(361) Santidad-4. Santidad y perfección evangélica

Catedral de Reims - s.XIII

–¿O sea que también yo puedo llegar a ser santo?

–Dios nuestro Señor, que es omnipotente y misericordioso, puede hacer milagros.

Examinemos una cuestión clásica que la teología espiritual estudia y enseña.

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Santidad y perfección

Estamos llamados a ser santos y perfectos, como lo es nuestro Padre celestial (Ef 1,4; Mt 5,48). Santidad y perfección equivalen prácticamente. Y no habría dificultad en identificar ambos conceptos si se recordara siempre que no hay más perfección humana posible que la santidad sobrenatural. Pero esto se olvida demasiado. Por eso nosotros preferimos hablar de santidad, palabra bíblica, largamente usada en la tradición patrística, teológica y espiritual de la Iglesia. Ella expresa muy bien que la perfección del hombre adámico ha de ser sobrenatural, por unión con el Santo, Jesucristo. Sin embargo, hemos de considerar ahora el tema de la perfeccióncristiana, siguiendo de cerca la doctrina luminosa de Santo Tomás de Aquino.

Perfección tiene un evidente sentido etimológico. La palabra per-fección significa «hecho del todo, acabado, consumado» (per-facere, per-fice­re, per-fectio). Y también la perfección significa en sentido metafísico significa totalidad: «Totum et perfectum idem sunt» (STh II-II, 184,3). Perfección es acto, imperfección es potencia. Una cosa es perfecta en la medida en que está actualizada su potencia. De aquí que la perfección absoluta sólo se da en Dios, que es acto puro. Las criaturas, siempre compuestas de potencia y acto, siempre haciéndose, in fieri, no pueden lograr sino una perfección relativa.

En la vida cristiana consideramos una perfección entitativa (la gracia), que afecta al ser de la persona: es la santidad ontológica de la que ya traté (359). Otra dinámica (virtudes y dones), que es la que la teología espiritual estudia: por ella el cristiano crece, tendiendo con más o menos fuerza hacia Dios, que es su fin. Y se dará la perfección final (la gloria), que afectará en el cielo plenamente al hombre entero, en alma y cuerpo.

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La perfección cristiana consiste en la caridad

El constitutivo formal de la perfección cristiana consiste en la caridad; y el constitutivo integral, en todas las virtudes bajo el imperio y guía de la caridad (STh II-II,184,1 ad 2m). Vamos por partes.

1.–La perfección cristiana consiste esencialmente en la perfección de la caridad. Amar a Dios y amar al prójimo es la síntesis de la perfección cristiana (Mt 22,34-40). Esta primacía absoluta de la caridad sobrenatural es enseñada una y otra vez en el Nuevo Testamento  (Rm 13,8-10; 1Cor 12,31; 13,1-13; Gál 5,6. 14; Col 3,14).

Y es clara la razón teológica. 1.-EI hombre, por ser imagen de Dios, que es caridad, es perfecto en la medida en que ama; en esa medida se asemeja a Dios, y es hombre (1Jn 4,7-9; Vat. II, Gaudium et spes 24c). 2.-El hombre está finalizado en Dios, y de cualquier ser «se dice que es perfecto en cuanto que alcanza su propio fin, que es la perfección última de cada cosa. Ahora bien, la caridad es la que nos une a Dios, fin último del alma humana. Luego la perfección de la vida cristiana se logra especialmente según la caridad» (STh II-II,184,1).

2.–La perfección cristiana consiste integralmente en todas las virtudes bajo el imperio de la caridad. Una virtud o hábito puede realizar o bien actos elícitos, que son los suyos propios, o bien actos imperados, que le vienen impuestos por otra virtud. Pues bien, la perfección cristiana no está sólo en el acto elícito de la caridad, por la que el hombre se une a Dios en amor. La orientación total del hombre a Dios no viene lograda sólo por la caridad, que mira el fin, sino por todas las virtudes morales, que se refieren a los medios conducentes a ese fin. «La caridad ordena los actos de todas las demás virtudes a su fin último. Y según esto da ella forma a los actos de todas las demás virtudes. Por eso se dice que ella es forma de las virtudes» (II-II,23,8). Una limosna, por ejemplo, si no está impulsada por la caridad, sino por otros motivos, no tiene mérito alguno: «de nada me sirve» (1Cor 13,1-3). La moneda que no está sellada por la caridad no tiene valor.

