Philip Trower, La Iglesia Católica y la Contra-fe -4

La Iglesia Católica y la Contra-fe: Un estudio de las raíces del secularismo moderno, el relativismo y la descristianización

Por Philip Trower

Contenidos

Parte 1. La civilización occidental en los siglos XX y XXI: creencias centrales

Capítulo 1 - Por favor use la puerta principal

Capítulo 2 - ¿Qué fue la Ilustración?

Capítulo 3. Las denominaciones

Capítulo 4. El progreso perpetuo

Cuando se predicó por primera vez el mensaje de que las cosas no sólo estaban mejorando cada vez más, sino que seguirían mejorando hasta volverse perfectas, sus destinatarios —afortunadamente para los predicadores—, estaban dispuestos a escuchar.14

No sólo habían estado disfrutando de un largo período de paz doméstica. Para las clases altas y las clases medias altas había habido un aumento general de la riqueza y la comodidad, una situación que tiende a animar a la gente a creer que su buena fortuna personal significa que todo está mejorando para todos.

Para empezar, como hemos visto, el progreso se atribuyó a la inteligencia humana. Los hombres eran atrasados ​​porque eran ignorantes: la educación correcta arreglaría todo. Pero pronto el progreso llegó a ser visto como una tendencia que operaba en toda la naturaleza independientemente del hombre. La forma más habitual era concebirlo como una fuerza física semejante a uno de los elementos. Luego Hegel introdujo la idea de que la marcha hacia adelante de las cosas sigue el patrón de una discusión entre filósofos, Darwin la hizo depender de la lucha por la supervivencia entre especies en pugna, y Marx de la lucha de clases.

¿Cómo se deslizaron tan fácilmente estas ideas en la conciencia europea sin que nadie notara su novedad? Nadie había dudado jamás de que las cosas habían mejorado en diferentes momentos y lugares. Pero después de un período por lo general habían empeorado de nuevo. ¿Qué razón había para creer que ahora, aunque hubiera recaídas ocasionales, estaban destinadas a seguir mejorando hasta llegar a ser perfectas?

De hecho, no había razones. Pero había un fuerte clima cultural que inclinaba a la gente a pensar de esta manera. La idea surgió de la creencia judeocristiana de que la historia tiene un principio, un medio y un fin —una dirección y un propósito. Aunque la idea ahora se da comúnmente por sentada, no se había establecido en ningún lugar fuera del mundo judeocristiano.

Todas las demás grandes civilizaciones que conocemos, cuando son inmunes a la influencia judía o cristiana, han adoptado la perspectiva de que el tiempo y la historia, como los planetas, siguen un curso cíclico. Cualquier cosa que haya sucedido una vez, después del paso de un tiempo suficiente, volverá a suceder, y estos ciclos recurrentes se repetirán ad infinitum. (La creencia científica en la teoría de un universo oscilante parece ser un retorno parcial a esta idea antigua). La historia es esencialmente fútil, mientras que la materia es vista a menudo como un mal o una ilusión. La sabiduría consiste en escapar de la rueda del tiempo o del peso de la materia por medio de la contemplación, lo que conduce a la absorción espiritual del individuo en el “Uno".15

El hecho de que muchos occidentales hayan seguido creyendo que la historia tiene un principio, un final, una dirección y un propósito mucho tiempo después de haber rechazado los fundamentos de tal creencia es un tributo al poder del hábito mental, pero nada más. Obviamente hay grandes diferencias entre la época del Neolítico y la actual, pero no hay nada en la filosofía, la ciencia o la historia que nos asegure que los avances en el conocimiento natural y los logros artísticos y técnicos deben continuar para siempre, o que están destinados a un clímax triunfal en este mundo. La Ilustración simplemente usurpó la visión lineal cristiana de la historia, eliminó a Dios y colocó el “reino de los cielos” dentro, en lugar de fuera, del tiempo. Es en este sentido que podemos llamar una herejía cristiana a la religión del progreso perpetuo.

