Una gran homilía de Pablo VI sobre la crisis de la Iglesia contemporánea

Papa Pablo VI

Homilía en el IX aniversario de la coronación de Su Santidad

Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo –Jueves 29 de junio de 1972

Papa Beato Pablo VI

(Nota de Fe y Razón: Hasta donde sabemos, ésta es la primera publicación completa en Internet y en español de esta homilía del Beato Pablo VI, una de las principales homilías de su pontificado (1963-1978). La traducción del italiano es de Daniel Iglesias Grèzes).

Al atardecer del jueves 29 de junio, solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, en presencia de una considerable multitud de fieles provenientes de cada parte del mundo, el Santo Padre celebra la Misa y el inicio de su décimo año de Pontificado, como sucesor de San Pedro. Con el Decano del Sacro Colegio, Señor Cardenal Amleto Giovanni Cicognani y el Vicedecano Señor Cardenal Luigi Traglia son treinta los Purpurados, de la Curia y algunos Pastores de diócesis, hoy presentes en Roma. Dos Señores Cardenales por cada Orden acompañan procesionalmente al Santo Padre al altar. En pleno el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, con el Sustituto de la Secretaría de Estado, arzobispo Giovanni Benelli, y el Secretario del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia, arzobispo Agostino Casaroli. Damos un informe de la Homilía de Su Santidad.

El Santo Padre comienza afirmando que debe un vivísimo agradecimiento a cuantos, Hermanos e Hijos, están presentes en la Basílica y a cuantos, desde lejos, pero a ellos espiritualmente asociados, asisten al sagrado rito, el cual, a la intención celebrativa del Apóstol Pedro, a quien está dedicada la Basílica Vaticana, privilegiada guardiana de su tumba y de sus reliquias, y del Apóstol Pablo, siempre a unido a él en el designio y en el culto apostólico, une otra intención, aquella de recordar el aniversario de su elección a la sucesión en el ministerio pastoral del pescador Simón, hijo de Jonás, por Cristo denominado Pedro, y por lo tanto en la función de Obispo de Roma, de Pontífice de la Iglesia universal y de visible y humildísimo Vicario en la tierra de Cristo el Señor. El agradecimiento vivísimo es por cuanto la presencia de tantos fieles le demuestra de amor a Cristo mismo en el signo de su pobre persona, y lo asegura por tanto de su fidelidad e indulgencia hacia él, así como de su propósito, para él consolador, de ayudarlo con su oración.

 

La Iglesia de Jesús, la Iglesia de Pedro

Pablo VI prosigue diciendo que no quiere hablar, en su breve discurso, de él, San Pedro, porque sería demasiado largo y quizás superfluo para quienes ya conocen su admirable historia; ni de sí mismo, de quien ya bastante hablan la prensa y la radio, a las que por lo demás expresa su debido reconocimiento. Queriendo más bien hablar de la Iglesia, que en aquel momento y desde aquella sede parece aparecer delante de sus ojos como extendida en su vastísimo y complicadísimo panorama, se limita a repetir una palabra del mismo Apóstol Pedro, como dicha por él a la inmensa comunidad católica; por él, en su primera carta, recogida en el canon de los escritos del Nuevo Testamento. Este bellísimo mensaje, dirigido desde Roma a los primeros cristianos del Asia menor, de origen en parte judío, en parte pagano, como para demostrar ya desde entonces la universalidad del ministerio apostólico de Pedro, tiene carácter parenético, o sea exhortativo, pero no carece de enseñanzas doctrinales, y la palabra que el Papa cita es justamente tal, tanto que el reciente Concilio la ha atesorado por una de sus enseñanzas características. Pablo VI invita a escucharla como pronunciada por San Pedro mismo para todos aquellos a los cuales en aquel momento él la dirige.

Después de haber recordado el pasaje del Éxodo en el que se narra cómo Dios, hablando a Moisés antes de entregarle la Ley, dice: «Yo haré de este pueblo, un pueblo sacerdotal y real», Pablo VI declara que San Pedro ha retomado esta palabra tan emocionante, tan grande, y la ha aplicado al nuevo pueblo de Dios, heredero y continuador del Israel de la Biblia para formar un nuevo Israel, el Israel de Cristo. Dice San Pedro: será el pueblo sacerdotal y real que glorificará al Dios de la misericordia, el Dios de la salvación.

