(357) Judaísmo y cristianismo

Sagradas Escrituras

–Hay estudios de ciertas Comisiones pontificias que más confunden que aclaran.

–Haberlos haylos. Se publican tantos… Pero con ocasión de ellos el Señor suscita muchos escritos que reafirman las verdades católicas. Demos gracias a Dios providente.

Hace unos días informamos en InfoCatólica que el cardenal Kurt Koch, presidente de la Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo, acompañado del rabino David Rosen, director del International Director of Interreligious Affairs, American Jewish Committee (AJC), había presentado Una reflexión sobre cuestiones teológicas en torno a las relaciones entre católicos y judíos en el 50º aniversario de «Nostra ætate» (nº 4).

Y yo escribí en mi blog un artículo sobre el tema, aunque en forma un tanto indirecta: (354) San Esteban, por predicar el Evangelio a los judíos, murió mártir. En él reafirmaba la fe católica sobre la posible y debida evangelización de los judíos. Pero no entré en el análisis del citado documento, ya que el propio cardenal Koch declaró que no es «un documento oficial del Magisterio de la Iglesia, sino un documento de estudio de nuestra Comisión, que intenta profundizar la dimensión teológica del diálogo judío-católico».

No entré a analizar el documento porque en una primera lectura exploratoria me pareció muy largo y confuso. Tampoco es un campo que yo haya estudiado previamente con atención especial. Y no me queda tiempo ni ánimo para estudiar un documento que en seguida muestra ser un texto negociado y forcejeado entre la parte judía y la católica. Siendo el texto así gestado, es inevitable que abunden en él las frases de difícil interpretación, y que en no pocos puntos resulte confuso e incluso a veces contradictorio. Esta oscuridad congénita puede apreciarse analizando, por ejemplo, un fragmento de su número 40, que yo divido en números.

…«[1] La Iglesia se ve así obligada a considerar la evangelización en relación a los Judíos, que creen en un solo Dios, con unos parámetros diferentes a los que adopta para el trato con las gentes de otras religiones y concepciones del mundo. [2] En la práctica esto significa que la Iglesia Católica no actúa ni sostiene ninguna misión institucional específica dirigida a los Judíos. [3] Pero, aunque se rechace en principio una misión institucional hacia los Judíos, los Cristianos están llamados a dar testimonio de su fe en Jesucristo también a los Judíos, [4] aunque deben hacerlo de un modo humilde y cuidadoso, [5] reconociendo que los Judíos son también portadores de la Palabra de Dios, [6] y teniendo en cuenta especialmente la gran tragedia de la Shoah».

Al 1º.- Así es, obviamente. La evangelización se hace en formas diversas según que se dirija a un ateo, a un judío o a un budista.

Al 2º.- No se entiende lo que la frase dice, aunque sí se sospecha lo que quiere decir: que los cristianos no deben evangelizar a los judíos. Pero esto es inconciliable con el mandato de Cristo de evangelizar «a toda criatura», «a todas las naciones», también a Israel. Él así lo hizo, con el final que sabemos, y lo mismo hicieron Esteban, Pablo, Pedro, Juan y tantos otros en los veinte siglos de la Iglesia.

Al 3º.- Este número 3 contradice el 2, pues deben los cristianos dar también a los judíos testimonio de su fe en Cristo. Y eso es evangelizar.

Al 4º.- Que deban evangelizar a los judíos en modo humilde y cuidadoso, puede significar que se haga sin fuerte empeño persuasivo y evitando todo lo que pueda ocasionar en ellos enojo o incluso persecución contra la Iglesia. Pero este posible significado no es aceptable, porque nos alejaría de quienes han de ser en ese ministerio nuestros modelos: Cristo, Esteban, Pablo… los hermanos Ratisbona, Hermann Cohen, etc.

Al 5º.- Que los judíos sean como los cristianos «portadores de la Palabra de Dios», que fue entregada en el Antiguo Testamento, es también afirmación ambigua, porque si de verdad creyeran los judíos en sus Escrituras Sagradas, tendrían que creer en Cristo, ya que como Él dice a los de Emaús, «comenzando por Moisés y por todos los profetas les fue declarando cuanto a Él se refería en todas las Escrituras» (Lc 24,28). En los evangelistas, en Mateo sobre todo, es frecuente la frase «para que se cumplieran las Escrituras», «y así se cumplió lo que dice el profeta»…

Al 6º.- La gran tragedia de la Shoah no es un factor teológico que frene la evangelización de los judíos, como es lógico. No pocos cristianos fueron víctimas también, aunque en menor número, de ese mismo crimen masivo.