Es también una simplificación de la historia humana que gana asentimiento sólo ignorando sus factores misteriosos e intratables.

Cuando hablamos de que las cosas están mejorando, ¿estamos pensando simplemente en autos más rápidos, calefacción central mejorada y cohetes espaciales más poderosos? Seguramente no. ¿Quién querría ser tan grosero? ¿No es todo el conjunto de ideas, actividades y logros lo que constituye lo que llamamos “civilización” y “cultura"? Pero esas cosas varían en valor y no todas progresan de la misma manera o según las mismas leyes.

Quizás la mejor manera de entender el problema es ver a la civilización como algo que tiene un “alma” y un “cuerpo". La religión, la filosofía, las costumbres y la moral componen el “alma". El cuerpo comprende las cosas como la literatura, el arte, la arquitectura, la ciencia y la tecnología, que podemos agrupar bajo el término “cultura". El alma y el cuerpo interactúan. Forman un todo. Pero a menos que distingamos entre ellos en la forma que he sugerido, las ambigüedades implícitas en la noción de progreso permanecen irresolubles.

Occidente, incluso cuando persigue metas espirituales como el reinado de la justicia y la paz, concede la mayor importancia al “cuerpo". La justicia y la paz se lograrán por medios técnicos —mejores estructuras políticas, ingeniería social o manipulación psicológica.

Para la Iglesia, el “alma” tiene prioridad. La medida de una civilización no son, en primer lugar, los logros culturales o técnicos, por buenos y agradables a Dios que puedan ser en sí mismos. El mayor logro de la civilización es la transformación del corazón humano bajo la influencia de la gracia. Una familia amorosa y unida, sin importar sus circunstancias materiales o su nivel de cultura, es “más plenamente humana” y por lo tanto más civilizada (al menos sobrenaturalmente) que una cuyos miembros, aunque tengan modales refinados, son fríos y egoístas. Tampoco la justicia depende de los avances en el conocimiento. Una sociedad primitiva podría ser más justa y pacífica que una sociedad industrial muy desarrollada.

Es igual cuando pasamos del estado del corazón de los hombres al contenido de sus cabezas. Si comparamos una comunidad culturalmente atrasada donde hay conocimiento de Dios y respeto a sus leyes con una sociedad culta sumida en la incredulidad y el relativismo moral, el total de oscuridad intelectual, desde el punto de vista de la Iglesia, es mayor en esta última.

La civilización, en este sentido más profundo, es una cuestión de construcción lenta de hábitos mentales y morales, más que de saltos sensacionales en las esferas tecnológica y cultural, y su continuación depende de que millones de personas desconocidas mantengan lo que ya se ha logrado.16

Sin duda, si no hubiera habido Caída, “alma” y “cuerpo” habrían progresado de la mano. Tal como están las cosas, sin embargo, un crecimiento excesivo o demasiado rápido del “cuerpo” puede impedir el crecimiento del “alma” o provocar su declive. A medida que nos hacemos más ricos o más poderosos, no necesariamente nos hacemos mejores. Es tan simple como eso. El progreso en la virtud no es un ascenso lineal, como suele ser el aumento del saber y el know-how [la habilidad técnica], sino que avanza y retrocede en los individuos y las civilizaciones por debajo o dentro de los otros tipos de cambio histórico.

Muchos otros componentes de la civilización parecen seguir este curso fluctuante, en lugar de ascender constantemente. Como obra de arte, la catedral de Chartres no es ni un avance sobre el Partenón ni una regresión con respecto a él. Son simplemente diferentes, como el narciso y la rosa. Además, mientras que las técnicas arquitectónicas y artísticas pueden mejorar, junto con la mejora técnica a menudo hay una pérdida de poder artístico.

