La gracia es lo que marca la diferencia

Los últimos versículos del capítulo 5 de la epístola de San Pablo a los gálatas son una descripción de la diferencia entre ser de Cristo y ser del mundo. El apóstol acababa de arremeter contra aquellos que insistían en hacer cumplir a los cristianos, incluidos los de origen gentil, todos los preceptos de la ley mosaica. No porque la ley fuera mala, que no lo es, sino por la manifiesta incapacidad del hombre de justificarse solo mediante su esfuerzo personal en cumplir dicha ley. Como luego dijo san Pedro para zanjar la polémica en el concilio de Jerusalén:

¿por qué tentáis a Dios queriendo imponer sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros fuimos capaces de soportar? Pero por la gracia del Señor Jesucristo creemos ser salvos nosotros, lo mismo que ellos. (Hch 15,10-11)

San Pablo habla de una libertad que solo puede venir dada por la gracia y que, desde luego, no puede ser utilizada como herramienta para pecar:

Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; pero cuidado con tomar la libertad por pretexto para servir a la carne, antes servios unos a otros por la caridad. Porque toda la Ley se resume en este solo precepto: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Pero si mutuamente os mordéis y os devoráis, mirad que acabaréis por consumiros unos a otros.

Hay quienes piensan que la gracia es una especie de salvoconducto para seguir viviendo como si no estuviéramos llamados a la santidad, como si fuera una “barra libre” a todo tipo de pecados. Nada más lejos de la realidad:

Os digo, pues: Andad en el Espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne. Porque la carne tiene tendencias contrarias a las del espíritu, y el espíritu tendencias contrarias a las de la carne, pues uno y otro se oponen de manera que no hagáis lo que queréis. Pero si os guiáis por el Espíritu, no estáis bajo la Ley.

El cristiano que quiere andar en las cosas del Espíritu de Dios sabe bien cuál es la tendencia de su carne, de sus deseos personales. Casi siempre, y lo mismo sobra el “casi", se opone a la voluntad divina para su vida. Por eso es esencial aprender a conducirse bajo la dirección del Espíritu Santo, que es quien obra en nosotros la santificación. Somos una especie de contradicción andante en la que por una parte queremos ser fieles a Dios y por otra no cedemos en aquello que nos aleja de Él: “No sé lo que hago, pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” (Rm 7,15).

Pero si Cristo ha dado su vida por nosotros no es para que vivamos derrotados sino, muy al contrario, para concedernos el tiempo necesario para alcanzar la dicha de poder seguir los pasos de aquella mujer que dijo “Fiat” a las palabras del ángel que le anunciaba la Encarnación del Verbo de Dios en su seno.

Lo que tenemos ante nosotros no es ni más ni menos que dos caminos: el de la vida y el de la muerte:

Ahora bien, las obras de la carne son manifiestas, a saber: fornicación, impureza, lascivia, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, iras, ambiciones, disensiones, facciones, envidias, embriagueces, orgías y otras como éstas, de las cuales os prevengo, como antes lo hice, que quienes tales cosas hacen no herederán el reino de Dios.
Los frutos del Espíritu son: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Contra éstos no hay Ley.

¿Alguien duda que lo que ofrece el mundo no es otra cosa que las obras de la carne? Todo lo indicado por el apóstol lo tenemos a diario delante de nuestros ojos. No pocas de esas cosas ofrecen un espejismo de felicidad frugal, falsa. Satisfacen lo peor de nuestros instintos pero dejan el alma vacía. Pero mayormente producen insatisfacción, dolor, sufrimiento; a nosotros mismos y a los demás, sobre todo a los más prójimos. Lo cual es casi mejor, porque no hay peor condición que la de vivir engañado, creyendo que se es una buena persona, sin conciencia del mal que nos hacemos y hacemos a otros hace, tan feliz, sin conocer dónde está la verdadera felicidad.

Sin embargo, quien anda en el Espíritu de Dios puede paladear la vida eterna a la que el hombre ha sido llamado por su Creador. Ya conoce cuál es el camino correcto y alcanza del don de poder transitarlo. ¿Significa esto que dicho camino es “fácil"? No:

Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias. Si vivimos del Espíritu, andemos también según el Espíritu. No seamos codiciosos de la gloria vana provocándonos y envidiándonos unos a otros.

