(101) Católicos y política –VI. doctrina de la Iglesia. 4

–¿Es verdad que los católicos debemos ser demócratas y cristianos?
–Sí, pero no, en el sentido de más bien, es decir, según y cómo. Bueno, va a ser mejor que lea usted este artículo, a ver si se aclara.

Continuamos con los principios fundamentales de la doctrina política de la Iglesia.

5º–La Iglesia es neutral en cuanto a la forma de los regímenes políticos. Éste es un principio doctrinal que siempre ha sido enseñado y practicado por la Iglesia. En él se fundamenta tanto la libertad de la Iglesia ante el Estado, como el legítimo pluralismo político entre los cristianos. En efecto, la Iglesia «en virtud de su misión y naturaleza, no está ligada a ninguna forma particular de civilización humana ni a sistema alguno político, económico o social» (Vat. II, GS 42d).

Pío XI: «la Iglesia católica, no estando bajo ningún respecto ligada a una forma de gobierno más que a otra, con tal que queden a salvo los derechos de Dios y de la conciencia cristiana, no encuentra dificultad en avenirse con las diversas instituciones políticas, sean monárquicas o republicanas, aristocráticas o democráticas» (1933, enc. Dilectissima Nobis 6). Vaticano II: «las modalidades concretas por las que la comunidad política organiza su estructura fundamental y el equilibrio de los poderes públicos pueden ser diferentes, según el genio de cada pueblo y la marcha de su historia» (GS 74f; cf. Juan XXIII, 1963, Pacem in terris 67; Catecismo 1901).

La Iglesia, en cambio, no es neutral en cuanto a las ideologías políticas que pueden cristalizarse luego en diversas formas de Estado. El Vaticano II y el Magisterio apostólica posterior han continuado enseñando la doctrina ya claramente expresada en las grandes encíclicas monográficas del siglo XIX y primera mitad del XX: 1878, Quod apostolici muneris (contra el socialismo laicista); 1888, Libertas præestantissimum (contra el liberalismo); 1937, Mit brennender sorge (contra el nazismo); 1937, Divini Redemptoris (contra el comunismo), etc. Es evidente que algunas ideologías políticas son conciliables con el orden natural y la fe católica, pero otras son inconciliables, y la Iglesia no es neutral ante ellas, sino que las denuncia y combate.

La Iglesia sabe bien que puede haber Estados monstruosos, verdaderas Bestias apocalípticas, que aunque guarden formas estructuralmente legítimas, son corruptos y corruptores. El Catecismo enseña que «la autoridad sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común del grupo en cuestión y si para alcanzarlo emplea medios moralmente lícitos. Si los dirigentes proclamasen leyes injustas o tomasen medidas contrarias al orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia. “En tal situación, la propia autoridad se desmorona por completo (plane corruit) y se origina una iniquidad espantosa” (Juan XXIII, Pacem in terris 51)» (1903).

Monarquía, aristocracia y democracia, son los tres tipos fundamentales de autoridad política. En todos los regímenes políticos se dan, combinados de uno u otro modo, los tres principios: monarquía –uno–, aristocracia –algunos–, y democracia –todos–. La diversidad de combinaciones posibles de estos tres elementos en la constitución de los Estados es innumerable, y apenas admite un intento de clasificación. Puede haber reinos en los que el Rey no tiene prácticamente poder alguno. Puede haber democracias –como la de los Estados Unidos– cuya constitución dé al Presidente un máximo de autoridad personal, desconocido en los demás Estados, fuera de aquellos que son totalitarios.

–El régimen político ideal es mixto. Como enseña Santo Tomás, «la óptima política es aquélla en la que se combinan armoniosamente la monarquía, en la que uno preside, la aristocracia, en cuanto que muchos mandan según la virtud [la especial calidad personal], y la democracia, o poder del pueblo, ya que los gobernantes pueden ser elegidos en el pueblo y por el pueblo» (STh I-II,105,1; cf. De Regno lib. I, caps. 1-2).

De hecho, en una u otra proporción, todos los Estados tienen un principio monárquico (rey, presidente, primer ministro, sha, gobernador, regente, califa, emperador), un elemento aristocrático (consejo real, consejo de ministros, nobles, partido único, diputados y senadores) y un componente democrático (elecciones periódicas, asamblea nacional, representantes de tribus, de regiones, de etnias, de gremios).

