y previamente aconsejado por ilustres varones y varonas, te honro, otorgo y concedo el PREMIO EXTRAORDINARIO AL MEJOR COMENTARIO RECIBIDO EN 2020 EN EL BLOG INFOCATÓLICO "REFORMA O APOSTASÍA".

El premio es cosa espiritual, por supuesto, pero se materializa en un gran CHUPA-CHUP de tres colores y gustos, con distintivo de cinta dorada, que haré que te envíen a la dirección postal que nos indiques.
Grandes y merecidas felicitaciones. Abrazo y bendición + José María Iraburu
01/12/20 8:13 AM
  
Akáthistos
Dado que Dios eligió a María para la venida de su Hijo unigénito, si Dios "necesitó" a María, puesto que podría haber hecho Dios en su omnipotencia de otras maneras, entonces pobre del fiel que crea que puede pasar de María, prescindir de Nuestra Madre.
O hablar de esa falsa dicotomía de si se es más de Cristo o más de María. A Dios por Cristo y a Cristo por María.
Generalmente, los herejes sienten gran aversión a María Santísima. Yo no sé qué les dirán en sus ritos paganos, porque donde se la nombra a María, un hereje cismático se espanta. Conocido es que el demonio le teme a la Virgen Santísima, porque al no tener mácula del pecado, el Maligno no puede ejercer influencia en ella.
Muchas gracias Padre por su blog Reforma o apostasía, fuente de gran formación muy necesaria y sana lectura. Bendiciones
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JMI.-Perfecto el primer párrafo. Y el segundo: Los exorcistas confirman con base de experiencia cierta que los demonios tienen horror a la Virgen María. Horror espantoso.
Bendición +
01/12/20 12:48 PM
  
JSP
Excelentes artículos padre José María.

1. El misterio de la Virgen Inmaculada María es garantía de la plenitud y de la eficacia de todo el misterio de Cristo.
2. La Espiritualidad católica en la predestinación de la Encarnación absoluta del Hijo de Dios y la Inmaculada Concepción influye en todo el género humano.
3. Dios es nuestro Sumo Bien y de su Bondad procede todo bien y cada bien en cada uno de nosotros.
4. El deseo de Dios es venir a inhabitar en su criatura racional.
5. Dios se ha revelado como Luz y Amor, porque el hombre adámico necesitaba ser iluminado para poder conocer y ser inflamado del fuego del amor para poder amar.
6. Así, pues, Cristo vivo en el seno del Padre por medio del Espíritu Santo vino a habitar en el seno de María, la llena de Gracia, llena de Luz y Espíritu de Dios; por Cristo fueron creadas todas las cosas; Cristo es el camino que debemos seguir porque Él se nos dona, nace por nosotros y muere por nosotros; para quienes siguen este Camino está la promesa de que reposará en ellos el Espíritu del Señor, el Señor hará su morada y serán hijos del Padre celestial; y serán esposos, hermanos y madres de Nuestro Señor Jesucristo.
7. María es el modelo de inhabitación de Dios en el género humano y en la Historia, por lo que debemos perseverar en Ella hasta el fin. Pues estamos llamados a participar de la "divina maternidad", lugar que habita Dios. María siendo predestinada a ser la Madre de Dios, del Dios hecho hombre, centro y fin de la Creación, Ella, primera de todas las criaturas, fue prevista con Cristo antes de la Creación. Así, quien ama con orden, ama primero aquéllo que es más cercano al fin. Por tanto, la más cercana al fin, a Cristo, no es otra sino Su Madre. Y ese orden de amor es el de su Hijo que en nosotros se va dando siendo cristóforos.
01/12/20 7:43 PM
  
Feri del Carpio Marek
Qué gozo leer este artículo, padre. Con las buenas meditaciones de la Virgen siento como si, por así decirlo, la estaría volviendo a recibir en mi casa (Jn 19,27; Mt 1,24) para ser nuevamente deleitado con su presencia celestial, paradisíaca, beber de los susurros de su Inmaculado Corazón melodías de fe, esperanza y caridad que consiguen agrietar un poco más mi corazón de piedra.

