25.12.23

Navidad, Santidad y Secreto

Navidad, Santidad y Secreto

(Misa de Gallo MMXXIII, Xaverianum - P. Federico Highton, SE)

Hoy es Navidad. Navidad, en la concepción popular, evoca esperanza, amor, esto es, caridad, fe, paz, amistad, perdón y, en definitiva, alegría o, más bien, felicidad, todo lo cual es cierto, plenamente cierto. Ahora bien, es oportuno preguntarse qué es lo más propio de la Navidad, esto es, cuál es el bien más directamente relacionado con la Navidad. 

Si tenemos en cuenta que de las siete cosas mencionadas, tres son virtudes, las virtudes más importantes y decisivas, otras tres son como efectos de las mismas y la última, esto es, la felicidad (que no consiste sino en la misma santidad) es como el fin de las seis anteriores, a riesgo de decir algo radicalmente evidente, podemos concluir que lo más propio de la Navidad es la Santidad. 

Navidad es el nacimiento en el tiempo del Tres Veces Santo, el Buen Jesús, que es la Santidad por esencia, que nació en carne de la Reina de Todos los Santos, la Virgen Santísima.

Navidad es el nacimiento en el tiempo del Tres Veces Santo, el Buen Jesús, que nació para que nosotros, los pobres pecadores, tiremos a la basura el hombre viejo (Col III 9-10) y nazcamos a la vida sobrenatural. 

Navidad es el nacimiento en el tiempo del Tres Veces Santo (Apoc IV 8), el Buen Jesús, el Divino Niño, que nació para que seamos santos. Es más, podemos osadamente afirmar que Dios nació en el tiempo para que el hombre se haga Dios ya que, como enseña osadamente San Agustín, “Dios se ha hecho hombre para que el hombre sea Dios”. 

Pero, ¿cómo es esto de que el hombre está llamado a hacerse Dios? ¿Acaso estamos promoviendo el pecado gnóstico expresado en la fórmula del “sereis como dioses” (Gen III 5) que describe el pecado adámico? ¿Acaso nos volvimos seguidores de los gnósticos Basílides, Moisés de León, Maestro Eckhardt, Jorge Hegel, Karl Gustav Jung, Anselmo Grun o los jesuitas Teilhard de Chardin, Karl Rahner o Pablo D’Ors? No. Dios se ha hecho hombre para que el hombre sea Dios, pero no para que sea Dios por esencia, sino, como enseña San Juan de la Cruz, “Dios por participación”, esto es, Santos.

Navidad es el nacimiento en el tiempo del Tres Veces Santo, que nació para que seamos santos. 

Pero, ¿cómo alcanzar la Santidad? ¿En qué consiste la Santidad? ¿Cómo podemos superar el quedarnos en el archi-repetido lugar común que nos dice “Todos estamos llamados a la Santidad” estancándonos sin progresar ni dos metros en la vida espiritual (haciendo de cuenta que la podemos medir métricamente)? 

Hay bibliotecas de Ascética y Mística que lo explican en largos tomos, pero, para terminar este breve sermón navideño, que debe acabar ahora ya que nos esperan los villancicos, el pan dulce y los fuegos artificiales, sólo por hoy, en esta fascinante noche de Navidad, de la mano del Padre Castellani, haremos un resumen en sesenta segundos sobre cómo alcanzar la Santidad.

Empecemos a contar el minuto. Como dice Castellani, “todo hombre debe hacer para Dios una cosa inimitable, aquello que él solo puede dar, aquello para lo cual, de la Noche del No-Ser [1], el Ser Supremo lo suscitó, con el grito de un Nombre propio que Él solo sabe… En suma, la Moral íntegra es viva: comprende además de la parte negativa, que nos veda tal y tal acto esencialmente desordenado, una parte positiva que es más importante, cuyo primer precepto nos ordena ‘llegar a ser lo que somos’, edificar nuestro destino, devenir lo que Dios soñó de nosotros, es decir, obedecer a nuestra vocación, a nuestro particular llamado de arriba. Todo el Evangelio rebosa esta verdad” (2). 