Cualquier espiritualidad que haga consistir la perfección cristiana en algo distinto de la caridad es falsa. Casi siempre en la historia de la espiritualidad los errores han venido de afirmar un cierto valor cristiano sin la subordinación debida a la caridad, y rompiendo la necesaria conexión con todas las otras virtudes cristianas.

Unos han visto en la contemplación la clave de la perfección (gnósticos, alumbrados, quietistas), sin urgir debidamente la ascética de aquellas virtudes que hacen la contemplación posible. Otros han visto la perfección en la pobreza (ebionitas, paupertistas), otros en la abstinencia más estricta (encratitas, temperantes), otros en la oración permanente (mesalianos, euquitas, orantes), y tanto unos como otros, afirmando un valor, menosprecian o niegan otros como la obediencia, la prudencia o la caridad. Los resultados han sido y son siempre lamentables. Hay que concluir con Santo Tomás que «la vida espiritual consiste principalmente en la caridad, y quien no la tiene, espiritualmente ha de ser reputado en nada. En la vida espiritual es simpliciter perfecto aquel que es perfecto en la caridad» (De perfectione vitæ spiritualis 1).

3.–El grado de perfección cristiana es el grado de crecimiento en la caridad. Un cristiano es perfecto en la medida de la intensidad y frecuencia de los actos elícitos de su caridad; y en la medida también de la extensión de su caridad, es decir, en cuanto que ella extiende sus actos imperados sobre el ejercicio de todas las otras virtudes, dándoles así fuerza, finalización y mérito.

4.–Amar a Dios es más perfecto que conocerle. Conocimiento y amor no se oponen, desde luego, sino que se potencian mutuamente. Pero en la historia de la espiritualidad unos han acentuado más la vía intelectual, y otros la afectiva. Pues bien, los hábitos intelectuales no son virtudes si no están informados por la caridad: ellos solos no hacen bueno al que los posee; ellos dan la verdad, no el bien. Por otra parte, la perfección cristiana está en la unión con Dios, y lo que realmente une al hombre con Dios es el amor. En efecto, «el acto de entender consiste en que el concepto de la cosa conocida está en el cognoscente; pero el acto de la voluntad [que es el amar] se consuma en cuanto que la voluntad se inclina a la misma cosa como es en sí… Por eso es mejor amar a Dios que conocerlo» (STh I,82,3).

5.–En esta vida puede el hombre crecer en caridad indefinidamente, es decir, puede aumentar su perfección in infinitum. No hay límites en el amor de Dios, que causa el crecimiento de la caridad. Tampoco hay límites en la persona humana que recibe por la gracia la virtud de la caridad. Más aún, «la capacidad de la criatura racional aumenta por la caridad, pues por ella se dilata su corazón, de modo que todavía se hace más hábil para nuevos acrecentamientos» (STh II-II,24,7 ad 2m). La persona humana está abierta siempre a participar aún más de la infinita caridad divina, y Dios siempre quiere enriquecer al hombre más y más. «A todo el que tiene se le dará y abundará» (Mt 25,29).

El crecimiento de la caridad termina en la muerte: «La criatura racional es llevada por Dios al fin de la bienaventuranza, y también es conducida por la predestinación de Dios a un determinado grado de bienaventuranza, conseguido el cual no puede ya pasar a otro más alto» (STh I,62,9). Es el momento solemne y decisivo, en que la perfección del hombre –en naturaleza y gracia– queda fijada eternamente según el grado de la caridad. San Juan de la Cruz lo expresa poéticamente: «a la tarde te examinarán en el amor. Aprende a amar como Dios quiere ser amado» (Dichos 59).

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Preceptos y consejos 

El Catecismo, fiel al Vaticano II y a la Tradición católica, sigue enseñando la doctrina de «los preceptos y consejos» (914-918, 925-926, 1973-1974).

