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3.03.16

De la esclavitud del pecado a la libertad de la santidad

Pues el salario del pecado es la muerte; en cambio el don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Rom 6,23 

Aquellos a quienes se nos ha concedido el don de amar a Dios -”Nosotros amamos, porque Él nos amó primero” 1 Jn 4,19-, necesariamente hemos de recibir el don de librarnos de la esclavitud del pecado en nuestras vidas. 

San Juan nos deja muy claro en qué consiste amar a Dios:

Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ése ha nacido de Dios; y todo el que ama a quien le engendró, ama también a quien ha sido engendrado por Él.  En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: en que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Porque el amor de Dios consiste precisamente en que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son costosos.
1 Jn 5,1-3

No siempre sabemos valorar el glorioso regalo que hemos recibido de Dios, que a pesar de nuestros pecados nos engendró en Cristo para hacernos vivir en la libertad de los hijos de Dios. A pesar de lo cual, muchos vivimos todavía, en mayor o menor medida, atados a nuestra naturaleza carnal, cuando en realidad somos llamados a vivir según el Espíritu:

Los que viven según la carne sienten las cosas de la carne, en cambio los que viven según el Espíritu sienten las cosas del Espíritu. Porque la tendencia de la carne es la muerte; mientras que la tendencia del Espíritu, la vida y la paz. Puesto que la tendencia de la carne es enemiga de Dios, ya que no se somete -y ni siquiera puede- a la Ley de Dios. Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.
Rom 8,5-8

No es poca cosa que entendamos la enorme diferencia entre vivir en la carne o vivir en el Espíritu:

Así pues, hermanos, no somos deudores de la carne de modo que vivamos según la carne. Porque si vivís según la carne, moriréis; pero, si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis. Porque los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
Rom 8,12-14

Bien sabe el Señor que aunque hayamos recibido el don de la vida eterna, todavía somos débiles y pecamos. Es por ello que nos concede el regalo del perdón en Cristo:

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