–Debe elegirse la forma concreta de gobierno «según el genio de cada pueblo y la marcha de su historia» (Vat. II, GS 74f), teniendo en cuenta su tradición, su cultura y también sus circunstancias. En situaciones, por ejemplo, de guerra, de grandes calamidades o de una descomposición caótica de la nación, causada a veces por un poder democrático mal ejercitado, puede convenir por un tiempo una forma de gobierno fuerte y personalista, necesaria mientras la crisis se supera, pero que no debe prolongarse en exceso o hacerse dinástica. Si ha de salvarse un barco envuelto en una tormenta terrible, los modos asamblearios de gobernarlo en ese caso no valen, porque se hundiría la nave durante los debates. Es la hora de las órdenes rápidas y unipersonales. Por el contrario, en tiempos de paz suele ser muy conveniente una amplia participación de los ciudadanos, que procure el bien común.

Los cristianos deben aceptar el régimen político de su nación, dando al César lo que es del César (Mt 22,21), como ya vimos (97). Es el mandato de Cristo y también de los apóstoles: «sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no proceda de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas» (Rm 13,1). Cuando San Pablo mandaba esto imperaba Nerón. Un ejemplo elocuente podemos encontrarlo en la Francia posterior a la Revolución. Media docena de regímenes se fueron sucediendo en unos pocos decenios, y siempre fueron reconocidos por la Iglesia. León XIII lo recuerda:

Es preciso «aceptar sin reservas, con la lealtad perfecta que conviene al cristiano, el poder civil en la forma en que de hecho existe. Así fue aceptado en Francia el primer Imperio al día siguiente de una espantosa y sangrienta anarquía; así fueron aceptados los otros poderes, tanto monárquicos como republicanos, que se han ido sucediendo hasta nuestros días… Por estos motivos, Nos hemos dicho a los católicos franceses: aceptad la República, es decir, el poder constituido y existente entre vosotros; respetadle, obedecedle, porque representa el poder derivado de Dios» (1892, cta. Notre consolation 10-11). Ya traté (98 in fine) de casos extremos de tiranía o anarquía, en los que una guerra está justificada.

Todas las formas políticas se pueden pervertir, cuando es perverso el espíritu que las rige. La monarquía absoluta puede hacerse tiranía, el régimen predominantemente aristocrático puede degradarse en una oligarquía injusta y opresora, así como las formas democráticas pueden dar en la demagogia o incluso en ciertas modalidades encubiertas de totalitarismo. La corrección formal de un Estado o de su Constitución no garantiza en absoluto la bondad de las leyes que se generen.

León XIII: «en un régimen cuya forma sea quizás la más excelente de todas, la legislación puede ser detestable, y, por el contrario, dentro de un régimen cuya forma sea la más imperfecta puede hallarse a veces una legislación excelente» (1892, enc. Au milieu des sollicitudes 26). La Constitución española, en su art. 32, establece que “el hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio” (el hombre y la mujer: matrimonio: ¿está claro, no?). Y la Constitución de Argentina dice en su Preámbulo que todo lo que hace y dispone lo hace «invocando a Dios, fuente de toda razón y justicia». En ambos casos, sin embargo, pisando un artículo o pisando el principio del preámbulo, se ha llegado a la aberración del “matrimonio” homosexual.

La Iglesia no debe ligarse a ningún régimen político concreto, como si él fuera de suyo el mejor, el que ella prefiere, independientemente de la cultura, tradición y circunstancias de una nación. San Pío señalaba que «hay un error y un peligro en enfeudar, por principio, el catolicismo en una forma de gobierno» (1910, cta. Notre charge apostolique 31).Y cuando por un tiempo una Iglesia local o una parte del pueblo cristiano ha incurrido en ese error, se han seguido muy graves males. No hay que sacralizar la monarquía, ni satanizar la república. Tampoco hay que adorar la democracia, y mucho menos la democracia liberal pluripartidista, ni deben ser consideradas ilícitas las otras formas de gobierno.

Cuando se consagra una forma concreta de gobierno, aunque no sea en la doctrina, pero sí en la práctica, sobrevienen muchos errores de pésimas consecuencias: –hay naciones y organismos internacionales que intentan imponer a un pueblo un régimen político que le es extraño; –un gobierno es juzgado no por los contenidos buenos o malos de sus leyes e instituciones, sino por su régimen político constitucional; –puede incluso darse que una Iglesia local apoye un régimen «políticamente correcto», que produce leyes perversas, y que se oponga a otro proyecto político que estima «incorrecto», aunque sea promotor de leyes justas (!); –se crean divisiones muy dañinas entre los cristianos connacionales. Todo esto sucede cuando se olvida que «el cristiano debe reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales discrepantes» (Vat. II, GS 75e).

