(168) De Cristo o del mundo -X. Caminos de perfección en el N. T.

–A ver qué nos dice hoy, jefe.

–Le veo a usted de muy buen ánimo. Bendigamos al Señor.

Los dos artículos anteriores nos muestran cómo Cristo y los Apóstolesestablecen caminos para la perfecta vida evangélica, y cómo lo hacen en referencia 1.-a los pastores, 2.-a los laicos en general, y 3.-a los re­nunciantes, es decir, a aquéllos que, por especial don de Dios, renuncian a poseer bienes de este mundo.La vida de estos que renuncian al mundo se configura de un modo más claro en el siglo IV, cuando cesan las persecuciones, como lo veremos más adelante.

Dos vocaciones fundamentales: pastores y laicos. La Iglesia tiene aquella forma que Cristo quiso darle li­bremente, por su propia voluntad. Y en el Evangelio consta con evidencia esta voluntad, que se ex­plica también en los Hechos, en las Cartas apostólicas y en general en toda la historia de la Iglesia. Notemos aquí, sin embargo, que la en­señanza de Cristo y de los Apóstoles acentúa mucho más la espiritualidad común de todos los cristianos, que las eventuales espirituali­dades específicas de las distintas vocaciones.

La vocación pastoral apa­rece claramente configurada en el Evange­lio, y se presenta como un camino especialmente favora­ble para la perfección. Los Apóstoles, en efecto, son elegidos-llamados-consagra­dos-enviados por Cristo para vivir con él como ín­timos compañeros y asiduos co-laboradores «llamó a los que Él quiso, para que le acompañaran y para enviarlos a predicar» (Mc 3,13-14). Ellos, dejándolo todo, se dedicarán a predicar el Reino a las naciones, reu­niendo así un pueblo para Dios (Mt 28,18-20). Estos apóstoles, especialmente llamados por Cristo, inician un género nuevo de vida, el de la vita aposto­lica, que será matriz en la Iglesia de los diversos caminos de perfección.

Por otra parte, el mi­nisterio pastoral aparece desde el principio sellado en forma sacra­mental por la impo­sición de manos (1Tim 3,9; 4,14; 6,20; 2Tim 1,14; Tit 1,7.9). Quienes desempeñan este ministerio deben vivir con especial san­tidad y dedicación al Señor y a las cosas de Dios. San Pablo se extiende sobre esto en sus maravillosas cartas pastorales, escritas poco antes de morir por Cristo.

Dicho sea de paso, en las comunidades cristianas primeras los Apóstoles constituyen la base, el fundamento (Ef 2,20; Ap 21,14). En este sentido, la base enla Iglesia no son los laicos, el pueblo cristiano, como ahora se dice en algunos, sino los Apóstoles y sus sucesores. «La Iglesia de base» son los Apóstoles. No conviene torcer e invertir el lenguaje cristiano, sobre todo cuando es de origen apostólico.

La vocación de los fieles laicos, como ya hemos podido comprobar (166-167), aparece también con­figurada por Cristo y los Apóstoles con un altísimo impulso idealista de perfección.

Dentro de la vocación laical se señalan ciertos ca­rismas o estados concretos. El matrimonio es consi­derado como un camino santo y santificante (Ef 5,32), al que se une la dedicación, también santificante,del trabajo secu­lar (2Tes 3,10-13). Por otra parte, hay algunos en el pueblo cristiano que han recibido carismas y dones espe­ciales del Espíritu Santo en favor de la comunidad (Rm 12,6-8; 1Cor 12,7-11), y que en su ejercicio concreto deben suje­tarse al discernimiento de los pastores (1Cor 14; 1Tes 5,19). Entre los carismas y ministerios es principal el de misionero, proclamador del Evangelio o cate­quista. No siempre quien ejercita este carisma es apóstol ni ministro de la co­munidad, como se ve, por ejemplo, en el caso del matrimonio Aquila-Priscila (Hch 18,2-26; 1Cor 16,19; Rm 16,3ss; 2Tim 4,19). El martirio, en fin, que tantos laicos habrán de padecer, es un don más o menos frecuente, pero que per­tenece a toda vocación cristiana como elemento permanente, y por él se manifiesta hasta el extremo la fidelidad de la Iglesia, como Esposa del Crucificado. En efecto, «todos los que aspiran a vivir religiosamente en Cristo Jesús sufri­rán persecuciones» (2Tim 3,12). Los que no aspiran, no. Llegan a un arreglo con el mundo.