El Señor dio consejos a sus discípulos sobre muchas cuestiones: el modo de hablar (Mt 5,33-37), la actitud frente al mal (5,38-41; 26,53-54; Jn 10,17-18; 18,5-11; 1Cor 6,7; 1Tes 5,15; 1Pe 2,20-22), la comunicación de bienes(Mt 5,42; 6,2-3; Lc 6,35; 12,33; 1Cor 16,1-4; 2Cor 8-9; Gál 2,10), el amor a los pobres (Lc 14,12-24; Sant 2,1-9), la oración (Mt 6,5-15), el ayuno (6,16-18), las riquezas (6,19-21; 19,16-23), el amor a los enemigos (5,43-48; Rm 12,20), la corrección fraterna (Mt 18,15-17; Lc 17,3), etc. Ahora bien, como dice Juan Pablo II, «si la profesión de los consejos evangélicos, siguiendo la Tradición, se ha centrado sobre todo en castidad, pobreza y obediencia, tal costumbre parece manifestar con suficiente claridad la importancia que tienen como elementos principales que, en cierto modo, sintetizan toda la economía de la salvación» (Juan Pablo II, exh. apost. Redemptionis donum 25-III-1984, 9).

La antigua distinción entre preceptos y consejos se fundamenta sobre todo en dos pasajes del Nuevo Testamento: la escena evangélica del joven rico (Mt 19,16-30) y los consejos de San Pablo sobre la virginidad (1Cor 7). Jesús le dice a un joven rico, fiel desde muchacho a los preceptos, que «si quiere ser perfecto», se desprenda de todos sus bienes y le siga. Y San Pablo, el gran doctor del matrimonio cristiano (Ef 5,32), aconseja la virginidad, porque «es mejor y os permite uniros más al Señor, libres de impedimentos» (1Cor 7,35). En la escena del joven rico, Cristo da un consejo a una persona concreta, en tanto que la carta de San Pablo da un consejo general, y propone la virginidad como un estado de vida en sí mismo aconsejable.

Las primeras elaboraciones doctrinales sobre los preceptos y consejos fueron realizadas por los Padres para enfrentar a los herejes, tanto a aquéllos que menospreciaban pobreza y virginidad, como a los que las exigían como necesarias para la salvación. Frente a estos extremos de error, la Iglesia enseñaba que esos consejos ni eran necesarios para la salvación, ni debían ser menospreciados como si fueran algo completamente indiferente en orden a la perfección cristiana. Estas doctrinas de Orígenes, Jerónimo, Ambrosio o Agustín, formuladas después con mayor precisión por los teólogos medievales, especialmente por Santo Tomás y San Buenaventura, arraigaron más tarde en la Tradición teológica, espiritual y canónica de la Iglesia. Y a la luz de sus enseñanzas podemos responder a la cuestión siguiente:

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¿Los consejos evangélicos llevan a una perfección cristiana más alta que la impulsada por los preceptos del Señor? O dicho de otro modo, fijándonos en los consejos principales: ¿quienes viven los tres consejos están ordenados por Dios a una mayor perfección que aquéllos otros que no los siguen? ¿Quedarían así los laicos cristianos excluidos de la perfección cristiana?… La respuesta a estas cuestiones es ciertamente negativa. Como ya hemos visto, y en seguida veremos mejor,

1.todos los cristianos, sea cual fuere nuestro estado de vida, estamos llamados a la perfección de la caridad, a ser «perfectos como el Padre celestial» (Mt 5,48), a ser «imitadores de Dios, como hijos queridos» (Ef 5,1). El impulso dado por los preceptos de Cristo lleva por sí mismo a la perfección, a la totalidad de la caridad: el mandato de amar a Dios «con todo el corazón» es dado –es un don– a todos los fieles cristianos. Y llegado el caso extremo, recordemos que el martirio, es decir, el mayor amor y la mayor perfección espiritual posible en este mundo, es de precepto, no es de consejo, y obliga igual a sacerdotes, religiosos y laicos.

