(613) Evangelización de América, 96. San Ezequiel Moreno, derrotado vencedor (y 3)
–¿Qué es eso de «derrotado vencedor»
–Todos los mártires vencieron al mundo muriendo por la fe en Cristo.
–El modo pastoral de combatir el liberalismo
A finales de 1901 pudo leer fray Ezequiel un libro publicado por el Vicario Obispo de Casanare, su querido paisano fray Nicolás Casas, Enseñanzas de la Iglesia sobre el liberalismo. Y en una carta privada lo comentaba diciendo: «Es una belleza en la parte teórica, pero una verdadera calamidad en la parte práctica. ¡Dios nos salve!» (12-8-1902).
Para refutar este libro escribe unas Instrucciones al clero de su diócesis sobre la conducta que ha de observar con los liberales en el púlpito y en algunas cuestiones de confesonario (1902). Estas Instrucciones fueron apoyadas y difundidas por los tres Pastores de su provincia eclesiástica, los obispos de Popayán, Garzón e Ibagué. Es quizá uno de los documentos más significativos de San Ezequiel Moreno. En él se perfila la figura clásica de aquellos santos obispos de la Iglesia, que se estrellaban contra el mal del mundo, y que con frecuencia acababan en la cárcel, la deposición o el exilio.
A diferencia de Mons. Casas, enseñaba el santo obispo de Pasto que no sólo el liberalismo en abstracto, sino también el partido liberal, que le da su concreta fuerza histórica maligna, deben ser abiertamente denunciados e impugnados por la Iglesia. El liberalismo está haciendo estragos en el pueblo cristiano, y «por desgracia, se le ataca de un modo deficiente… Creen unos que a ese monstruo se le puede matar con abrazos y cariños; otros creen que hay que tratarle como a enemigo que es, pero este enemigo se lo forjan puramente ideal». Pues bien, «no es posible que muera ese monstruo ni con abrazos, ni dando golpes al aire, o a solas las ideas». Es preciso impugnarlo en sus encarnaciones históricas concretas, como es el partido liberal, y cuando lo exija el bien de los fieles, dando incluso los nombres de los liberales más peligrosos. «Jesucristo llamó raposa al rey Herodes, así, nominatim [Lc 13,31-32]. San Juan, el apóstol de la caridad, habla contra Diotrephes [3Jn 1,10-14]. Y si San Pablo pudo encararse con Elimas el mago, y decirle lo que le dijo [Hech 13,8-12], ¿no podremos nosotros hacer lo que es menos que eso?»…
Mons. Vico, el Delegado apostólico, tenía a Mons. Moreno en mucho aprecio, pero, de todos modos, en este caso «no se pronunció. Tuvo alabanzas para los dos libros, y los dos los envió a Roma» (Mtz. Cuesta ib.). Por su parte, el Gobierno ecuatoriano, en 1903, envió a Bogotá a su vicepresidente para que gestionara la deposición del obispo de Pasto.
Conviene notar en todo esto que, como obispo, el padre Ezequiel seguía la misma norma para enfrentar todo género de males, tratáranse éstos del liberalismo o de otros abusos diversos, siempre que amenazaran la salvación de los hombres. Así le vemos actuar, por ejemplo, cuando en Sibundoy se produjo un grave conflicto entre los indígenas y algunos colonos blancos, que habían ocupado parte de sus tierras. Los capuchinos apoyaron a los indígenas, y los colonos se revolvieron contra los frailes. Inmediatamente el señor obispo de Pasto apoyó a frailes e indígenas. Tomó la pluma «y denunció los atropellos y abusos de algunos colonos, a quienes no dudó en citar con nombres y apellidos. Ellos eran los verdaderos culpables. Eran ladrones, porque se habían apropiado de cosas ajenas» (21-4-1903); +Mtz. Cuesta 457).
–Paz y concordia
Tras los sufrimientos de la guerra, eran tiempos, así llamados, de paz, especialmente aptos para las concesiones más lamentables. El padre Ezequiel no las tenía todas consigo: «Ahora sí estamos ya en paz, o sin tiros, que no es lo mismo… Hemos estado ya de fiesta por la paz, pero no me ha calentado esta paz, y veo venir, no tardando mucho, un liberalismo moderado, peor que el violento» (13–1-1903). Ante esta situación de peligrosa ambigüedad, el obispo de Pasto se ocupó en mostrar claramente a los fieles la fisonomía de la engañosa paz del mundo, nacida de la cesión y la complicidad, al mismo tiempo que les animaba a procurar la paz verdadera, aquella que descansa en un orden verdadero, que sólo en Cristo se puede establecer (+Carta pastoral cuaresma 1903; Circular 25-11-1904).