Ésto es lo que dice Castellani y ésto es lo que rezan los Estatutos Eliatas en su sexto artículo cuando habla del secreto místico citando 1 Cor VII 7 donde el Espíritu Santo nos revela que “cada uno recibe del Señor su don particular: unos este, otros aquel”. 

Que en esta santa noche de Navidad, el Niño Dios le conceda a cada uno de nosotros el insuperable regalo de hacer aquella sublime e inimitable contribución personal en pro de la edificación del Cuerpo Místico de Cristo que cada uno está misteriosamente llamado a hacer, esto es, que cada uno haga para Dios esa cosa inimitable y absolutamente extraordinaria que Dios dispuso que cada uno haga y que nadie salvo uno mismo puede conocer y hacer, mas que solo se puede conocer y hacer con la gracia de Dios, como instrumento de Dios, esto es, si usamos la analogía de la Patrona Misional, como si fuésemos una pelota con la que juega el Niño Dios, que hoy nace en el tiempo para que los hombres nazcamos en la Eternidad y nos matemos de risa por los siglos de los siglos, después de que nos hayamos empleado a fondo en la breve aventura de un empinado y cada vez más riesgoso destierro militante.

¡Feliz y Santa Navidad!

(1) Esta expresión entre comas la movimos de lugar.

(2) L. Castellani, Prólogo en Palacio, E., “La Historia Falsificada”, Difusión, Buenos Aires 1939, 25-26, cit. en L. Castellani, Domingueras Prédicas II, C. Biestro (ed.), Jauja, Mendoza 1998, 327, n. 6.

24.12.23

¿Bendiciones al "concubitum ad non debitum sexum"?

En los confines del ciberespacio, nos encontramos con un pío y útil formulario deprecatorio ad libitum para parejas que caen bajo lo que Santo Tomás de Aquino llama “concubitum ad non debitum sexum, puta masculi ad masculum vel feminae ad feminam, ut apostolus dicit, ad Rom. I, quod dicitur sodomiticum vitium” (S.Th. II-II, q. 154, a. 11). A continuación, adjuntamos el mismo en sus versiones castellana y latina. Prosit!

S. El Señor esté con vosotros. 

R. Y con tu espíritu. 

S. Oremos. 

Señor, que observando la tierra de Sodoma y Gomorra (Gn 18, 20-21),  repugnaste a esos pésimos hombres (Gn 13, 13) y les enviaste fuego y  azufre (Gn 19, 24-25) para borrar su memoria de la tierra (Sal 34, 17). Señor, que ordenaste antiguamente a tu pueblo dar muerte a todo aquel  que durmiera con varón copulando como mujer, pues ambos son  abominables (Lv 20, 13) 

Señor, que por medio de tu Apóstol enseñaste que las parejas de  hombres o sodomitas no poseerán el reino de los cielos (1Co 6, 9-10). Señor, que no quieres la muerte del pecador sino mejor que se convierta  y viva (Ez 33, 11). 

Pon tus ojos, te pedimos, Señor Dios, en tus hijos aquí congregados y,  compasivo, no tengas en cuenta sus pecados. Envía tu Espíritu y dales  un corazón nuevo (cf. Ez 33, 26-27), para que sus almas se conviertan a  ti y sus vidas se reformen conforme a las perennes enseñanzas de la  santa Iglesia Católica. Dirígelos por tus sendas para que no caminen  continuamente en tinieblas y en sombras de muerte (Lc 1, 79).  Conmínalos para que no se presenten indignos ante tu trono en el día de  la ira y sean arrojados a las llamas eternas. Aparta tu ira y concédeles la  gracia de dirigir sus pasos según a ley natural y, en el último día,  congrégalos en el seno de Abraham junto con todos tus fieles, para que  con ellos te alaben por los siglos de los siglos. Amén. 

Os bendiga Dios todopoderoso, +Padre, +Hijo y +Espíritu Santo. Amén. 

