(172) De Cristo o del mundo -XIV. Los mártires de los primeros siglos. y 4

–Veo que terminamos ya con la Iglesia mártir de los primeros siglos.

–No, no terminamos, porque en realidad hoy la Iglesia sufre una persecución del mundo semejante o mayor.

Los primeros Padres mantienen la altísima doctrina espiritual de Cristo y de los Apóstoles. Esto se aprecia en sus escritos, pero también en varios documentos primitivos, como Dídaque, Pastor de Hermas, Carta a Diogneto, Actas de los mártires, etc. Así enseña, por ejemplo, San Cipriano (+258):

«Sea nuestra conducta como conviene a nuestra condición de templos de Dios, para que se vea de verdad que Dios habita en nosotros. Que nuestras ac­ciones no desdigan del Espíritu: hemos comenzado a ser espirituales y celestiales y, por consiguiente, he­mos de pensar y obrar cosas espirituales y celestiales» (Sobre Padrenuestro 11-12).

Exhortaciones apostólicas de máxima perfección son dirigidas a todos los cristianos, también a los laicos, que no han dejado el mundo. La Iglesia de entonces, perseguida por el mundo, se ve obligada a diferenciarse de él tanto en los pensamientos como en las costumbres, ya que de otro modo no podría permanecer en Cristo, ni podría evangelizarlo. La Iglesia, pues, sin miedo alguno, traspasa en sus enseñanzas la frontera de lo meramente razonable, y se adentra libremente por el camino espiritual de «la locura y el escándalo de la cruz» (cf. 1Cor 1,23). Es capaz, por ejemplo, de exigir a sus fieles, a todos sus fieles, que «no se conformen a este siglo» (Rm 12,2); se atreve aconsejarles que no se defiendan, y que prefieran sufrir la injusticia (1Pe 2,20-22; 1Cor 6,1-7); o que no posean sus bienes materiales como propios, sino que, teniéndolos como si no los tuvieran, los comuniquen fácilmente con los más necesitados (1Cor 7,30-31; Hch 4,32).

La comunidad apostólica de Jerusalén es el testimonio más autorizado del idea­lismo cristiano primitivo. Realmente esta comunidad eclesial primera pone el vino nuevo del Espíritu en «odres nuevos» (Mc 2,22), configurando las vidas personales y comunitarias de los cristianos en formas nuevas, no-mundanas. San Lucas, su cronista, da de aquella comunidad, tan próxima a Jesucristo y a sus Apóstoles, una visión realmente admirable, cen­trada sobre la comunión. Los que han creído en el Evangelio, nos dice, permanecen constantes «en escuchar la enseñanza de los após­toles, en la comunidad de vida [koinonía], en la fracción del pan [eucaristía] y en las oraciones» (Hch 2,42); y entre ellos no hay pobres (cf. 2,42-47; 4,32-37; 5,12-16). La palabra koinonía, propia de los Hechos de los apóstoles, y ausente del resto del Nuevo Testa­mento, expresa tanto la comunión espiritual («un solo cora­zón y una sola alma»), como la comunión material de bienes («todo lo tenían en co­mún, no había pobres entre ellos»).

Yavé, en el Antiguo Testamento, dice a Israel: «no habrá pobres entre los tuyos» (Dt 15,4). Y también en los griegos puede hallarse algún precedente de este ideal, como en aquel proverbio: «koina ta filon» (entre amigos, todo es común). Pero ese sueño sólo va a realizarse en la plenitud de los tiempos: en Cristo y enla Iglesia. Enla primera comunidad de Jerusalén, en efecto, había un servicio diario en favor de los necesitados (Hch 6,1s), y de hecho no había pobres entre los discípulos de Jesús (4,34), pues quien tenía bienes los ponía a disposición de los apóstoles, para que pudieran ayudar a los necesita­dos. La entrega de los bienes propios no era obligato­ria, como se ve en el elogio que se hace de la actitud de Bernabé, chipriota, que «poseía un campo, lo ven­dió y llevó el precio, y lo depositó a los pies de los apóstoles» (4,37). Y esa misma libertad para dar los bienes pro­pios se atestigua expresamente en el caso de Ananías y Safira (5,4).

