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18.08.19

(378) Del bien común confundido, y la desavenencia entre individuo y persona

El fin último del ser humano es Dios. Pero Dios no como bien meramente particular, sino sobre todo como bien común. Bien común, incluso, ¡de todo el universo! Sólo bajo esta perspectiva, la del bien común, entendemos mejor el sentido del castigo divino, de la distribución irregular de gracias, de la permisión del mal para la obtención del bien (no extrayéndolo del mal, ojo, sino con ocasión de éste).

El bien particular no tiene supremacía sobre el bien común. Y es que la distinción maritainiana, en un mismo sujeto, de individualidad y personalidad, ha deformado el concepto de bien común y, con ello, de la providencia divina. En consecuencia, y por desgracia, la espiritualidad cristiana se ha vuelto menos providencialista y más voluntarista.

La individualidad, a ojos del personalismo — lo comprobamos en Maritain, Guardini o Ratzinger, por ej.— es lo que el hombre tiene en común con el animal, con la especie, con lo biológico, con las sustancias, con el mundo físico. Según Teilhard de Chardin, está en evolución. Por eso las antiguas “disciplinas", como el derecho natural, que leen lo justo en el orden de las sustancias, dejan de tener validez para el mundo evolucionado de hoy; se precisa un sistema conceptual nuevo, moderno, fenomenológico; el de los derechos humanos. (Recuérdese que fue ésta la tesis mantenida por Ratzinger en su debate con Habermas, para justificar su no elección del recurso al derecho natural en aquella leve “disputa”).

La personalidad, sin embargo, a ojos del personalismo, es otra cosa bien distinta, que nada tiene que ver con la individualidad. Es la dimensión espiritual del hombre, que le distingue de los animales. Romano Guardini, por ejemplo, basa su estudio sobre ética en dejar bien clara esta distinción: ¡cuánto se diferencia la persona de los animales! Los animales ni siquiera existen, dice en otra parte, siguiendo, cómo no, a Heidegger. 

La personalidad, en la idiosincrasia personalista, no forma parte del orden cosista de las sustancias ni del mecanismo de lo objetivo. (La distición sujeto/objeto está más que superada. Todo es misteriosísimo. ¡No seamos objetivistas!) Es algo totalmente diferente. Y es que, para esta mentalidad, estando el concepto de sustancia tan pasado de moda debido al evolucionismo; estando el concepto de sustancia tan anclado en la cosmovisión escolástica, y siendo un concepto tan cosista, mejor es no utilizarlo ni siquiera para hablar de la transusbtanciación, preferible es relacionar ésta con la Encarnación; ni del concepto de persona, como hace Mounier, (que sin embargo, aun estando contra el concepto de sustancia, no es anti-sustancialista, como se explica en los manuales de personalismo; es que, simplemente, no le gusta utilizarlo, porque es cosista, y Dios nos libre de la (como diría Guardini) dictura de pensamiento cosista.

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