Esta palabra, observa el Santo Padre, ha sido malinterpretada por algunos, como si el sacerdocio fuese un orden solo, y por ende fuese comunicado a cuantos son insertados en el Cuerpo Místico de Cristo, a cuantos son cristianos. Esto es verdad por cuanto se refiere a lo que es indicado como sacerdocio común, pero el Concilio nos dice, y la Tradición ya lo había enseñado, que existe otro grado del sacerdocio, el sacerdocio ministerial, que tiene facultades y prerrogativas particulares y exclusivas.

Pero lo que afecta a todos es el sacerdocio real y el Papa se detiene sobre el significado de esta expresión. Sacerdocio quiere decir capacidad de rendir culto a Dios, de comunicarse con Él, de ofrecerle dignamente algo en su honor, de conversar con Él, de buscarlo siempre en una profundidad nueva, en un descubrimiento nuevo, en un amor nuevo. Este impulso de la humanidad hacia Dios, que nunca es suficientemente logrado, ni suficientemente conocido, es el sacerdocio de quien es insertado en el único Sacerdote, que es Cristo, después de la inauguración del Nuevo Testamento. Quien es cristiano es por lo mismo dotado de esta calidad, de esta prerrogativa de poder hablar al Señor en términos verdaderos, como de hijo a padre.

 

El necesario coloquio con Dios

«Audemus dicere» [Nos atrevemos a decir]: podemos realmente celebrar, delante del Señor, un rito, una liturgia de la oración común, una santificación de la vida incluso profana que distingue al cristiano de quien no es cristiano. Este pueblo es distinto, aunque esté confundido en medio de la marea grande de la humanidad. Tiene su distinción, su característica inconfundible. San Pablo lo llama «segregatus» [separado], distanciado, distinto del resto de la humanidad justo porque está investido de prerrogativas y de funciones que no tienen los que no poseen la extrema fortuna y la excelencia de ser miembros de Cristo.

Pablo VI agrega, entonces, que los fieles, los cuales son llamados a la filiación divina, a la participación del Cuerpo Místico de Cristo, y son animados por el Espíritu Santo, y hechos templos de la presencia de Dios, deben ejercitar este diálogo, este coloquio, esta conversación con Dios en la religión, en el culto litúrgico, en el culto privado, y extender el sentido de la sacralidad también a las acciones profanas. «Ya sea que comáis o que bebáis –dice San Pablo– hacedlo por la gloria de Dios». Y lo dice más veces, en sus cartas, como para reclamar al cristiano la capacidad de infundir algo nuevo, de iluminar, de sacralizar incluso las cosas temporales, externas, pasajeras, profanas.

Se nos invita a dar al pueblo cristiano, que se llama Iglesia, un sentido verdaderamente sagrado. Y sentimos el deber de contener la ola de profanidad, de desacralización, de secularización que sube y quiere confundir y ahogar el sentido religioso en el secreto del corazón, en la vida privada o incluso en las afirmaciones de la vida exterior. Se tiende hoy a afirmar que no es necesario distinguir un hombre de otro, que no hay nada que pueda obrar esta distinción. Más bien, se tiende a restituir al hombre su autenticidad, su ser como todos los demás. Pero la Iglesia, y hoy San Pedro, llamando al pueblo cristiano a la conciencia de sí, le dicen que es el pueblo elegido, distinto, «comprado» por Cristo, un pueblo que debe ejercitar una relación particular con Dios, un sacerdocio con Dios. Esta sacralización de la vida hoy no debe ser cancelada, expulsada de las costumbres y de la realidad cotidiana como si no debiera aparecer más.

 

Sacralidad del pueblo cristiano

Hemos perdido, señala Pablo VI, el hábito religioso, y muchas otras manifestaciones exteriores de la vida religiosa. Sobre esto hay mucho para discutir y mucho para conceder, pero debemos mantener el concepto, y con el concepto también algunos signos, de la sacralidad del pueblo cristiano, de los que son injertados en Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.