La Iglesia primera forma así unas nuevas comunidades, diversas de la sociedad en que viven, y en ellas realiza y expresa una vida distinta y sin duda mejor que la del mundo secular circundante. Los cris­tianos están en el mundo, pero son claramente distintos del mundo. Como se dice muy exactamente en un texto de los Hechos, «nadie de los otros se atrevía a unirse a ellos, pero el pueblo los tenía en gran es­tima; y crecía más y más el número de los creyentes» (5,13-14). En Jerusalén, como hemos visto, pero tam­bién en otros lugares, los cristianos inspira­n admiración, respeto y atracción, al menos entre los hombres de buena voluntad. La Iglesia de Cristo constituye así un nuevo orden social que, por el momento, se limita a la propia comunidad cristiana, y que no es en absoluto un programa de reno­vación para toda la sociedad. No es, pues, un intento político, al menos por entonces.

La primera Jerusalén apostólica, en sus rasgos fundamentales, es modelo permanente para todas las Iglesias. Debemos conocer y reconocer esta verdad. Aquella perfecta koinonía de Jerusalén es presentada en los Hechos y entendida por toda la tradición de la Iglesia como el ideal de una vida cristiana perfecta. Y ésta es una verdad que conviene recordar hoy especialmente, porque la gran mayoría de los discípulos de Cristo ven actualmente aquel ejemplo como un sueño irrealizable, e incluso a veces como un idealismo perjudicial que, alejando del mundo a los cristianos, les impide su vocación de transformarlo.

Actualmente algunos ven aquella experiencia comunitaria de Jerusalén como un caso notable, carismático, pero apenas significativo. Hace pocos años, por ejemplo, en una reunión de pro­fesores de teología celebrada sobre este tema, afirmaba uno de ellos que «la comunión de bienes de los cristianos primeros de Jerusalén fue tal fracaso, que hizo nece­sario organizar una colecta para sacarlos de la ruina». Esta afirmación es errónea, y no halla base en ningún dato histórico. La colecta aludida en 2 Corintios 8-9se produce hacia el año 57, y San Lu­cas en los Hechos, quince o treinta años más tarde, pone como ideal la koinonía, lo que no hubiera hecho de haber sido ésta un fracaso.

Pero, a fin de cuentas, el lapsus del aludido profesor no tiene mayor importancia. Lo que sí tiene importan­cia es la men­talidad antievangélica que revela. En efecto, en ese profesor de teología está operante la convicción –por él mismo expresada en otro momento de la reunión– de que «los cristianos, si quieren evange­lizar el mundo, deben asumir las formas de vida comunitaria que están vigentes en la sociedad se­cular, y que todo otro intento cristiano diferenteestá condenado al fracaso por ser u-tópico, o si se quiere, a-histórico». Y éste sí es ya un error más grave, pues precisamente la comu­nidad cristiana evangeliza de verdad en la medida en que es distinta y mejor que el mundo de su tiempo.

Hoy ha de ser reafirmada la perenne validez del ideal comunitario de la pri­mera Iglesia. La koinonía eclesial de Jerusalén se configuró ciertamente en la forma concreta que los Apóstoles le dieron, ateniéndose éstos a las enseñazas y ejemplos de su Maestro. Por eso la Tradición católica posterior no ve únicamente en la koinonía jerosolimitana una flo­ración carismática admirable, pero no ejem­plar, esto es, no imitable. Tampoco la ve, menos aun, como un fracaso, sino que venera aquella comunión primera de corazones y de bienes como un supremo ideal de la Iglesia para todos los siglos. Prueba de ello es que la Tradición da a aquella koinonía el nombre sagrado de vita aposto­lica.

La comunidad apostólica de Jerusalén fue el ideal que imitaron otras Iglesias locales, formando parte del ideal común cristiano enla Iglesia martirial de los primeros siglos.

Concretamente, la comunión de bienes materiales, realizada de una u otra forma, entre aquellos que viven en comunión de bienes espirituales, es un ideal propuesto en no pocos documentos cristianos antiguos (2Cor 8-9; Dídaque IV,8; Carta a Bernabé XIX,8; Pastor de Hermas V comp.3,7). Este ideal, incluso, en uno u otro grado, era un dato real de las comunidades cristianas, que podía ser aducido como argumento elogioso por los Padres apologistas (Arístides, Apología XIV,8; San Justino, I Apología XIV,2-3). Estudio más ampliamente el tema en mi libro Evangelio y utopía (cap. 2: Fund. GRATIS DATE, Pamplona 1998, 164 pgs.). Y como no nos es posible comprobar aquí por extenso ese idealismo cristiano primitivo en la enseñanza de los Padres, lo observaremos solamente en un autor que, por varias circunstancias, puede ser especialmente significativo:

Clemente de Alejandría (+215). Ateniense quizá, hijo de paganos, converso al cristianismo, está desde el año 200 al frente de la escuela teológica de Alejandría. Laico, según parece, es un hombre muy culto, sensible a la belleza, y es ante todo un cristiano entusiasta, sin complejo alguno ante el mundo de su tiempo, que tiene a los cristianos como a miserables, ignorantes y proscritos. Aquí nos interesa especialmente observar cómo presenta el ideal de la vida cristiana en el mundo, cuando aún no existen en la Iglesia los monjes, sino únicamente pastores y laicos.