Efectivamente, en estos años se avecinaba el arreglo político entre católicos y liberales con la renuncia a la confesionalidad del Estado. Es decir, la concordia nacional, procurada en Colombia por los liberales y por los católicos afectos a ellos, venía a reconocer que el bien común de la nación, en sus concretas circunstancias históricas, había de conseguirse mejor dejando a un lado la confesionalidad del Estado (hipótesis).
Por el contrario, el santo obispo de Pasto estaba convencido de que la confesionalidad cristiana del Estado, en un pueblo de inmensa mayoría católica, aunque pudiera dar ocasión a ciertos males, que podían y debían ser evitados, era sin duda preferible a la secularización del Estado, de la que ciertamente iban a seguirse males mayores (tesis). Por eso se oponía abiertamente a la concordia propugnada por los liberales.
Y «conste, decía, que no queremos ni pedimos guerra, al no querer la unión con los liberales para gobernar la nación. Sólo queremos que no se haga esa unión, porque es en perjuicio de la religión nacional, que es la católica, apostólica, romana… Eso no es querer guerra. Es hacer que la nación sea gobernada con los principios del catolicismo, a lo que tiene derecho la inmensa mayoría de los ciudadanos de la nación, que se precian de ser católicos» (Circular 14-9-1904). El veía claramente que la coalición de cristianos y liberales, de hecho, solamente era posible aceptando sin reservas, aunque sea poco a poco, todos los planteamientos de los liberales.
En setiembre de 1904, el obispo de Pasto publica una Circular en la que extiende a sus diocesanos la prohibición de leer el diario Mefistófeles, dictada por el arzobispo de Bogotá, Primado de Colombia. En esa Circular fray Ezequiel impugna de nuevo el concepto liberal de concordia y de paz, que no significan sino división, retroceso y perjuicio de los católicos. La alianza de tal concordia «debe llamarse cesión de los católicos por flojedad en su fe, o, lo que es más probable en algunos, por afición a la nueva vida de las sociedades, a las ideas modernas, al derecho nuevo condenado por los pontífices romanos… La concordia, tal como se está entendiendo y practicando, es una verdadera calamidad para la fe y la religión, y por eso clamamos contra ella desde un principio».
El santo obispo de Pasto, viviendo en un pueblo de amplia mayoría católica, condena la secularización del Estado desde un principio, esto es, decenios antes de que esta secularización se impusiera como elemento desintegrador de Colombia y de tantas naciones de la América hispana…
–Linchamiento moral del obispo de Pasto
Los liberales colombianos, que habiendo perdido en la guerra estaban a punto de ganar en la paz, comprendieron en seguida que la concordia por ellos propugnada no era posible sin el previo aplastamiento del obispo de Pasto y de sus seguidores. Era necesario acabar de una vez con aquellas cartas pastorales y circulares que suscitaban el entusiasmo de los católicos, y eran publicadas y reimpresas aquí y allá, con el apoyo de un buen número de obispos.
La prensa liberal, dada la urgencia del caso, se aprestó con toda solicitud al linchamiento de fray Ezequiel. El primer biógrafo de éste, el padre Toribio Minguella, obispo de Sigüenza, recoge en su libro algunas muestras de la prensa agresiva. «Desde El Espectador, de Medellín, al parecer formal, y literariamente bien escrito, hasta el chocarrero Mefistófeles, la descaradísima Fusión, y tantos otros de igual o parecida estofa, apenas hubo periódico liberal, o con vista al liberalismo, que no clavase el diente de la calumnia en el Ilmo. señor Moreno».
El obispo Moreno era un fraile ignorante, incapaz de comprender las libertades modernas, y que para «firmar los mil disparates que publica en sus cartillas pastorales necesita de mano extraña». El pobre obispo de Pasto pertenece «a esa cáfila de frailes importados de España y rechazados hoy de allá y de todas las naciones civilizadas». Puede decirse que «su cerebro es la Montaña Pelada, en que el odio brilla con siniestros fulgores y las pasiones gruñen como gatos monteses encorvados»… (Biografía 340-345; +Mtz. Cuesta 517).
Por esas fechas, en conspiraciones de Bogotá, se intrigó cuanto se pudo en el Gobierno y en ambientes eclesiásticos para conseguir la deposición del obispo de Pasto, llegando a formarse una terna de candidatos a la sustitución. De Tulcán llegaban amenazas más claras: «Si no retiran de Pasto al fraile Moreno, ya sabremos nosotros cómo retirarlo». La eliminación física del padre Ezequiel era una posibilidad que sus enemigos no descartaban.