Nunca, pues, los consejos pueden impulsar «más allá» de lo exigido por los preceptos, pues los preceptos de la caridad lo exigen todo. Sería una deformación de la Tradición católica imaginar algo así como que los preceptos mandan al cristiano cumplir lo que en justicia debe dar a Dios y al prójimo; en tanto que los consejos le llevarían por la caridad a un más allá de generosidad sin límites. La doctrina de la Iglesia es otra. Ahora bien:

La perfección cristiana consiste principal y esencialmente en los preceptos, secundaria e instrumentalmente en los consejos. Ya expuse lo primero en mi artículo (343) Los que aman a Dios son los que cumplen sus mandatos. Es la enseñanza continua del AT y del NT. Santo Tomás la formula en un precioso texto:

«Por sí misma y esencialmente (per se et essencialiter), la perfección de la vida cristiana consiste en la caridad: en el amor a Dios, primeramente, y en el amor al prójimo, en segundo lugar; sobre esto se dan los preceptos principales de la ley divina. Y adviértase aquí que el amor a Dios y al prójimo no caen bajo precepto según alguna limitación –como si lo que es más que eso cayera bajo consejo–. La forma misma del precepto expresa claramente la perfección, pues dice «amarás a tu Dios con todo tu corazón» (todo y perfecto se identifican); y «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (y cada uno se ama a sí mismo con todas sus fuerzas). Y esto es así porque “el fin del precepto es la caridad” (1Tim 1,5); ahora bien, para el fin no se señala medida, sino sólo para los medios (el médico, por ejemplo, no mide la salud, sino la medicina o la dieta que ha de usarse para sanar). Por tanto, es evidente que la perfección consiste esencialmente en la observancia de los mandamientos.

«Secundaria e instrumentalmente (secundario et instrumentaliter), la perfección consiste en el cumplimiento de los consejos, todos los cuales, como los preceptos, se ordenan a la caridad, pero de manera distinta. En efecto, los preceptos se ordenan a quitar lo que es contrario a la caridad, es decir, aquello con lo que la caridad es incompatible [por ejemplo «No mata­rás»]. Los consejos, en cambio [por ejemplo, celibato, pobreza], se ordenan a quitar los obstáculos que dificultan los actos de la caridad, pero que, sin embargo, no la contrarían, como el matrimonio, la ocupación en negocios seculares, etc.» (II-II, 184,3).

La perfección cristiana, por tanto, consiste en la caridad, sobre la cual se dan los dos preceptos fundamentales de la ley evangélica, y la función de los consejos no es otra que facilitar el desarrollo de la caridad a Dios y al prójimo, removiendo aquellos condicionamientos que, dada la enfermedad del corazón humano y no de suyo, por naturaleza, suelen a veces ser dificultades para ese crecimiento de la abnegación y de la caridad.

Por tanto los laicos cristianos, estando casados, poseyendo bienes de este mundo, y no sujetos a especial obediencia, llevan camino de perfección, si viven fielmente la caridad, y permanecen en lo que el Señor ha mandado: «si guardareis mis preceptos, permaneceréis en mi amor» (Jn 15,10). Más aún, los laicos, guardando los preceptos, viven de verdad los tres consejos evangélicosespiritualmente, es decir, en la disposición de su ánimo.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

 

6 comentarios

  
Luis López
Pienso sinceramente que hay que desterrar la nociva idea de que el matrimonio cristiano es un instrumento secundario de perfección y subordinado a la perfección de la vida consagrada. No hay "clases de tropa" en el camino de la perfección evangélica. Dios nos llama a cada uno a servirle en el mejor camino para la santificación y la salvación.

07/02/16 1:03 PM
  
DavidQ
A mí me parece que el principal obstáculo que tenemos para anhelar la perfección es que la percibimos como una realidad estática, más parecida al nirvana budista que a la enseñanza cristiana. Esa realidad estática para nosotros no sólo es inalcanzable sino aburrida, y puestos en esa lucha, preferimos claudicar antes que perseguirla.

Me extiendo: Al hablar de una obra de arte "perfecta", nos imaginamos la Mona Lisa o el David de Miguel Ángel y sabemos que fueron hecho hace muchísimos años y así han permanecido y seguirán por siempre. Cualquier tonto que se le ocurriera corregirle la plana a los grandes maestros sería vilipendiado como aquélla señora que hizo el "Ecce Mono", aunque más tarde se haya vuelto famosa.

