La verdadera ruptura

Los dos últimos posts de este blog han dado lugar a un debate muy interesante sobre si el Novus Ordo supuso una ruptura con la tradición litúrgica milenaria de la Iglesia. Se han aportado opiniones, citas y comentarios de destacadas personalidades de la Iglesia, entre ellas las del actual Papa cuando era cardenal. Se ha llegado a decir que aunque el N.O es válido, hubo ruptura, lo cual no deja de ser paradójico, porque si en algo tan fundamental como la misa se ha dado una ruptura con la tradición, me parece que cabría alguna duda legítima y razonable sobre su validez. Ni siquiera el Papa puede aprobar algo que suponga un quebranto con un pasado bimilenario. Por tanto, aunque entiendo que hay argumentos a favor de de considerar como rupturistas algunos elementos del N.O, soy partidario de no hablar de ruptura total con el rito en la forma anterior a la reforma. Digo esto siendo bien consciente de que mi formación litúrgica no me capacita para dar una opinión “autorizada", pero como no tengo otra, es la que doy.

En lo que sí creo que se dio una ruptura es en el tratamiento pastoral hacia los abusos litúrgicos. Ahí sí que se dio una ruptura radical con el pasado más inmediato. Aunque abusos los ha habido siempre -el que lo niegue, que se estudie lo que ocurría en tiempos de Trento-, es difícil encontrar un momento en la historia en que los mismos se hayan hecho con tanto descaro y desvergüenza como en el post-concilio. Y la actitud de los pastores ha sido de una laxitud total en la aplicación de su autoridad para acabar con dichos abusos. No es que no haya advertido contra los mismos. De palabra muchos lo han hecho. Pero luego, a la hora de la verdad, ¿cuántos presbíteros han sido apartados del sacerdocio por estas cuestiones? ¿hace falta que demos ejemplos bien recientes? ¿debemos recordar que un cardenal tan poco sospechoso de simpatizar con la heterodoxia como su E.R. D. Antonio María Rouco Varela ha permitido que los sacerdotes rosquilleros de Entrevías sigan haciendo lo que les viene en gana?

Sinceramente creo que el problema no está en el Novus Ordo, sino en la nueva manera de ejercer la autoridad por parte de la Iglesia de cuarenta años a esta parte. La doctrina sobre dicha autoridad se mantiene, pero no se ejerce adecuadamente. Y lo que no se ejerce, acaba por perderse por mucho que aparezca en la letra de los documentos, del Catecismo o hasta de la Biblia. Si se educa a toda una generación de creyentes en la idea de que las romaxes son aceptables o en que a los heterodoxos se les puede despachar con una simple nota doctrinal o una prohibición de enseñar en seminarios y universidades católicos, mientras se les permite seguir formando a los fieles en su heterodoxia por otros caminos, pues al final nos encontramos con lo que nos encontramos. Quien no es capaz de imponer a un mal sacerdote que celebre la misa según el canon no puede pretender imponer a un fiel que se arrodille ante la consagración y no digamos nada a la hora de comulgar. Aunque, esto debe quedar claro, los fieles tienen el deber de cumplir bien con su papel en la liturgia aunque se encuentren delante de un cura “ingenioso". Llegado el caso, deben denunciar al obispo al cura o buscarse otra parroquia a la que asistir a misa.

Como no se puede negar el influjo mútuo que se da entre doctrina y liturgia, habrá quien piense que los abusos litúrgicos son el fruto del desmadre doctrinal y habrá quien diga que éste último es fruto de aquellos. Da lo mismo. Entre todos la mataron y ella sola se murió. Lo que hay que reformar de verdad en el futuro es esa pastoral que ha mirado para otro lado o ha tratado con paños calientes el tumor de la heterodoxia en todas y cada una de sus manifestaciones. Tampoco es que haya que optar por el otro lado del péndulo. Aunque Cristo echó a latigazos a los mercaderes del tempo, no creo que ahora sea plan de sacar el látigo con bolas de acero en la punta para poner firme al personal revoltoso. Si en algunas diócesis se hace tal cosa, el obispo se puede quedar con cuatro gatos mal contados. Pero hace falta más contundencia que la demostrada en las décadas pasadas.

Sin necesidad de acudir al ejemplo de Ananías y Safira -el cual por cierto está en el NT- parece claro que la sanción al que se pasa de la raya puede tener efectos ejemplarizantes sobre el resto. Los ganados definitivamente para la rebeldía, para el “non serviam” de Satanás y sus ángeles, desprecian tanto el trato amable como el firme. El primero lo ven como signo de debilidad que les lleva a autoconvencerse aún más de que están en el buen camino y que la Iglesia un día les dará la razón. Y si se les disciplina, se rebelerán aún con más fuerza. Pero son muchos también los que pueden ser reconducidos por la senda de la verdad y de la fe de la Iglesia, cuya máxima expresión se alcanza en la Misa. Lo que el Señor hizo ante la rebelión de Coré (Num 16) demuestra que cuando se acaba con una raíz amarga en el pueblo de Dios, las cosas empiezan a ir mucho mejor. Y créaseme que la esencia del actual progresismo eclesial es precisamente el discurso de Coré.

Si la Iglesia va a lanzarse por el camino de su reforma para acabar con al caos post-conciliar, debe de empezar por construir la casa por sus cimientos. Hay tiempo de adornar el edificio con normas que ayuden a que las almas recuperen el gusto por lo sagrado, pero sin firmeza en la autoridad que, guiada por la caridad, está al servicio del pueblo de Dios y de la verdad, poco se puede avanzar.

Luis Fernando Pérez Bustamante