Philip Trower, La Iglesia docta y la rebelión de los eruditos -2D

(Véanse en este blog las secciones anteriores: 1A, 1B, 1C, 1D, 2A, 2B y 2C).

EROSIONANDO EL SEMILLERO DE LA FE

La alta crítica fue en esencia simplemente un método nuevo y más riguroso de probar la confiabilidad de los documentos en los que se basa nuestro conocimiento del pasado y de reevaluar su valor (del tipo que ya se estaba aplicando a la Biblia). No había nada de malo en sí misma en esta reevaluación, como se aplicaba a la historia secular. Pero el movimiento en su conjunto tenía dos características objetables. Los documentos eran examinados de acuerdo con ciertas reglas; y se daba la impresión de que si estas reglas se aplicaban correctamente los resultados serían firmes e inmutables; los historiadores querían el grado de certeza disponible en las ciencias exactas, para las cuales este mayor nivel de precisión es posible sólo porque se ocupan de la esfera inferior de la materia. Pero las reglas de los expertos de la alta crítica no tenían el valor ni la certeza que les atribuían, como otros historiadores de la época, igualmente distinguidos, señalaron, y muchas evidencias valiosas sobre el pasado fueron impugnadas o descartadas como poco confiables cuando no lo eran.

La segunda característica objetable fue la extraordinaria arrogancia y seguridad en sí mismos de los practicantes de la alta crítica.

Sus principios fueron absorbidos por la mayoría de los historiadores católicos, quienes rápidamente adoptaron una actitud acríticamente iconoclasta hacia los documentos y reliquias de la Iglesia antigua, y comenzaron a exigir una completa libertad de la supervisión eclesiástica en la profesión de sus estudios. (Los católicos no pueden disfrutar de este tipo de independencia en ninguna de las denominadas ciencias humanas, más de lo que la pueden disfrutar acerca de la fe, porque ellas se ocupan de la naturaleza espiritual y las actividades espirituales de los hombres, que también son competencia de la Iglesia). Por medio de los practicantes de la alta crítica, ellos parecen haber sido influenciados también por una visión protestante de la historia de la Iglesia: que la verdadera naturaleza de la Iglesia se ha perdido, pero puede ser redescubierta o reconstruida mediante el estudio de los “documentos sobrevivientes", aunque cada vez menos de éstos eran encontrados satisfactorios; o bien por el historicismo, la idea de que la naturaleza y las creencias de la Iglesia son el producto de circunstancias históricas y cambian a medida que éstas cambian.

UN ESPÍRITU DE DESPRECIO

El espíritu de los expertos de la alta crítica posiblemente fue incluso más dañino que sus principios. Al igual que en la crítica bíblica, los pioneros eran en su mayoría protestantes o incrédulos y, como tales, no simpatizaban con la Iglesia. Con su inmensa erudición e imperio fueron capaces de vencer la resistencia de todos excepto los oponentes más duros. (A ellos les debemos ese despliegue de aparato crítico que ahora pesa sobre las obras académicas más insignificantes).

Intimidados e impresionados, un alto porcentaje de los académicos católicos comenzaron a imitar su tono y sus modales, así como a adquirir su actitud desdeñosa hacia gran parte de la vida devocional y el pasado de la Iglesia. Empezaron a sentir un placer casi jubiloso al fijarse en los errores históricos o supuestos errores históricos de épocas anteriores (el disparate de los canonistas medievales al aceptar como genuinas las decretales del pseudo-Isidoro; la credulidad del pueblo católico al imaginar que Santo Domingo había recibido el Rosario de Nuestra Señora), y terminó dando la impresión de que la Iglesia es la Madre de las falsificaciones, mientras que sólo la buena ciencia moderna es la protectora y preservadora de la verdad. Hemos notado la influencia de este espíritu en Dollinger, Acton y Duchesne (quien, sin embargo, prefirió un estilo volteriano divertido); afectó más que superficialmente a los bolandistas y desfigura la [obra] Vidas de los Santos de Thurston y Butler. La historia católica puede ser escrita de manera honesta y realista sin ninguna de estas serviles adulaciones a grandes reputaciones. La verdad es que hay mucho en todo debate erudito que los académicos católicos no pueden imitar. Lo que podría funcionar para historiadores seculares que se pelean por los registros fiscales ptolemaicos —los comentarios sarcásticos, las notas ácidas al pie de página, el enfoque fríamente clínico— no servirá en lo que respecta a la religión. Los efectos sobre la fe y la reverencia de los propios eruditos fueron suficientemente dañinos. Cuando este espíritu comenzó a alcanzar a los no académicos y a penetrar en las notas al pie de la Biblia, las consecuencias fueron ruinosas. Los clérigos fueron los más afectados. Dio a muchos de ellos la idea de que el cinismo duro es el tono adecuado para hablar de las cosas santas en un sacerdote inteligente y bien informado. Creo que podemos rastrear hasta esta fuente gran parte de la barbarie y el vandalismo posconciliares y de ese declive de lo sagrado sobre el que escribe el Profesor James Hitchcock.

