Me hace gracia lo de los "autobuses ateos"

A partir del próximo lunes, dos autobuses de Barcelona llevarán como publicidad el siguiente mensaje: “Probablemente Dios no existe. Disfruta la vida". El arzobispado que gobierna el cardenal Sistach ha respondido con una breve nota en la que afirma que “la fe en la existencia de Dios no es motivo de preocupación, ni es tampoco un obstáculo para gozar honestamente de la vida, sino que es un sólido fundamento para vivir la vida con una actitud de solidaridad, de paz y un sentido de trascendencia".

Bien está que desde la Iglesia de Barcelona se reaccione a tiempo y no sé si está tan bien el que se haga de forma tan parca, aunque tampoco es plan de dar al asunto más importancia de la que tiene. Algo parecido hicieron los ateos de Gran Bretaña hace unas semanas y las autoridades eclesiales anglicanas y católicas dieron una respuesta más contundente.

Lo curioso es que el lema que han escogido los ateos de la campaña recuerda en parte a aquello que dijo San Pablo acerca de la creencia en la resurrección: “si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos"; y “si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. Y somos convictos de falsos testigos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si es que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres!”

Es decir, si los ateos tienen razón y ni Dios existe ni hay vida más allá de la muerte, ¿qué hacemos perdiendo el tiempo aquí sin buscar la mejor forma de pasárnoslo en grande?

En realidad, el mensaje de esos ateos debería de llevar a los hombres a la mayor de las desesperaciones. Sabiendo que todos vamos a morir y sabiendo que la vida terrena puede acabar en cualquier momento, ¿cómo se puede llegar a ser feliz?. ¿Todo acaba con el último latido de corazón? Pues vaya una birria de existencia. Merecerá la pena sólo mientras seamos jóvenes. Cuando la vejez llegue y las enfermedades nos impidan disfrutar de la vida, ¿qué? ¿a quitarnos de en medio cuanto antes? Eso es lo que está detrás de esa publicidad, de esa forma de pensar.

Sin embargo, los que creemos en Dios y sabemos que esta vida es sólo la puerta hacia la eternidad, tenemos motivos más que suficientes para ser felices si en verdad estamos arraigados en el Señor. Aunque nos vaya mal aquí, ¿qué son 20, 60 ó 100 años comparados con el tiempo sin fin que nos espera después? La vida terrena habrá sido un simple pestañear en la inmensidad de la eternidad. Pero ojo, de lo que hagamos en esta vida dependerá nuestra realidad en ese tiempo sin fin. Por tanto, la campaña adecuada sería más bien “¿De verdad que te merece la pena arriesgarte a vivir como si Dios no existiera?". Hasta el más ateo de los ateos tendrá algún momento de duda sobre la existencia de Dios. Y cuanto más se acerque a la muerte, más dudará. Tan solo pensar en la disolución, en la aniquilación del yo y de la consciencia tras la muerte física, debe ser una perspectiva demasiado pavorosa para los que no creen en la trascendencia.

La verdad es que los cristianos tenemos verdaderos motivos para disfrutar de la vida. Sabemos que es un don de Dios. Sabemos que no acaba con la muerte, pues Cristo la venció en la cruz. La verdadera VIDA no es un simple conjunto de células y de neuronas. Quien ha disfrutado de la comunión con Dios sabe de verdad lo que es vivir y anhela que llegue el día en que esa comunión sea sellada para siempre. Quien cree, entiende. Quien se niega a creer, se niega a entender. Ver a un ateo negando a Dios es tan patético como contemplar a un ciego negando que existan los colores. Con la particularidad de que no existen ciegos que sostengan semejante estupidez, pero sí existen ateos.

Luis Fernando Pérez