15.10.23

Si no viereis signos y prodigios, no creéis. Milagros, videntes y gula espiritual

El Evangelio de este domingo (según misal de 1962) se enmarca en uno de los viajes que Nuestro Señor Jesucristo realiza allí donde había comenzado su fama: en Caná de Galilea, el mismo lugar donde había transformado el agua en vino casi forzado por Su Madre, quien prácticamente lo impulsa a mostrar su divinidad diciéndole “no tienen vino”.

Es el lugar de donde había comenzado a precederle la fama a quien algunos llamaban el “taumaturgo de Nazaret”, el profeta “milagrero” o -peor aún- el “embaucador de serpientes”, como dirían en el lenguaje de hoy algunos de los judíos de su época.

Pero quienes habían visto ya no sólo la conversión del agua en vino sino también el resto de los milagros y prodigios que venía dispensando el Señor (su bautismo en el Jordán, el diálogo con la samaritana, su valentía ante la expulsión de los mercaderes del Templo y muchos otros más que no se narran en la Escritura), buscaban en Él no tanto al Hijo de Dios, al Mesías, sino al curandero, al hacedor de prodigios, al manosanta…

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