InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Espiritualidad cristiana

13.12.15

Morir al pecado para vivir en Cristo

Demos los primeros pasos en este Año de la Misericordia para que el Señor nos conceda tomar en nuestras vidas la victoria que Él nos consiguió en la Cruz.

¿En qué consiste esa victoria? Lo explica el apóstol San Pablo en la epístola a los Romanos:

Los que hemos muerto al pecado ¿cómo vamos a vivir todavía en él? ¿No sabéis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús hemos sido bautizados para unirnos a su muerte? Pues fuimos sepultados juntamente con él mediante el bautismo para unirnos a su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva.

Rom 6,2.4

Dado que todos -especialmente los más santos- somos conscientes de nuestra condición pecadora, nos parece utópica la idea de que ya hemos muerto al pecado. El mismo sigue presente, en mayor o menor medida, en nuestras vidas. Pero nadie dude que si el Padre resucitó a Cristo de la muerte, Él nos resucitará para dejar atrás toda esclavitud pecaminosa y andar en nueva vida. Y aunque eso solo ocurrirá de forma perfecta en la vida eterna, posterior a este peregrinaje temporal, puede y debe ser ya una realidad

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11.12.15

¿A dónde iría sin su misericordia?

No albergo la menor duda sobre una realidad. Soy pecador. Hay todavía muchas áreas en mi vida que no están conformadas plenamente con la voluntad de Dios. Necesito su misericordia, su perdón, su ayuda para liberarme de mis pecados.

No albergo la menor duda sobre otra realidad. Dios me quiere santo. Es más, me concede serlo, de forma que no tengo excusa para no andar en santidad. Si digo que Dios me lo concede, no digo que ya lo sea, al menos no como Él quiere que lo sea. Pero cuando caigo, cuando peco, cuando me separo una y otra vez de su voluntad, no me encuentro con una mirada de condena eterna, sino con la Cruz por la que Cristo paga el precio por mi salvación. Y esa cruz me restaura, me da vida, me ayuda a cargar con mis propias cruces, con mis debilidades. Es Cristo mi Cireneo. Es Cristo quien me concede el perdón a través de sus ministros en el sacramento de la Confesión. Es Cristo quien, una vez perdonado, se me entrega por completo en la Eucaristía, alimento divino que me fortalece para la lucha contra mis pecados. Eso es, en definitiva, la vida cristiana. Caída, perdón, restauración, vida. Pura gracia. Pura misericordia divina.

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24.11.15

Esto hizo Dios por ti antes de que existiera el mundo

Palabras de San Pablo a los fieles que estaban en Éfeso y que valen igualmente para nosotros hoy:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda bendición espiritual en los cielos. (Ef 1,3)

Somos bendecidos en Cristo, nuestra Redentor. Y no cortamente, sino con TODA bendición espiritual. No hablamos de bendiciones mundanas, carnales. La bendición es de orden espiritual. Se entiende entonces que es para aquellos que viven en y por gracia.

ya que en Él nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor; (Ef 1,4)

Pensemos por un momento en lo que indica el apóstol, inspirado por el Espíritu Santo. No es que Dios elija a sus fieles antes de nacer, antes de ser concebidos. Los eligió antes de crear siquiera el mundo. Cuando las tres personas de la Trinidad estaban en esa perfecta comunión sin una creación a la que manifestarse, Dios ya pensó en todos y cada uno de aquellos a los que habría de salvar. Y en la elección iba la obra que habría de hacer en ellos: convertirlos en santos y sin mancha en su presencia. Y ello por el amor. 

Santos y sin mancha, no llenos de pecado sin arrepentimiento y conversión. Pecados cometen todos. Arrepentimiento, conversión, penitencia, no todos.

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23.11.15

Breves reflexiones (IX)

Muchos contemplan la obra de la gracia de Dios en sus vidas como si fuera sobre todo obra propia.

Si todo lo bueno que hay en ti se lo debes a Dios, no des lugar al orgullo y la vanagloria.

No eres tú quien ayudas a la gracia de Dios a salvarte. Es la gracia divina quien te ayuda eficazmente a ser salvo.

Tus pecados te alejan de Dios. Dios te quiere a su lado. ¿Cómo no va Dios a darte su gracia para dejar atrás tus pecados?

Con el pecado no se dialoga. Se le vence por la gracia de Dios. Esa es la verdadera misericordia.

Quien te dice que la respuesta al pecado es un camino en el que no acabas deshaciéndote del mismo, es enemigo de la gracia y sirve a Satanás, padre de toda mentira.

Engañoso es el propio corazón, más que todas las cosas. Deja por gracia que Cristo te done el suyo para vivir en libertad.

Pide a la Madre que interceda para que su Fiat sea tu Fiat, y concebirás en tu alma al Verbo de Dios. 

La vida del santo es predicación viva del poder de la gracia de Dios y testimonio de la victoria de Cristo en la Cruz.

No desperes ante los pecados que parecen atarte al viejo Adán. Confía en que junto con la misericordia del perdón, llegará la misericordia de la liberación. Estás en el camino, no al final del mismo.

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20.11.15

Quien se sabe salvo por gracia no presume de nada

Llevamos tiempo escuchando la idea de que hay una serie de cristianos que se creen más santos que nadie, más perfectos que el resto y que, instalados en esa presunción, se dedican a acusar a los que se arrastran por el fango del pecado.

Demos por hecho que existen cristianos así. No creo conocer a ninguno, pero acepto que los hay. Son unos pobres miserables. Lo son por dos razones:

1- No tienen nada que no se les haya dado. No hay un gramo de santidad en sus vidas, si es que lo hay, que no sea puro don. Hasta sus méritos personales, de tenerlos, son fruto de la gracia operante de Dios en sus vidas. Por tanto, ¿de qué presumir? ¿de qué gloriarse? Como dijo San Pablo:

 ¡Que yo nunca me gloríe más que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo! (Gal 6,14)

2- Todos, absolutamente todos, han pasado y/o pasan por un proceso en el que han estado enfangados en el pecado. Ciertamente estamos llamados a la santidad, pero quienes por pura gracia han avanzado más en el camino que otros hermanos en la fe, deben ser mano tendida en el proceso de esos hermanos y no dedo acusador.

Ahora bien, esa mano tendida que han de ofrecer los que han progresado en su camino de santidad no puede consentir en pretender que quienes están atados a un cristianismo carnal y esclavizados todavía por graves pecados sigan en esa situación, como si la misma fuera invencible o incluso deseable. Quien vive en santidad es fuente de gracia para los demás, es prueba viva de que el pecado no tiene la última palabra. No puede haber orgullo espíritual. La soberbia es quizás el pecado más peligroso y no puede formar parte de quienes andan guiados por el Espíritu Santo.

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