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6.09.19

(381) No es primacía, sino soberanía

Para la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo no guardarse la vida, para no perderla querenciando herejías o destemplándose. Quien pretenda ganarse perdiendo doctrina, perderá ambas, conforme a la Palabra de Dios, que advierte:

«quicumque quaesierit animam suam salvare perdet illam et qui perdiderit illam vivificabit eam», quien trate de guardar su vida la perderá, y quien la pierda la conservara (Luc 17, 33). Antes bien plantarle rostro al error y así arrostrar disgustos y tribulaciones si fuera menester.

 

No guarda forma de ocaso sino de renacimiento: se muere en las aguas del bautismo para nacer en la cruz, y así tener futuro, confesión tras confesión.

 

No darle a Dios la primacía, que es noción relacional, un mero privilegio entre pares; sino en verdad la mayor, la supremacía, la preeminencia y la soberanía, que es la virtud del superior jerárquico. Porque la Causa Primera es soberana, no un tú a tú, sino el todo frente a la nada.

 

No arrejuntar el propio anhelo con la voluntad de Dios, sino antes bien apercibirse de lo hondo y someterse al Salvador del mundo. Conforme al niéguese a sí mismo (Lc 9, 23).

 

No demandarle al Señor derechos ni mercedes, sino antes bien regalos y crucifixiones, como si fueran migajas o mendrugos de ese pan que hurtan los perros, y pordiosean lazarillos.

 

Pedir a Dios Nuestro Señor la fe para el que no la tiene, y que se vaya a confesar y a recibir la gracia.

 

Y andar pidiendo por quien se encuentra al paso, encomendando al conocido, al que se cruza, al que se espera y al que nos es desconocido. No hay que dejar de hacerlo, porque probablemente nadie lo hará.

 
Rogar por tanta, tanta gente alejada de Dios que encuentras en el tren, en la compra, en el paseo, por las calles, por las plazas, en el trabajo, en todos los rincones del mundo de ahora y de siempre, pero sobre todo de ahora.
 

La voluntad, para elegir el bien libremente, natural o sobrenatural, no puede moverse por sí sola. Dependemos de Dios que mueva, natural o sobrenaturalmente.

 

Sufrir por Cristo dolor y vergüenza.

 

David Glez.Alonso Gracián