Lo mismo se aplica a las civilizaciones como un todo. Los mejores períodos suelen llegar bastante pronto y están marcados por una cierta simplicidad. A medida que maduran y crecen en riqueza y capacidad técnica, se instala una vulgarización. Lo vemos cuando comparamos la Atenas del siglo V con la era helenística, o la Florencia del siglo XV con la Florencia de los grandes duques Medici en el siglo siguiente. Además, como cosas distintas con sus propios encantos y cualidades, las civilizaciones crecen, florecen y se desvanecen, ahora en un lugar, ahora en otro, y, una vez destruidas o disueltas en una cultura diferente, desaparecen para siempre.

La idea de una supercultura al final de los tiempos que de alguna manera combina todas las virtudes y bellezas de las culturas pasadas puede ser una idea bonita, pero pasa por alto estos patrones de crecimiento y decadencia. El siglo XIX lo intentó en arquitectura y decoración de interiores, y el resultado fue, en su mayor parte, una colección de pastiches. Que no se pueden mezclar culturas sin matarlas es algo que los conservacionistas reconocen. Ellos desafían la noción, querida por Teilhard de Chardin, de que lo que es complejo y muy poderoso es, en cierto sentido absoluto, necesariamente mejor o más bello.

Los avances científicos y técnicos de los últimos tres siglos tampoco encajan fácilmente en un patrón de progreso de libro de texto. Hasta finales de la Edad Media, las principales civilizaciones del mundo se habían desarrollado en gran medida de forma independiente, y todas excepto una, la civilización europea, alcanzaron casi el mismo nivel tecnológico y científico, y luego se pararon en seco en un estado de desarrollo interrumpido o de colapso. De repente, de esa única [excepción] ha estallado un espectáculo de fuegos artificiales de descubrimientos que han enriquecido a poblaciones enteras de una forma que hace que los emperadores romanos parezcan pobres.

La única civilización mundial que parece estar surgiendo como resultado será indudablemente “superior” en el sentido de más poderosa. El “cuerpo” será físicamente más fuerte, con posibilidades de inmenso bien y de inmenso mal que todos podrán ver. ¿Pero el “alma"…? Uno puede concebir fácilmente una gran civilización de personas ricas, sanas e inteligentes que supuestamente habían “resuelto” todos sus problemas sociales y, sin embargo, eran completamente malvadas. Ya, mucho de lo que nuestros contemporáneos ven como progreso en realidad representa una regresión, y ciertamente debe ser visto como tal desde la perspectiva cristiana.

Aquí, los escritores de ciencia ficción a menudo muestran más sabiduría que muchos teólogos y profesores universitarios. En sus “mundos del futuro” o en el espacio exterior, la lucha entre el bien y el mal continúa sin disminución, a pesar de la súper-tecnología.

El principal problema para la Iglesia es que al dar su enseñanza recién desarrollada sobre el rol de la civilización y el progreso, tiene que hacerlo con su rival respirándole en la nuca y con un gran número de sus hijos prestando ambos oídos al mensaje del rival. Cuanto más insiste en que no va a haber un cielo en la tierra de este lado del Último Día, más se expone a la acusación de no estar de todo corazón comprometida con el bienestar humano; mientras que cuanto más habla de “transformar” el mundo, o de construir uno mejor, más probable es que sus hijos concluyan, y en verdad concluyen, que ella secretamente cree en una utopía terrenal y que convertir el mundo en un hotel Hilton universal es para lo que existe principalmente la Iglesia. Muchos de los fieles occidentales de todo tipo y grado son ahora hijos de la Ilustración en primer lugar y católicos en segundo lugar. Piensan en las categorías de la Ilustración, hacen suyas sus prioridades y ven el progreso, más que la lucha entre el bien y el mal y la salvación de las almas, como el tema central de la historia humana.17

Ya sea que la Iglesia gane o no la batalla inmediata de las palabras con su nuevo rival religioso, las realidades de la historia y de la naturaleza humana aclaran que ella y no ese rival es la más fiel amiga del bienestar humano, a pesar de no poder prometer un paraíso en la tierra. Al decirles a sus hijos que deben hacer el bien en todo momento, ya sea que la civilización avance o retroceda, ella no puede fallar a la larga en producir los benefactores más perseverantes de la raza humana. La mejor prueba se puede encontrar en San Benito, con su regla y su orden religiosa sembrando las semillas de una nueva civilización mientras la suya propia se desmoronaba a su alrededor, y parecía haber todas las razones para desesperar del futuro de la civilización. ¿Qué motivo comparable para el coraje y la perseverancia puede ofrecer el ateísmo frente a los inevitables reveses y tragedias de la historia?18

