Tenemos derecho a que se oiga nuestra voz en las Cortes
A nadie se le escapa que tanto en el Congreso como en el Senado no hay un solo partido político que, en asuntos tan fundamentales como la familia y la dignidad de la vida humana, cumpla los mínimos que los católicos fieles al magisterio de la Iglesia consideramos irrenunciables. Como dije antes de las pasadas elecciones generales, los centenares de miles de católicos que se congregaron en la plaza madrileña de Colón en torno a sus obispos el pasado 30 de diciembre, no estaban ni están representados por un solo diputado o senador. Aunque algunos políticos pueden sostener un ideal más o menos parecido al de los allá presentes, su tibieza unidad a la disciplina imperante en la partitocracia que tenemos por sistema político hace impensable que alguno de ellos ose ir por libre en contra de las consignas de sus dirigentes.
Sin embargo, en las dos últimas elecciones importantes celebradas en este país, las autonómicas de Cataluña y las generales de marzo, hemos visto la aparición de dos opciones políticas nuevas, Ciutadans y UPyD, que han demostrado que se puede empezar a arañar, siquiera superficialmente, el omnipotente poder de los partidos mayoritarios tanto a nivel autonómico como estatal. Ha bastado con que recibieran un apoyo más o menos importante por parte de medios de comunicación muy concretos (sobre todo Cope, para qué nos vamos a engañar), para que hayan asomado su cabeza en el parlamento catalán y el español. Pero ambos partidos, por muy interesantes que sean en sus propuestas sobre asuntos muy importantes como la unidad de España, el derecho a ser escolarizado en la lengua materna, el cambio de la ley electoral, etc, etc, son laicistas y nada o muy poco opositores a la labor de ingeniería social del zapaterismo.

Cuando en el post de ayer recordé al padre Villar con un bate de beisbol en la mano, vigilando que los piquetes “informativos” no nos molestaran, mi memoria no quiso quedarse en su figura. Dicen que este tipo de recuerdos se quedan ahí para toda la vida, pero a mí me da la sensación de que pueden desaparecer en cualquier momento en la nebulosa del tiempo. Por ejemplo, recuerdo pocos nombres de profesores y compañeros de clase. Entre estos últimos apenas me acuerdo de Fernando Peinado Sánchez, mejor estudiante que yo pero una nulidad completa con un balón entre los pies; Leandro del Peral Aguilar, uno de los mejores estudiantes en todos los cursos en los que coincidimos, y que además era muy bueno jugando al baloncesto; Pérez Vidal, de cuyo nombre de pila no me acuerdo, que era más bien chiquitajo pero muy buena gente; Pimentel, mulato probablemente de origen cubano, con quien no sé bien porqué me pegué en cierta ocasión, cosa rara en mí porque yo era un crío más bien pacífico y no me di de tortas más allá de 3 ó 4 veces en toda mi vida escolar. Por supuesto también me acuerdo de mi primo Amando, un año mayor que yo, pero eso no tiene ningún mérito ya que, siendo como soy hijo único, él es lo más cercano a un hermano que he tenido nunca.
Finley parecía destinado a morir antes de poder ver la luz del sol. Su delito, ser candidato a padecer una enfermedad congénita en sus riñones. Un hermano suyo falleció al poco de nacer debido a ese mal. Otro hermano, de veinte meses de edad, sobrevive con un solo riñón. Su madre no estaba dispuesta a pasar otra vez por lo mismo y decidió que los médicos no dieran la oportunidad de vivir a su nuevo hijo. A las ocho semanas de embarazo se puso en manos de esos sujetos con bata blanca que se dedican a acabar con la vida humana dentro del seno materno. Pero algo salió “mal”. En realidad, deberíamos decir que algo salió “bien”. No se sabe bien porqué, el aborto fue fallido. Quizás Finley supo esconderse bien, quizás el galeno asesino tuvo el día tonto. El caso es que el niño siguió dentro de una madre que ya le creía muerto.
“¡Serpientes, razas de víboras, sepulcros blanqueados, insensatos, animales irracionales, inmundicias, hijos de maldición, zorra!”








