El cariño en medio del sufrimiento
Por suerte o por desgracia a lo largo de mi vida he pasado más tiempo de lo normal en diversos hospitales. No tanto por mí como sobre todo por mi madre. Ahora es mi esposa quien requiere hospitalización debido a la complicación de una enfermedad crónica que padece. Le esperan al menos dos semanas de estancia. Sé que la práctica totalidad de mis lectores creyentes rezan y rezarán por ella así que os lo agradezco.
Supongo que cada hospital tiene su propia idiosincrasia pero en todos he visto siempre las mismas escenas, las mismas caras de preocupación y, por supuesto, las mismas muestras de cariño de los familiares hacia los pacientes y viceversa. En el hospital no sufre sólo el enfermo sino aquellos que le aman. Y del sufrimiento surgen muestras de amor y de cariño que seguramente no se dan en el día a día, en la rutina de cada vida. Ver a un anciano coger la mano de su esposa llena de tubos es algo que emociona doblemente. Emociona porque puedes vislumbrar la angustia del abuelo que teme perder a quien ha sido su vida, y a su vez emociona porque contemplas cómo el verdadero amor nunca muere, no entiende de edades ni de dificultades y llega hasta el final.
Con todo, creo necesario decir que no deberíamos esperar a que nuestros seres queridos estén en dificultades de salud para llegar a ser más cariñosos con ellos. El amor no sólo se siente. Se dice, se cuenta, se vive. Sonrisas, besos, abrazos, “te quieros", la mera presencia, a veces son la mejor medicina para el alma y para el cuerpo. Y obtiene más quien da que quien recibe. El cariño que no das hoy quizás mañana no puedas darlo y eso produce una amargura que te puede acompañar el resto de tu vida. Sé mejor hijo, mejor esposo, mejor nieta, mejor sobrino, mejor padre, mejor amiga, mejor cristiano. Saldrás ganando.
Luis Fernando Pérez

Antes que nada quiero aclarar que ni soy lo que se conoce como creacionista, ni creo que todas las teorías sobre le evolución sean incompatibles con la fe cristiana. Pero hace años escribí la historia de dos ratoncitos enamorados, Ambrosio y Lorena, y todavía no he conseguido que ningún científico le resuelva a Lorena sus dudas sobre el planteamiento que le hace Ambrosio. He acá el relato:
Cuando en el post de ayer recordé al padre Villar con un bate de beisbol en la mano, vigilando que los piquetes “informativos” no nos molestaran, mi memoria no quiso quedarse en su figura. Dicen que este tipo de recuerdos se quedan ahí para toda la vida, pero a mí me da la sensación de que pueden desaparecer en cualquier momento en la nebulosa del tiempo. Por ejemplo, recuerdo pocos nombres de profesores y compañeros de clase. Entre estos últimos apenas me acuerdo de Fernando Peinado Sánchez, mejor estudiante que yo pero una nulidad completa con un balón entre los pies; Leandro del Peral Aguilar, uno de los mejores estudiantes en todos los cursos en los que coincidimos, y que además era muy bueno jugando al baloncesto; Pérez Vidal, de cuyo nombre de pila no me acuerdo, que era más bien chiquitajo pero muy buena gente; Pimentel, mulato probablemente de origen cubano, con quien no sé bien porqué me pegué en cierta ocasión, cosa rara en mí porque yo era un crío más bien pacífico y no me di de tortas más allá de 3 ó 4 veces en toda mi vida escolar. Por supuesto también me acuerdo de mi primo Amando, un año mayor que yo, pero eso no tiene ningún mérito ya que, siendo como soy hijo único, él es lo más cercano a un hermano que he tenido nunca.