La Cruz por la que Cristo nos salvó era un instrumento de tortura espantoso, horrendo. Tanto que el mismísimo Señor llegó a decir “Padre, si quieres, pasa de mí este copa; pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Luc 22,42). Y sin embargo, el mismo Cristo nos dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt 16,24).

La renuncia al pecado, la renuncia a los deseos carnales, es una cruz en sí misma. Pero no estamos solos en esa renuncia: “Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es blando, y mi carga, ligera” (Mt 11,29-30). Por más que los clavos de nuestra cruz sean dolorosos, no son nada comparados con los que atravesaron las manos y los pies del Salvador, que arrostró sobre sí las consecuencias de nuestros pecados, que asumió la muerte que nos correspondía para transformarla por su amor en vida eterna al lado de Dios. Cristo no merecía la cruz que nosotros sí merecemos, pero su cruz hace que la nuestra sea ligera y santificadora.

La gracia de Dios no solo nos libera del castigo que merecen nuestros pecados, sino que nos hace capaces de superarlos, de dejarlos en la cuneta de tal manera que Dios ya no los tiene en cuenta. Cuando el Bautista dijo de Jesús que tenía poder para “quitar los pecados del mundo“, decía la verdad. El primer efecto de la gracia nos hace conscientes del mal que anida en nuestro interior, para que podamos detestarlo. Pero no se queda ahí. De hacerlo, no seríamos muy diferentes de aquellos que viven en el mundo y que son conscientes de la existencia del mal pero no tienen capacidad alguna de oponerse al mismo y derrotarlo. El cristiano sí puede derrotar al pecado. Pero no solo puede. Debe hacerlo. La misma gracia que lo muestra es la herramienta para vencerlo. Como dice San Pablo a los corintios: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1ª Cor 10,13).

Es santo no solo aquel que ya ha alcanzado la perfección, sino aquel que, por gracia, se ha puesto en camino hacia la misma. Y cuanto más anda en los caminos de perfección, más recibe el don de descubrir qué es aquello que todavía le mantiene lejos de la perfecta santidad que solo Dios tiene. Cuanta más luz espiritual, más conocimiento del propio pecado. Pero no para que se desespere por lo mucho que le falta, sino para que esté agradecido de haber sido puesto en la senda hacia la meta final. Sabiendo demás que “el que comenzó en vosotros la buena obra la llevará a cabo hasta el día de Cristo Jesús” (Fil 1,6).

Lejos quede de nosotros toda vanagloria por dejar atrás los frutos de la carne. Al fin y al cabo, “Dios es el que obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito” (Fil 2,13). Nuestros méritos son también obra suya. Y si por esos méritos, por esas renuncias que son cruz para nosotros, alcanzamos el don de poder decir con San Pablo “ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia” (1ª Cor 1,24) entonces habremos cruzado el umbral que separa a los que, aun estando ya en el camino de la salvación, todavía están atados a este mundo, de los que ya tienen puesta su mirada solo en Dios.

Luis Fernando Pérez Bustamante

11 comentarios

  
Ricardo de Argentina
¿Qué significa esta frase?:
"Los frutos del Espíritu son: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Contra éstos no hay Ley."
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No entiendo la última oración, ¿porqué habría de ponerse la Ley en contra de esas virtudes?

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LF:
El apóstol quiere decir que no hay ley que pueda ir en contra de esos frutos. No los opone.

De hecho, San Pablo habla del buen uso de la ley mosaica en 1ª Ti 1,8 y ss.
08/02/14 3:06 PM
  
Crispal
Que Dios te bendiga, Luis Fernando, a ti y a todos los tuyos por todo el bien que nos haces con tus palabras.
08/02/14 3:09 PM
  
José María Iraburu
Dos y dos son cuatro, y dos más son seis, y dos más, ocho... Estas verdades, o algunas de ellas al menos, de cada cinco homilías, habría que decirlas en siete.
08/02/14 4:36 PM
  