Clemente tiene del mundo una visión muy crítica. En el Protréptico expone un cuadro terrible de sus absurdos intelectuales y de sus degrada­ciones morales.Ese mundo pagano, que él co­noce perfectamente, lo ve con amor y compasión, pero, ciertamente, sin el me­nor sentimiento de inferioridad. Y lo mismo queda expresado en su obra el Pedagogo. Los paga­nos son viejos, frente a los cristianos, que son los jóvenes de este mundo (I,20,3-4). En contraste a la «vieja locura» del mundo pagano (I,20,2), los cristianos representan la juven­tud per­manente de la humanidad (I,15,2).

La visión que tiene Clemente del cristianismo en el mundo se manifiesta sobre todo en el Pe­dagogo, obra compuesta en tres libros. Nuestros pecados nos han hundido en tal miseria que necesitamos absolutamente la guía y la ayuda del Pedagogo, que es el Verbo encarnado (lib. I). El Evan­gelio perfecciona las mejores ascesis de los filósofos griegos, purificándolas de sus errores. Clemente considera los múltiples aspectos concretos de la vida en el mundo:costumbres, comida y vestido, trabajos y diversiones, etc., mostrando y demostrando que todo ha de ser evangelizado, es decir, re-creado (lib. II-III).

Todos los cristianos, todos, están llamados a la perfección evangélica. Clemente les llama, también a los laicos, a una fuerte ruptura con los pensamientos y costumbres del mundo, y les transmite un impulso entu­siasta hacia la nueva vida evangélica, tan distinta de la secular.En lo referente, por ejemplo, a la oración, él enseña que el cristiano ver­dadero, el espiritual, guarda de Dios durante el día «memoria continua: ora en todo lugar, en el paseo, en la conversación, en el descanso, en la lectura, en toda obra razonable, ora en todo» (Stromata VII,7). Y por la noche ha de «levantarse del lecho para bendecir a Dios. Felices aquellos que se despiertan para Él» (Pedagogo IX,79,2).


Viviendo así, tam­bién los laicos, los casados, por supuesto, avanzan ha­cia la perfección cristiana. Concretamente, «la esposa casta, consagrando su tiempo a su marido, honra a Dios since­ramente, mien­tras que si se dedica a adornarse, se aparta tanto de Dios como de un casta vida conyu­gal, y viene a ser como una prostituta» (II,109, 3-4). To­dos los aspectos que forman la vida ordinaria –todos: comidas, vestidos, trabajos y ocios, diversiones y conversacio­nes, sueño y vigilia– son iluminados por Clemente con la luz de las más altas enseñanzas de Cristo y de los Apóstoles.

Henri-Irénée Marrou, al presentar la edición del Pedagogo en Sources Chrétiennes, comenta: «Sí, es realmente una moral au­ténticamente cristiana. Clemente, para describirla, emplea acentos que anuncian el futuro desarrollo de la espiritualidad mo­nástica», pues evoca con frecuen­cia «una atmósfera característica, la que será propia del hesycasmo: “tranquilidad, calma, serenidad, paz” (II,60,5; cf. 112,2); la paz, tema favorito del Peda­gogo (II,32,1), la ora­ción perpetua (III,101,2), el culto isangélico (II,79,2; 109,3). Y sin embargo, Clemente no piensa de ningún modo en retirar al cristiano del mundo: su moral es una moral para fieles casados (II,X), que aceptan sus responsabilida­des sociales (III,78,3). El estado del matrimonio no se opone ni a la piedad ni a la santidad (II,109,4; 39,1); y el hecho de estar cargado de familia no constituye un impedimento para seguir a Cristo (III,38,2)» (SChr 70,61).