Y es que ella es la Esposa del Espíritu Santo, pues así como la Sagrada Escritura llama a San José padre de Jesús, este lo es solo ante los hombres, pues el padre de Jesús es el Padre Eterno, quien genera al Verbo Eterno, así también le llama esposo de María, pero lo es ante los hombres, pues el esposo de María es el Espíritu Santo, quien cubre a María para engendrar en ella al Hijo de Dios hecho hombre. Por eso, así como quien ir al Padre, verle y conocerle, debe hacerlo por Jesús (Jn 14,6-9), quien quiere recibir al Espíritu Santo, verle y conocerle, debe hacerlo por María, pues la Tercera Persona de la Trinidad, al desposar a la Virgen, se hizo, en cierto sentido, una sola carne con ella (Mt 19,6), de manera que la Virgen es la imagen del Espíritu Santo invisible (Col 1,15). En este desposorio, me parece, se funda la maternidad de María en el orden de la gracia, por quien nos llegan todas las gracias obtenidas por Cristo, de ahí que autores medievales llamen a María el "cuello del Cuerpo Místico de Cristo", por ella fluye al resto del cuerpo todo lo que mana de la cabeza.

Me produce gozo leer un versículo de la Carta a los Romanos, donde dice, sin más, «Saluden a María, que tanto ha trabajado por ustedes» (Rm 16,6). El texto no dice qué María, y veo en él como una mención escondida a la que más trabaja por nosotros, la Virgen María, como si al Espíritu Santo no le gustase hablar mucho de su Esposa, prefiriendo dejar escondido bajo un velo lo que la Escritura dice sobre ella para revelárnoslas en la intimidad con Él y con sus profetas.

Con ocasión de la reciente fiesta de nuestra Señora de las Gracias (Virgen de la Medalla Milagrosa), Mons. Munilla dijo algo muy bello:
«Todos los milagros que Dios ha hecho a través de su Madre, son menos milagrosos que el milagro de Ella misma.»
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JMI.- El Señor hizo-hace en Ella maravillas, porque es Santo. Y nosotros estamos orgullosos de nuestra bendita Madre virginal, Reina de las Vírgenes y de las Madres. Bendición +
01/12/20 10:44 PM
  
Antonio
Gracias Padre por enseñarnos. Alguna ocasión tuve de escucharlo en Burgos. Ahora desde México tengo el gran gusto de leerle.
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JMI.-Gracias por tu gratitud.
Llevo a México en el corazón.
Abrazo y bendición +
02/12/20 2:32 AM
  
Maria del Carmen
Oh inmensa muchedumbre , qué no se puede contar ; eres tan numerosa como la arena del mar.
¡ Bendita promesa de Yave a Abraham !

Celestial Princesa que en el Cielo estás ; vestida del sol , la luna por pedestal.

Eres la Esposa de Dios , Fiel y Leal ; qué supiste decir " Si " , a la llamada Celestial.

Olvidaste tu pueblo y la casa paternal ; el Dios de Israel , de Ti prensado está.

Llevas bajo tus pies a la descendencia de Ismael ; hijo de Agar y Abraham. Luz que de noche ilumina tu pedestal.

Por corona doce estrellas que brillan como el cristal ; son las Doce Tribus del Israel Celestial.

Cuidado Mujer Preciosa ; en el Cielo , sola no estás. A tu lado hay un dragón ; qué es el diablo y Satanás. Siete cabezas tiene, listas para devorar ; al" hijo varón " de tus entrañas , qué a Luz vas a dar.

Aunque el dolor te atormenta ; muy segura estás. El dragón no te asusta ; Dios contigo está. El fruto de tu vientre ; Yave lo arrebatara. Será Fuerte y Poderoso ; cómo el " León de Juda. Con sus garras poderosas , al dragón vencera. Y Tu por siempre serás dichosa ; Jerusalén Celestial.

Inspirado en Apocalipsis :12..