Los pastores son «modelos» para los fieles laicos. Éste es un punto que también conviene destacar. Los Apóstoles entienden que el Evangelio se realiza plena­mente en ellos, de modo que los fieles laicos, para mejor imitar a Jesucristo, deben imitarles a ellos, traduciendo su vida, evidente­mente, a la propia condición laical.

San Pedro entiende que el pastor sirve de «ejemplo al rebaño» (tipos, pro­totipo; 1Pe 5,3). Y así lo entiende también San Pablo: «os exhorto a ser imitadores míos» (1Cor 4,16); «sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo» (11,1); «sed, hermanos, imitadores míos, y atended a los que andan según el modelo que en nosotros tenéis» (Flp 3,17; cf. 1Tes 1,6; 2Tes 3,7.9).

–Dos opciones fundamentales: tener o no tener. Junto a estas dos vocaciones específicas, pastoral y laical, y en cierta corresponden­cia con ellas, el Nuevo Testamento caracteriza también dos caminos principales, el de tener y el de no-tener. Aquí se inicia la doctrina de los preceptos y consejos, cuyo desarrollo examinaremos más adelante.

Tener como si no se tuviera. Es el ca­mino que corresponde normalmente a los laicos, cuya vo­cación se caracteriza por su inmersión en el mundo, mediante el matrimonio y el tra­bajo. Su espiritualidad peculiar viene bien expresada en aquel texto de San Pablo:

«Os digo, hermanos, que el tiempo es corto. Sólo queda, pues, que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no llorasen; los que se alegran, como si no se alegrasen; los que compran, como si no poseyesen; y los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen; porque pasa la apariencia de este mundo» (1Cor 7,29-32). El Após­tol afirma con eso que el cristiano que tiene esposa y bienes de este mundo ha de tenerlos de tal modo que encuentre en esas posesiones ayuda y estímulo para crecer en el amor a Dios y al prójimo, y no sean para él un lastre y obstáculo para la perfección evangélica y la plena santificación.

No-tener. Es el camino que correspon­derá a los religiosos y, en la Iglesia latina, tam­bién en buena medida a los sacerdotes, y que viene caracterizado por la pobreza y el celi­bato. El orden de las vírgenes crea ya en la época apostólica un estado de vida consagrada bien caracterizado, el mismo que en algunos varones abstinentes se vive desde el principio. Rasgos propios de este género de vida son la especial dedicación al Señor en oración, penitencia y servicios a la Iglesia. Y todo ello en una vida pobre y célibe. Me fijo en estos dos rasgos: si «al principio» es llamado el hombre al matrimonio y al trabajo –«creced, multiplicáos; y dominad la tierra» (Gen 1,28)–, ahora el nuevo Adán abre una nueva vocación, llamando al celibato y a la pobreza, dejarlo todo, familia y trabajos seculares, para seguirle, uniéndose más a su persona y a su obra.