Si este documento, en diez líneas solamente, suscitaba en mí seis dificultades, comprenderán que no me animase a estudiar con atención sus 49 números, en los que podría encontrar [momento: una calculadora] unas 300 dificultades. Prescindo, pues, de la ayuda que este documento ofrece para entender mejor el número 4 de la declaración conciliar Nostra ætate.

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Tres cartas de un buen amigo mío vinieron a iluminar mis perplejidades. Es un padre de familia, muy versado en Escritura, Magisterio y teología. Me parecieron tan valiosas que le pedí me las resumiera en una, que yo podría publicar en mi blog. Así lo hizo amablemente, y el texto que sigue es suyo, con algún mínimo retoque mío y acomodación en el formato.

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La relación entre la Antigua Alianza y la Nueva, o sea entre judaísmo y cristianismo, hoy suele entenderse según tres tesis principales, que se excluyen entre sí. Las dos primeras son falsas. Sólo la tercera es verdadera, es la doctrina católica que se ha profesado «siempre y en todo lugar».

1ª tesis.– Hoy están vigentes dos Alianzas distintas, la Antigua y la Nueva, correspondientes a dos Pueblos de Dios distintos: la Iglesia de Cristo y el Israel actual (se entiende: no el Estado de Israel, sino la Sinagoga, digamos). Esta tesis es claramente herética y contradice la Escritura y el Magisterio continuo de la Iglesia, concretamente la Declaración Dominus Iesus sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Cristo y de la Iglesia (CDF 2000). No puede haber dos Pueblos de Dios distintos. No pueden darse dos caminos de salvación distintos, uno con Cristo y otro sin Cristo (o incluso contra Cristo), pues Él mismo dice de sí: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí» (Jn 14,6).

Dice el Vaticano II: «Cree la Iglesia que Cristo, nuestra Paz, reconcilió por la cruz a judíos y gentiles y que de ambos hizo una sola cosa en sí mismo» (NE 4). El Pueblo de Dios es hoy uno solo, la Iglesia de Cristo, en la que por el Espíritu Santo (Pentecostés) todos se unen en una sola fe: «partos, medos, elamitas… romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes» (Hch 2,9-11). Igualmente, el Cuerpo de Cristo es uno solo, y todos sus miembros se unen entre sí porque todos se unen a su Cabeza, Cristo. Por tanto, quienes rechazan explícitamente a Cristo no pueden ser miembros de su Cuerpo.

2ª tesis.– Hoy están vigentes la Antigua Alianza y la Nueva, que no son dos Alianzas distintas. Los dos pueblos de Dios, la Iglesia y la Sinagoga, no son dos pueblos distintos, porque la Sinagoga es parte de la Iglesia. Las dos religiones, cristianismo y judaísmo, no son religiones distintas, sino en el fondo la misma religión. También esta tesis es claramente inconciliable con la fe católica, por las razones ya expuestas en el punto anterior. La fe en Cristo es la condición primera para ser cristiano, miembro de la Iglesia. Por el contrario, el rechazo explícito de Cristo ha sido siempre una característica esencial del judaísmo, también del actual. Por tanto, el judaísmo no se identifica con la religión cristiana ni con parte de ella. A la Iglesia pertenecen sólo los cristianos, los que creen en Cristo y han recibido el Bautismo cristiano.

A la explicación de que existe también el bautismo de deseo implícito, que permite la salvación eterna de los no cristianos, se debe responder que en este sentido los judíos practicantes de la religión judía actual están en la misma situación que cualquier otro no cristiano, o incluso peor, pues la evangelización no halla en los paganos, que desconocen a Cristo, un prejuicio secular contrario a Él; mientras que, por el contrario, es evidente que la religión judía actual rechaza enérgicamente a Cristo. No tiene, pues, sentido alguno afirmar que los judíos actuales en general han recibido el bautismo de deseo por una fe cristiana implícita, siendo la fe en Cristo el centro absoluto de la religión cristiana. Por otra parte, en esta cuestión conviene tener en cuenta previamente otra realidad muy importante y cierta:

El judaísmo actual no es la misma religión que el judaísmo bíblico, el que vivían, por ejemplo, Simeón y Ana, esperando al Mesías ansiosamente. En el judaísmo actual influyen tres grandes fuentes: la Biblia hebrea, o sea, el Antiguo Testamento; el Talmud y la Cábala. Sólo la primera de las tres es expresión de la Palabra de Dios. Pero es sabido que en la práctica el judaísmo actual concede más importancia al Talmud que a la propia Biblia. Y el Talmud no sólo es una obra meramente humana, sino también una obra anticristiana, que enseña errores en materia doctrinal y moral. Además, gran parte del judaísmo actual está muy influido por la Cábala, que es una doctrina gnóstica y panteísta. 