La Santa Madre Iglesia es la Esposa del
" Anciano de Dias " : Dios Todopoderoso ; figura de la Santísima Virgen María Inmaculada.
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JMI.- Amén
02/12/20 11:34 AM
  
Feri del Carpio Marek
Quedó algo más que quería comentar pero se me olvidó, y el comentario ya estaba llegando a los límites razonables de extensión. El artículo habla sobre andar a María como Jesús --Dios-- la amó, y ama. No menos importante es también lo contrario: amar a Jesús como María lo amó y lo ama, si bien el artículo habla de imitar a María en general, pienso que vale la pena destacar este aspecto particular de su imitación. A este respecto, y en este tiempo de Adviento, me vienen a la memoria las bellas canciones de cuna que San Efrén el sirio coloca con maestría, o más bien con divina inspiración, en los dulces labios de María, que se los canta al niño Dios que sostiene en brazos.
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JMI.-Sí, María amaba-ama a Jesús como lo manda el primer mandamiento:
con toda su alma su corazón y sus fuerzas. Es Dios y es nuestro Salvador.
02/12/20 12:11 PM
  
Lucía Victoria
Gracias por el añadido, Feri del Carpio, porque yo me quedé con las ganas de decir lo mismo.
Merece la pena detenerse a contemplar también el amor de María hacia su Hijo; como la madre más amorosa y más entregada, qué duda cabe, pero también con toda esa potencia, esa fuerza y esa plenitud sobrenatural del amor de Dios, que moraba en Ella, a través de su Santo Espíritu. ¿Quién mejor, pues, que una madre para enseñarnos a conocer y amar al hijo de sus entrañas? Con razón asegura san Luis Mª Grignion de Montfort que María es el camino más fácil, rápido, corto y seguro para llegar (unirse) a Jesús.
Y creo, desde su posición discreta y subordinada, que ese camino se compendia admirablemente en el único mandamiento que Ella nos dejó: "Haced lo que Él os diga" (Jn. 2-5).
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JMI.-Amén
02/12/20 2:51 PM
  
Liliana
Creo que la causa de la tristeza de María fue y es el abandono y el atropello que sufre la humanida. De corazón porvel Mesias.
El sí de María marcó un antes y un despues (llamada las bienavevturanzas ) de Jesús.
El sí de nuestra Madre fue sacrificante exteriormente, de grandeza interiormente y gozoso al ver a su hijo resucitado.
Así lo quiso Dios Padre que de una mujer terrenal naciera su Hijo.
Todos los honores para la inmaculada y toda adoración para Dios, desde la Gloria Celestial reinan en la tierra, a través de la Palabra y su Iglesia. Si la Santisima Virgen está presente en nosotros Ella atraerá al amor mutuo con Jesús y entre todos.
Padre José Maria Iraburu, gracias por hacer crecer nuestra espiritualidad.
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JMI.-Gracias por su gratitud. Pero como bien sabe
"es Dios quien da el crecimiento" (1Cor 3,7).
Bendición + )
03/12/20 3:20 PM
  
Miguel Ángel Irigaray
Gran artículo, que me ha dado varias ideas, en las que no había caído concretamente. La primera, que el culto que los protestantes niegan a María, sin embargo está en la misma Biblia, profetizado por la Virgen: "Me llamarán Bienaventurada"; si el propio arcángel la alaba («Llena-de-gracia», le saludó el arcángel Gabriel (Lc 1,28)", entonces, ¿por qué razón no íbamos a alabarla los hombres, que somos menos que los ángeles? ¿Por qué razón no íbamos a tener con Ella gestos de admiración suprema, gozo y gratitud?; si hemos de tener los mismos sentimientos de Jesús, hemos de cantar con Él a su madre; el culto y alabanza a María es el del Cuerpo Mïstico de Cristo y por eso es tanto el canto de Su propio Hijo (en la Iglesia) como el de cada uno de los miembros de ese Cuerpo Mïstico que es la Iglesia... Gracias, P. Iraburu.
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JMI.- Gracias, Miguel Ángel.
Bendición +
04/12/20 11:07 AM

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