Notas

14. Aunque la creencia en el progreso perpetuo inicialmente parecía una idea bastante inofensiva, estaba cargada de dinamita social y política desde el principio. Las personas inteligentes, prósperas y saludables pueden divertirse con la idea de un paraíso terrenal en un futuro lejano. La vida ya es un facsímil razonable del cielo para ellas. No así para los pobres. Si el cielo en la tierra va a reemplazar al cielo después de la muerte, ellos van a querer el cielo en la tierra ahora, instantáneamente. Quizás el mayor daño que ha hecho la Ilustración es ofrecer tantas promesas cruelmente irrealizables al mismo tiempo que ofrece otras que de hecho son realizables.

15. La singularidad de la cosmovisión judeocristiana y su importancia para el desarrollo de la ciencia moderna son presentadas convincentemente por el historiador de la ciencia Stanley Jaki, basándose en el trabajo del físico francés de principios del siglo XX Pierre Duhem. Véase The Road of Science and the Ways to God [El camino de la ciencia y las vías hacia Dios] y The Savior of Science [El Salvador de la ciencia] (Edimburgo, Scottish Academic Press, 1978 y 1990).

16. El pensamiento ilustrado sobre el progreso es a menudo contradictorio. Si el pasado fue tan malo como a menudo se afirma que lo ha sido y todo tiene que ser reconstruido desde cero, entonces nunca ha habido ningún progreso.

17. Según el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), “Dios creó el mundo en orden a la comunión en su vida divina, ‘comunión’ que se realiza mediante la ‘convocación’ de los hombres en Cristo, y esta ‘convocación’ es la Iglesia. La Iglesia es la finalidad de todas las cosas» (n. 760).

18. “El cristiano ortodoxo está comprometido a creer en la victoria final del bien sobre el mal, pero no necesariamente en el triunfo de la Iglesia… en este mundo… ¿Dónde en los Evangelios se registra que Él (Cristo) asegura a sus seguidores una marcha triunfal a través de la historia?” Tampoco afirmó “que si sus seguidores encontraban dificultades y oposición debían ponerse a trabajar revisando su enseñanza y adaptándola al espíritu de la época. Él buscó una lealtad perseverante” (Memoirs of a Philosopher [Memorias de un filósofo], Frederick Copleston SJ, Londres, Sheed & Ward, 1993, pp. 205-206). Con respecto a la civilización y la cultura, los antiguos griegos quizás tuvieron un atisbo de esta verdad en el mito de Sísifo. Cada vez que el ex-rey de Corinto lograba que la piedra que tenía que empujar colina arriba llegara casi hasta la cima, se resbalaba a un lado y rodaba hasta el fondo. La historia de la civilización y la cultura es un poco así. Ambas son parte del plan de Dios. Son la piedra que tenemos que hacer rodar cuesta arriba. Pero en este mundo tampoco vamos a llevarla nunca a la cima. Después del Último Día, cuando hayamos hecho lo que podamos, Dios la llevará hasta la cima por nosotros.

Copyright © Philip Trower 2006, 2011, 2018.

Family Publications ha dejado de existir. Los derechos de autor han vuelto al autor Philip Trower, quien ha dado permiso para que el libro sea colocado en este sitio web (Christendom Awake).

Fuente: http://www.christendom-awake.org/pages/trower/cc&cf/corrected/cc&cf-chap4.htm

(versión del 16/02/2021). Traducido al español por Daniel Iglesias Grèzes, autorizado por Mark Alder, responsable del sitio Christendom Awake.


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3 comentarios

  
Néstor
Brillante Trower, como siempre.