Luiscar
"Quiero hacer el bien y me encuentro haciendo el mal.En mi interior me agrada la ley de Dios;pero veo en mi cuerpo UNA LEY que lucha contra la ley de mi espiritu y me ezclaviza a la ley del pecado que hay en mi cuerpo"(Romanos;7;21-23).
Si tienes vitalmente activo el Espiritu,produciendo esos frutos,es obvio que se van a imponer,generalmente,a las tentaciones de la carne,del mundo y del diablo,quitandoles la fuerza de su naturaleza caida y contraria a la de Dios,y que llevamos dentro,haciendonos violencia. Es la ley del pecado,que vive en nosotros y que mientras vivamos en este cuerpo mortal,nunca nos abandonara,si bien,la ley contraria,la del espiritu,animada por el Espiritu,nos ha de llevar de victoria en victoria,a pesar de algun resbalon.
Amen al articulo.

pd;Esa ley que nos inclina al pecado,el Espiritu hace que le dejemos de rendir pleitesia,al mostrarnos por SU Luz,por SUS frutos,su verdadera cara y no solo su apariencia,que a nuestra carne le parece deseable.Porque todo pecado es un disfraz y al momento de cometerlo,nos va a parecer que es bueno para nosotros.A mas Luz de Dios,menos posibilidades de ser engañados por su apariencia.
La Paz de Cristo.
pd2; La ley del Espiritu,es superior a la ley que se dio para descubrir nuestro pecado,es la que la lleva a perfeccion,por eso,contra tal Ley,no hay ley que valga.
La ley que descubre nuestro pecado dice;"no codiciaras", pero la ley de la Gracia te da el poder de no codiciar y dar de lo tuyo a los demas,de sobreponerte a la naturaleza egoista-caida, VERDADERAMENTE,no puntualmente,como un acto de la pura voluntad solo en un momento dado.Lo que creo que son disposiciones que Dios da al hombre no re-generado para recibir la gracia.Para que pueda apreciar la diferencia entre el egoismo y la Caridad y pueda ser enseñado y atraido por la Verdad.
08/02/14 6:32 PM
  
Mariano
Gracias, LF. Ha sido una lectura muy buena. Que Dios nos de vida y capacidad para explicar las cosas suyas como hablamos normalmente de las nuestras.
08/02/14 6:46 PM
  
Luis López
Gracias LF por tu bellísimo artículo.

Siempre ruego al Señor estar en su Gracia. Porque cuando San Pablo, en la Epístola a los Gálatas dice las estremecedoras palabras: "estoy crucificado con Cristo y es Cristo el que vive en mí", da la clave para entender la profundidad y grandeza de la Gracia. Que no es un añadido externo, sino una verdadera nueva vida en la que mi sentimiento, mi inteligencia y mi voluntad se identifican absolutamente con el amor de Cristo, condicionando toda mi vida.

¡Lastima que nuestra débil naturaleza nos haga ser tan poco constantes en esa vida nueva!
09/02/14 12:33 AM
  
José Luis
Si nos hinchamos por la vanagloria, estaríamos dando muchos pasos de retrocesos, y al final perderíamos de vista a Jesucristo, y no nos conviene.
09/02/14 11:13 AM
  
Josafat
La Gracia funciona si se poseen las condiciones mentales adecuadas para su recepción.

¿ A cuantas personas conocemos o directamente nosotros mismos, que por mas empeño y voluntad que pongan en realizar un acto este jamas florece?

Hay circunstancias mentales superiores a nuestra voluntad que son una barrera infranqueable a la hora de poner en practica nuestro libre albedrío.

No deja de ser curioso esta desigualdad de caracteres, es decir hay algunos que tienen mucho mas fácil vivir una vida cristiana, otros por mas que lo intenten jamas lo conseguirán por no contar con la materialidad psicológica correcta, aunque esta sea biológica y no cultural.

Pese a esta injusta desigualdad, la Iglesia condena la doctrina de la predestinación y continua afirmando que Dios nos quiere a todos por igual, pese a las innumerables diferencias genéticas entre los seres humanos.

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LF:
Usted no tiene ni idea de cómo funciona la gracia. Ni poco ni mucho. Nada. Es evidente. Su concepto anda entre el pelagianismo puro y duro y el semipelagianismo. Le hará bien.
Para saber de qué va esto, léase los escritos sobre la gracia, el pelagianismo y el semipelagianismo del P. Iraburu.
09/02/14 11:37 AM
  
Josafat
Recuerdo que de joven asistía a cursos de catequesis y de compartir la Fe.

Hubo un hecho que me acabo pareciendo intolerable, había personas que no tenían ningún problema en vivir de acuerdo con las normas eclesiales, a otras en cambio se nos hacia duro de narices pese a que poníamos las mismas ganas que los primeros.