S. Id, y en adelante no pequéis más (cf. Jn 8, 11). 

R. Demos gracias a Dios.

 

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Versión en latín:

S. Dóminus vobíscum. 

R. Et cum spíritu tuo. 

S. Orémus. 

Dómine, qui aspíciens super terram Sodomórum et Gomorrhórum,  despexísti illos péssimos hómines et ignem sulfúrque missísti, ut perdas  de terra memóriam eórum. 

Dómine, qui olim præcepísti pópulum tuum mortem effícere  quibuscumque dórmiant cum másculo coitu femíneo, quia utérque  operáti sunt nefas. 

Dómine, qui per Apóstolum tuum docuísti quod masculórum  concubitóres seu páthici regnum cælórum non possidébunt. Domine, qui non vis mortem peccatóris sed ut magis convertátur et vivat. 

Réspice, quǽsumus, Dómine Deus, in fámulis tuis hic congregátis et,  clementer, ne despícias peccáta sua. Emítte Spíritum tuum et da eis cor  novum, ut ánimas suas ad te convertántur, et vitas suas secúndum  perénnes doctrínas sanctæ Ecclésiæ Cathólicæ reforméntur. Dírige eos in  vias tuas ne in ténebras et in umbra mortis contínuo ámbulent. Commína  eos ne indígne ante thronum tuum in die irae adstent et in flammas  ætérnas ejiciántur. Avérte iram tuam et concéde eis grátiam secúndum  legem naturálem gressos suos dirigendi, atque, in último die, congréga  eos in sinu Abrahae cum omnibus fidélibus tuis ut cum eis te láudent, in  sǽcula sæculórum. Amen. 

Benedícat vos omnípotens Deus, + Pater, et +Filius, et +Spíritus Sanctus.  Amen. 

S. Ite, et nolíte ámplius peccáre.  

R. Deo grátias.

 

 

23.12.23

Historia de la Iglesia

Autor: R.P. Dr Christian Ferraro

        No es fácil enseñar Historia de la Iglesia.

        Para enseñar Historia de la Iglesia hace falta ser teólogo y tener una comprensión teológica de la historia.

         «Ser teólogo» significa que el primer principio que ilumina cualquier otro desarrollo especulativo o teorético es el dato de fe y, respondiendo a éste, el acto de fe. Sin ello, no hay teología alguna, ni, en rigor, teólogo: habrá solamente un hombre mediocre proponiendo ideas personales y utilizando una cátedra para promocionarse llenando de tonteras la cabeza de sus oyentes y de monedas sus propias arcas.

        «Tener una comprensión teológica de la historia» significa entender claramente y mostrar a cada paso cómo los principios trascendentes de la historia regulan u orientan su marcha. Los dos grandes principios trascendentes de esa historia son la encarnación del Verbo [junto, evidentemente, al mysterio pascual] y, de modo muy particular, la Parousía: es decir, la primera y la segunda venida del Señor. A estos dos principios «estáticos» se añade el principio «dinámico» de la Providencia: la sabia prudencia divina que guía la historia haciendo que las voluntades libres de los hombres misteriosamente sirvan a Sus fines.

        Los «profesores», si así se los puede llamar, enfermos de [neo]modernismo, cuyos intelectos están configurados por la mentalidad progresista y evolucionista, caen inexorablemente en una presentación de la historia de la Iglesia que Hegel consideraría esclava de la mala infinitud (schlechte Unendlichkeit), patológicamente ligada a la dispersión horizontal de la factualidad.

        Justamente, uno de los más graves errores cuando se enseña Historia de la Iglesia en los seminarios y universidades –salvo excepciones estadísticamente significativas– consiste en limitar dicha enseñanza a la descripción resumida de los hechos, a un aglomerado de datos y episodios acerca de los cuales, en el mejor de los casos, se presenta alguna que otra causalidad intrahistórica, mostrando el influjo que un evento habrá podido tener sobre otro, «causas y consecuencias». A esto se añade, en numerosos casos, el recurso frecuente a alguna que otra ironía, crítica o chiste fácil sobre las miserias históricas de algunos hombres de Iglesia. De esto último disfrutan indisimuladamente los neomodernistas, que no dejan pasar oportunidad alguna para vilipendiar a su madre la Iglesia y para alabar a cuanto hereje o enemigo del evangelio se haya opuesto a ella.