Efectivamente, Clemente no vincula nece­sariamente la perfección a un estado (cf. Stromata VII,12,70, 6-8). Él, como Cristo y los apóstoles, exhorta a todos los cristianos, casados o célibes, ricos o pobres, a la más alta perfección evangélica. Acierta, pues, Marrou cuando señala que la espiri­tualidad propuesta por Clemente es plenamente laical y se­cular.

Pero no acierta cuando ve en ella «una anticipación de la espiritualidad monástica». ¿Monástica?… La espiritualidad dada a los laicos por Clemente y los primeros Padres no es monástica, es simplemente cristiana, evangélica, y de hecho está continuamente fundamentada en el Evangelio y en los escritos apostó­licos. En esta serie de artículos De Cristo o del mundo podremos comprobar cómo esta equivocación reaparece con acentos cada vez más significativos y consecuencias más graves. Los laicos perfectos de Clemente no son una anticipación de los monjes, sino simplemente unos cristianos seglares que viven realmente en el mundo el Evangelio de Cristo.

Resumo ya algunos rasgos fundamentales de la espiritualidad cristiana en los tres primeros siglos, prestando especial atención a su modo de entender y vivir la relación de los cristianos con el mundo.

La condición efímera y pecadora del mundo es patente para los cristianos, que han de guardarse de él y convertirlo. Todavía en esos siglos se entiende fácilmente que la mundanización es en los cristianos la forma principal de la apostasía. Y todavía se comprende también la absoluta necesidad de Cristo, esto es, de la fe, de los sacramentos y de la Eucaristía, de la Iglesia, de la evangelización del mundo. Lógicamente, partiendo de esas convicciones, es éste un tiempo de muchas conversiones, Yla Iglesia, tan perseguida, va creciendo en todas partes, y comprueba gozosamente la victoria de Cristo sobre el mundo.

El peligro espiritual de mundanizarse es en esos siglos escaso. De hecho, recluídos por la hosti­lidad del mundo circundante, los cristianos viven marginados y como enclaustrados. La gracia peculiar de los religiosos, «dejar el mundo», es una gracia que en esos tiempos es recibida por todos los cristianos, también por los laicos. El mundo se­cular es entonces muy peligroso para el cuerpo de los cristianos, perono tanto para el alma, pues la persecución del mundo es continua, frontal y no insidiosa. No es, pues, grande por entonces el peligro de una conciliación cóm­plice entre cristianos y mundo, pues está claro que sólo es posible ser cristiano en abierta ruptura, al menos afectiva, con el mundo.

–La santidad tiene forma martirial. Como dice Clemente alejandrino, «llamamos al mar­tirio perfección, y no por­que el hombre llegue por él al término de su vida, como los otros hombres, sino porque en él se manifiesta la obra perfecta de la ca­ridad» (Stromata IV,4,14). La forma de la santidad es entonces el martirio, y de hecho los mártires son en aquellos siglos los únicos san­tos venerados.

El vínculo que une martirio y perfección se ve siempre, por supuesto, a la luz de la Pasión de Cristo. Si Cristo consumó, esto es, perfeccionó su ca­ridad y su ofrenda en el martirio del Calvario, igual­mente los cris­tianos se consuman, esto es, se hacen perfectos en el martirio. Como decía San Ignacio de Antioquía, «a cam­bio de sufrir unido a él, todo lo soporto, ya que aquel mismo que se hizo [en la Cruz] hombre perfecto (teleios), es quien me fortalece» (Esmirniotas 4,2). «Entonces, cuando no apare­ciera ya al mundo, seré de verdad fiel a Cristo» (Romanos III,2). San Agustín: «“Jesús oraba con más insistencia y sudaba como gotas de sangre” ¿Qué quiere decir el flujo de sangre de todo su cuerpo sino la pasión de los mártires de la Iglesia?» (Sobre el Sal. 140,4-6).

Las persecuciones guardan al pueblo cristiano en la santidad. En efecto, continuamente la Iglesia se ve obligada en sus miembros fie­les a realizar con la gracia de Cristo actos heroicos de fidelidad, y conti­nuamente se ve purificada de aquellos miembros infieles que no quieren ser confesores de la fe, ni tampoco mártires por su causa. Asíla Iglesia se mantiene como una santa Vid, sana, vigorosa y creciente, ya que, como dice el Señor, «todo sarmiento que en mí no lleve fruto, [mi Padre] lo cortará; y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto» (Jn 15,2).