3ª tesis.– La Antigua Alianza ya no rige, pero no porque haya sido abolida o revocada sin más, sino porque ha sido superada por una Alianza más perfecta. Ésta, más que una tesis, es la doctrina católica de la fe. La Antigua Alianza fue una etapa provisoria de la historia de la salvación, destinada a preparar la llegada de la Alianza Nueva y Eterna celebrada en Cristo. Algunos aspectos de la Antigua Alianza han sido suprimidos, por ejemplo, las normas rituales o ceremoniales, como dice el Tantum Ergo: «et antiquum documentum novo cedat ritui». Mientras que otros aspectos permanecen, por ejemplo, las normas que expresan la ley moral natural, integradas en la síntesis superior cristiana, la lectura diaria de textos del Antiguo Testamento, el rezo de los Salmos, etc. Ésta es la doctrina de fe que enseñan en forma unánime la Biblia –especialmente los Evangelios, San Pablo y la carta a los Hebreos– y toda la Tradición eclesial: los Padres y Doctores de la Iglesia, la Liturgia, los Papas y Catecismos.

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Por otra parte, hablar de sólo dos Alianzas es una simplificación. Según la Biblia, Dios ha celebrado en distintos momentos de la historia distintas alianzas con los hombres. Con Scott Hahn [1957-, católico converso estadounidense, escritor, teólogo y apologista] podemos distinguir en la Biblia siete Alianzas sucesivas, que van desarrollando la Historia de la Salvación: 1) con Adán (en el paraíso terrenal); 2) con Noé (después del diluvio); 3) con Abraham; 4) con Moisés (en el Sinaí); 5) con David; 6) con Cristo (en la Cruz); y 7) las bodas del Cordero (unión esponsal entre Cristo y la Iglesia triunfante al final de los tiempos).

Teniendo a la vista este esquema, se entiende más fácilmente que las distintas alianzas no son caminos de salvación alternativos y simultáneos, sino etapas sucesivas de una misma historia de salvación, y que no tiene ningún sentido tratar de vivir hoy (en la etapa 6) como si se estuviera aún en la etapa 4. Si se permanece en la 4, se está rechazando la historia de la salvación en su paso 6, que es precisamente el definitivo en la historia humana temporal. Es negar que la Alianza del Sinaí, concretada y perfeccionada por la Alianza con David, ha sido, en la plenitud de los tiempos, continuada y superada por Cristo en el sacrificio de la Cruz: «éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna».

Como vimos, esta doctrina de la fe, mal llamada a veces «teología de la sustitución», goza de una masiva evidencia teológica. ¿Se le puede oponer entonces un conjunto de frases papales aisladas, ocasionales y ambiguas, por ejemplo, sobre «nuestros hermanos mayores»? Digámoslo con mucho respeto, pero con toda claridad: los judíos actuales, estrictamente hablando, no son nuestros hermanos mayores en la fe,porque no tienen nuestra misma fe. El heredero legítimo del antiguo Israel es la Iglesia de Cristo, el nuevo Israel. La Sinagoga actual es una religión nueva, que nace del rechazo de muchos judíos al anuncio de Cristo, el Enviado de Dios, el Hijo divino encarnado. Según dice Cristo, «Abraham, vuestro padre, se alegró se gozó en ver mi día; lo vio y se alegró» (Jn 8,56). «De verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron» (Mt 13,16-17)… Abraham, Moisés y Elías pertenecen al Israel bíblico y a la Iglesia de Cristo, no a la Sinagoga actual. El judaísmo actual es una religión no cristiana, claramente distinta del cristianismo. Sólo del judaísmo bíblico, el veterotestamentario, podemos decir que no es externo a la religión cristiana. Pero como ya señalamos, el judaísmo actual es distinto del judaísmo bíblico.

Si el judaísmo actual consistiera simplemente en la fe en el Antiguo Testamento, entonces sería verdad que hoy un judío podría convertirse al cristianismo sin dejar su religión judía. Aceptando el Nuevo Testamento, completaría lo que le faltaba, sin dejar lo que ya tenía. Pero el judaísmo actual es otra cosa: incluye siempre la creencia en el Talmud y muchas veces también la creencia en la Cábala.

De hecho hoy –y esto es muy significativo– un judío puede ser ateo, agnóstico, panteísta o deísta sin dejar de ser considerado judío y participando incluso en la Sinagoga, si es practicante. Sin embargo, un judío que es bautizado y se vuelve cristiano deja de ser considerado judío por los rabinos y por la colectividad judía. Y algo similar ocurre en el caso contrario: si un cristiano quiere hacerse judío, debe apostatar de su fe cristiana. Eso muestra a las claras que el rechazo de Cristo forma parte esencial del judaísmo actual. Y eso es así: por mucho que el rabino y el obispo bailen del brazo celebrando la Navidad y la Yanucá.