El igualitarismo cristiano no funciona, yo no tengo las capacidades mentales de un santo y ya esta. A partir de ahí no tiene sentido que se me aplique la misma vara de un San Ignacio o una Santa Teresa, la loteria genética nos repartió distintos boletos.

Y se de sobra como funciona la Gracia, y por mucho don que sea, esta no actúa sobre un autómata sino sobre un ser humano limitado, y seamos realistas a la hora de verdad unos estamos mas limitados que otros, aunque no sea politicamente correcto defenderlo.

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LF:
No lo entiende. No es un problema de ganas, capacidades mentales y características genéticas, sino de respuesta a la gracia. En mi propia vida he tenido momentos en que respondía mejor o peor. Y eso marcaba cuál era mi condición espiritual.

Es evidente que no todos vamos a ser igual de santos que San Ignacio o Santa Teresa, pero todos podemos alcanzar el don de la santidad suficiente como para ser salvos. Y quien desecha la gracia definitivamente porque se piensa que "no puede" dejar de vivir en pecado -que no es lo mismo que pecar ocasionalmente-, se encamina derecho al abismo.

Ya sabemos que no es fácil. Le recuerdo que San Pablo mismo decía:
"...porque me deleito en la Ley de Dios, según el hombre interior; pero siento otra ley en mis miembros, que lucha contra la ley de mi razón y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros" (Rom 7,22-23).


Y algo de santidad sabía el apóstol, ¿no le parece?

No hay que desesperar. Cuando pecamos, nos levantamos por la confesión. Y Dios sabrá recompensarnos con la gracia de la santificación si en verdad estamos dispuestos a levantarnos y pedirle perdón cada vez que caigamos. Lo que no puede ser nunca una solución es dejarse en estado de prostración permanente. Y si otros han recibido más gracia que nosotros para librarse de comportamientos que nos parecen insalvables, bendito sea Dios que obra así en ellos. Antes o después, si se lo rogamos, nos librará también.

09/02/14 12:39 PM
  
enric
Transformarnos a nosotros mismos significa que uno hace todo sin desistir hasta que la Gracia de Dios hace posible esa transformación.
Si no llegamos a sentir esa transformación en nuestro interior no debemos pensar que es porque la Gracia de Dios no nos acompaña pues Dios siempre está atento a nuestro esfuerzo, es mas bien que nosotros no estamos lo suficientemente atentos a Dios.

Cuando siempre estamos atentos a Dios con una fe inquebrantable transformamos nuestro interior y en el momento que Dios estime oportuno desde su Infinita Justicia y Ecuanimidad esa transformación se realiza plenamente. En eso consiste la Gracia de Dios y lo podemos comprobar si somos constantes pues siempre Dios responde a su debido tiempo.

Ánimo y un abrazo
09/02/14 9:51 PM
  
Archie
El Señor me mueve a mandar dos mensajes:
1º.- Bienventurado tu, Luis Fernando, porque eso que escribes no sale de ti ni es tuyo sino del Padre que, no tengo la menor duda, te posee plenamente.
2º.- Josafat, por si te sirve de ayuda, yo también lucho cada día contra mi biología y también contra mi biografía. Caigo y me levanto, por la Misericordia Divina; mi deseo es levantarme y no caer más, pero sé de mi abismal debilidad y por ello tengo muy presente que "mientras vivo en esta carne [que es la que Mi Padre ha tenido a bien otorgarme, para que con ella sufra, y caiga, y me levante, y me santifique ¡Bendito sea!], vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó hasta entregarse por mi" (Gal. 2,20). Y a Él lo tienes en persona, con Su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en todos los sagrarios: no teorices más sobre la predestinación y vete a verle y quéjate ante Él amargamente y exponle todas tus zozobras; te aseguro que te responderá.
Finalmente -¡es inevitable!- una alusión a la Madre de la Gracia: rézale de forma no mecánica; sáltate las fórmulas tradicionales y dile profundamente convencido "Dios te salve Reina; Madre de Misericordia. Vida mía, Dulzura mía, Esperanza de mi corazón turbado y de mi alma angustiada". Puedo asegurarte asimismo que también Ella te responderá.
Y una precisión: no soy Sacerdote: soy un simple padre de familia, de tantos.

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LF:
1- No.
10/02/14 10:44 PM

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