Pobreza. En la llamada de Jesús al joven rico: «si quieres ser perfecto, véndelo todo y sígueme» (Mt 19,16-30), se ve que Cristo aconseja a algunos, para que estén más unidos a él como compañeros y colaboradores (Mc 3,14), y para que así tiendan más fácilmente a la perfección de la caridad, que se despren­dan de todos los bienes, con todo lo que ello implica de ruptura con el mundo y des-condicionamiento de la vida secu­lar. Se abre, pues, ahí un camino nuevo para el perfeccio­namiento espiritual, un camino netamente evangélico, que el Antiguo Tes­tamento no había conocido. Notemos que el joven rico rechaza la vocación apostólica del no-tener que recibe de Cristo: la rechaza «porque tenía muchos bienes» (Mt 19,22), es decir, porque tenía mucho amor de mundo secular; y «se va triste», porque ha rechazado el don especial que Cristo quería comunicarle. De modo semejante Demas, el compañero de San Pablo (Col 4,14), abandona la vocación apostólica que había recibido al no-tener y seguir al Señor; es decir, la abandona y se seculariza –nunca mejor dicho– «por amor de este siglo» (2Tim 4,9). Estos dos casos que cito nos muestran que el amor desordenado al mundo secular hace imposible tanto aceptar la voca­ción apostólica, como perseverar en ella.

Celibato. La virginidad y el celibato son también un camino nuevo, abierto por el mismo Cristo, una forma de vida santa que se inicia a la luz del Evangelio. El celibato-virginidad es también una forma de pobreza, y de una pobreza referida a dones muy altos, esposo, esposa, hijos, hogar propio (Mt 19,10-12; 1Cor 7,1ss), es decir, a unos bienes mucho más preciosos que los bienes materiales exteriores, renunciados por la pobreza.

Es mejor no-tener que tener. La Revelación evangélica presenta la pobreza y la virgini­dad como estados de vida de suyo mejores para procurar la perfección de la caridad; es de­cir, como medios especialmente favora­bles para el crecimiento en la caridad.En varios lugares del Nuevo Testamento se señalan los peligros del tener. Y esto no porque las criaturas sean ma­las, ni porque el poseerlas sea malo, sino por la debilidad del hombre carnal, que fácilmente se apega desordenadamente a sus posesiones, limitando así su entrega a Dios y a los hermanos. La santidad, en definitiva, es algo fundamentalmente interior, que no va nece­sariamente vinculada a determinados estados de vida. Y si con el poder del Espíritu de Cristo es po­sible el milagro del no-tener, es también po­sible el milagro del tener como si no se tu­viera.


Posesión de bienes. Más arriba recordamos ya los peligros peculiares de las riquezas, que son como espinas que, con los placeres y preocupaciones del mundo, pueden ahogar en la persona la semilla del Reino (Mt 13,22), atando su corazón a las cosas seculares –campos, yuntas o esposa–, que de suyo son ciertamente buenas (Lc 14,15-24). Por eso algunos cristianos, y concretamente aquéllos que son llamados al servicio apostólico del Señor y de la Iglesia, deben «huir de estas cosas» (1Tim 6,9-11), pues «el que milita [al servicio de Cristo], para com­placer al que le alistó como soldado, no se embaraza con los negocios de la vida» (2Tim 2,4).

Matrimonio. «Yo os querría libres de cuidados» (1Cor 7,32). San Pablo enseña –más que ningún otro Apóstol– que el matrimonio es algo muy bueno y santo (Ef 5,22-33); pero él mismo es quien enseña que la virginidad es aún mejor. Tener es bueno, y no-tener es aún mejor. Hace bien el que se casa, y mejor el que se mantiene célibe. Es cierto que sobre este asunto no hay precepto del Se­ñor, y por eso el Apóstol da su enseñanza como consejo. «Es bueno para el hom­bre abstenerse de mujer», y li­brarse así de «las tribulaciones de la carne», evitando «las preo­cupaciones del mundo y de cómo agradar a la mujer». De este modo conseguirá no «estar dividido», y logrará más fácilmente la propia entrega íntegra al servicio del Señor (1Cor 7,1-34).