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También puede entreverse en este documento una especie de aplicación a los judíos de la doctrina de Karl Rahner sobre los «cristianos anónimos». Rahner afirmaba que todos los hombres que aceptan su humanidad (¿todos los hombres sin más?) son cristianos, por lo menos «anónimos». Los «cristianos anónimos» conocen a Dios en virtud de la experiencia trascendental: una experiencia de Dios «atemática», no-conceptual, no-refleja, que todos tenemos siempre y en todo lugar. Los cristianos propiamente dichos nos diferenciamos de los «cristianos anónimos» sólo por nuestra conciencia refleja de lo que significa ser cristianos (conciencia refleja de la fe cristiana).

Pues bien, si los no cristianos son «cristianos anónimos», entonces también los judíos no cristianos son «cristianos anónimos». La diferencia con Rahner es que el documento basa esa tesis en la supuesta vigencia continuada de la Antigua Alianza para los judíos.

Además, el intento de dialogar a toda costa puede ser contraproducente. No se ve por qué debería agradar a quienes profesan el judaísmo que les digamos que son «cristianos anónimos», cosa que no nos consta –es lo menos que se puede decir–.

Por otra parte, si Jesús ordenó a sus discípulos anunciar el Evangelio a todos los pueblos, excluir de la evangelización al pueblo judío sería antisemitismo, un caso obvio de discriminación injusta. Algunos judíos, que comprenden el mandato misionero de Cristo mejor que no pocos teólogos, lo han entendido así.

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El reciente documento presentado por el cardenal Koch no tiene valor de Magisterio, como él mismo lo advierte. Gracias a Dios no se ofrece como enseñanza del Magisterio apostólico, porque de hecho está afectado de un dialoguismo irenista. No se adhiere claramente a ninguna de las tres tesis expuestas, sino que oscila entre las tres, y sobre todo entre la segunda y la tercera. Pero entonces, lamentablemente, ese texto sólo sirve para aumentar la confusión doctrinal que aflige hoy a la Iglesia.

Puede sostenerse que ese documento vaticano tiende principalmente a lo que hemos llamado 2ª tesis, es decir, aquella que explica la relación judaísmo–cristianismo declarando que hoy existe «una sola Alianza con dos velocidades o categorías» (véanse los siguientes numerales del documento: 3, 15-17, 20, 23, 25-27, 31, 34, 36-37, 39, 43). Según esta tesis, los judíos ya forman parte del Pueblo de Dios, pero no forman parte de su núcleo cristiano, ya que, por no haber aceptado aún a Cristo, están en la periferia de ese Pueblo.

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Finalmente, la confusa doctrina del documento ocasiona los resultados prácticos siguientes:

1.-Se afirma que la Iglesia no organiza ni apoya ninguna misión institucional dirigida a evangelizar a los judíos, y a la vez se confiesa lo contrario: que los cristianos deben dar testimonio de Cristo a los judíos. La primera frase, por su parte, es en sí misma auto-contradictoria, porque en la Iglesia de Cristo, que es un pueblo organizado jerárquicamente, no puede haber ninguna misión evangelizadora individual, que no sea de alguna manera autorizada y dirigida «institucionalmente» por la Iglesia.

2.-El documento parece desautorizar a los grupos de católicos que sí trabajan en forma asociada con la meta de evangelizar a los judíos, como si realizaran una actividad contraria a la voluntad de la Iglesia. O por lo menos los deja abandonados a su suerte, sin prestarles ningún apoyo. ¿Acaso deben cesar en su empeño evangelizador de los judíos, acción misionera que con frecuencia les ha ocasionados graves perjuicios?

3.-Por otra parte, aleja de la Iglesia Católica a los «judíos mesiánicos», que, por un justo aprecio de su nueva fe cristiana y un amor bien entendido a su pueblo judío, son intensamente proselitistas. En cambio parece confirmarse la postura de los católicos no proselitistas, debilitando aún más en ellos el impulso misionero de la Iglesia, ya bastante alicaído.

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Hasta aquí la carta de mi sabio amigo. Su análisis del texto reciente presentado sobre Cristianismo y Judaísmo es claro y convincente. No podrá él atender los comentarios que pudieran hacerse a su escrito debido a sus obligaciones personales. Le doy muchas gracias a Dios porque a este buen cristiano laico le concede en ésta y en tantas otras cuestiones grandes luces de doctrina católica.

José María Iraburu, sacerdote

Post post. También el Señor ha iluminado a Jorge Soley, otro laico con formación doctrinal católica de gran altura, para analizar lúcidamente El polémico documento sobre el diálogo entre judíos y cristianos. Bendigamos al Señor y démosle gracias siempre y en todo lugar.

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