La oveja perdida de Chilumba
Compartimos un hermoso relato sobre la reciente misión en Malawi escrito por el p. Manuel.
Acaba de ponerse el sol tras las montañas.
La luz se va extinguiendo, y suenan los tambores africanos mientras escribo esta crónica. Estamos en agosto, pero aquí en el Hemisferio Sur hace frío.
Hemos acampado junto a la capilla de Chibula. Los católicos de aquí están alegres por nuestra visita, y nos han enseñado el terreno donde esperan construir pronto una parroquia grande.
Mañana a las 7:30 toca predicación y Misa. Invitamos a la predicación a los no católicos. ¿Cómo hacemos con la lengua? Tenemos un sermón preparado en lengua chindali, que leemos, y también nos acompaña un traductor para los momentos en que nos salimos del sermón escrito. En el sermón se pueden encontrar perlitas como esta:
“Tubike ulughindiko kwa mwene wa kaya aka. Twapalisha ngani chifukwa chakutwitisha ukuti twaghiwe pamalo agha nukugabana amashu amisa aghachala. Tubike ulughindiko sona nakubanyafyale…"
Y así sigue y sigue, demostrando que la Iglesia Católica es la primera, fundada por Jesucristo mismo.
La gente nos ha recibido bien en las aldeas que hemos visitado: Chalambweni (que se compone de 3 aldeas), Yeniyeni (que se compone de 2), Kapoka, Kaleghania (3 aldeas), Mwayonde, Muiereka, Lufeyo, Mwachota…
En una de las aldeas nos dijeron que el cura sólo llega una vez al año.
Hay sitios en los que el acceso es más fácil, pero para llegar a otros el 4x4 tiene que subir por escarpadas cuestas al borde del precipicio y casi trepar por la roca, mientras los misioneros rezamos el rosario dando botes con cada bache en el interior del coche como si estuviéramos en una montaña rusa.
Hay lugares en los que ni el 4x4 puede llegar, y entonces toca echarse al hombro la mochila y caminar montaña arriba y montaña abajo, o cruzar la jungla (sí, esa jungla tropical que te estás imaginando, con sus plantas enormes, sus lianas que cuelgan de los árboles altísimos y sus monos).
Cuando al fin llegamos a una de estas recónditas aldeas, reunimos a varias familias en la misma casa, hablamos con ellas, predicamos, les regalamos la imagen de la Divina Misericordia, medallas de la Virgen para los niños… Todos quedan felices con la visita.
El domingo nos encontrábamos en Mbeya después de celebrar la Misa. Divididos en dos grupos, pretendíamos llegar a cuatro pueblos en los que había pocos católicos según los informes, cuando empezó a llegar gente para el habitual chisopo de los domingos (liturgia de la Palabra en ausencia del sacerdote).
Surgió la duda: ¿Qué hacer? ¿Quedarnos aquí y celebrar otra Misa con esta gente? Pero entonces quizá no daría tiempo de llegar a todos los pueblos y volver al campamento antes de la puesta de sol, cuando es difícil caminar por el borde de la montaña. Y no habría otra oportunidad de llegar a esos pueblos…
“Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: “Todos te buscan". Él les dice: “Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido"” (Mc 1, 36-38).
Siguiendo el ejemplo del Buen Pastor, dejamos las 99 ovejas que estaban en el redil para ir en busca de la perdida.
Subimos la cuesta de la montaña camino de Chilumba. Los caminos son estrechos, hace falta ir en fila india subiendo por toscos escalones tallados en la tierra rojiza, pasando por “puentes” formados por dos o tres palos colocados a unos metros sobre el río, que ponen a prueba el equilibrio de uno y la confianza en el ángel de la guarda…
Nos guiaban Erik, un jefe de varios pueblos oriundo de Chilumba y Gibson, de Sindembwa.
Al bajar por el otro lado de la montaña, llegamos a la primera casa de Chilumba. Una señora se encontraba fuera lavando los cacharros. Nos invitó a sentarnos frente a su casa y empezamos a conversar sobre cuál es la Iglesia verdadera.
Resulta que ella había sido católica, pero su marido era protestante, por lo que también se había hecho protestante, como otras mujeres que hemos encontrando estos días.
Al preguntarle si quería volver a la Iglesia Católica, respondió que sí.
En esto, apareció la suegra, que era protestante, y también aceptó hacerse católica.
Así que, tras dejar las 99 en el redil, no sólo volvió al rebaño una oveja perdida ¡sino dos!
Tras visitar más familias en Chilumba y comer las provisiones que llevábamos, partimos hacia Sindembwa.
Sube por una cuesta, baja por otra, cruza el río… Con el cansancio cada paso va costando más, pero se ofrece alegremente por Cristo y por las almas.
Llegamos a lo alto de una colina, desde donde divisamos Sindembwa en la montaña de enfrente. El sol iba cayendo, quedaba poco tiempo.
Bajamos aprisa y emprendimos la subida guiados por Gibson, rodeados de paisajes que parecían sacados del Paraíso. Tras la caminata alcanzamos las primeras casas.
Habíamos visto gente sobre un promontorio rocoso que se elevaba en lo alto, así que nos dividimos en dos grupos: algunos se quedarían predicando a la gente en las casas y otros subiríamos a la roca.
Cuando llegamos a la roca, encontramos a las mujeres de la aldea allí reunidas para hablar y pasar la tarde. Sólo unas pocas eran católicas, y sólo recordaban haber visto un occidental cuando se desplazaron por Pascua al pueblo donde teníamos el campamento (aquí a los blancos nos llaman musungus). Resulta que el musungu era uno de los misioneros de nuestro grupo, que estuvo por aquí hace unos meses. Al parecer no habían llegado misioneros católicos a Sindembwa, que ni siquiera tiene capilla para las reuniones que hacen los católicos en domingo.
Mientras el sol, de un rojo incandescente, bajaba rápido hacia el horizonte, hicimos una breve predicación que ellas escucharon con gusto.
Fuimos después a la aldea, donde esperamos al otro grupo mientras todos los aldeanos nos observaban con asombro.
Con la poca luz que quedaba, volvimos al campamento atravesando el bosque, cansados pero felices. Con la gracia de Dios, habíamos anunciado la fe católica en Chilumba y Sindembwa. El resto de días había que dirigirse a otros pueblos.
Ya es de noche, termino esta crónica junto al fuego. Falta poco para la cena. Después dormiremos en las tiendas, alineadas junto a la capilla. Mañana nos espera otro día intenso de misión.
Dios ha querido servirse de estos instrumentos pobres que somos nosotros, en los pocos días que nuestras obligaciones nos permiten misionar en Malawi. Pero no deja uno de pensar (como pensaba San Francisco Javier hace quinientos años) cuántas almas conocerían la Verdad si tantos católicos de Occidente, que a veces no encuentran dónde emplear su tiempo, talentos y juventud, se pusieran en manos de Dios ofreciéndose para emplear sus fuerzas en estos lugares de misión, tan extensos y donde tanto bien se puede hacer.
¡Viva Cristo Rey!
P. Manuel
Malawi, Agosto 2025.