Hoy algunas corrientes sociológicas tienden a estudiar la humanidad prescindiendo de este contacto con Dios. La sociología de San Pedro, en cambio, la sociología de la Iglesia, para estudiar a los hombres pone en evidencia justo este aspecto sagrado, de conversación con lo inefable, con Dios, con el mundo divino. Es preciso afirmarlo en el estudio de todas las diferencias humanas. Por más heterogéneo que se presente el género humano, no debemos olvidar esta unidad fundamental que el Señor nos confiere cuando nos da la gracia: somos todos hermanos en el mismo Cristo. No hay más ni judío, ni griego, ni escita, ni bárbaro, ni hombre, ni mujer. Todos somos una sola cosa en Cristo. Todos somos santificados, todos tenemos la participación en este grado de elevación sobrenatural que Cristo nos ha conferido. San Pedro nos lo recuerda: es la sociología de la Iglesia que no debemos borrar ni olvidar.

 

Cuidados y afecto por los débiles y los desorientados

Pablo VI se pregunta, entonces, si la Iglesia de hoy se puede confrontar con tranquilidad con las palabras que Pedro ha dejado en herencia, ofreciéndolas como meditación. «Pensamos de nuevo en este momento con inmensa caridad –dijo el Santo Padre– en todos nuestros hermanos que nos dejan, en los muchos que son fugitivos y olvidados, en los muchos que quizás nunca han llegado siquiera a tener conciencia de la vocación cristiana, aunque hayan recibido el Bautismo. ¡Cómo quisiéramos realmente extender las manos hacia ellos, y decirles que el corazón está siempre abierto, que la puerta es fácil, y cómo quisiéramos hacerlos partícipes de la grande, inefable fortuna de nuestra felicidad, la de estar en comunicación con Dios, que no nos quita nada de la visión temporal y del realismo positivo del mundo exterior!»

Tal vez nuestro estar en comunicación con Dios nos obliga a renuncias, a sacrificios, pero mientras nos priva de algo multiplica sus dones. Sí, impone renuncias pero nos hace sobreabundar de otras riquezas. No somos pobres, somos ricos, porque tenemos la riqueza del Señor. «Y bien –agrega el Papa– querríamos decir a estos hermanos, de quienes sentimos casi el desgarro en las vísceras de nuestra alma sacerdotal, cuánto nos están presentes, cuánto ahora y siempre y más los amamos y cuánto rezamos por ellos y cuánto buscamos con este esfuerzo que los persigue, los rodea, suplantar la interrupción que ellos mismos interponen a nuestra comunión con Cristo».

Refiriéndose a la situación de la Iglesia de hoy, el Santo Padre afirma tener la sensación de que «por alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios». Hay duda, incertidumbre, problemas, inquietud, insatisfacción, confrontación. No se confía más en la Iglesia; se confía en el primer profeta profano que viene a hablarnos desde algún periódico o desde algún movimiento social para correr tras él y preguntarle si tiene la fórmula de la verdadera vida. Y no nos damos cuenta de que en cambio ya somos nosotros dueños y maestros [de esa fórmula]. Ha entrado la duda en nuestras conciencias, y ha entrado por ventanas que en cambio debían estar abiertas a la luz. De la ciencia, que existe para darnos las verdades que no separan de Dios sino que lo hacen buscar todavía más y celebrar con mayor intensidad, ha venido en cambio la crítica, ha venido la duda. Los científicos son los que de modo más pensativo y doloroso doblan la frente. Y terminan por enseñar: «No sé, no sabemos, no podemos saber». La escuela se convierte en palestra de confusión y de contradicciones a veces absurdas. Se celebra el progreso para luego poderlo demoler con las revoluciones más extrañas y más radicales, para negar todo lo que se ha conquistado, para volver a ser primitivos después de haber exaltado tanto los progresos del mundo moderno.

Incluso en la Iglesia reina este estado de incertidumbre. Se creía que después del Concilio vendría un día de sol para la historia de la Iglesia. Ha venido en cambio un día de nubes, de tormenta, de oscuridad, de búsqueda, de incertidumbre. Predicamos el ecumenismo y nos separamos más y más de los otros. Buscamos excavar abismos en lugar de llenarlos.

