Pena de muerte para los militares. Mons. Baseotto
Hace unos años, quien fuera entonces presidente de la Nación, Carlos Saúl Menem, lanzó, para medir el pulso de la opinión pública, la idea de la pena de muerte para violadores y causantes de otros delitos. Se levantó una ola de protestas, críticas y declaraciones contra la pena de muerte. Ese fue el clima que entonces se respiró. Y la cultura de rechazo a la pena de muerte sigue teniendo vigencia en la sociedad. Sigue en pie el concepto de que es inhumana e ineficaz para los fines que persigue. Sin embargo (con la complicidad del silencio), la pena de muerte hoy se aplica en nuestra sociedad. No por fusilamiento o silla eléctrica, pero de una manera lenta, sin estridencias ni espectáculos chocantes, pero pena de muerte al fin. Llevo casi quince años visitando a militares, policías y civiles que tuvieron algo que ver en el “Proceso'’ (unos 2300). Y veo cómo se van deteriorando gradualmente bajo el estigma de “genocidas'’. Muchos de ellos sin proceso, otros con proceso de dudosa objetividad, con sentencias por varias causas que se les van acumulando: lo que significa añadir años a su reclusión, algunos con varias sentencias de prisión perpetua, etc. Están condenados a muerte aunque no se diga en voz alta ni oficialmente.

Hace poco hemos sentido cierto revuelo ante diversas declaraciones vaticanas donde se planteaba que la diversidad de religiones era algo querido por Dios y hasta expresión de su
El P. Federico Highton es un sacerdote y misionero argentino, estudió Derecho en la UBA (Argentina), e ingresó en el seminario después. Actualmente se dedica a misionar de modo parresíaco en lugares donde nunca se haya predicado la verdad católica, en lugares donde sea riesgoso predicar. Reside intermitentemente en Sikkim, un pueblo situado en la meseta tibetana (Himalaya), en la zona norte de la India.