«Cada uno permanezca según el Señor le dió y le llamó» (1Cor 7,17). En todo caso –y esto es muy importante–, cada uno debe vivir según el don y la vo­cación concreta que el Señor le dio, perseverando en ella (1Cor 7,7.24; cf. Rm 11,29). Nadie debe seguir una determinada vocación cristiana porque sea más perfecta en sí misma, sino que debe seguir aquélla que Dios le da: ésa será para él la más santificante.

Resumen. Cristo y sus apóstoles predicaron a todos los fieles una altísima espiritualidad, y les propu­sieron un «Camino» (Hch 18,26; 19,9.23; 22,4; 24,14), «un Camino de salvación» (16,17), «el Camino del Señor» (18,25). Por tanto, todos «los seguidores del Camino» (9,2), cual­quiera que sea su vocación y estado, andan por camino de perfección, pues avanzan por el camino del Evangelio. Esta verdad siempre la ha conocido la Iglesia, aunque en su tradición verbal haya reservado, con fundamento in re, el término «caminos de perfección» a los institutos de vida religiosa y consagrada, que profesan los consejos evangélicos, renunciando al mundo.

Al mostrar la condición transitoria y pecadora del mundo presente, Jesús y los Doce enseñan que todos han de tender a la perfección o bien teniendo como si no tuvieran, que es el ca­mino normal de los laicos, o bien no-te­niendo, que es el camino de apóstoles, as­cetas y vír­genes. Esta vía, la del renunciamiento al mundo, es la seguida personalmente por Cristo, la misma que él con­cedió a los Apóstoles, y que éstos aceptaron, pues «dejándolo todo, le siguieron».

Por eso, los que tienen han de imitar la vida de los que no tienen, si de verdad han de tener como si no tuvieran. Los que tienen bienes de este mundo han de aprender a tenerlos mirando a los que por amor de Dios y del prójimo se han desprendido de todos ellos y profesan la pobreza evangélica. Igualmente, los matrimonios cristianos vivirán santamente su altísima vocación si imitan espiritualmente la unión con Cristo Esposo, que vírgenes y célibes viven en plenitud.

El Evangelio y los escritos apostólicos enseñan que el hombre ha de decidir ser de Cristo o del mundo. La adhesión simultánea a Cristo y al mundo secular es imposible. Por eso el planteamiento tradicional del Bautismo produce al mismo tiempo en forma sacramental una syntaxis de unión a Cristo y una apotaxis o ruptura respecto al mundo y al Demonio.

El evangelio de San Juan lo afirma con especial fuerza.El «Salvador del mundo» (Jn 4,42) se refiere a los cristianos como «los hombres que tú [Padre] me has dado, tomándolos del mundo» (17,6). Por tanto, los cristianos «no son del mundo, como Yo no soy del mundo» (17,14.16). El mundo amaría a los cristianos si los considerase suyos; pero como ve que Cristo les ha sacado del mundo, por eso los odia, como le odia a Él (15,19). Cristo no ha retirado a los suyos físicamente del mundo (17,15), pero los ha sacado de él espiritualmente, y así han «vencido al mundo» (1Jn 4,4; 5,4), participando por la gracia de la victoria del Salvador: «yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Tengamos, pues, los cristianos paz y gran confianza, pues como nos dice San Juan, «mayor es el que está en vosotros que quien está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan el lenguaje del mundo y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha; el que no es de Dios no nos escucha. Por aquí conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error» (1Jn 4,4-6).