 

Por un «Credo» vivificante y redentor

¿Cómo ha sucedido esto? El Papa confía a los presentes un pensamiento suyo: que ha sido la intervención de un poder adverso. Su nombre es el diablo, este misterioso ser al que se hace alusión también en la Carta de San Pedro. Muchas veces, por otra parte, en el Evangelio, sobre los labios mismos de Cristo, retorna la mención de este enemigo de los hombres. «Creemos –observa el Santo Padre– en algo preternatural venido al mundo precisamente para perturbar, para sofocar los frutos del Concilio Ecuménico, y para impedir que la Iglesia prorrumpiese en el himno de la alegría de haber recuperado en plenitud la conciencia de sí. Justo por esto querríamos ser capaces, más que nunca en este momento, de ejercer la función, asignada por Dios a Pedro, de confirmar en la Fe a los hermanos. Nos querríamos comunicaros este carisma de la certeza que el Señor da a aquel que lo representa, aunque indignamente, sobre esta tierra». La fe nos da la certeza, la seguridad, cuando está basada sobre la Palabra de Dios aceptada y encontrada acorde con nuestra misma razón y con nuestro mismo espíritu humano. Quien cree con simplicidad, con humildad, siente que está en el buen camino, que tiene un testimonio interior que lo conforta en la difícil conquista de la verdad.

El Señor, concluye el Papa, se muestra Él mismo como luz y verdad a quien lo acepta en su Palabra, y su Palabra se vuelve, no más obstáculo a la verdad y al camino hacia el ser, sino un escalón sobre el que podemos subir y ser realmente conquistadores del Señor que se muestra a través de la vía de la fe, este anticipo y garantía de la visión definitiva.

Al subrayar otro aspecto de la humanidad contemporánea, Pablo VI recuerda la existencia de una gran cantidad de almas humildes, simples, puras, rectas, fuertes, que siguen la invitación de San Pedro a ser «fortes in fide» [fuertes en la fe]. Y quisiéramos –dijo Él– que esta fuerza de la fe, esta seguridad, esta paz triunfase sobre todos los obstáculos. El Papa invita por último a los fieles a un acto de fe humilde y sincero, a un esfuerzo psicológico para encontrar en su intimidad el impulso hacia un acto consciente de adhesión: «Señor, creo en Tu palabra, creo en Tu revelación, creo en quienes me has dado como testimonio y garantía de esta revelación Tuya para sentir y gustar, con la fuerza de la fe, el anticipo de la bienaventuranza de la vida que con la fe nos es prometida».

Fuente: http://w2.vatican.va/content/paul-vi/it/homilies/1972/documents/hf_p-vi_hom_19720629.html


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8 comentarios

  
hornero (Argentina)
Valiosa homilía. Los hechos confirman la percepción de Pablo VI sobre la intervención activa del demonio, sobre todo con posterioridad al CVII a fin de impedir el renacer de la fe que esperábamos de él. Es el príncipe de este mundo, por lo cual actúa sin dejar resquicio por disputar al Reino de Cristo instaurado sobre la tierra. Es su principal y esencial odio que lo mueve en muchas direcciones simultáneas coordinadas por él. No es de extrañar, pues, que desde la teología a la ciencia, desde ésta a la economía y política pasando por la técnica y por cuantos recursos ha dispuesto Dios para que el hombre pueda buscar y edificar el Reino, que es lo primero que debe hacer, no extraña que todo sea contaminado por el error y la corrupción. Ciertamente, lo que el Pablo VI señalaba aquí no es algo menor o pasajero. Se articula bien con el sucederse de los hechos que vemos cada día más ensombrecidos, que conmueven los fundamentos mismos del hombre y de su existir: ateísmo, progresismo, destrucción de la familia como célula básica de la sociedad; aborto como desprecio al ser humano promovido bajo diversos pretextos; homosexualidad promovida con el fin de desnaturalizar la persona humana volviéndola un dócil artefacto en el que la imagen de Dios sea profanada. Todo bajo el intento de someter a la humanidad en sus pueblos, culturas y naciones a los dictados de la tiranía satánica que sus promotores llaman N.O.M. A este fin el demonio preparó con tiempo suficiente la secta de la masonería, que como decía Pablo VI, «por alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios». Son cosas concretas, las perturbadoras deformaciones de la Sagrada Liturgia; las falsas teologías; la supresión de la oración a San Miguel Arcángel al final de la misa, él es el jefe de la milicia celestial que defiende a la Iglesia de los ataques de los enemigos; los Rosarios adulterados en venta en el Vaticano en los que se ha suprimido de su medalla central las Imágenes de Cristo y de María en su anverso y reverso, sustituyéndolas por las del Papa Francisco y el Escudo Papal, esta oración es un arma poderosa, nos dice la Virgen, contra el demonio. Se ataca con ideas nocivas y se neutralizan las defensas. Es un plan siniestro con apariencias de éxito, pero sólo apariencias. Porque sabemos bien que Cristo venció al demonio y que María pisará la cabeza del dragón mediante el triunfo de su Corazón Inmaculado, anunciado en Fátima. Hoy en sus actuales manifestaciones nos dice que ha llegado el tiempo de su Aurora, la Señora Vestida de Sol irradia sobre la Iglesia, la humanidad y el universo todo la Luz de la Gloria de Cristo en que Ella resplandece, Aurora que anuncia un Nuevo Día para el mundo. Por ello nos convoca a superar temores e incertidumbres, a disponernos con la certeza de la Fe y de la Esperanza a entrar en este mundo nuevo en el que late la vida de la Redención renovando el viejo mundo y nuestro viejo hombre del pecado, para que de ellos emerja un nuevo paraíso terrenal, tal como lo esperaba Pío XII: “la restauración de la armonía primitiva” (Mens. Navidad 1957); tal como nos invitaba San Juan Pablo II a “Cruzar el umbral de la Esperanza”. Sin abandonar el combate presente, sin silenciar los graves hechos que nos conmueven diariamente, pero con la vista puesta en el horizonte de la Iglesia y de la humanidad, del mundo y de la historia, que se ilumina con la Aurora de María más radiante cada día.
25/08/16 3:48 PM
  
