El aplauso de un pueblo agradecido
Sin lugar a dudas, el momento más impresionante de la toma de posesión de Monseñor Munilla como nuevo obispo de San Sebastián ha tenido lugar justo cuando el Nuncio de Su Santidad le ha entregado el báculo y él se ha sentado en su cátedra. Entonces, ha dado comienzo un aplauso sencillamente espectacular, tanto por su intensidad como por su duración. Tan tremendo ha sido que don José Ignacio no ha podido evitar derramar alguna lágrima. Es más, al final ha tenido que ser él quien ha pedido que terminara porque la cosa amenazaba con prolongarse de forma indefinida.
Se pueden dar muchas interpretaciones a dicho aplauso. Desde la de quienes verán en el mismo algo “normal” -pero yo no recuerdo cosa igual en otras ordenaciones o tomas de posesión episcopales- a los que lo compararán con el suspiro de quien se ve libre tras vivir durante años en una situación “complicada". Lo que yo aprecio es el agradecimiento del pueblo de Dios en Guipúzcoa, en especial de aquel que tiene una gran esperanza en que las cosas vayan a mejor con la llegada del nuevo pastor.
Monseñor Munilla ha sido fiel a su estilo en la homilía. No estamos ante un pastor de graves discursos teológicos. Sí estamos ante un pastor que predica el evangelio para que sea entendido por los más sencillos. No hace falta ser doctorado en teología para comprenderle. Pero, por encima de todo, don José Ignacio es un obispo que sabe muy bien qué es ser obispo. Y también qué no es. Por ejemplo, ha estado magistral cuando ha dicho que el aplauso recibido lo entiende como dirigido a Cristo, de quien él es su vicario en esa iglesia local. Se ha comparado a sí mismo con el borriquillo que llevaba en sus lomos al Señor en su entrada triunfal en Jerusalén. La gente vitoreaba a Cristo, no al burro. Pero, ojo, también ha señalado lo absurdo que habría sido que alguna persona se hubiera quedado en casa porque no le gustara el burro.