De hecho, en el Proceso apostólico de Tarazona, testificó el padre Julián Moreno que en una ocasión, al abrir la puerta de la habitación del obispo, encontró al padre Ezequiel y a un frustrado asesino que, arrodillado y todavía con el cuchillo en la mano, le pedía perdón (+Mtz. Cuesta 521).
–Tercera intervención de Roma (1904)
En noviembre de 1904 un telegrama anunció a los obispos colombianos la llegada de Mons. Francesco Ragonesi, nuevo Delegado apostólico, en el que, además de comunicar la felicitación del Papa al presidente Reyes, se decía también: «Tiene también el encargo de asociarse al ilustre clero colombiano para trabajar en el sentido de ayudar y facilitar al jefe de la Nación colombiana sus esfuerzos en favor de la paz, del orden y de la Concordia, a cuya sombra la Iglesia gozará de libertad y garantías».
El padre Ezequiel leyó tal mensaje con alarma harto justificada, previendo la suerte que se le avecinaba a Colombia. Y en cuanto a la suerte suya personal, expresa en una carta privada sus previsiones: «Recibí una carta, en que me dicen que el Excmo. señor Encargado de Negocios de la Santa Sede me escribía sobre el asunto de mi separación de aquí, que llevan los sectarios entre manos» (10-11-1904)…
Tal separación llega a serle intimada, pero en todo caso, Mons. Ragonesi, a las tres semanas de su llegada a Colombia, y sin oirle previamente, envía al obispo de Pasto unas instrucciones precisas, que, favoreciendo de hecho a los liberales, implican una censura de su conducta pastoral. Según ellas, debía abstenerse de toda intervención en temas de política y, atendiendo a los deseos del Papa, había de apoyar con todos sus medios, con los demás obispos, al presidente General Reyes (+Mtz. Cuesta 526-529).
En ese tiempo, tanto el cardenal Merry del Val, Secretario de Estado, como el Delegado apostólico, apoyan decididamente al General Reyes, presidente de la concordia. Como escribe el padre Ezequiel acerca del Delegado, «éste sigue con su concordia, apoyando a Reyes, y ya estamos viendo lo que da la Concordia: representantes, Ministros y empleados liberales» (3-3-1905).
Así las cosas, la instrumentalización política del telegrama antes aludido produjo gran confusión en los medios católicos. Varios obispos lo advirtieron y lo lamentaron, pero el obispo de Pasto, a 900 kilómetros de la capital, hizo algo más que lamentarse, y envió un telegrama al Señor Presidente de la República, precisando el sentido de la palabra concordia, y asegurándole que en modo alguno el Papa se reconciliaba con el liberalismo moderno.
El dicho telegrama cayó en Bogotá como una bomba, y el Gobierno, después de protestar ante el Delegado apostólico, envió un diplomático a Roma para que obtuviera la deposición del obispo de Pasto, que estaba en «completa rebelión contra la autoridad civil en su política concordista». Mons. Ragonesi se alineó rápidamente con el Gobierno, y envió un elocuente telegrama al lejano obispo de Pasto, blanco de las iras generalizadas: «¿Para la diócesis de Pasto no existe el orden jerárquico sabiamente establecido por los Romanos Pontífices, al enviar sus representantes cerca del Gobierno? Piense si con este sistema favorece los intereses socio-religiosos, y tenga la bondad de responderme» (9-4-1905).
Convocado el obispo de Pasto a Bogotá, Mons. Ragonesi le aplicó una «requisitoria detallada y severa». Como dirá aquél en una carta privada, el Delegado encontró un pecado en cada una de las palabras del telegrama (+Mtz. Cuesta 546). Así las cosas, por exigencia del presidente Reyes presentada por el Delegado apostólico, Mons. Moreno hubo de escribir una explicación pública de su nefando telegrama. Así lo hizo humilde y pacientemente, después de laboriosas redacciones y correcciones, y sin contrariar su propia conciencia.
Hagamos notar que en todas estas luchas tan enojosas el señor obispo de Pasto contó siempre con el apoyo de varios obispos, y sobre todo con la adhesión entusiasta de su clero y de sus feligreses diocesanos. En conjunto puede decirse que recibió aún más alabanzas que insultos, y por otra parte que éstos no le hacían mella alguna.