Jordi
A Pablo VI se encontró con la paradoja de que en el Concilio Vaticano II se creía que se iniciaba la supuesta nueva era de la Iglesia de la Misericordia, que se decía que acababa con la Iglesia de la condena y el castigo de Trento, y por otro lado, el abrupto cambio cultural que estalló en Occidente.

Primero se encontró con que acababa la era de la esperanza, simbolizada por Kennedy, Kruschev y Juan XXIII, y se iniciaba lo que se decía la era de la involución y la decepción, simbolizada por Pablo VI, Breznev y Nixon.

En segundo lugar estaba él problema del choque de los dos bloques de Rusia y América en Vietnam y en el proceso de descolonización del África, junto con el inicio de la Revolución Cultural de la China de Mao.

En tercer lugar estaba la entrada del modernismo teológico, litúrgico y moral dentro de la misma Iglesia, así como la rebelión general en la Iglesia contra la Humanae Vitae, y de otro lado, estaba el advenimiento de la Nueva Era, un conjunto plural de creencias que abarcaba desde las religiones orientales budistas e hinduistas, las nuevas creencias como los poderes mentales, los extraterrestres, las civilizaciones antiguas a escondidas, y la introducción en la espiritualidad católica de la psicología de Freud y Jung.

En cuarto lugar en el mundo cultural se puso de moda la pornografía en los cines y revistas, el uso de las drogas y los estados mentales alterados, el aborto, las parejas de hecho, la contracepción, las relaciones prematrimoniales, el adulterio, el esoterismo y el ocultismo, la contracultura, los diferentes estilos musicales agresivos, nuevas modas y filosofías juveniles, el feminismo y ecologismo, las comunas hippies.

En conclusión Pablo VI se encontró en 1932 cuando redactar documento con una revolución social, política y cultural completamente súbita y general, y con gran parte de la Iglesia en su contra.

En 1978 fue elegido de San Juan Pablo II, quien afrontó estos nuevos retos desde su experiencia con el comunismo, el nazismo y el liberalismo.

25/08/16 4:39 PM
  
humo eclesial
«Hasta donde sabemos, ésta es la primera publicación completa en Internet y en español de esta homilía del Beato Pablo VI»

1-No es la " publicación completa " de la aludida "homilía", es la traducción del resumen ejecutivo que aparece en el sitio de la Santa Sede.

2- ¿Quiere leer la que sí es "la primera publicación completa en Internet y en español de esta homilía"?:

bit.ly/2bj6PH7


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DIG: Tiene razón. Gracias. No conocía esa publicación. Mi versión es casi completa, porque la versión de la Santa Sede es un poco resumida.
25/08/16 7:00 PM
  
A.D.R.
Leed la homilía del 29 de junio de 1978. La última celebración de San Pedro y San Pablo de Pablo VI antes de morir. ¡¡¡IMPRESIONANTE!!! Está en la página del Vaticano, en español.