La religión comparada fue otro tema que se puso de moda en el período considerado y que los estudiosos católicos tuvieron que abordar. Ésta fue la época en la que La rama dorada de Frazer estaba empezando a expulsar a la Biblia de las mesas de luz de los hombres y mujeres cultos. Parece haber socavado no sólo la fe, sino también el sentido común.

El hecho de que se descubrió que todas las religiones tenían ciertas características comunes (la gente reza, o ayuna y da limosna, u ofrece sacrificios a seres invisibles) parece haber hecho más difícil para algunos de ellos creer que una religión, el cristianismo, podía ser única. Esto es como pensar que debido a que todas las casas tienen ciertas características en común, tales como ventanas y puertas, la Casa Blanca no tiene nada de especial. Los rasgos comunes son simplemente rastros de esas verdades religiosas naturales, cognoscibles por todos los hombres sin la Revelación, incluso si con frecuencia han sido distorsionadas o se han perdido de vista. Los estudiantes de religión comparada —y éste fue el destino de muchos de los primeros modernistas— también se deslizan fácilmente a considerar el residuo destilado de estas características comunes como la esencia de la religión y a terminar como devotos de algún tipo de monoteísmo ético mundial hacia el cual, consideran, la conciencia religiosa de la humanidad está evolucionando. Hay muchos apóstoles de esta “fe” hoy, trabajando bajo auspicios católicos y poniendo en peligro el diálogo con miembros de religiones no cristianas. Ellos simplemente están siguiendo adonde los primeros modernistas abrieron el camino.

DESTINADOS A SALVAR A LA IGLESIA

Al discutir los cinco temas anteriores —el darwinismo, los estudios bíblicos modernos, el pragmatismo y el relativismo filosófico, la alta crítica en la historia y la religión comparada— creo que he mencionado las principales tendencias intelectuales que contribuyeron a la creación del modernismo y le dieron los rasgos característicos de su primera aparición. En combinación, tendían a producir un agnosticismo honesto o un teísmo refinado y aguado bajo un barniz católico. Con ellos a menudo se manifestaba una curiosidad puramente natural sobre el misticismo, los estados de oración y los fenómenos psíquicos. En algunos aspectos, el modernismo temprano reflejó la decadencia de fin de siècle [fin de siglo] de la sociedad europea culta en su conjunto, que era a la vez racionalista y anti-racional, escéptica y supersticiosa al mismo tiempo, uniendo la incredulidad “científica” con un anhelo de experiencias espirituales de un tipo no particularmente espiritual.

¿Por qué, con las opiniones que sostenían, los modernistas no abandonaron la Iglesia?

Su psicología, a primera vista desconcertante, es sin embargo bastante común en la historia de la Iglesia.

Ellos se veían a sí mismos como una élite destinada a salvar a la Iglesia para sí misma. La chusma ordinaria de los católicos, que incluía al Papa (un santo canonizado al que a menudo se referían de manera bastante esnob como “el Papa campesino") y la mayoría de los cardenales y obispos podrían no entender sus elevados propósitos. Pero por su propio bien y el del mundo ellos deben ser persuadidos a hacerlo. La Iglesia sólo podía ser salvada si aceptaba, de una vez por todas, la tesis modernista de que sus enseñanzas eran mitos y símbolos —intentos torpes del sentido religioso de expresar lo inexpresable. Sólo así ella podría reconciliarse con la ciencia moderna. Pero esto no significaba que sus enseñanzas serían inútiles o que ella misma tendría que jubilarse. Los mitos como las parábolas pueden tener un efecto de mejora sobre el carácter, y ésta era la función que, en el futuro, la doctrina católica debía cumplir en las vidas de los fieles ordinarios.