En uno de sus últimos documentos públicos, dedicado a su amado y venerado clero, fray Ezequiel, comentando unos ataques de El Grito del pueblo, diario de Guayaquil, escribe: «Considero como elogios los insultos que lanza contra mí ese periódico que insulta al papado y ensalza a los enemigos de la Iglesia, y declaro que, si en vez de insultarme, me hubiera ensalzado, hubiera protestado en el momento contra lo que hubiese dicho en mi favor» (14-10-1905).
–Santidad personal
Contando las aventuras del santo obispo de Pasto, apenas nos han quedado páginas para dar cuenta de su diaria actividad pastoral, tan intensa y fecunda. No hemos podido acompañarle en sus visitas a las parroquias, cuando animaba a los curas o se entretenía en las catequesis de los niños, sentado a veces con ellos en el suelo. No le hemos visto introducir la Adoración Nocturna, el Mes de Mayo dedicado a la santísima Virgen, los días 19 en honor de San José, ni hemos escuchado sus frecuentes homilías e instrucciones, con ocasión de retiros o reuniones. Tampoco le hemos seguido en sus visitas a los enfermos y a los pobres, que fueron siempre su amor predilecto… Esta vida pastoral ordinaria, y no su actividad pública más notoria, es lo que empeñó la mayor parte de sus días y de sus fuerzas.
Tampoco nos hemos asomado apenas al mundo maravilloso de su vida interior. Y aunque sea brevemente, hemos de subsanar ahora tan imperdonable omisión. Conocemos varias relaciones concretas de sus horarios acostumbrados (+Mtz. Cuesta 234, 301, 425), y por ellas sabemos que dormía, a menudo en el suelo, unas cinco horas, y que dedicaba diariamente a la oración unas seis horas, distribuidas desde las cinco de la mañana en diversos momentos del día. Durante la oración, como él mismo atestigua, el Señor le dejaba normalmente en el desierto de la aridez:
«Es lo ordinario que nuestro buen Dios me tenga amándole sólo con la voluntad, sin que este corazón sienta lo que la voluntad quiere. ¡Él sea bendito! No sé el tiempo que tendrá señalado para que yo le ame sólo a puro esfuerzo de voluntad, sin experimentar esos consuelos que tanto facilitan los caminos del sacrificio y que hacen de la tierra un cielo. Este cielo en la tierra no lo tengo» (Minguella, Biografía 446; +Mtz. Cuesta 447-448).
El amor del santo obispo de Pasto estuvo siempre centrado en el sagrado Corazón de Jesús, y fomentó siempre en los demás esta devoción, acentuando sobre todo la solidaridad de amor debida a los dolores internos de ese Corazón sagrado. Las duras y sangrientas penitencias con que afligía su cuerpo –cuando el padre Minguella las describe, tiene sobre su mesa los terribles cilicios y disciplinas que el santo usaba (+Mtz. Cuesta 448)– han de entenderse, antes que nada, como un modo de participar en los dolores del Corazón de Cristo, en los que se realizó la expiación suprema por el pecado del mundo.
«Yo quiero sufrir en tu compañía, con tu divina gracia. Yo me compadezco de tus agonías, y te las agradezco con toda mi alma y os amo, Jesús mío, os amo con todo mi corazón»… «Yo, Amado de mi alma, para imitaros, abrazo con el más tierno afecto los dolores, las enfermedades, la pobreza y las humillaciones, y las considero como hermosas partecitas de tu Cruz. Como Vos, oh amor mío, quiero vivir pobre, ultrajado, menospreciado, adolorido, llagado de pies a cabeza, clavado con Vos en la Cruz. Y si os place, llegar en ella, como Vos, hasta el extremo de ser abandonado y privado de la sensible asistencia del Padre Celestial» (+Mtz. Cuesta 446-447).
Este amor al Crucificado es lo que explica en San Ezequiel Moreno, obispo, el atrevimiento sin límites de su acción pastoral, únicamente finalizada en el honor de Dios y el bien de los hombres. Y ese enamoramiento de Cristo es lo que da razón, igualmente, de la extremada pobreza personal de fray Ezequiel: pobreza, miseria casi, en sus ropas personales, escasas, viejas y remendadas; frugalidad en sus comidas; austeridad absoluta en sus viajes –absteniéndose a veces de visitar santuarios o familiares, o de acudir a restaurantes, alojándose en conventos pobres, o de socorrer a sus propios parientes pobres–. Su norma era: gastos mínimos en sí mismo para máximas limosnas a los pobres…
Él había hallado en Cristo su tesoro, y para adquirirlo, se desprendió de todo (Mt 13,44). Con tal de gozar del amor de Cristo, todo lo demás le parecía nada y estiércol (Flp 3,8). Él, en medio de tantas persecuciones y miserias del mundo, e incluso a veces del mundo eclesiástico, hacía suyo el convencimiento absoluto del Apóstol: «Nuestras penalidades, que son momentáneas y ligeras, nos producen una riqueza eterna, una gloria que las sobrepasa desmesuradamente; y nosotros no ponemos los ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; porque las visibles son temporales; las invisibles, eternas» (2Cor 4,17-18).