Saludos cordiales.
10/03/22 2:01 AM
  
Cos
Creo que es muy acertado el ver como la idea del progresismo se fue cuajando en el corazón de la Ilustración. Además, transversalmente, sin importar el origen de ésta según las clasificaciones que se suelen hacer -alemana, francesa ...-. Soy de la opinión de que, en realidad, no sucede nada en el siglo XVIII que no sucediese ya en el XVI, desde luego en España, ya se implementaban políticas de estado -por ejemplo sanitarias- o había tratadistas de economía política propios del despotismo ilustrado como Luís Ortiz. Incluso en tiempos de Felipe II se llevó a cabo una desamortización de tierras. Pero lo que si parece cambiar es la mentalidad.
Si hasta entonces se hablaba de la "riqueza del reino", para ese momento se empieza a introducir la idea de la "felicidad" de la nación. Aparece reflejada incluso en el preámbulo de la Constitución de EEUU. Esa idea de felicidad no hace referencia al concepto abstracto y laxo que se utiliza hoy en día, sino al progreso, precisamente. Se basa, tal y como dice el artículo, en la experiencia histórica que supone la contemplación del desarrollo de diferentes técnicas y tecnologías, y en la confianza que comienza a fraguarse en las propias capacidades del hombre. De ahí surge la idea del Despotismo Ilustrado: El Estado manejará las claves económicas y políticas a través de las manos mas sabias con el fin de conducir a la sociedad hacia esa "felicidad". Se le asociará el lema "todo para el pueblo pero sin el pueblo".

La sensación que transmite el despotismo ilustrado es ambivalente. Por un lado se pueden admirar muchos logros ciertos: redes de carreteras, impulso industrial, becas para estudiar en los mejores centros internacionales, etc. Por otro, su presunción le lleva a adoptar en no pocas ocasiones medidas tiránicas y los fantasmas del regalismo y el galicanismo, cuando no de la descristianización, bailan a su alrededor.
10/03/22 4:09 AM
  
Cos
Diría que la confianza en el progreso material infinito reposa también sobre una ilusión. Cosa que ya apunta el artículo. Aunque la marcha de ese progreso que hemos vivido en los últimos siglos no es lineal, o es una línea engañosa. Lo que ha habido mas bien son saltos: Hay un salto con la aparición de la imprenta a la hora de extender los conocimientos, otro en los sistemas de producción con la primera revolución industrial, la revolución industrial eléctrica produce un salto en la calidad de vida, etc. Aunque es cierto que, como apuntan muchos estudios modernos, esos saltos que parecen puramente tecnológicos no lo son exclusivamente, sino que éste es un factor mas que ha influido en un fenómeno en el que se incluyen también otros, como el de una necesaria acumulación previa de capital.
Sin embargo esta interdependencia de distintos factores hacen que ese progreso material revele su fragilidad. Hay amenazas que son evidentes, como la dependencia energética, causante incluso de guerras, o las materias primas.

Por otro lado, hay un eslogan promovido por el Foro Económico Mundial que ha causado cierta polémica en los últimos tiempos y que dice "no tendrás nada y serás feliz". De repente en algunos medios de comunicación se ha empezado a mostrar con simpatía cuestiones como el vivir compartiendo vivienda, que aunque es una práctica por la que casi todos hemos pasado siempre se ha entendido como una solución temporal. O no tener vehículo propio, idea impensable para unas generaciones que vivieron la adquisición de un coche como un gran logro social y cuya juventud estuvo marcada por la atracción hacia las motos y el olor a gasolina quemada. Incluso hemos visto a la gran profeta de los nuevos tiempos, Greta Thunberg, sentenciar airada, cual moderna Girolamo Savonarola, en sede de la ONU, contra el -"mito de", en sus palabras- permanente crecimiento económico. Parece que la nueva religión remodela las mentes de acuerdo a unos nuevos tiempos, aunque Philip Trower no ha podido vivirlo. Quizá hubiese tenido que añadir un epílogo a su libro de haber visto publicada una nueva edición.
10/03/22 5:10 AM

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