        En cambio, el buen historiador católico muestra claramente y a cada paso cómo el «Espíritu le habla a las iglesias» (cfr. Apokalypsis 2,17) y cómo el fin de la historia ordena y ejerce su señorío tanto sobre la Iglesia misma como, aún sin que ellos lo sepan, sobre sus enemigos.

        Por eso, la enseñanza de la Historia de la Iglesia no es ni puede ser neutral sino que siempre incluye una valoración crítica del propio tiempo histórico a partir de la primera y de la segunda venida.

        La pérdida de la conciencia parusíaca, o sea la pérdida completa de la actitud expectante con respecto a la próxima venida del Señor, es un resultado directo de la falta de fe y de visión trascendente: por eso es característica del neomodernismo, y de todos los malos [ya de facto, ya de iure] pastores que se encuentran bajo su órbita.

        En términos estrictamente filosóficos, se trata de la oposición entre fenomenología y metafísica; en términos estrictamente teológicos, de la oposición entre inmanencia antropocéntrica y trascendencia cristocéntrica.

 

        ¡Buen Adviento a todos los amigos!

 

P. Christian Ferraro

5.12.23

13.11.23

Fundamentos escriturísticos, cristológicos y hagiográficos de la virtud de la parresía

Nota preliminar

Hace mucho no publicamos nada por falta de tiempo ya que estamos preparando algunos libros, inter alia. Vamos a tratar de recuperar la frecuencia para este apostolado virtual. 

Les dejo un escrito breve sobre los fundamentos bíblicos, cristológicos y hagiográficos de la virtud de la parresía. Que Dios nos la conceda.

In Domino et Domina

Padre Federico

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De algunos fundamentos escriturísticos, cristológicos y hagiográficos de la virtud de la parresía 
 
I.
 
La virtud de la parresía mueve a anunciar la Santa Fe Católica “a la luz del día” (Mt X, 27) pregonándola “desde las azoteas” (Mt X, 27), sin temer “a los que matan el cuerpo” (Mt X, 28), siendo nuestro “lenguaje ´Sí´por sí, ´No´por no” (Mt V, 37) sabiendo que “lo que de esto pasa proviene del malvado” (Mt V, 37).
El católico parresíaco contra viento y marea, anuncia a Jesus, Aquel que dijo “todo aquel, pues, que se declare por mí ante los hombres, también yo me declararé por él ante mi Padre, que está en los cielos; mas quien me niegue a mí ante los hombres, también yo le negaré a él ante mi Padre, que está en los cielos” (Mt X, 32-33).
Como San Pablo, las almas parresíacas “renuncia(n) a todo encubrimiento vergonzoso del Evangelio” (2 Cor 3) y proceden “sin adulterar la palabra de Dios” (2 Cor 3), “dando a conocer la verdad” (2 Cor 3), “siempre y cabalmente” (sal 118).
Aunque todos cedan ante las modas del siglo y “aunque tiemble la tierra con sus habitantes” (sal 74), el apóstol parresiaco cual “profeta del Altísimo” (Lc 1) con todo fervor, “expone la sabiduría, [y] su lengua explica el derecho; porque lleva en el corazón la ley de su Dios, y sus pasos no vacilan” (sal 36). El apostol parresiaco, por tanto, siempre podrá decir, con el Salmista que “odi(a) la senda del engaño” (Sal CXIX, 104) y que “aborre(ce) el camino de la mentira” (Sal CXIX, 128).
Estamos llamados anunciar a Cristo Crucificado “con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente”, como nos pide la Iglesia (EG,259), siendo centinelas que ni de día ni de noche dejen de anunciar el nombre del Señor.
Mientras tantos “discursean profiriendo insolencias [y] se jactan los malhechores” (sal 93), las almas parresíacas reaccionan haciendo suyo el celebre clamor de Santa Catalina de Siena: “¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido!".
 