Lo que dice el Papa todavía tiene, por desgracia, repercusiones ahora. La confusión entró en la Iglesia y en la confusión continuamos.
25/08/16 11:44 PM
  
Ricardo de Argentina
"Incluso en la Iglesia reina este estado de incertidumbre. Se creía que después del Concilio vendría un día de sol para la historia de la Iglesia. Ha venido en cambio un día de nubes, de tormenta, de oscuridad, de búsqueda, de incertidumbre. Predicamos el ecumenismo y nos separamos más y más de los otros. Buscamos excavar abismos en lugar de llenarlos."
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Buen diagnóstico. Es la pura verdad.
Pero a quienes han señalado lo mismo desde el llano, mostrando y demostrando que las ambigüedades e imprecisiones de los textos -fruto que fueron de componendas de las internas habidas entre los Padres Sinodiales - tendrían consecuencias nefastas en la vida eclesial, les han respondido:"¿No quieres caldo?¡ toma 3 tazas!".
Si toda una jerarquía erró en sus expectativas, y lo reconoce como lo está reconociendo aquí Paulo VI, lo que corresponde es desandar el camino en vez de insistir cerrilmente en algo que se sabe que no funciona.

Humanae Vita fue más brillante aún que esta homilía. Quizás fue la encíclica más brillante de los últimos tiempos. Confrontaba con una corriente muy generalizada de uso de anticonceptivos entre los católicos. Fue inmediata y fuertemente contestada. Los obispos sancionaron inmediatamente a los refractarios, muchos de ellos sacerdotes, cumpliendo así con su deber de pastores. ¿Qué hizo entonces Paulo VI? ¡¡Desautorizó a los obispos!!. Con lo cual dejó estupefactos a propios y extraños, asestando un golpe mortal a la autoridad, no sólo de los obispos, sino también a la del mismísimo papado.

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DIG: No hay que exagerar. Creo que el caso al que aludes afectó a un solo obispo (el de Washington). Y no asestó ningún "golpe mortal a la autoridad", ni de los obispos ni del papado.

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Así que me van a perdonar, pero cuando me hablan de algún documento pontificio "brillante", me pongo en guardia.
26/08/16 3:02 AM
  
antonio
"""Refiriéndose a la situación de la Iglesia de hoy, el Santo Padre afirma tener la sensación de que «por alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios». Hay duda, incertidumbre, problemas, inquietud, insatisfacción, confrontación. No se confía más en la Iglesia; se confía en el primer profeta profano que viene a hablarnos desde algún periódico o desde algún movimiento social para correr tras él y """"
Excelente toda la homilia del Santo Padre, no verlo, padre de la confusión, de la mentira,de la ambiguedad, de la desobediencia, DESOBEDIENCIA, a CRISTO, y su Iglesia, en las faltas groseras de la CARIDAD, es estar ciego,"El Beso de Judas", de tantos de sus integrantes.
Que Dios lo bendiga y bendiga a la Iglesia, la perdida de lo SAGRADO!!Del temor de Dios principio de la Sabiduria.y que interceda desde el cielo por la Iglesia.
26/08/16 11:28 AM
  
Juan Andrés
Mientras más viejo me pongo y más leo o me informo sobre la historia de los últimos 50 años menos motivos encuentro para liberar a Pablo VI de la responsabilidad, aunque sea parcial, de las consecuencias de todo lo que ha venido ocurriendo. Él se expresa como si la causa le fuera ajena cuando ha sido protagonista y partícipe directo, y en un momento clave, y nada hizo o intentó hacer, siendo el Papa, para remediar, o intentar paliar, la situación que diagnosticara. La Humanae Vitae quedó entonces, a mi imperfecto parecer, como un intento desesperado de detener la avalancha parapetándose tras un pequeño paraguas, constituyendo quizás un intento de tranquilizar su conciencia. Dios sabrá, claro está, y a su juicio ya fue sometido.

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DIG: ¿Que Pablo VI no hizo nada para remediar o paliar la crisis de la Iglesia Católica? Pienso que sólo el desconocimiento o una falta de buena voluntad hacia su persona pueden llevar a sostener semejante falsedad histórica. ¿Por qué, si no hizo nada en ese sentido, fue tan duramente criticado por los "progresistas" durante los diez años finales de su pontificado? No insinúo que su gobierno de la Iglesia haya sido perfecto; pero es demasiado fácil criticarlo por los males que sufrió la Iglesia en ese período tan turbulento (en cierto sentido más turbulento que el actual). Como se dice por estos lares, "con el diario del lunes" se puede "prever" fácilmente el resultado de las decisiones tomadas por el DT en el partido del domingo.