Si la Iglesia aceptaba esta visión de su rol —como la esposa, podrías pensar que una esposa bastante abyectamente sumisa, de la ciencia y el pensamiento moderno— todavía tenía un gran futuro por delante; todavía podía ser la educadora moral de la humanidad. Pero si ella ignoraba las advertencias modernistas e insistía en que sus enseñanzas fueran tomadas literalmente, entonces ella y la ciencia moderna se encontrarían en un choque frontal y ella estaba condenada a sucumbir.

Para ser hombres muy educados y, en algunos casos, talentosos, los modernistas de ayer, como los de hoy, tenían una visión extrañamente ingenua de la ciencia —qué es y qué puede lograr: eran inesperadamente como escolares brillantes que han descubierto la ciencia, deletreada con una C mayúscula, por primera vez.

Podemos notar otra peculiaridad. Ellos eran totalmente diferentes de los curas escépticos del siglo anterior [XVIII], que parecen haberse contentado con su incredulidad mientras vivían cómodamente de los ingresos de la Iglesia. Para ellos, la religión era superstición y eso era todo. ¿Por qué hacer un escándalo? Pero el hombre de finales del siglo XIX era una criatura diferente; los vientos del romanticismo habían estado soplando sobre él. (Al menos esto podría decirse de una gran proporción de los hombres del siglo XIX). Había aprendido a apreciar los placeres de las emociones poderosas y los “anhelos inmortales", incluso cuando ya no creía más en la inmortalidad: también había aprendido a saborear sus angustias y sus ansiedades. La mayoría de los primeros modernistas eran más o menos de este carácter. Les gustaba la religión per se, independientemente de cuál religión, y casi, se podría decir, independientemente de si era verdadera o falsa. Les gustaba sentirse hombres religiosos, y también estar poderosamente comprometidos con la mejora espiritual del mundo y de otras personas. Muchos tenían sus raíces psicológicas en infancias católicas piadosas y felices, un factor que también proporciona la clave, creo, para comprender el rasgo que mencioné anteriormente —lo que la gente común podría llamar su forma hipócrita de escribir. Incluso cuando la fe había desaparecido, el lenguaje y el sentimiento religioso mantuvieron su encanto para ellos.

Todos ellos tenían en común un odio casi patológico hacia Roma porque ella bloqueaba sus esfuerzos para traer al hombre moderno esa nueva “fe cristiana” reinterpretada que él por fin encontraría aceptable. Roma era brutal, dura e ignorante. El resto de los fieles eran tontos, supersticiosos o miopes. Ellos mismos, en palabras de Mons. Mignot, eran ames sinceres et inteligentes [almas sinceras e inteligentes]. Desde su majestuosa visión de su rol, desarrollaron el principio práctico que hemos visto a Duchesne recomendar: quédate quieto; no te dejes expulsar; transforma la fe desde adentro.

(FIN DEL CAPÍTULO II. CONTINUARÁ).

Copyright © Estate of Philip Trower 1979, 2019.

Fuente: http://www.christendom-awake.org/pages/trower/church-learned/church-learned-chap-2.htm (versión del 05/03/2019).

Traducido al español por Daniel Iglesias Grèzes con autorización de Mark Alder, responsable del sitio Christendom Awake.


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1 comentario

  
M.Angels
Gracias por traer estos artículos. Me los he leído de un tirón.
Una gran ayuda para comprender, para alguien no especialista en temas filosóficos ni teológicos toda esta debacle de la fe y de la mentalidad cristiana en la que estamos inmersos: Lo que oyes a algunos sacerdotes, o al mismo Papa. Las notas al pie de página de algunas Biblias. El menosprecio hacia formas de piedad tradicionales. El papel de bomba explosiva que ha tenido el evolucionismo para la fe del pueblo, ante el cual la respuesta de la Iglesia ha sido casi nula.
El desarrollo de toda esta nube tóxica al alcance de personas de cultura media. Gracias, un buen diagnóstico es indispensable para luchar contra el mal.
Espero las entregas siguientes.
10/12/21 7:37 PM

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