Otra cosa distinta es que los cristianos de una nación, o la mayoría de ellos, en unas determinadas circunstancias históricas, se inclinen por una forma política determinada y la promuevan. Es, pues, urgente recuperar este principio fundamental de la doctrina política de la Iglesia, tal como lo expresa A. Desqueyrat:

«La Iglesia nunca ha condenado las formas jurídicas del Estado: nunca ha condenado la monarquía –absoluta o moderada–, nunca ha condenado la aristocracia –estricta o amplia–, nunca ha condenado la democracia –monárquica o republicana–. Sin embargo, ha condenado todos los regímenes que se fundamentan en una filosofía errónea» (L’enseignement politique de l’Église, Spes 1960, Inst. Cath. de Paris, I,191).

¿Prefiere hoy la Iglesia la democracia a las otras diversas formas de gobierno? Circunscribo la pregunta, por simplificar, al marco de las naciones desarrolladas de Occidente. Y comienzo por decir que hoy la Iglesia mantiene como siempre su neutralidad hacia las diversas formas de gobierno. En los textos que siguen puede comprobarse que lo que la Iglesia ciertamente aprecia es la participación de los ciudadanos en la vida socio-política. Pero los textos que cito, y otros semejantes, no afirman claramente que la democracia liberal pluripartidista –tal como se da en Occidente– sea una verdadera democracia, y que esa participación política de los ciudadanos que la Iglesia propugna sea en ella ciertamente mayor que en otras formas existentes o posibles de gobierno. Más bien lo ponen en duda o lo niegan.

–Vaticano II: «es necesario estimular en todos la voluntad de participar en los esfuerzos comunes. Merece alabanza el modo de obrar de aquellas naciones en las que la mayor parte de los ciudadanos participa con verdadera libertad en la vida pública» (GS 31c). «Con el desarrollo cultural, económico y social se consolida en la mayoría el deseo de participar más plenamente en la ordenación de la comunidad política» (73c).

–Juan Pablo II: «La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica–. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado» (1991, enc. Centesimus annus 46).

«Si hoy se advierte un consenso casi universal sobre el valor de la democracia, esto se considera un positivo “signo de los tiempos”, como también el Magisterio de la Iglesia ha puesto de relieve varias veces (cf. … Pío XII, Radiomensaje 24-XII-1944). Pero el valor de la democracia se mantiene o cae con los valores que encarna y promueve… En la base de estos valores no pueden estar provisionales y volubles “mayorías” de opinión, sino sólo el reconocimiento de una ley moral objetiva que, en cuanto “ley natural” inscrita en el corazón del hombre, es punto de referencia normativa de la misma ley civil». Por eso, cuando «el escepticismo llegara a poner en duda hasta los principios fundamentales de la ley moral, el mismo ordenamiento democrático se tambalearía en sus fundamentos, reduciéndose a un puro mecanismo de regulación empírica de intereses diversos y contrapuestos… En una situación así, la democracia se convierte fácilmente en una palabra vacía» (1995, enc. Evangelium vitæ 70).

–Benedicto XVI ha advertido con frecuencia que una democracia sin valores cae en el relativismo, y que éste conduce rectamente al totalitarismo. Aludiendo al santo Cura de Ars, recordaba que vivió en el ambiente de una Francia post revolucionaria: «Si entonces había una dictadura del racionalismo, ahora se registra en muchos ambientes una especie de dictadura del relativismo» (5-VIII-2009). O dicho en otras palabras: «cuando la ley natural y la responsabilidad que ésta implica se niegan, se abre dramáticamente el camino al relativismo ético en el plano individual y al totalitarismo del Estado en el plano político» (16-VI-2010).

Hoy la Iglesia no prefiere ciertamente una democracia liberal, agnóstica y relativista, sustentada por una pluralidad de partidos alternantes, a cualquier otro régimen de gobierno que se fundamente mejor en Dios, en el orden natural y en las tradiciones propias de cada pueblo. Y hay que reconocer que hoy la gran mayoría de las democracias en Occidente son liberales, agnósticas y relativistas.

Afirmemos, en fin, sencillamente que una democracia liberal y relativista no es propiamente una democracia, sino una falsificación, una corrupción de la democracia. No pocas veces ha sido denunciada esta realidad por el reciente Magisterio apostólico de Juan Pablo II y de Benedicto XVI. Sus advertencias actuales para que se dé una democracia verdadera vienen a ser las mismas exigencias que indicaba hace años Pío XII (1944, radiom. Benignitas et humanitas).