También los otros Apóstoles, además de Juan, enseñan esta misma alternativa decisiva, ser de Cristo o ser del mundo. Para San Pablo los cristianos pueden definirse como «los que son de Cristo» (Gál 5,24; cf. 3,29; 1Cor 1,12; 3,23; 15,23; 2Cor 10,7; también Mc 9,41; o expresiones equivalentes: 1Cor 4,1; 6,15; 7,22; Ef 5,5; Heb 3,14). Éstos, los que son de Cristo, vivieron antes como «esclavos del mundo» (Gál 4,3; Col 2,8), «siguiendo el proceder del mundo» (Ef 2,2), cegados por «el dios de este mundo» (2Cor 4,4), el diablo, «seductor del mundo entero» (Apoc 12,9), el que domina «este mundo tenebroso» (Ef 6,12). Pero ahora, «liberados de la impureza del mundo» (2 Pe 2,20), se conservan «incontaminados del mundo» (Sant 1,27), y no quieren ser «amigos» y admiradores suyos, como lo eran antes, sino amigos y admiradores de Dios (4,4).

–Estas verdades evangélicas están silenciadas, más aún, contradichas en los últimos tiempos. Para ser bien entendidas en su idea y expresión requieren, sin duda, una interpretación continua de la Iglesia en la predicación y la catequesis. Siempre la han tenido, y aún así es posible que se den malentendidos. En todo caso, esos malentendidos son necesarios cuando se abandona este lenguaje bíblico y tradicional, y se viene a un lenguaje no ya distinto, sino justamente contrario. Es lo que hoy sucede con frecuencia.

Palabras como presencia en el mundo, o mejor aún, apertura al mundo, suscitan en la progresía cristiana es­tremecimientos de fervor… Por el contrario, ya recordé a Maritain, que denunciaba en tantos cristianos modernos «el arrodillamiento ante el mundo» (103). Gilbert K. Chesterton, en un artículo del The New Witness, escribía: «No necesitamos, como dicen los periódicos, una Iglesia que se mueva con los tiempos. Necesitamos una Iglesia que mueva al mundo. Necesitamos una Iglesia que lo aparte de muchas de las cosas hacia las que ahora se inclina» (cf. Luis Ignacio Seco, Chesterton, Palabra, Madrid 1997, 308).

La enseñanza de Cristo y de los Apóstoles, no solamente en su contenido doctrinal, sino en sus mismas palabras, es para todas las épocas en la Iglesia norma universal. Hemos de «guardar» la pala­bra de Cristo y de los Apóstoles como norma definitiva, siempre actual (Jn 14,23-24). Y hemos de «permanecer» así en la escucha de la enseñanza de los Apóstoles (Hch 2,42). Es una pretensión absurda, que en modo alguno debemos admitir y tolerar, el intento de «guardar» las palabras de la Revelación evangélica usando palabras contrarias a ellas.

Quedan, sin embargo, en todas estas enseñanzas del Evangelio cuestiones que necesi­tan una mayor iluminación. Según la promesa de Cristo, por obra del Espíritu Santo, esa iluminación progresiva se irá produciendo en la Iglesia al paso de los siglos: «el Espíritu de verdad os guiará hacia la verdad plena… Él os lo enseñará todo, y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho» (Jn 16,13; 14,26; cf. 15,26). Hemos de comprobarlo en los artículos que siguen.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

10 comentarios

  
Emiliana
Gracias Padre, que hermoso y grande es este tema y tan mal entendido por los hombres de hoy.

Esta frase: En este sentido, la base en la Iglesia no son los laicos, el pueblo cristiano, como ahora se dice en algunos, sino los Apóstoles y sus sucesores. «La Iglesia de base» son los Apóstoles. No conviene torcer e invertir el lenguaje cristiano, sobre todo cuando es de origen apostólico.

Esto lo confirma Sor Faustina en su diaria cuando dice:
"Oh sacerdotes, cirios encendidos que alumbran las almas, que su claridad no oscurezca jamás".

Y lo constatamos en estos tiempos, que cuando la Iglesia de base se apaga, osea no predica con la VERDAD, sino con teologias y filosofias mediocres, los laicos son cada vez más carne, lo estamos viviendo.

Precisamente el mensaje de la "Divina Misericordia", llama a que los religiosos, es decir la Iglesia Base, sean absolutamente fieles en el seguimiento de Cristo y no se dejen confundir por supuestas mal interpretaciones del CVII, que en definitiva son deseos de agradar al mundo y arrodillarse ante él.



