7.02.16

(361) Santidad-4. Santidad y perfección evangélica

Catedral de Reims - s.XIII

–¿O sea que también yo puedo llegar a ser santo?

–Dios nuestro Señor, que es omnipotente y misericordioso, puede hacer milagros.

Examinemos una cuestión clásica que la teología espiritual estudia y enseña.

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Santidad y perfección

Estamos llamados a ser santos y perfectos, como lo es nuestro Padre celestial (Ef 1,4; Mt 5,48). Santidad y perfección equivalen prácticamente. Y no habría dificultad en identificar ambos conceptos si se recordara siempre que no hay más perfección humana posible que la santidad sobrenatural. Pero esto se olvida demasiado. Por eso nosotros preferimos hablar de santidad, palabra bíblica, largamente usada en la tradición patrística, teológica y espiritual de la Iglesia. Ella expresa muy bien que la perfección del hombre adámico ha de ser sobrenatural, por unión con el Santo, Jesucristo. Sin embargo, hemos de considerar ahora el tema de la perfeccióncristiana, siguiendo de cerca la doctrina luminosa de Santo Tomás de Aquino.

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31.01.16

(360) Santidad-3. Santidad moral y psicológica

Niña pensativa

–¿O sea que a lo mejor soy yo sin saberlo «un santo no-ejemplar»?

–Lo de no-ejemplar, en su caso, es un dato cierto. Lo de santo… es ya muy dudoso.

Santidad ontológica

El cristiano es santo porque ha nacido de Dios, que es Santo. Y el Padre, por la generación bautismal, comunica al hijo su propia vida, que es santa. Éste fue el tema del artículo anterior. Veamos ahora cómo esa santidad ontológica debe ir desarrollándose en la vida moral y psicológica.

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25.01.16

(359) Santidad-2. El cristiano, hombre deificado y espiritual

Liturgia de Pascua

–Emplea usted tantas palabras del Nuevo Testamento al hablar del cristiano –por ejemplo, espíritu y carne–, que no van a entender nada.

–Es que yo quiero que los lectores, al mismo tiempo que aprenden Espiritualidad cristiana, conozcan mejor la Biblia y la Tradición. Es oferta comercial: tres por uno.

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La deificación del hombre

Jesucristo santifica al hombre deificándole verdaderamente. En la creación nos hizo Dios imágenes suyas, que es mucho; pero falsificamos la imagen con el pecado, dejando al hombre en caricatura de Dios. Ahora, en la salvación de Cristo, de un modo nuevo, el Señor nos hace «participantes de la naturaleza divina» (2Pe 1,4) por la comunicación del Espíritu Santo y de la gracia sobre-natural, sobre-humana. Y por eso decimos que nosotros somos hijos de Dios, porque en Cristo hemos renacido verdaderamente «del agua y del Espíritu» (Jn 3,5). «Lo que nace de la carne es carne, pero lo que nace del Espíritu es espíritu» (Jn 3,6).

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21.01.16

(358) Santa Inés, mártir de 12 años

Niña de 12 años

Una niña cristiana de 12 años, Inés, da en favor de Cristo un testimonio que sella con su sangre. Esto sucedió en Roma hacia el 304, en los años del emperador Diocleciano (284-305), y  después de 1700 años seguimos recordando siempre en la Iglesia la firmeza de su fe y el heroísmo de su amor a Cristo. Faltaban unos pocos años para que el emperador Constantino cesara la persecución anticristiana (edicto de Milán, 313). Y ya durante su imperio se edificó una basílica en honor de Santa Inés, en la vía Nomentana, donde se conservaba su sepulcro. Poco después se invocaba su santo nombre durante la Misa en el Canon romano, cuya formulación, muy semejante a la actual, se inicia en la segunda mitad del siglo IV.

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13.01.16

(357) Judaísmo y cristianismo

Sagradas Escrituras

–Hay estudios de ciertas Comisiones pontificias que más confunden que aclaran.

–Haberlos haylos. Se publican tantos… Pero con ocasión de ellos el Señor suscita muchos escritos que reafirman las verdades católicas. Demos gracias a Dios providente.

Hace unos días informamos en InfoCatólica que el cardenal Kurt Koch, presidente de la Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo, acompañado del rabino David Rosen, director del International Director of Interreligious Affairs, American Jewish Committee (AJC), había presentado Una reflexión sobre cuestiones teológicas en torno a las relaciones entre católicos y judíos en el 50º aniversario de «Nostra ætate» (nº 4).

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