El tema es muy grave, y espero, con el favor de Dios, poder tratarlo más ampliamente en mi próximo artículo, en el que precisamente he de considerar 5º.–el principio de subsidiariedad y, su contrapartida, el totalitarismo de Estado en cualquiera de sus variadas formas, también, por supuesto, en la democracia liberal. En todas ellas la participación real de los ciudadanos en la procuración del bien común es mínima. Está secuestrada por el Estado totalitario, gestionado abusivamente por los partidos que están en el poder, por el partido único o por el jefe popular carismático.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

18 comentarios

  
JCA
Errata: en la cita §2, ¿no debería decir Juan XXIII y (1963)?
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JMI.- No entiendo a qué se refiere. Si hace el favor...
26/08/10 8:01 PM
  
Martin Ellingham
¡Qué bueno que no se ha tematizado la doctrina de la Iglesia con la tan habitual, como indebida, opción preferencial por la democracia!

Es posible que a raíz de la crítica a la democracia, aparezca el tema de la dignidad humana, acompañado del deletéreo humanismo del bien congénito, con la confusión habitual entre dignidad ontológica y dignidad operativa.

Saludos.
26/08/10 8:20 PM
  
Asclepio
En una sociedad progresivamente cambiante e ilustrada, la Iglesia Católica entabló un combate histórico con los principios de la democracia, en particular en Europa. Examinando el progreso de la democracia desde el tiempo de la revolución francesa, veremos que la Iglesia fue abandonando poco a poco las antiguas formas de gobierno y de mando, orientándose preferentemente hacia la comunidad de Dios, más que dominando como una institución absorvente que ejerce un poder mayor. Hoy en día, la Iglesia ha concentrado su misión en su presencia en el mundo y se abandona, como debió ser siempre, al poder del Evangelio.
Pero resulta, cosa que se olvida generalmente, que la verdadera democracia ( la auténtica busqueda del bien común ), comprende también una atención especial hacia los desposeídos y los débiles, cuyos derechos deben ser salvaguardados y reconocidos por el Estado. Los gobernantes estatales tienen la función de velar por la comunidad y sus partes. Y al proteger al proteger a los ciudadanos y a sus derechos, es necesario preocuparse en primer lugar por los más débiles y los más pobres (cfr. QA 25).
Una sociedad democrática auténtica debe centrar su desarrollo en el marco de la solidaridad, la responsabilidad y la libertad (cfr. SRS 33).
La función de la Iglesia debe ser fundamentalmente EVANGELIZAR profundamente a los individuos y de esta manera y por añadidura, se formarán ciudadanos cristianos plenamente libres y buenos demócratas como demandan los actuales tiempos.

Saludos.
26/08/10 9:42 PM
  
Raúl
La existencia real de la democracia es, al menos en España, y al menos en algunos aspectos, bastante discutible. Existen algunas cuestiones en las que los presuntos representantes populares "pasan" olímpicamente de la voluntad de los presuntos representados. Por poner un ejemplo bastante flagrante (y de bastante actualidad, a la vista de algunos casos, alguno de ellos muy de actualidad y que está en la mente de todos) baste mencionar el de la cadena perpetua para delitos graves y delincuentes irrecuperables. Un asunto en el que la mayoría de la población está prácticamente de acuerdo, y que sin embargo, los representantes políticos no quieren ni siquiera plantearse. En esta cuestión hacen una interpretación estricta y rígida de la Constitución española, que establece claramente la reinserción social del delincuente como una de las finalidades de las penas privativas de libertad.

Ahí la voluntad popular no cuenta para nada.

Sin embargo, en otros asuntos no tienen el menor problema en hacer interpretaciones flexibles, amplias, y en algunos casos saltarse directamente la Constitución. Por ejemplo, el matrimonio homosexual. Permítame discrepar con usted, Padre Iraburu, en su afirmación de que "la Constitución agnóstica y liberal de España, sólo apoyada en «la soberanía popular», ha dado lugar, entre otras cosas, a la legalización del «matrimonio» homosexual". No es la Constitución española la que ha dado lugar a ese matrimonio. Es precisamente su vulneración y su incumplimiento la que ha dado lugar a ello. El artículo 32 es bastante claro cuando dice que "el hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio". El hombre y la mujer. Contraer matrimonio. Creo que está bastante claro. Sin que la referencia a la regulación legal de las "formas" de matrimonio pueda dar lugar a entender ningún tipo de justificación de "matrimonios" homosexuales. En el año 1978, cuando se aprobó la Constitución, era sencillamente inconcebible que alguien pudiera siquiera plantearse la posibilidad remota de que algún día se reconociera la unión de homosexuales como matrimonio.