–Enfermedad y muerte
Se terminan ya las luchas del servidor de Cristo. A finales de 1905 una llaguita del paladar, que no se le quitaba nunca, fue el primer anuncio de un cáncer mortal. Muchos cristianos y comunidades religiosas piden al Señor por la salud del santo obispo de Pasto. «Yo no la deseo, escribe él, aunque tampoco la rechazo. Estoy muy conforme con lo que Dios nuestro Señor quiera, y, puesto que tanto se le pide, hay que descansar en lo que él quiera hacer. ¡Qué consolador es todo esto!» (27-10-1905).
Los tratamientos de su enfermedad son notoriamente insuficientes, y una comisión del clero diocesano –dos jesuitas, dos capuchinos, dos filipenses, el Vicario y otro sacerdote secular– vienen un día a exigirle que se vaya a Europa para recibir la atención médica precisa. El les atiende y parte el 13 de enero de 1906. Es operado en Madrid el 14 de febrero, y otra vez el 29 de marzo.
El doctor Compaired declaraba: «Me causó admiración extraordinaria la fortaleza de ánimo, el valor cristiano, la paciencia sin límites, la resignación placentera, la sumisión y obediencia admirables y la resistencia al dolor hasta el heroísmo santo, heroísmo de santo y de bienaventurado» que mostró el obispo de Pasto. A pesar de los muchos dolores, no perdía su humor de siempre, y así, cuando perdió casi completamente el oído, y el padre Minguella vino con otros a visitarle, les dijo: “Pueden murmurar de mí a mansalva, porque no oigo nada"» (+Mtz. Cuesta 568).
El 1 de junio es trasladado a Monteagudo, a morir en el convento donde había iniciado su vida de agustino recoleto, y allí escoge una habitación pequeña, con tribuna a la iglesia. Sus dolores son atroces, pero como declaraba su fiel acompañante, el padre Alberto Fernández, «en esta enfermedad es donde ha probado su virtud acrisolada… En todo el tiempo de la enfermedad no he observado un acto de impaciencia, y ni perder un momento su dulzura habitual y su modo de ser» (23-7-1906).
El 18 de agosto de 1906 pasa una noche muy agitada. Hasta que a las seis de la mañana se sienta en la cama, arregla cuidadosamente las ropas, alisándolas y estirándolas bien. Otra vez tendido, sube la ropa hasta el cuello, y tras sacar los brazos, queda inmóvil un par de horas, en absoluta tranquilidad. Y a las ocho y media, teniendo 58 años de edad, descansa en el Señor. Su cuerpo se mantiene incorrupto, y es venerado hasta hoy en Monteagudo.
–Última intervención de Roma (1992)
La muerte, que dió a fray Ezequiel Moreno Díaz el descanso eterno, produjo también no pequeño descanso en muchos hombres del mundo y de la Iglesia. Efectivamente, en la historia de la Iglesia en América no es fácil encontrar un obispo que haya resultado tan molesto para el mundo –para el mundo hostil al Reino, se entiende– y para ciertos hombres de Iglesia más o menos mundanizados. También es cierto que pocos obispos han alegrado y confortado tanto con sus palabras y obras a los católicos fieles. Los obispos actuales de Colombia, que tanto han procurado la canonización de fray Ezequiel, saben bien que la devoción al santo obispo de Pasto permanece viva en aquel pueblo cristiano, que no le olvida.
Fray Ezequiel Moreno Díaz ocasiona, también con su muerte, un buen número de telegramas procedentes de Colombia, pero esta vez son de gratitud y de sincera condolencia. Muy pronto, en 1910, se abre el Proceso informativo en Tarazona, y años después en Manila, Pasto y Bogotá. En 1975 es beatificado por Pablo VI. Y el papa Juan Pablo II lo canoniza en Santo Domingo, el 11 de octubre de 1992, en el V Centenario de la evangelización de América. Esta última intervención de Roma sobre San Ezequiel fue más acertada que las anteriores.
José María Iraburu, sacerdote
Bibliografía de la serie Evangelización de América
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