Sin embargo en mi opinión, la perfección humana-cristiana no pelea con la idea del cambio y la evolución. Un bebé puede ser perfecto, aunque no hable ni camine. Un anciano puede ser perfecto, aunque el Alzheimer le haya borrado la memoria. Nuestro imaginario nos impide pensar que este adolescente es perfecto aunque le conteste mal a su papá, porque no comprendemos que la rebeldía adolescente es tan natural como los achaques de la vejez y la torpeza de la infancia.

¿Cómo podemos hacer compatibles nuestras humanas debilidades con la búsqueda de la perfección cristiana? Realmente no lo sé pero me gusta pensar , que Dios no sólo nos ha creado a nosotros sino también al ambiente en el que nos movemos. Como dijo Unamuno, que el hombre es el hombre y sus circunstancias, el cristiano no es un ser etéreo e impasible, sino forma parte de un ecosistema donde sus actos están determinados no sólo porque el ideal cristiano al que aspira, sino por las circunstancias que le rodean. Aunque San Pío de Pietrelcina hubiera actuado de diferente manera en la circunstancia que a mí me toca atravesar, lo que Dios quiere es ver la respuesta que yo tengo ante estas circunstancias específicas y esa respuesta, a pesar de todos mis errores e imperfecciones, puede ser perfecta a los ojos de Dios, porque, me imagino yo, forma parte de un aprendizaje que alcanzará su cumbre en el Reino de Dios y no en este siglo.

Visto de otro modo nadie calificaría los primeros torpes pasos de un bebé como "perfectos", aunque lo sean, para su edad y circunstancias. A los ojos de Dios, hasta el más sabio y anciano de nosotros no es más que un bebé aprendiendo a caminar. Desde esa perspectiva, es posible ser "perfecto". Y esa perfección de ninguna manera es estática, mucho menos aburrida.
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JMI.-El cristianismo nunca ha entendido el camino de perfección evangélica
------- ni como algo estático,
------- ni como algo aburrido.

Lea usted vidas de santos. En ambas cuestiones es todo lo contrario.
Lo ha entendido como una configuración a Cristo cada vez mayor en pensamiento, en amor siempre creciente, voluntad cada vez más libre, sentimiento, obras, siguiendo día a día la propia vocación, es decir, la voluntad de Dios, la guía del ESanto.
07/02/16 8:25 PM
  
Ricardo de Argentina
Luis López, tu argumentación apunta a la línea de flotación del celibato eclesiástico.
También estás rechazando la enseñanza de la Parábola del Joven Rico: era virtuoso y entonces Cristo lo invitó a perfeccionar su virtud mediante la vida consagrada, pero el joven prefirió sus negocios.
La vida religiosa es más conforme al Evangelio que la vida laical, la cual tiene estorbos muy difíciles de superar. No es casualidad que la gran mayoría de los santos canonizados sean consagrados.
Incluso históricamente se ve esto: ante la "invasión" de la iglesia por parte de la población romana cristianizada prácticamente por decreto por Constantino, lo que supuso un bajón muy grande en el modus vivendi cristiano, San Benito encarnó el deseo de los más observantes de vivir de manera más ajustada a los consejos evangélicos, renunciando al mundo de forma más radical.
08/02/16 2:57 AM
  
Luis Alexis
Estimado Padre Iraburu,

Existe alguna diferencia entre caridad y amor?
Me refiero a que sí conceptualmente uno engloba a lo otro? O tal vez caridad sería la palabra latina para ágape.
De antemano, muchísimas gracias por su respuesta.
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JMI.-Los temas filológicos-bíblicos no pueden analizarse con pocas palabras, y más como en el caso que usted consulta. La palabra AMOR puede significar muchas cosas diferentes. En la lengua griega, que da la primera expresión al cristianismo, había muchas palabras para expresar el amor (agape, fileo, eros, etc.). Todas tenían un sentido común de fondo, pero cada una con su matiz propio. El NT, evangelistas y apóstoles, y toda la tradición de la Iglesia, privilegia claramente el término "agápe", considerándolo el más apropiado para expresar ese amor cristiano que es directa participación en el amor divino. El agápe griego se expresó en latín como caritas. Y así se nombran las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.