El problema no es solamente de las formas de gobierno o de los regímenes políticos. En la mayoría de los casos el gran problema lo constituyen los gobernantes. Por eso creo que, más allá de unas opciones políticas u otras, la gran cuestión es la de elegir los gobernantes más idóneos para regir el destino de los países, independientemente de las formas de gobierno.
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JMI.- Gracias. Modifico el texto en ese punto Constitución 1978-matrim.homosexual. Tiene ud. razón.
26/08/10 9:47 PM
  
Marañón
La cuestión de "elegir los gobernantes más idóneos", como dice Raul, se basa en su programa político fundamentalmente, el que se considere "más idóneo" por los votantes tras la campaña electoral. El problema también está en que ambos factores condicionantes de la elección (programa y campaña) como sabemos sobradamente, se pueden vulnerar, con lo que la elección de los gobernantes también se convier-te en un -o el principal-problema. La exposición del Padre JMI, excelente como siempre, en mi opinión, aclara muchos aspectos sobre el tema.
27/08/10 9:06 AM
  
José María Iraburu
Los Obispos españoles y la Constitución de 1978

Este tema ya se debatió suficientemente en (100) y en sus comentarios. Por eso estimo conveniente cerrar ya la cuestión.
27/08/10 10:42 AM
  
JCA
¡Ups! Efectivamente, no está claro lo que dije. Es al final del párrafo 7:
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JMI.- Va bueno como está, perdone. Digo que el Catecismo, en el número 1903, hace una cita de Juan XXIII, Pacem in terris, nº 51.

27/08/10 11:44 AM
  
FZalacaín
Los católicos además de ver resignadamente el ejercicio del gobierno de sus gobernantes tienen, creo yo, la obligación de influir en que se tomen decisiones que vayan dirigidas al bien común.
Esto puede hacer de varias formas:
.- Involucrándose directamente en política fundando partidos o militando activamente en partidos aún no confesionales procurando influir en los mismos
.- creando y mlitando en organizaciones civiles, asociaciones, para influir, presionar, criticar, ..
.- creando medios de comunicación o trabajando en los ya existentes haciéndose eco en sus comunicaciones de la antropología crisitiana y d ela moral y el derecho antinatural.

No debemos conformarnos con padecer los gobernantes que en cada momento histórico nos tocan, tenemos que hacer lo posible por influir en ellos.
27/08/10 12:01 PM
  
Martin Ellingham
Democracia es un término equívoco como pocos. En un esfuerzo de notable erudición, un iusfilósofo argentino logró reducir a catorce acepciones, distintas y relevantes en teoría política, los significados del término.

De algunos se ha hablado mucho. Últimamente, ante la aceptación acrítica de ciertas declaraciones, especialmente de la ONU y sus dependencias, cabría señalar las principales reservas respecto de la ideología de los denominados "derechos humanos" (horrible pleonasmo), en confrontación con una doctrina realista, solidarista y cristiana, de los derechos subjetivos.

Si el p. Iraburu no lo considera fuera de tema, tal vez pueda esbozar algunas líneas que sean de utilidad.

Saludos.

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JMI.- Adelante con ello. Ya Pío XII, en el radiomensaje Benignitas et humanitas (1944), distingue con precisión varias clases de democracia muy diversas entre sí.
28/08/10 12:53 AM
  
Martin Ellingham
Es común que se identifique democracia con “derechos humanos”. La democracia sería el único sistema político que garantiza el respeto de esos derechos.

Pero una mirada a la política real nos indica que las democracias realmente existentes, más que garantizar un pleno respeto de los verdaderos derechos de la persona, sobre todo los naturales, no hacen sino poner en una determinada doctrina de los derechos personales, y subordinan el respeto a los verdaderos derechos subjetivos, a los parámetros de esa concepción.

Así, en la ideología de los “derechos humanos”:

1. No se reconocen los derechos de Dios.
2. Los derechos de la persona tienen un fundamento subjetivo, cultural, histórico. No un fundamento real y objetivo: Dios (autor de la naturaleza humana) y la naturaleza humana (con sus exigencias de perfección personal y social).
3. El ser humano, titular de los derechos, se concibe de modo individualista. Es un ser aislado, egoísta, insolidario, sin vinculación obligante respecto de Dios, la familia, la comunidad, la patria.
4. Se olvidan los deberes del hombre y no se los armoniza con sus derechos.
5. La libertad es concebida como bien absoluto, sin relación con la verdad y el bien. Que cada uno haga lo que se le antoje, bajo la única condición de que no interferir con los demás individuos. El ser humano vive en una suerte de burbuja de autonomía individual, intangible, en virtud de la cual no se puede interferir con sus proyectos de vida, por más nocivos que sean.
6. El bien común político no es límite de los derechos personales. La libertad puede ser usada en contra el bien de la comunidad.
7. Reconocimiento de derechos exóticos. Se produce una “inflación de derechos”, por la que éstos se multiplican al infinito; aparecen verdaderas aberraciones, como el “derecho al aborto”, el “derecho al matrimonio” entre personas del mismo sexo; los “derechos de los animales”; etc.