Pablo VI ya pasó por el juicio de Dios y está en el Cielo. Es Beato.
26/08/16 1:43 PM
  
hornero (Argentina)
Me parece que el golpe maestro dado por Pablo VI a la masonería es haber denunciado, reconocido que "el humo de satanás ha entrado en ella". Es un duro compendio de la crítica a todo lo que ocurre en la Iglesia hoy. Este es el gran drama de la Iglesia: la presencia de la masonería eclesiástica, que es la versión específica dentro la Iglesia de la masonería laica, particularmente presente en la jerarquía. Si no fuera cierto esto, no se explicaría los derrapes de la Iglesia en tantos asuntos de su competencia y responsabilidad, lo que llevó a reconocer a Ratzinger en su meditación del Viernes Santo 2005 que “la Iglesia parecía una barca que hacía agua por todas partes y estuviera a punto de hundirse”. Más aún, la ceguera consiente a este respecto, más que ceguera ocultamiento astuto y mendaz, por parte de unos, y cobarde convivencia y silencio que omite denunciar la presencia de esta secta satánica, por parte de otros, causa la actual parálisis y ausencia de eficacia evangelizadora. Es curioso que en general se omita el término masonería cuando se señalan los males interiores de la Iglesia, se teme señalar los responsables más conspicuos de la misma, muchas veces evidentes por sus componendas con el N.O.M. Por ejemplo, la Nota publicada por el Cons. Pont. Justicia y Paz el 24 de Oct. de 2011: "PER UNA RIFORMA DEL SISTEMA FINANZIARIO INTERNAZIONALE NELLA PROSPETTIVA DI UN’AUTORITÀ PUBBLICA A COMPETENZA UNIVERSALE", como contribución al G-20 que se reuniría en Cannes, Francia, los próximos días 3 y 4 de noviembre con el objeto de “discutir las principales cuestiones que atañen a la economía y finanza mundiales”; procurando el Cons. Pontificio responder a las enseñanzas y reclamos de la “Caritas in veritate”, específicamente en su n° 67, en el que se pide: “ Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, el Beato Juan XXIII.” , trabajo que Benedicto XVI agradecía el 3 de Diciembre de 2012: “Agradezco al Consejo Pontificio Justicia y Paz porque, juntamente con otras instituciones pontificias, ha dispuesto profundizar las orientaciones que he ofrecido en la Caritas in veritate”. Ahora bien, eliminar la masonería de la Iglesia es cosa que excede a una mera voluntad humana, por cuanto se trata de una operación llevada adelante por el príncipe de este mundo, el demonio. Es necesario contar con el auxilio sobrenatural de la gracia de Dios, que ilumine las inteligencias y fortalezca las voluntades de los responsables en esta gravísima cuestión. No se trata de librar a los hombres de la Iglesia de su natural debilidad humana pecadora, sino librar a la Iglesia de quienes concientemente están al servicio del enemigo de Cristo. Y esto no es cosa de poca cuantía. Pero ahí está la Virgen, que deshace las astucias y conspiraciones del demonio. Por esto es necesario aceptarla como Conductora de la batalla que Ella libra por misión recibida de Cristo.

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DIG: A lo largo de la historia, la Iglesia ha sufrido muchos males. En nuestros días los males que sufre la Iglesia son particularmente graves. Sin duda las maquinaciones anticatólicas de la Masonería tienen bastante que ver con muchos de esos males graves. Y sin duda hoy hay algunos masones dentro de la Iglesia; pero no sabemos cuántos, si son pocos o muchos, etc. Es muy arriesgado (y temerario) decir que el gran drama de la Iglesia hoy es la presencia de masones dentro de la jerarquía eclesiástica.

Por otra parte, las expresiones del Magisterio de la Iglesia favorables a la existencia de una autoridad mundial no pueden considerarse como indicios de complicidad con planes masónicos. En sí misma, la idea de una autoridad mundial, respetando el gran principio de subsidiariedad, es perfectamente compatible con la doctrina social de la Iglesia; aunque, naturalmente, se pueda abusar de la autoridad mundial, como se puede abusar de cualquier otra autoridad.
26/08/16 6:08 PM

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