II. 
 
El gran mal del mundo actual es quizá la hipocresía, la cual consiste en fingir cualidades contrarias a las que verdaderamente se tienen. Contra este mal, la virtud más urgente es la parresía, que hoy apenas existe. Por eso, urge la predicación parresíaca ya que de este modo los fieles hallarán un estimulante ejemplo de la virtud opuesta al gran mal de nuestra época –y se verán movidos a emularlo- y el mundo podrá conocer la vera doctrina de Cristo y admirar la coherencia y la osadía de los hijos de Dios.
A este respecto, valga tener presente que el hombre actual mas que profesores, necesita testigos enardecidos de la Verdad. Por eso, para dialogar con el mundo actual, los interlocutores privilegiados son los testigos encendidos de la Verdad Crucificada –que dan razón de su esperanza-, y no los “perros mudos” y los expertos en negociaciones.
No sólo está la hipocresía de los malos –que llaman mal al bien, y bien al mal- sino de la de los supuestos fieles de Cristo. La “hipocresía de los fieles” se traduce muy a menudo en un esquizofrenia existencial que consiste en la profesión y práctica privada de la Fe y en un simultáneo silenciamiento (o disimulo o negociación) de la Fe en la vida pública.
Sabiendo que la situación actual es semejante a la de los primeros cristianos que, en medio de persecuciones, luchaban para evangelizar el Imperio Romano y que, como advierte la Iglesia, “la humanidad vive en este momento un giro histórico” (EG,52), estamos llamados aprovechar la coyuntura del Tercer Milenio para anunciar a Cristo al mundo entero, sabiendo que, como nos advierte el Sumo Pontífice, por la acción divina, todos los acontecimientos “se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados” (EG,84) pensados por Dios desde toda la Eternidad.
Estamos llamados al testimonio parresíaco para que Dios sea máximamente glorificado y para que se salven las almas, esto es, a buscara salvar las almas participando así de la Misión de Cristo que vino a salvar “a su pueblo de sus pecados” (Mt I, 21). A este respecto, recordemos con San Pablo, que “el mismo Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas», ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo” (2 Cor 3).
Los católicos tenemos a la vista para emularlos los máximos ejemplos de parresía con que Dios nos edificó a lo largo de la Historia, empezando por nuestro Señor Jesucristo, Quien es la misma Santidad.
El Señor nos da un ejemplo insuperable de parresia. En efecto, al Señor lo mataron por predicar la Verdad. Como enseña Santo Tomás, “querían matarle no en cuanto transgresor de la ley, sino en cuanto enemigo público, porque se hacía rey” (III, q. 47, a. 4, ad 3um). El mismo ejemplo de vida del Señor nos convence de que hay que proclamar con más énfasis aquellos artículos de la fe que el mundo más rechaza. Mas, ¿para que hacer esto? En primer lugar en atención a confortar a los fieles en su fe y en segundo lugar para enseñar a los que no saben y luego porque la misma proclamación que suscita la auténtica caridad pastoral, obra como exorcismo.
El mismo Señor dijo, “No he hablado nada a escondidas” (Jn 18,20). En efecto, Cristo no enseño “nada a escondidas, porque exponía toda su doctrina, bien a todo el pueblo, bien a todos sus discípulos. De donde escribe Agustín In loann.: ¿Quién habla a escondidas cuando habla en presencia de tantos hombres? ¿ Y más cuando, hablando a pocos, quiere que, por medio de ellos, sea conocida por muchos?” (III, q. 42, a. 3). Cuando el Señor “creyó digno comunicarles [a sus discípulos] su sabiduría, no se lo enseñó a escondidas, sino en público, aunque no todos lo entendiesen” (III, q. 42, a. 3, ad 2um).
A su vez, como de El se había profetizado en Is 8,14, El fue piedra de tropiezo y piedra de escándalo para las dos casas de Israel.
He aquí que el Señor, a pesar del escándalo de los fariseos, enseñaba públicamente la verdad, que ellos aborrecían, y reprendía sus vicios. para procurar la salvación del pueblo, como explica Santo Tomas: “Y por eso, en Mt 15,12.14 se lee que, cuando los discípulos dijeron al Señor: ¿Sabes que los judíos, al oír tus palabras, se han escandalizado?, les contestó: Dejadlos. Son ciegos y guías de ciegos. Si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en la fosa” (III, 42, 2).
Mencionamos algunos otros arquetipos para nuestro espiritual aprovechamiento en lo que toca a la adquisición y ejercicio de la virtus de la santa parresía: los Precursores del Señor, el de Su Primera Venida. San Juan Bautista y el de Su Segunda Venida, San Elías; los Santos Apóstoles; San Esteban; San Atanasio, San Juan Crisostomo, San Francisco Xavier, San Vicente Ferrer, San Berardo y Compañeros Mártires, San Nicolas Tavelic y Compañeros Mártires, San Francisco Solano, entre tantos otros.
San Juan Bautista, flecha bruñida cuya boca era espada afilada (cfr. Is 49: “Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida llamado por el Señor"), el mayor “entre los nacidos de mujeres” (Mt XI, 11), modelo inmenso de predicador parresíaco, fue comparado por el mismo Verbo con el campeón de la parresía profética, San Elías. El parangón entre ambos es tan cercano que el Señor dijo que el Precursor “es Elías el que ha de venir” (Mt XI, 14). San Jerónimo nos explica esta comparación, subrayando la parresía que a ambos contradistinguía. San Elías se vio obligado a huir por haber reprendido el rey Acab y a Jezabel por sus impiedades ( 1Re XIX), y éste es decapitado por haber reprendido a Herodes y a Herodias, por sus bodas ilícitas ( Mc VI)”.
San Juan Bautista, como dice San Beda, padeció mucho por Cristo, pero “todos aquellos tormentos temporales no le resultaban penosos, sino más bien leves y agradables, ya que los sufría por causa de la verdad y sabía que habían de merecerle un premio y un gozo sin fin". Es mas, “la muerte —que de todas maneras había de acaecerle por ley natural— era para él algo apetecible, teniendo en cuenta que la sufría por la confesión del nombre de Cristo y que con ella alcanzaría la palma de la vida eterna”
San Francisco Solano, por mencionar un ejemplo, fue un modelo de parresia. De él se cuenta lo siguiente, como señala el Padre Iraburu en su gran libro “Hechos de los Apóstoles de América":
 