La expresión “derechos humanos” funciona como las palabras talismanes: cargadas de un prestigio mágico, no admiten discernimiento crítico de sus contenidos conceptuales y de sus referencias reales.

Saludos.
28/08/10 3:01 PM
  
Asclepio

La democracia es el gobierno “del pueblo, por el pueblo y para el
pueblo”, según la memorable frase del presidente Abraham Lincoln.
Se puede decir, que la democracia es la institucionalización de la libertad.
La Declaración Universal de los Derechos
Humanos ( ciertamente redundancia viciosa de palabras )
, de las Naciones Unidas dice en su preámbulo : “El reconocimiento de que
todos los miembros de la familia humana tienen una dignidad
intrínseca y gozan por igual de derechos inalienables es el
fundamento de la libertad, la justicia y la paz en el mundo”.
La democracia es muy algo más que un conjunto de instituciones
específicas de gobierno: se basa en un grupo de valores,
actitudes y prácticas bien comprendidas que adoptan diferentes
formas y expresiones en las distintas culturas y sociedades del
mundo. Las democracias se basan en principios fundamentales,
no en prácticas uniformes.
La democracia y su desarrollo, comprende que una de sus principales
funciones es proteger ciertos derechos humanos básicos,
como la libertad de expresión y de religión; el derecho
a la protección de la ley en un plano de igualdad; y la
oportunidad de organizarse y participar plenamente en la
vida política, económica y cultural de la sociedad.
Las democracias se basan realmente en el principio de que los gobiernos
existen para servir al pueblo. En otras palabras, las personas
son ciudadanos del Estado democrático, no sus súbditos.
Así como el Estado protege los derechos de sus ciudadanos,
éstos, a su vez, le profesan su lealtad. En cambio, en un sistema
autoritario, el Estado exige lealtad y servicio de su pueblo sin
asumir la obligación recíproca de obtener el consentimiento de
éste para sus actos.
La democracia, directa o representativa, es la menos mala de todas las formas conocidas de gobierno.

" La democracia es la peor forma de gobierno, excepto todas las otras formas que se han probado de tiempo en tiempo. (Casa de los Comunes, 1947)"
Sir Winston Leonard Spencer-Churchill.
28/08/10 7:19 PM
  
Asclepio
De acuerdo en todo, con lo que muy bien, escribe el comentarista
Martin Ellingham.

Por los recovecos de la verdadera democracia ( bien concebida y entendida ), es sin ninguna duda, por donde se infiltra el principe de la tinieblas en las políticas de este incauto mundo.

Del mismo modo que como dijo S.S Pablo VI en la audiencia general del 15 de noviembre de 1972:

" El humo de Satanás, se ha infiltrado por las fisuras de la Iglesia Católica ".
28/08/10 7:39 PM
  
Miguel Angel Arteche
Ya se ve que Mafalda no se traga la famosa frasecita de Sir Winston Leonard Spencer-Churchill.

Yo tampoco.
28/08/10 10:35 PM
  
estéfano sobrino
¡Muy interesantes precisiones!

No veo tan lejos a Churchill de Mafalda: "todavía no conocemos nada mejor" y "son unos pocos los que tienen la sartén por el mango". Ambos creo que tienen razón.
28/08/10 11:46 PM
  
Virginia
Padre: con respecto al primer comentario, el texto erróneamente dice Juan XIII y debería decir Juan XXIII.

Pienso que muchos equívocos sobre lo que muchos católicos interpretan por "democracia" se solucionarían si se refirieran a "república", mucho menos "contaminada", a mi entender. Asimismo, pienso que es importante establecer la distinción entre democracia social (siempre defendida por el Magisterio y por el sentido común), y la democracia política, que da lugar casi generalmente a los monstruosos totalitarismos liberales que sufrimos actualmente...Por algo el Comunismo siempre se embanderó con ella para llegar al poder en tantas naciones, y por supuesto, la masonería..
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JMI.- Gracias, corrijo.
29/08/10 6:35 AM
  
Martin Ellingham
Como soy de la clase de idiotas que prestan libros, me veo obligado a copiar de segunda mano una cita parafraseada de fr. Victorino Rodríguez, op, con notas críticas a la “Declaración Universal de Derechos Humanos” de la ONU.

