Pensando en voz alta
Desesperado ante la evidencia. Sí, ante la evidencia de ser una especie de isla semi-estéril en medio de un océano de tibieza y de tinieblas. Vivir para Dios, aunque peque. No tengo otra razón para seguir en este valle de lágrimas. No encuentro otro motivo para vivir que no sea sentirme hijo de Dios, disfrutar en la intimidad de la comunión con Dios, buscar la forma de que otros siquiera intuyan que sólo en Dios, por Dios y con Dios pueden ser verdaderamente felices, aun en medio del dolor, la dificultad y las pruebas. Pero me siento un bicho raro. Apenas encuentro a alguien que sienta y piense como yo. Y no es que crea que soy mejor que nadie pues bien sé que entre los pecadores yo soy el primero, pues más luz que muchos he recibido y aún así caigo. Por eso no doy el fruto que debo. Mas su gracia me levanta. Y una vez restaurado, busco recostarme a los pies de Cristo como hizo aquella mujer del evangelio que fue criticada por su hermana. Porque, de verdad, ¿qué otra cosa puede haber mejor en este universo que sentarse a los pies del Salvador, oír sus palabras, ver sus ojos y dejarse acariciar por su amor?