“Salía del convento a visitar la cárcel y los hospitales, a conversar con la gente de la calle, y no precisamente de las variaciones del clima. Sacaba el crucifijo de la mano, y les decía: «Hermanos, encomendáos a nuestro Señor, y queredle mucho. Mirad que pasó pasión y muerte por vosotros; que éste que aquí traigo es el verdadero Dios». Su parresía apostólica, su libertad y atrevimiento para transmitir el mensaje evangélico, era absoluta. En el corral de las comedias, lugar mal visto y medio censurado, él entraba tranquilamente, irrumpía en el tablado y, con el crucifijo en la mano, decía algo de lo que tenía con abundancia en el corazón: «Buenas nuevas, cristianos… Este es el verdadero Dios. Esta es la verdadera comedia. Todos le amad y quered mucho». Y si algún farandulero se quejaba, «Padre, aquí no hacemos cosas malas, sino lícitas y permitidas», él le contestaba: «¿Negaréisme, hermano, que no es mejor lo que yo hago que lo que vosotros hacéis?»…".
 
La parresia no debe ser entendida como un torneo de imprudencia sino que, por el contrario, debe ser vivida como una consecuencia necesaria de la caridad y esto a tal punto que la predicación parresiaca no está llamada sino a ser un eminente acto de caridad. Así como se atiende a los enfermos por caridad o se les da de comer a los famélicos, las almas parresíacas predican parresiacamente a los prójimos por caridad para con ellos.
Que Dios nos dé la gracia de la parresía. Amén.
 

Padre Federico,

Misionero ad gentes

13 XI 23.

11.07.23