InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Archivos para: Enero 2016, 04

4.01.16

Lo que verdaderamente ha dicho el P. Cantalamessa y disculpas

Hoy he escrito un post criticando lo que me parecía una proposición inaceptable del P. Raniero Cantalamessa. Pues bien, lo inaceptable es que yo escriba algo sin asegurarme al cien por cien de que aquello sobre lo que estoy escribiendo es cierto. Tanto más si lo que escribo es para criticar a alguien.

Empezaba mi post diciendo:

Según informa Messa in Latino, el P. Raniero Cantalamessa ha tenido la peculiar idea de que los católicos deberíamos disminuir nuestra devoción por la Virgen María para no ofender a los protestantes.

Este es el texto del P. Cantalamessa sobre el papel de María en el ecumenismo. Ya me dirán ustedes dónde está, literalmente, la idea de que tengamos que disminuir nuestra devoción por María:

2. María Madre de los creyentes desde una perspectiva ecuménica

Lo que quisiera hacer es poner de relieve la importancia ecuménica de esta mariología del Concilio, es decir, cómo podría contribuir – y está contribuyendo- a acercar a católicos y protestantes sobre este delicado terreno y controvertido que es la devoción a la Virgen. Aclaro sobre todo el principio que está en la base de la reflexión que sigue. Si María se coloca fundamentalmente de la parte de la Iglesia, consigue que las categorías y las afirmaciones bíblicas de las que partir para alumbrar sobre ella son más bien las relativas a las personas humanas que constituyen la Iglesia, aplicadas a ella “a mayor razón”, en vez de las relativas a las personas divinas, aplicadas a ella “por reducción”.

Para comprender, por ejemplo, en la forma correcta, el delicado concepto de la mediación de María en la obra de la salvación, es más útil partir de la mediación de las criaturas, o desde abajo, como es la de Abrahán, de los apóstoles, de los sacramentos o de la Iglesia misma, que no de las mediación divino-humana de Cristo. La distancia más grande, de hecho, no es la que existe entre María y el resto de la Iglesia, sino es la que existe entre María y la Iglesia de una parte, y Cristo y la Trinidad de la otra, es decir, entre la criatura y el Creador.

Ahora sacamos la conclusión de todo esto. Si Abrahán, por lo que ha hecho, ha merecido en la Biblia el nombre de “padre de todos nosotros”, es decir de todos los creyentes “ (cf Rm 4, 16; Lc 16,24)), se entiende mejor porque la Iglesia no duda en llamar a María “Madre de todos nosotros”, madre de todos los creyentes. De la comparación entre Abrahán y María podemos recabar una luz aún mejor, que tiene que ver no solo con el simple título, sino también con su contenido o significado.
¿Madre de los creyentes es un sencillo título de honor o algo más? Aquí se ve la posibilidad de un discurso ecuménico sobre María. Calvino interpreta el texto donde Dios dice a Abrahán: “por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra” (Gn 12, 3), en el sentido de que che “Abrahán no será solo ejemplo y patrón, sino causa de bendición” . Un conocido exegeta protestante escribe, en el mismo sentido:

“Se ha cuestionado si las palabras del Génesis 12, 3 [“por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”] pretenden afirmar solamente que Abrahán se convertirá en una especie de fórmula para bendecir, y que la bendición de la que él goza pasará en proverbio […]. Se debe volver a la interpretación tradicional que entiende esa palabra de Dios “como una orden dada a la historia” (B. Jacob). A Abrahán se le reserva, en el plano salvífico de Dios, el rol de mediador de la bendición para todas las generaciones de la tierra” .

Todo esto nos ayuda a entender lo que la tradición, a partir de san Ireneo, dice de María: es decir, que ella no es solo un ejemplo de bendición y de salvación, sino, de una forma dependiente únicamente de la gracia y de la voluntad de Dios, también causa de salvación. “Como Eva, escribe san Ireneo, desobedeciendo, se convierte en causa de muerte para sí y para todo el género humano, así María…, obedeciendo, se convierte en causa de salvación para sí y para todo el género humano” . Las palabras de María: “Todas las generaciones me llamarán beata” (Lc 1, 48) son para considerar, también, “¡una orden dada por Dios a la historia!”
Es un hecho alentador descubrir que los mismos iniciadores de la Reforma han reconocido a María el título y la prerrogativa de Madre, también en el sentido de Madre nuestra y madre de la salvación. En una predicación para la misa de Navidad, Lutero decía: “Esta es la consolación y la desbordante bondad de Dios: que el hombre, en cuando que cree, pueda gloriarse de un bien tan precioso, que María sea su verdadera madre, Cristo su hermano, Dios su Padre… Si crees así, te sientas verdaderamente en el vientre de la Virgen María y eres su querido niño” . Zwingli, en un sermón del 1524, llama a María “la pura Virgen María, madre de nuestra salvación” y dice que nunca ha “pensado y mucho menos enseñado o dicho en público nada malo, vergonzoso, indigno o malo” .
¿Cómo es posible que hayamos llegado a la situación actual de tanto desagrado por parte de los hermanos protestantes hacia María, al punto que en algunos ambientes se considera casi un deber disminuir a María, atacar en este punto a los católicos, pasar de largo todo lo que la escritura dice sobre ella?