–La primacía de la gracia es profunda­mente captada en la vida cristiana, pues todavía el cris­tianismo, mucho más que como una obligación moral, cumplida sobre todo por el esfuerzo del hombre, se entiende como un don inmenso del Dios inefable, es decir, como un re­galo y una alegría. Baste este texto para recordarnos el tono constante de la época:

«Mirad cuán grande ha sido la misericordia del Se­ñor para con nosotros –exclama un autor del siglo II–, que no ha permitido que sa­crificáramos ni adoráramos a dioses muer­tos, sino que quiso que, por Cristo, llegá­ramos al conocimiento del Padre de la ver­dad» (Funk 1,149). Los Padres de la época, Ireneo, Cle­mente, Orígenes, niegan tajantemente que la perfec­ción cristiana sea un don de naturaleza, y afirman siempre que es una maravilla obrada progresivamente por la gracia de Dios y la liber­tad del hombre. Es, pues, el crecimiento cristiano en gracia y caridad lo que hace pasar de hombre car­nal o animal (psíquico) a hombre espiritual (pneumático) (cf. San Ireneo, Adv. hæreses IV).

La fe en la gracia de Cristo lleva a afirmar claramente la vocación universal a la santi­dad, pues el Evangelio es norma de vida para todos. Y el Evangelio, sin duda, es camino perfecto ha­cia la perfección. Según hemos visto, la doctrina y la disciplina de la Iglesia primera pone a todos los fieles en camino de perfec­ción, lo que no significa, claro está, que todos lo sigan.

–Todos los fieles deben tomar como modelos a los pastores, vírgenes y ascetas, pues ellos son los mejores imitadores de Cristo. Así lo enseñaron los Apóstoles (1Pe 5,3; 1Cor 4,16; 11,1). La espi­ritualidad, por lo demás, todavía centrada en lo más central, es para todos los cristianos, pastores y laicos, profundamente unitaria, y estimula constantemente las actitudes cristianas fundamentales. Por eso mismo, no existiendo aún monjes y religiosos, todavía se entienden como «evangélicas» muchas prácticas ascéticas que más tarde, en tiempos de cierta relajación, serán consideradas erróneamente como exclusivamente «monásticas».

El ejemplo de los primeros cristianos, la «vita apostolica», se considera un ideal per­manente. Se ven, pues, como simplemente evangélicos los ideales de vida cristiana refleja­dos, por ejemplo, en los Hechos de los Apóstoles.

La espiritualidad predominante hoy entre los cristianos es muy diferente de la espiritualidad martirial de los primeros siglos. Seguramente mis lectores lo habrán apreciado ya en éste y en los tres artículos precedentes, al comparar la Iglesia primera con el pueblo cristiano actual. Sin embargo, todo el desarrollo doctrinal y espiritual de la Tradición católica a lo largo de los siglos, también en nuestro tiempo, ha de verificarse siempre considerando su fidelidad al Evangelio de Cristo y a la enseñanza de los Apóstoles.

Más adelante, cuando lleguemos en esta serie al análisis de la relación Iglesia-mundo en el tiempo actual, podremos describir y comprobar mejor este distanciamiento actual de la Iglesiaprimera. Baste ahora señalar en forma muy breve que, al predominar hoy el semipelagianismo entre los católicos, profesan ellos la evitación sistemática del martirio: todo lo que en este mundo debilite o destruya «la parte humana» que en la obra del Reino colabora con «la parte de Dios» debe ser cuidadosamente evitado, es algo malo. Obispos, párrocos, teólogos, matrimonios, jóvenes, todos deben evitar el martirio por deber de conciencia.

A estos errores se unen otros que son hermanos suyos. La Iglesia es vieja y el mundo es joven, de tal modo que el rejuvenecimiento de la Iglesia actual ha de producirse por un mayor acercamiento al mundo. El mundo no es camino de perdición, y –como ha dicho recientemente un Obispo católico– «la Iglesia no tiene la exclusividad de nada. Nosotros estamos dentro de la sociedad. Mantenemos el contacto con la gente. Estamos al mismo nivel que ellos». Más errores: no son los laicos quienes deben imitar a los pastores, sino más bien éstos a aquéllos. La Iglesia hubo de llegar al siglo XX, y concretamente al Concilio Vaticano II, para enterarse de que los laicos están llamados a la santidad.

Creo que en la serie de este blog La Cruz gloriosa (137-158) el testimonio unánime de muchos santos expresa claramente que un cristianismo es verdadero en la medida en que el misterio de la Cruz está en su centro: «nadie puede ser mi discípulo si no toma su cruz y me sigue». Per Crucem ad lucem.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

5 comentarios

  
Daniel M.
Padre José María, muchísimas gracias por volver a escribir. Sus palabras me confortan y me dan ánimo para seguir en esta peregrinación por la tierra.

