(475) Evangelización de América –18. Alvar Núñez Cabeza de Vaca

Alvar Núñez Cabeza de Vaca

–Parece que fue una buena persona.

–Se le ve buen cristiano, con amor a los indios. Y cuando narra grandes proezas, lo hace con toda naturalidad, sin alarde alguno.

 

–Alvar Núñez Cabeza de Vaca (1490-1558)

Este sevillano (Jerez 1490-Sevilla 1558) se fue a las Indias en  la expedición de Pánfilo de Narváez (1527).  Llegados a Tampa, en Flo­rida, bajó Alvar con un grupo a tierra, y al volver a la costa hallaron que se habían ido las naves. Ahí comenzó una odisea increíble, que duró ocho años entre los indios. Como pudieron, constru­yeron unas embarca­ciones y llegaron por el Golfo de México hasta la Isla del Mal Hado, hoy Galveston (Texas), debajo de Houston, donde fueron apresados por los indios. Alvar y tres compañeros supervivientes escapa­ron, y a pie, completamente perdidos durante ocho años entre únicamente indios de distintas tribus (1528-1536), caminaron del este al oeste de América del Norte, desde Galveston hasta Culiacán (Sinaloa), al ex­tremo este de México, debajo de Sonora y Chihuahua, buscando siempre reintegrarse con los españoles.

Todo esto lo na­rra él mismo en sus Naufragios y Relación de la jornada de la Florida, que publicó en 1542. Aún le pedía el cuerpo más aven­tura, y fue nombrado Adelantado del Río de la Plata, en Asunción, donde fue gobernador con no pocas vicisitudes que narra en Comen­tarios, y a las que en seguida aludo.

 

–Ocho años perdido entre los indios

Las mil aventuras pasadas por Alvar durante esos ocho años no podrán ser imaginadas por el lector, ni descritas por mí aquí y ahora. Recorrieron, sin saber por dónde iban, la mitad inferior de América del Norte, siempre a pie, por territorios habitados por tribus a veces hostiles, a los que no había llegado aún la presencia de españoles; sin medios, ni mapas, ni lenguaje, ni alimentos, unas veces como esclavos, curanderos, comerciantes, otras como fugados, chamanes cristianos o del modo más conveniente para sobrevivir –ochos años en esas circunstancias dan como para ser muchas cosas–, hasta que encontraron una expedición de españoles cerca de Culiacán, capital del actual estado de Sinaloa. Refiero solamente, a modo de ejemplo, una de sus aventuras, porque en ella se expresa la profunda religiosidad cristiana de Alvar Núñez.

En la isla del Mal Hado, estando Alvar y sus compañeros presos de los indios, éstos, esperando que habría algún poder extraño en aquellos blancos barbudos, les llevaban enfermos para que los cu­rasen, y ellos, jugándose la vida, intentaban el milagro:

Uno de ellos, Castillo «los santiguó y encomendó a Dios nuestro Se­ñor, y todos le suplicamos con la mejor manera que podíamos les enviase salud, pues él veía que no había otro remedio para que aquella gente nos ayudase y saliésemos de tan miserable vida. Y El lo hizo tan miseri­cordiosamente que, venida la mañana, todos amanecieron tan buenos y sanos, y se fueron tan recios como si nunca hubieran tenido mal ninguno. Esto causó entre ellos muy gran admiración, y a nosotros despertó que diésemos muchas gracias a nuestro Señor, a que más enteramente cono­ciésemos su bondad y tuviésemos firme esperanza que nos había de li­brar y traer donde le pudiésemos servir»…  «Él lo hizo».  

«Por toda esta tierra, cuenta Alvar, anduvimos desnudos, y como no estábamos acostumbrados a ello, a manera de serpientes mudábamos los cueros dos veces al año… Nos corría por muchas partes la sangre, de las espinas y matas con que topábamos… No tenía, cuando en estos trabajos me veía, otro remedio ni consuelo sino pensar en la pasión de nuestro redentor Jesucristo y en la sangre que por mí derramó, y considerar cuánto más sería el tormento que de las espinas él padeció que no aquel que yo entonces sufría» (Naufragios cp. 22).


Ruta Alvar Núñez Cabeza de Vaca

–Cristianos y misioneros

Estos hombres, buenos o malos, malos y buenos, eran cris­tianos y misione­ros, pues tenían una firmeza absoluta en su fe. Y así, por ejemplo, descubridores y conquistadores, donde quiera que llega­ban, atacaban la antropofagia, que estaba di­fundida, en unos sitios más, en otros menos, por casi todas las Indias. Desde el principio, partían de un planteamiento netamente cris­tiano, y no de una ética mera­mente natural, y enseñaban que la ofensa al hombre era aborrecible sobre todo porque era ofensa a su Creador divino. Así, por ejemplo, siendo Ca­beza de Vaca, años después, gobernador del Paraguay, llega­ron a él muchas quejas,

y él «mandó juntar todos los indios naturales, vasallos de Su Majes­tad; y así juntos, delante y en presencia de los religiosos y clérigos, les hizo su parlamento diciéndoles cómo Su Majestad lo había en­viado a los fa­vorecer y dar a entender cómo habían de venir en co­nocimiento de Dios y ser cristianos, por la doctrina y el enseña­miento de los religiosos y clérigos que para ello eran venidos, como ministros de Dios, y para que estuviesen debajo de la obediencia de Su Majestad, y fuesen sus vasa­llos, y que de esta manera se­rían mejor tratados y favorecidos que hasta allí lo habían sido. Y allende de esto, les fue dicho y amonestado que se apartasen de comer carne humana, por el grave pecado y ofensa que en ello ha­cían a Dios, y los religiosos y clérigos se lo dijeron y amonestaron; y para les dar contentamiento, les dio y repartió muchos rescates, camisas, ropas, bonetes y otras cosas, con que se alegraron» (Comentarios cp.16).