No es este el lugar para hacer una revisión histórica, quiero solamente decir cuál camino me parece la salida de esta triste situación sobre María. Tal camino pasa por un sincero reconocimiento por parte de nosotros los católicos por el hecho de que muchas veces, en los últimos siglos, hemos contribuido a volver a María inaceptable a los hermanos protestantes, honrándola a veces de manera exagerada y desconsiderada, y sobre todo no colocando tal devoción dentro de un cuadro bíblico bien claro que dejara ver su rol subordinado respecto a la Palabra de Dios, al Espíritu Santo y al mismo Jesús. La mariología en los últimos siglos se había vuelto una fábrica continua de nuevos títulos, nuevas devociones, muchas veces en polémica con los protestantes usando a veces a María -¡nuestra madre común!- como un arma contra ellos.

Ante esta tendencia el Concilio Vaticano II ha oportunamente reaccionado. El ha recomendado a los fieles “sea en las palabras que en los hechos evitar diligentemente cualquier cosa que pueda inducir a error a los hermanos separados o cualquier otra persona, sobre la verdadera doctrina de la Iglesia”, y ha recordado a los mismos fieles que “la verdadera devoción no consiste ni en un estéril o pasajero sentimentalismo, ni en una cierta vana credulidad” .
Por parte de los protestantes creo que haya que tomar acto de la influencia negativa que tuvo en sus actitudes hacia María, no solamente la polémica anticatólica, sino también el racionalismo. María no es una idea, sino una persona concreta, una mujer y como tal no es fácilmente teorizable o reducible a un principio abstracto. Ella es el símbolo mismo de la simplicidad de Dios. Por esto ella no podía, en un clima dominado por un exasperado racionalismo, no ser eliminada del horizonte teológico.

Una mujer luterana, fallecida hace algunos años, Madre Basilea Schlink, ha fundado en el interior de la Iglesia luterana, una comunidad llamada “Las hermanas de María”, ahora difundida en varios países del mundo. En un libro suyo, después de recordar diversos textos de Lutero sobre la Virgen escribe:

“Cuando se leen las palabras de Lutero, que hasta el final de su vida ha honrado a María, ha santificado sus fiestas y cantado cada día el Magníficat, se siente como nos hemos alejado, en general, de la actitud justa hacia Ella… Vemos como nosotros los evangélicos nos dejamos sumergir por el racionalismo… El racionalismo que admite solamente lo que se puede entender con la razón, difundiéndose ha echado afuera de las Iglesias evangélicas las fiestas de María y todo lo que a Ella se refiere, y ha hecho perder el sentido de cada referencia bíblica sobre María: y a esta herencia la sufrimos aún hoy. Si Lutero, con esta frase: ‘Después de Cristo Ella es en toda la cristiandad la joya más preciosa, nunca suficientemente alabada’ nos inculca esta alabanza, yo por mi parte tengo que confesar que estoy entre quienes por largos años de la propia vida no lo han hecho, eludiendo así también lo que dice la Escritura: ‘De ahora en adelante me llamarán beata’ (Lc 1,48). Yo no me había puesto entre estas generaciones” .
Todas estas premisas nos permiten cultivar en el corazón la esperanza de que, un día no lejano, católicos y protestantes podamos no estar más divididos, sino unidos por María, en una común veneración, diversa quizás en las formas, pero concorde en reconocer en ella a la Madre de Dios y a la Madre de los creyentes. Yo he tenido la alegría de constatar personalmente algunos síntomas de este cambio en acto. En más de una ocasión he podido hablar de María en un auditorio protestante, notando entre los presentes no solamente acogida, sino al menos en un caso, una verdadera conmoción, como cuando uno encuentra algo querido y una sanación de la memoria.

Hay un párrafo con el que no estoy de acuerdo, y que he señalado en negrita. Entre otras razones porque no se puede pretender reducir la devoción mariana a un cuadro estrictamente bíblico, ignorando que la Tradición es en gran medida fuente de esa devoción. 

Pero una cosa es no estar de acuerdo con esas palabras del predicador de la Casa Pontificia, dichas en un contexto que muestra avances hacia la devoción mariana en el seno del protestantismo, y otra acusarle de pedir a los católicos que veneren menos a la Virgen. Eso no lo ha hecho. Y yo no debí escribir el post que escribí esta mañana. Bien que lo siento. Pido disculpas a mis lectores y, sobre todo, al propio P. Cantalamessa.

Luis Fernando Pérez Bustamante

PD: Post muy recomendable de José Miguel Arraiz