Este tiempo de cuaresma ha sido fructífero para mí, hasta los momentos, y he podido alejarme poco a poco de la mentalidad mundo, tratando de ajustarme, aunque sea en algo mínimo, al Evangelio. Es un largo camino, lleno de tentaciones. Después de todo, San Agustín dice que no se puede vencer si no se pelea, y no se puede pelear si faltan enemigos. En este tiempo siento que Dios me ha estado llamando a ser santo, no en un futuro, ni cuando me case, sino hoy, en mi situación actual, y este post me ha confirmado lo que he creído.

Espero que Dios le de la gracia de poder seguir compartiendo sus pensamientos y preocupaciones con nosotros. La Paz del Señor se mantenga con usted.
08/03/12 5:22 PM
  
Ricardo de Argentina
La espiritualidad predominante hoy entre los cristianos es muy diferente de la espiritualidad martirial de los primeros siglos.
----

Padre, nuestro genial y santo Castellani decía que ahora campaba el FARISEÍSMO. En las curias, en el episcopado, en las órdenes, en los laicos!. Él se enfrentó abiertamente al fariseísmo y así le fue, lo hicieron puré. Humanamente hablando, porque espiritualmente ni mella le hicieron, pues era un auténtico campeón de Dios. Pero pasó cárcel y suspensión a divinis, ésta por muchísimos años.

Los Evangelios señalan el peligro tanto del Infierno como del Fariseísmo, y con especial energía e insistencia. Es que éste, cáncer de la Fe, lleva derechito a aquél. Pero ahora pareciera que los católicos ignoráramos a ambos. Y así nos va.
------------------------
JMI.-He leído bastante del P. Castellani, y una de las obras suyas más profundas creo que es la que dedica al fariseísmo. Verdaderamente, con la gracia de Dios, este sabio y santo varón "dió testimonio de la verdad" en su tiempo. Y así le fue.
09/03/12 1:59 AM
  
leibnitz
Querido P.José María:
Le sigo con muchísima atención desde que le conocí a través de Radio María. Es usted un maestro para muchos de nosotros porque nos encamina al único Maestro con sencillez, generosidad, profundidad y coherencia. A mí me ha ayudado usted mucho. Dios le bendiga. Un fuerte abrazo en el Señor. Todo con Cruz, nada sin ella.
---------------------
JMI.-Gracias por su gratitud.
"No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu Nombre sea toda gloria".
09/03/12 8:55 PM
  
María
" Recibireis la Fuerza del" ESPÍRITU SANTO".....Y sereis Mis Testigos en Jerusalén y hasta los confines de la tierra.
Las consecuencias y la respuesta al Testimonio que daban los Apóstoles con palabras y con Obras fue.....la incomprensión y más aún la Persecución....lo mismo que sucedió con JESUS.....
Pero ...los Primeros Crisianos afrontaron con valentía la persecución y siguieron Anunciando el Evangelio.....No con sus propias Fuerzas.....sino con la del ESPÍRITU SANTO que estaba con ellos.
Como aquellos Dícipulos , tambien nosotros formamos parte de una Comunidad Cristiana , que tiene que dar TESTIMONIO DE LA RESURRECIÓN DE CRISTO.
La incomprensión por la Fidelidad al Evangelio es una experiencia de la Iglesia desde sus comienzos .
Ante estas dificultades Pedro y Juan, encontraron Fuerzas en La ORACIÓN.....En ella recordaron el ejemplo de JESÚS y experimentaron el apoyo de los hermanos para seguir adelante a pesar de la persecución.
Conscientes de esto, en los momentos de dificultad, hemos de volver los ojos hacia la Vida y Enseñanzas de JESUCRISTO, EL MAESTRO Y SEÑOR......para encontrar en ÉL , la Fuerza que nos ayude a enfrentarnos con estas situaciones.

Saludos
10/03/12 12:03 AM
  
Saúl Isaac
Padre, muchas gracias por tus artículos que me animan y me enseñan. Una pregunta, ¿cuál es el culto isangélico? Disculpe la molestia, Dios bendiga.
------------------------
JMI.-Busque usted en Google "culto insangélico".
Seguro que no le falla.
31/07/12 6:22 PM

Dejar un comentario



No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.