La lucha contra los ídolos era también uno de los primeros objeti­vos de los conquistadores, y así, por ejemplo, lo consideró Cabeza de Vaca cuando fue gobernador en Río de la Plata:   

«Según informaron al Gobernador, adelante la tierra adentro tienen los indios ídolos de oro y de plata, y procuró con buenas palabras apar­tarlos de la idolatría, diciéndoles que los quemasen y quitasen de sí, y creyesen en Dios verdadero, que era el que había criado el Cielo y la Tierra, y a los hombres, y a la mar, y a los peces, y a las otras cosas, y que lo que ellos adoraban era el diablo, que los traía engañados». Pide Alvar que «quemen» los ídolos de oro, no que los «entreguen», como hubieran hecho otros, uniendo apostolado y enriquecimiento. Esta primera evangelización elemental de los conquis­tadores, al venir pro­puesta por el gran jefe de los blancos, con fre­cuencia impresionaba sin­ceramente a los indios. «Y así, quemaron muchos de ellos, aunque los principales de los indios andaban atemorizados, diciendo que los mataría el Diablo, que se mostraba muy enojado… Y luego que se hizo la iglesia y se dijo misa, el Dia­blo huyó de allí, y los indios andaban asegurados, sin temor» (Comentarios 54).

 

–Más apostolado que armas

Muchas crónicas primeras de las Indias nos muestran que los conquistadores obraron con frecuencia como exorcistas de los pueblos indios, liberándolos del Demonio y de sus servidumbres ido­látricas. Y también que no pocos de los conquistadores pro­curaban ganarse a los in­dios por la amistad y la alianza, antes que por las armas.

Así pro­cedía también Alvar Núñez. Una vez, por ejemplo, su­biendo por el río Iguatú, hizo asiento con su expedición en un lugar determinado, y en se­guida mandó hacer una iglesia, celebrar la misa y los oficios, y alzar «una cruz de madera grande, la cual mandó hincar junto a la ribera». Reunió luego a los españoles y guaraníes amigos, que acompañaban la expedición, dándoles orden se­vera de que respetasen a los indios pacíficos de aquel lugar, y mandándoles que

«no hiciesen daño ni fuerza ni otro mal ninguno a los indios y na­tu­ra­les de aquel puerto, pues eran amigos y vasallos de Su Ma­jestad, y les mandó y defendió [prohibió] no fuesen a sus pueblos y casas, porque la cosa que los indios más sienten y aborrecen y por que se alteran es por ver que los indios y cristianos van a sus ca­sas, y les revuelven y to­man las cosillas que tienen en ellas; y que si trajesen y rescatasen con ellos, les pagasen lo que trujesen y tomasen de sus rescates; y si otra cosa hiciesen, serían castigados» (­Com. 53).

Al parecer, el hecho de que gobernadores, como Cabeza de Vaca, hicieran abierto apostolado misionero en sus expedi­ciones de descubrimiento y conquista fue relativamente fre­cuente en las In­dias. Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), por ejemplo, cuenta del gober­nador Pedro de Heredia, fundador de Cartagena de Indias (1533), que

«por las mejores palabras que podía les daba a entender [a los in­dios] la verdad de nuestra fe, y les amonestó que no creyesen en nada de aquello, y que fuesen cristianos y creyesen en Dios trino e uno, y Todopoderoso, y que se salvarían e irían a la gloria celestial. Y con estas y otras muchas y buenas amonestaciones se ocupaba muchas veces este gobernador para enseñar a los indios y los traer a conocer a Dios y convertirlos a su santa Iglesia y fe cató­lica» (Historia General XVII,28).

 

–Final en Sevilla

En 1537 Alvear regresó a España, y en 1940 Carlos I lo nombró Capitán general, Gobernador y Adelantado en el territorio del Río de la Plata. Partieron de Cádiz tres navíos y unos cuatrocientos hombres, y hallaron que Santa María del Buen Aire había sido abandonada por los españoles, y que la capital había pasado a Asunción. En su marcha hacia la nueva capital descubrió las cataratas del Iguazú, que llamó Salto de Santa María (1942).

En Asunción encontró desde el principio la resistencia de los que apoyaban al guipuzcoano Domingo Martínez de Irala (1509-1556), anterior gobernador del Río de la Plata. La Corona había perdido el control de Asunción, capital del virreinato. Había indios esclavizados y maltratados, se toleraba a los españoles que vivían la poligamia con las indias, y la anarquía ignoraba las Leyes de Indias, especialmente aquellas que más favorecían el trato con los indios. Alvar Núñez quiso imponer la autoridad de la Corona y de las Leyes. Pero las tensiones fomentadas por Irala estallaron por fin en 1544, estando Alvar enfermo de malaria. Se produjo una sublevación, en la que fue acusado de autoritarismo y de abuso de  severidad en su gobierno, y sobre todo de dar a los indios un trato excesivo de preferencia.

Deportado a España en 1545, el Consejo de Indias, mal informado, lo exiló a Orán, Argelia, pena que quizá no llegó a cumplir, porque recurrió la sentencia. No hay datos documentales ciertos de sus últimos años, aunque hay indicios de que se retiró a un monasterio. Murió en Sevilla (1559), y su sepulcro está en la iglesia de un convento de Valladolid.

Requiescat in pace.

José María Iraburu, sacerdote

 

Índice de Reforma o apostasía

Bibliografía de la serie Evangelización de América

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