Dos ejemplos del lenguaje del NT para expresar el amor propiamente cristiano, sobrenatural. >>> En Gál 5,6: "la fe (pístis) operante por la caridad (agápe)". >>>
Otro ejemplo: cuando San Juan expresa la máxima epifanía de Dios en la frase "Theos agápe estin" (1Jn 4,8), elige justamente la palabra agape para designar el misterio del amor divino trinitario: "Dios es caridad". Pero si un traductor traduce ese texto como "Dios es amor" no comete ningún error ni abuso. No hay error en quien hablando de temas cristianos traduce agápe por amor. De hecho, el lugar citado, Gál 5,6, en no pocas versiones modernas es traducido como "la fe operante por el amor". Mejor me parece sin duda la traducción "la fe operante por la caridad".

Creo yo que preferir sistemáticamente amor a caridad es una tendencia ambigua, tirando a mala. AMOR puede significar, como digo, realidades muy distintas. CARIDAD expresa más directamente que se trata del amor mismo de Dios vibrando en el corazón de una persona humana por obra del Espíritu Santo.

Esa tendencia que considero ambigua, más bien negativa, puede llevar a extremos tan perversos como el de un cartel que hace muchos años publicó Caritas en España. Decía así, si no recuerdo mal: "El amor es de Dios, la caridad es de la señora marquesa".
Horror. Secularización despectiva de una de las más santas palabras cristianas.
Una institución caritativa que se avergüenza de su propio nombre, y le da un sentido deliberadamente peyorativo: "el amor de la Sra. Marquesa", eso es la caridad.
Creo que ya nos entendemos.

Las observaciones precedentes se refieren a los substantivos amor y caridad. Pero no valen en su uso verbal. Amar a Dios, al prójimo, a los enemigos, es puro lenguaje cristiano. Amor substantivo tiene su verbo en amar. Pero el substantivo caridad no tiene verbo que lo conjugue: caritear no existe.

08/02/16 5:41 PM
  
ParaguayoFiel
Yo siempre entendí a la perfección cristiana como el culmen del proceso por el cual el Espíritu Santo nos configura y reproduce en nosotros la imagen del HIjo uniendonos a Él (el Hijo) para que así seamos dignos de alcanzar la herencia eterna del Hijo único que es la vida misma de Dios Padre. No sé si es conforme a la santa Tradición y si no lo es espero su corrección fraterna. Saludos en Cristo!
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JMI.-Así es, sí. Co-laborando nosotros, claro, libremente con la acción del Espíritu Santo, dóciles al influjo de su gracia.
09/02/16 4:01 PM
  
Victor de Argentina
Hola Padre, gracias por su artículo.

Estoy tratando de entender la diferencia entre los consejos y los mandamientos, pero cuanto más artículos leo menos claro me queda, casi todos mencionan el ejemplo del joven rico pero algunos dicen "si quieres ser perfecto" y otros "una cosa te falta" y esto me confunde.

Específicamente no logro entender: si este faltó a un consejo o a un mandato, a algo opcional o algo obligatorio, si pecó levemente (purgatorio) o gravemente (infierno).

Lo que entiendo por "si quieres ser perfecto", es que seguirle era un opcional, que ya estaba salvo cumpliendo todos los mandamientos, pero Jesús lo invita a un bien mayor, y al no seguirlo pecó levemente (más purgatorio, menos cielo) pero no puso en juego la salvación de su alma.

Y lo que entiendo por "una cosa te falta", es que le faltaba algo en serio "para tener la vida eterna", no un opcional sino algo obligatorio, deduzco que podría ser cumplir con el 1er mandamiento "Amarás a Dios por sobre todas las cosas" a causa del dinero, o sea, que amaba a las cosas/dinero por sobre Dios, ya que los demás mandamientos respecto del prójimo dijo que los estaba cumpliendo, y en este caso al no dejar las cosas y amarle pecó gravemente.

No quiero robarle su tiempo, pero le agradecería si me lo puede aclarar en breves líneas,
Gracias y saludos,
Víctor


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JMI.-Perdone, pero no alcanzo. Entrar a dar más explicaciones que las que ya doy en el artículo me obligaría a escribir bastante, y en estos momentos no puedo hacerlo en la Sala de Comentarios. Cordial saludo.
22/08/16 9:55 PM

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