Afirma el autor que el documento adolece de notables deficiencias, unas por omisión y otras por desorbitación en los derechos consignados.

I. Entre las omisiones, señala:
• La presentación del hombre en su constitución metafísica clásica y dignidad de persona.
• La proclamación de los deberes naturales, tan universales e inviolables como los correlativos derechos, siendo más bien los deberes la raíz de los derechos.
• El reconocimiento de Dios y del derecho natural. La Declaración se presenta en clave de positivismo jurídico, opaco al orden natural.
• Los derechos a la verdad y a la veracidad no están debidamente proclamados.

II. Las desorbitaciones en los derechos consignados se nota en:
• Una pretendida universalidad del alcance de la Declaración a toda persona, y no sólo a los ciudadanos de las Naciones Unidas, cuando no se trata de derechos naturales reconocibles en todos los hombres.
• La exageración de los derechos al ejercicio de la libertad, con desconocimiento de sus límites naturales.
• También es exagerado el igualitarismo en los derechos.

Además, resulta deseable un perfeccionamiento, de la Declaración:
1) Perfeccionamiento en universalidad:
o Ampliación del sujeto de derechos humanos, superando el cerrado individualismo, respecto de la familia, la sociedad y el Estado (el Estado también tiene derechos, en relación a la justicia legal por ej.).
o Visión más completa del hombre desde su existencia intrauterina hasta el uso de la razón.
o Fundamentar los derechos en sus correspondientes deberes humanos. El mismo título de la Declaración debería ser cambiado: “Declaración de los deberes y derechos del hombre”.
o Abarcar todo el ámbito de la virtud de la justicia, en sus postulados de derecho natural, superando el sentido primordialmente defensivo de los derechos y libertades del individuo frente al poder del Estado.
o En cuanto a universalidad de eficacia sería deseable que la Declaración contase con fuerza legal para urgir el cumplimiento de los deberes y garantizar los derechos.
2) Perfeccionamiento en radicación :
o A unos derechos universales e inviolables hay que señalarles una raíces más comunes y persistentes: la naturaleza humana y el derecho natural, impreso por Dios en el corazón de los hombres.
o La paz auténtica tiene que enraizarse en los valores previos de la verdad, la libertad, la justicia y el amor.

Saludos.

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JMI.- Gracias, Martín.
31/08/10 12:24 AM
  
Gregory
La democracia en su fundamento principal admite la participación ciudadana, Vaticano II y Juan Pablo II lo admiten en la citas que han sido señaladas, sin embargo no contradicen a Pio XII quien ve con mucho cuidado que los principios y valores fundamentales de la democracia puedan corromperse y puedan pervertirse. Ese temor es en efecto una realidad hoy y que no podemos negar hay ante la andanada de relativismo que azota al mundo contemporáneo.
01/09/10 4:31 PM
  
Matilda
Pbro. Julio Meinvielle, en «Concepción católica de la política»

«El día después» es de ordinario el del decaimiento, la depresión y la tristeza. Se trate del ocaso del “optimismo” —ese imbécil y falso entusiasmo de creer asequible una posibilidad incierta e improbable que no debería razonablemente esperarse— de una elección política, o del final, nada glorioso y quasi vergonzoso, pero seguramente menos indecente, de una borrachera. «El día después», es el reproche de una conciencia insatisfecha con la inconsciencia de la fechoría mal urdida y peor ejecutada. Y el sabor amargo de una derrota pregustada ya en el derroche moral de una conquista efímera.

Abajo va puesto, entonces, un modesto sufragio para sobrellevar el dolor de lo presente.

Se ha esbozado la naturaleza de la política en una concepción católica. Pero ¿es posible realizar una política cristiana?

Según se insinúa (...), querer volver a una política cristiana sin el Espíritu cristiano que mueve las almas no sólo es imposible, sino que sería lo más pernicioso que pudiera acontecer a una nación y a la misma política cristiana. Sería reproducir el grave error de la Acción Francesa. Ideólogos que fabrican una política de encargo, sin metafísica, teología ni mística.