02/02/12 2:34 PM
  
susi
Como usted bien dice, aunque hay algo mejor que lo simplemente bueno, lo mejor para cada uno es cumplir la voluntad de Dios para él.
02/02/12 5:06 PM
  
José Luis
Hay muchas cosas en el mundo, que en apariencia que no son tan malas, pero que esconde una trampa mortal, que si el alma se descuida, termina por perder la fe y la salvación de su alma, porque la tibieza no es un modo para santificarnos, sino para perdernos. La superficialidad o mediocridad nos aleja de Cristo; la inclinación del corazón por alguna u otra cosa mundana se antepone al Amor de Cristo, como aquellos juegos y entretenimientos mundanos..., que impiden el crecimiento de la fe, obstaculiza los tiempos para la oración del corazón, y en el caso de que ore, la oración será fría, tibia, superficial, apresurada, la mente de ese orante, irá de aquí para allá, como una excesiva atentión a las imaginaciones con relación a las cosas mundanas. Es un verdadero peligro para el alma.

Estas reflexiones doctrinales nos están alertando de volver nuestro corazón a Cristo, y meditar diariamente las Santas Escritutas en nuestro corazón.

No dejemos de leer y meditar todas estas reflexiones al mismo tiempo, que examinamos nuestro interior, el examen de conciencia, para ver que cosas todavía hay como lacras que nos impiden avanzar hacia Cristo.
02/02/12 7:20 PM
  
Raúl
Le está quedando una serie ciertamente faraónica, y cuasi enciclopédica diría yo, Padre Iraburu. No me extraña que tenga usted a su amigo, el de los comienzos de cada post, totalmente aturdido y plenamente recuperado para la causa de Cristo y su Iglesia. En cualquier caso, que sepa que me sigue pareciendo genial y sigo con todo el interés del mundo cada uno de los artículos que nos publica, con todas estas verdades, eternas e inmutables, pero tan silenciadas en los últimos tiempos.

Esperemos que continúe sin faltarle el favor de Dios para proseguir con esta admirable obra suya, y a ver si con un poco de suerte dentro de poco nos puede obsequiar con alguna recopilación más de esta serie en Gratis Date.

Que el Señor le bendiga.
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JMI.- Amén.
02/02/12 10:45 PM
  
María
Buenas tardes Padre.

En la década de los años 90, se inicia un movimiento hacia el calor de la vida hogareña y empiezan a imponerse nuevamente estilos de vida que realzan lo familiar e íntimo.
El hombre se cansó de los ambientes fríos y deshumanizados....de perderse en la masa, en lugares multitudinarios buscando descanso y diversión y vuelve al calor de la lumbre, a las veladas en casa, a valorar la intimidad...quizás este retorno a lo familiar...,se habia iniciado en la DÉCADA ANTERIOR...LOS 80 .
El hombre busca instintivamente un cobijo y techo tranquilo, donde poder descansar del ajetreo de la vida moderna, reponer fuerzas, relajarse, volver sobre Sí.......La patria chica que el hombre necesita para NO PERDER SU IDENTIDAD, y recuperar sus raíces, y encontrar el círculo del Amor, de confianza...Un Amor que no es sólo sentimiento....sino sobre todo.. Renuncia gustosa sin exigir compensaciones.De estas familias emanaron muchas Vocaciones,...Vocación al matrimonio, Vocación a la Vida Pastoral,Vocación misionera, Vocación profesional, Vocación Comunitaria,....
...Pero lo que nunca debería Salir....ES " Egoísmo"....se excluye del significado de Hogar, y Se Intuye como Gérmen de Ruptura y Pérdida de la Unidad y la Paz.
Tiene que ser Acogida Amorosa, donde cada Uno , es insustituible....."Ahí el niño , se desarrolla sin traumas " y es ahí, donde se prepara para la competitividad de la vida Adulta y PARA APORTAR VALORES A LA SOCIEDAD.

