Campañas contra el Sida
Una de las cosas más curiosas en todo lo relacionado con el Sida es el ataque furibundo que la Iglesia Católica sufre constantemente cuando se opone a apoyar las campañas que promueven el uso de condones para evitar el contagio de la enfermedad. La Iglesia siempre ha propuesto la única solución realmente eficaz para impedir el avance del Sida: fidelidad y castidad. Es obvio que quien es fiel a su pareja y no va por ahí relacionándose sexualmente con todo el que se pone a tiro, no pillará el virus. Igual de obvio es que aquellos a los que la moral sexual católica les importa más bien poco, difícilmente harán caso de lo que la Iglesia diga sobre los preservativos. Por tanto, ¿a qué viene ese histerismo de los “pro-condoneros"?
No se puede negar que el uso del preservativo es una protección contra el Sida. Y no se puede negar que no es una protección total. Hace un par de años escribí al departamento técnico de una de las empresas más conocidas que viven de fabricar y vender preservativos. Les pregunté cuál era la tasa de eficacia de sus productos en situaciones de uso óptimo. O sea, ¿cuántas veces se rompe la gomita aunque se sigan a la perfección todas las instrucciones? La respuesta me sorprendió porque venía de quienes pueden ser muy optimistas: entre un 3 y un 5%. Es decir, de cada cien veces que se usa un condón, entre 3 y 5 se rompe. Supongo que la cifra real es mayor, porque en determinadas situaciones la ansiedad no ayuda precisamente a ponerse bien la gomita de marras. Pero concedamos pulpo como animal de compañía y aceptamos lo del 3-5%. Una persona que tiene abundantes relaciones de riesgo se encontrará antes o después con una situación real de posible contagio. Eso hay que decirlo. Todo aquel que va por la vida acostándose con personas que se dedican precisamente a acostarse con otras, está en claro peligro de enfermar de Sida y de otras enfermedades de transmisión sexual.
Es por eso que los países africanos que han incorporado a sus campañas anti-sida el factor “fidelidad y castidad", informando de verdad de los riesgos que existen aun usando condones, han visto radicalmente reducidas sus tasas de nuevos contagios. Los que llevan una vida sexual hiper-activa y en ámbitos de riesgo evidente quizás se lo piensen dos veces antes de seguir por ese camino si saben que la ruleta rusa a la que juegan acabará, antes o después, llevándoles ante la perspectiva de morir o de vivir esclavizados a una enfermedad crónica de, por el momento, imposible curación. Y además, una vez que alguien tiene Sida, debería de plantearse de verdad que seguir manteniendo relaciones a troche y moche le convierte en un arma de destrucción masiva.
Es mucho el dinero que se mueve detrás del “póntelo, pónselo". En España hemos visto que las campañas de ¿educación? sexual de jóvenes y adolescentes no sólo no han impedido la proliferación de embarazos no deseados -que acaban en abortos en la mayor parte de las ocasiones-, sino muy al contrario los mismos se han disparado. Decirles a los jóvenes que practicar el sexo no tiene “riesgos” es una invitación a que se dejen llevar por sus hormonas. El Sida hizo que muchos poli-fornicadores se retiraran de una vida sexualmente disoluta. El hacerles creer que el condón les libra de todo es mentira, un error y una irresponsabilidad. Lo ideal es que sean las convicciones morales las que lleven a cualquiera a dejar una vida en la que el sexo se animaliza. Pero si no lo dejan por la moral, que lo dejen por el miedo.
Luis Fernando Pérez Bustamante