Si es así, ¿para qué, entonces, estas páginas de política cristiana? Misterio fecundo será siempre si logramos llevar a otros la convicción de que la política, tal como la quiere la Iglesia, no es posible sin Jesucristo. El es Vida, Verdad y Camino, y no hay nada, absolutamente nada, que sea en verdad humano que pueda lograr su integridad sin Él. Más: todo lo humano que sin Él nazca y se desarrolle caerá bajo la protección del diablo. La política, pues, la política concreta, militante, del mundo moderno, que debió ser cristiana, y por malicia del hombre no lo es, está amasada en cenizas de condenación.

Pero llegamos a un punto en que el “homo oeconomicus” siente que todo en él es barro. Se deshace este mundo imbécil que pretendió ser cómodo sin Jesucristo. No que Cristo le haga cómodo, pues la Cruz es lo opuesto al “confort” de los burgueses. Pero la locura de la Cruz, al mismo tiempo que restituía al hombre a la participación sobrenatural de la vida de la Trinidad, le salvaba la integridad de su propia condición humana, hacía posible su vida en el destierro,

La Iglesia y Cristo, su cabeza, nunca han prometido más de lo que la realidad presente permite. “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”. Se nos prometió, es verdad, el reino de los cielos y no la comodidad de la tierra. Mas por añadidura se nos aseguraba la habitabilidad de este valle.

Los pretendidos filósofos, en cambio, los teóricos de la política liberal y socialista, nos prometieron el paraíso en la tierra y nos han dado un confortable infierno aquí abajo y la garantía del inextinguible fuego en la vida venidera.

Por fortuna para el hombre, para los auténticos derechos del Hombre, que no son otros que los derechos de Cristo —Salvador del hombre—, este mundo estúpido se deshace. En ésta su liquidación se salvarán las piedras de un mundo nuevo. Este mundo nuevo no lo elaborarán ni la economía, ni la política, ni la ciencia, ni siquiera la sabiduría metafísica. Sólo la teología, la sabiduría divina, en su realización auténtica que es la mística o sabiduría de los santos, podrá con su hálito trocar la muerte en vida. Un poderoso soplo de santidad ha de reanimar los despojos del mundo moderno.

¿Y los católicos? ¿Andaremos, mientras tanto, afanosos por tomar posiciones a la derecha, en el centro, o a la izquierda?

¿A la derecha, en el centro, o a la izquierda de quién?

Nos rodea la podredumbre, ¿y pretendemos situarnos en el centro, o a sus lados?

Dejémosles a los mundanos estos términos, y dejémosles que tomen posiciones en las filas del diablo.

¿Haremos alianza con el fascismo o con la democracia? ¿Propiciaremos las conquistas modernas del sufragio femenino? ¿Trataremos de cristianizar el liberalismo, el socialismo, la democracia, el feminismo?

Sería más saludable que nos cristianicemos nosotros mismos. Seamos católicos. Y como católico significa únicamente santo, tratemos verdaderamente de ser santos.

La santidad es vida sobrenatural. No consiste en hablar y pensar de la santidad. Es vida. Si es cierto que toma raíces en la fe, o sea en el conocimiento sobrenatural de Jesucristo, no culmina sino en la Caridad, que es el amor de Dios sobre todas las cosas y del prójimo por amor de Dios.

La vida católica, plenamente vivida en el ejercicio de la caridad, nos impondrá, por añadidura, una fisonomía católica en las manifestaciones puramente humanas de la vida: en arte, ciencia, economía y política. La sobreabundancia de la caridad dará lugar a un arte, ciencia, economía y política católicas…

Los católicos, teniendo en cuenta las exigencias de su fe y de su misión, y las posibilidades de su propia vocación, pueden dedicarse especialmente a forjar la ciudad católica en nuestras sociedades descristianizadas. El programa de la ciudad católica para los tiempos actuales está ya elaborado. En documentos públicos, León XIII, San Pío X, Pío XI, Pío XII y Juan XXIII han dado las bases de un orden social cristiano de la sociedad. Ningún problema fundamental, económico o político ha sido omitido. Sólo falta que los católicos, con seriedad y honradez, asimilen esa doctrina que constituye el derecho público cristiano. Digo con seriedad y honradez, porque, desgraciadamente, los católicos, en lugar de escuchar atenta y fielmente a los Pontífices, sin mezclar con lo que ellos dicen sus propias concepciones, a veces hacen una mezcla de principios cristianos con liberalismo, socialismo y comunismo, que resulta un peligroso explosivo.

Una vez asimilados los principios que han de regir la ciudad católica, hay que diseminarlos en todos los ambientes y capas sociales. Ésta es, por excelencia, la obra de la ciudad católica.
10/09/10 3:49 AM

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