¿Y porqué digo todo esto?....pues muy sencillo....comparen hoy ,AÑO 2012...¿En qué se ha convertido la familia hoy?...pues todo lo contrario...... falta de diálogo, falta de verdadero Amor, rupturas, vacío, ausencia de Calor de Hogar, egoismo, materialismo, el Hogar se ha quedado" HELADO". ¿Qué puede salir de ahí?...

Pues una Familia, donde no se apreden a vivir las VIRTUDES CRISTIANAS....SINO QUE SE CONVIERTE , EN UNA ESCUELA DE "Egoísmo" , con las consiguientes consecuencias negativas para la Sociedad y el Hogar se convierte en una simple vivienda habitada por personas que se cuidan únicamente de SÍ mismas.

Saludos ,Y..... Pidamos a Dios que retornemos a aquellas deliciosas Décadas .



04/02/12 7:15 PM
  
Alejandro Holzmann
Siempre me he preguntado a qué se refiere san Pablo, en la práctica, cuando habla de las "tribulaciones de la carne" que tendrán lo casados.

Y, dado que la virginidad es mejor que el matrimonio, ¿se puede concluir entonces que a los llamados a la virginidad Dios los ha amado más que a los llamados al matrimonio -porque les concede un bien mayor-, y que si son fieles a su vocación, están destinados a alcanzar una mayor bienaventuranza eterna que los casados?
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JMI.-No, no creo que se pueda concluir eso. Es cierto que siempre se ha entendido que la llamada a la virginidad expresa un especial amor de Cristo. Pero llamando Cristo a una persona al matrimonio, puede llamarle al mismo tiempo a unas altísimas misiones de cruz, de contemplación, de santidad. Vea Ud. en este mismo blog (152) un resúmen de la vida de Concepción Cabrera de Armida. No "toda la vocación" de una persona está cifrada solamente en condiciones de virginidad o de matrimonio.
05/02/12 4:15 PM
  
Ma.lourdes e.
Creo que los laicos, no hemos entendido bien nuestro papel, dentro de la Iglesia:)
05/02/12 4:40 PM
  
Ricardo de Argentina
María, muy acertado es tu diagnóstico.
Se ha destruido la familia y con sus despojos se ha construido la Sociedad de Consumo.
Se ha arrancado el Amor del corazón del hombre y se lo ha reemplazado por la Codicia y el bruto Placer.
Y la Iglesia ha sido impotente para evitar esto, que ha sucedido en países de larguísima tradición cristiana.
Muy posiblemente por culpa de quienes indignamente la integramos.
Por lo que se impone con urgencia una decidida y completa conversión.
Es como el Padre bien lo dice : Reforma o Apostasía.
05/02/12 10:33 PM
  
Gonzalo María Mazarrasa Martín-Artajo
Muy bien, don José María. El asunto no es menor, ni mucho menos. Al demonio no le importa que desobedezcamos a la Iglesia "por la derecha o por la izquierda", por aplicar terminología política. Lo que quiere es que la desobedezcamos y rompamos la unidad querida por Cristo mismo. Pidamos la gracia de ser fieles a la Santa Madre Iglesia y que lo que a nosotros nos parezca negro, creer que es blanco si así nos lo enseña Ella, es decir, creer que estamos equivocados nosotros y no la Iglesia, como nos enseña san Ignacio de Loyola.
Que siga Ud. haciendo bien.
10/02/12 1:54 PM
  
Gonzalo María Mazarrasa Martín-Artajo
Perdón. Me acabo de dar cuenta que he escrito un comentario al texto sobre los lefrevistas en un artículo anterior. Lo que digo se refiere al artículo sobre los lefrevistas.
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JMI.-Gracias, Gonzalo.
10/02/12 5:59 PM

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