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8.05.15

La Iglesia vuelve a perder naciones enteras en Europa como en el siglo XVI

A principios del siglo XVI, Europa entera era católica u ortodoxa. Las naciones ortodoxas a finales de dicho siglo eran las mismas. Al menos las que no habían sido invadidas por el Islam. Sin embargo, la Europa católica saltó hecha pedazos. Primero, con el Acta de Supremacía aprobada, a peticiòn de Enrique VIII, por el parlamento inglés en 1534, por la cual el soberano se convertía en cabeza de la “Iglesia” en Inglaterra. Y luego, tras diversas guerras religiosas, con la paz de Agusburgo de 1555, que impuso la norma “cuius regio eius religio” -"según sea la religión del rey, así será la religión”-, que venía a significar que si un rey o príncipe era católico, su pueblo o nación también, y si era protestante, idem. 

Los ciudadanos católicos y protestantes que estuvieran en países cuyo rey era de la otra religión, pasaron a ser poco menos que de segunda categoría, cuando no perseguidos abiertamente. Se da la circunstancia de que la mayoría de los países europeos que hoy siguen siendo confesionales son de religión protestante en algunas de sus variantes. Y, sin ir más lejos, hasta hace bien poco un sacerdote católico no podía por ley ser candidato a unas elecciones en Gran Bretaña.

Aun así, se puede decir que no “cuius regio eius religio” es una reliquia de la historia sin ninguna aplicación práctica. Y sin embargo, la Iglesia Católica ha vuelto a perder naciones enteras. Con una particularidad. La pérdida es tolerada, cuando no animada, por gran parte de la propia jerarquía “catolica” de dichas naciones.

Eso es lo que ocurre en Alemania, cuyos obispos ya plantean abiertamente soluciones que convertirían al catolicismo en una copia barata del catolicismo, con una doctrina y una praxis distinta dependiendo de la región del planeta donde se viva, y lo que acabamos de confirmar que ocurre en Suiza, donde los debates presinodales han dejado claro que “agentes pastorales, catequistas y sobre todo fieles comprometidos con la parroquia, consejos parroquiales, organismos eclesiales, por ejemplo, asociaciones femeninas y de jóvenes, y de otros grupos y comunidades” no profesan la doctrina católica sobre el Matrimonio, el divorcio, la Eucaristía y, lógicamente, la Confesión. Por tanto, el mero sentido común dictamina que no pueden ser considerados católicos. Son tan protestantes liberales como la mayoría de los protestantes “oficialistas” de su país. 

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1.05.15

¿Hay diferencia entre ser bueno y ser santo?

Muchos cristianos viven hoy en la idea de que eso de la santidad es algo reservado para unos pocos. Que al fin y al cabo, el número de aquellos que han sido beatificados o canonizados son una ínfima minoría comparados con los millones y millones de fieles que han vivido en los últimos veinte siglos. Piensan que incluso aunque se acepte que, aparte de los que figuran en el santoral, hay tantos o más cristanos que podrían haber alcanzado ese “reconocimiento público” de haberse conocido sus vidas, siguen siendo una porción escasísima del total.

Una gran parte de aquellos que piensan así tienen una actitud parecida a la del joven rico con el que se encontró Jesús:

Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. 

Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».

Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».

Mc 10,18-20

He ahí el típico ejemplo de “buen” creyente, de “buena” persona. No mata, no roba, no adultera, no se pasa la vida acusando al prójimo de mentiras, quiere a su familia, especialmente a quienes le dieron la vida,etc. Ciertamente hoy vivimos en una época en que al menos la cuestión del adulterio no parece ser tan “importante". En relación al matrimonio, aquello de que el amor “todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” y “nunca deja de ser” (1ª Cor 13,7-8) parece enterrado bajo la idea de que el amor dura hasta que dura, y cuando acaba te puedes buscar otro.

Pero aun concediendo que se es también fiel en el amor conyugal, el considerarse a uno mismo lo suficientemente bueno para heredar la vida eterna se va a encontrar de bruces con las palabras de Cristo:

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25.04.15

Hay que solucionar lo de los funerales de Estado

Cada vez que en España hay una desgracia con muchas víctimas, sea en forma de atentado, de accidente o de catástrofe natural, se produce la misma polémica. No se sabe bien quién decide que se celebre un funeral de estado. Y se encarga del mismo a un obispo o cardenal católico. Como el prelado de turno sabe que para que la Iglesia considere algo como auténtico funeral, tiene que celebrarse una Misa -si no, será otra cosa-, los laicistas y miembros de otras confesiones ponen el grito en el cielo y apelan a la aconfesionalidad del estado.

Todo esto se solucionaría de una forma muy fácil. Si el Estado, o cualquiera de sus instituciones, lo cual incluye las comunidades autónomas, quiere celebrar funerales aconfesionales o pluriconfesionales, que se utilicen para tal fin espacios públicos. Puede valer un pabellón deportivo, un estadio de fútbol, o incluso un parque con explanada suficiente para acoger a mucha gente. A ese funeral “civil” se puede invitar a todas las confesiones religiosas del país, sí así se estima oportuno.

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23.04.15

Mons. Doeme, un obispo de los de verdad

De entre las muchos testimonios impactantes del reciente congreso sobre cristianos perseguidos celebrado en Madrid, hubo uno que dejó boquiabiertos a los participantes. Mons. Oliver Dashe Doeme, obispo de Maiduguri (Nigeria) nos contó una visión que tuvo en un sueño. En la misma, un hombre con una espada se le acercó. El obispo sintió miedo porque pensaba que le iba a atacar, e incluso decapitar, con el arma, pero el hombre se le acercó y le puso la espada en sus manos. En ese momento, la espada se convirtió en un rosario. Y el obispo entendió que era la oración, especialmente la del Rosario, el arma para combatir a Boko Haram y a cualquier demonio que busque aniquilar la fe.

Mons. Doeme, dicho sea de paso, no niega que haya que hacer uso de la fuerza para acabar con el grupo terrorista islámico. Tanto él como el otro obispo nigeriano que participó en el congreso, explicaron que no se puede pretender que el ejército de su país proteja a los cristianos cuando es incapaz de protegerse a sí mismo. Es por eso que pidieron la intervención de la comunidad internacional que, de hecho, se está dando. Pero no por parte de Occidente, sino por parte de Sudáfrica y Rusia, que ya ha conseguido hacer retroceder a los islamistas en algunas zonas del país.

Pero evidentemente los cristianos nigerianos no tienen capacidad militar de oponerse a quienes buscan su aniquilación. “Sólo” cuentan con la oración y con la fidelidad a Cristo. Nos decía Mons. Doeme que exhortaba a sus fieles a no dejarse robar la fe. Escribo de memoria pero dijo algo muy parecido a esto: “Os pueden quitar las casas, os pueden hacer huir a las montañas o a los bosques, pero no os pueden robar la fe. Y si tenéis la fe, lo tenéis todo“.

Precisamente esa fidelidad es una formidable fortaleza contra la que Boko Haram, y el resto de grupos fundamentalista islámicos, no puede hacer absolutamente nada. La sangre de los mártires es semilla de cristianismo auténtico. No hay ejército humano en este mundo que pueda derrotar a la gracia eficaz de Dios obrando en sus elegidos.

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21.04.15

Pastores de mártires

El pasado fin de semana he asistido al Congreso “Todos Somos Nazarenos” organizado -maravillosamente, hay que decirlo- por Más Libres/Hazte Oir, en el que, entre otros, han participado el Patriarca católico de Antioquía, obispos católicos de Oriente Medio y Nigeria, un obispo copto, un pastor protestante, el marido y la hija de Asia Bibi, un sacerdote misionero el IVE, los padres de una joven norteamericana secuestrada por yihadistas y fallecida en un bombardeo de Jordania, etc.

Por allá asomaron Mons. Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid y el P. Jose María Gil Tamayo, secretario y portavoz de la CEE. Digo esto para que quede claro que la presencia de Martínez Camino no fue la única de cierta relevancia “institucional” a nivel de la Iglesia en España, tal y como algunos andan malinformando.

Es harto complicado reflejar por escrito lo que he vivido en estos días. Las gracias recibidas han sido tantas y tan intensas, que supongo que tendrá que pasar un tiempo para que reposen en mi alma. 

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