21.08.19

El castigo de los que no aman la verdad- Miguel Angel Fuentes, IVE

La flagelación de Cristo, Anton Raphael Mengs (1728-1779)

Continuamos con la segunda parte de la ponencia del Padre Miguel Angel Fuentes IVE, acerca del amor a la verdad. Imperdible para la reflexión y oración personal, de cara a los tiempos que vivimos.


Nuestro tiempo es el tiempo de las grandes mentiras. De las mentiras institucionalizadas, divulgadas masivamente. El tiempo de las mentiras sobre Dios, sobre el mundo y sobre el hombre. Es el tiempo del “poder” de la mentira. De la seducción de la mentira. De la “mentira” y de la “capacidad de mentir” entendidas como sinónimo de política, de periodismo, de manejo de masas, de comercio o de diplomacia (incluso eclesiástica), calzándole muy exactamente la descripción que Jeremías hacía de su tiempo:

¡Quién me diese en el desierto una posada de caminantes, para poder dejar a mi pueblo y alejarme de su compañía! Porque todos ellos son adúlteros, un hatajo de traidores que tienden su lengua como un arco. Es la mentira, que no la verdad, lo que prevalece en esta tierra. Van de mal en peor, y a Yahveh desconocen. ¡Que cada cual se guarde de su prójimo!, ¡desconfiad de cualquier hermano!, porque todo hermano pone la zancadilla, y todo prójimo propala la calumnia. Se engañan unos a otros, no dicen la verdad; han avezado sus lenguas a mentir, se han pervertido, incapaces de convertirse. Fraude por fraude, engaño por engaño, se niegan a reconocer a Yahveh” (Jer 9,1-5)

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9.08.19

La verdad que salva es la verdad amada, no meramente conocida-M.A .Fuentes,IVE

La crucifixión, Fra Angelico (+1455)

Con su amable autorización, compartimos a continuación con nuestros lectores la primera parte de una magnífica ponencia del Padre Miguel Angel Fuentes, IVE, acerca del tema del amor a la verdad, que venimos tratando desde nuestro anterior post. Los destacados en cursiva y negrita son nuestros. Viene a completar muy bien nuestra anterior reflexión. Esperamos será para provecho de muchos.


Hay un texto muy sugestivo en la segunda epístola a los Tesalonicenses (2,8-12). Dice así:

“Entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la Manifestación de su Venida. La venida del Impío estará señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros, señales, prodigios engañosos y todo tipo de maldades que seducirán a los que se han de condenar por no haber aceptado el amor de la verdad que les hubiera salvado (eo quod caritatem veritatis non receperunt ut salvi fierent). Por eso Dios les envía un poder seductor que les hace creer en la mentira, para que sean condenados todos cuantos no creyeron en la verdad y prefirieron la iniquidad”.

¿A quiénes se refiere el texto? Son “los que han de ser engañados y se han de condenar”. ¿Quiénes son estos? Puntualmente sólo Dios los conoce a cada uno pero se los caracteriza por algo común a todos: son los reos del pecado de desamor por la verdad.

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26.07.19

La verdad como camino de vida interior

Santo Tomás de Aquino, Fra Angelico (+1455)

«Viam veritatis elegi» Salmo 118

He escogido el camino de la verdad. He aquí unas palabras muy grandes del Profeta que pretendemos, con el auxilio del Espíritu Santo, desarrollar en algunos post, para la gloria de la Santísima Trinidad.

Santo Tomás de Aquino, el gran doctor universal, cuyo pensamiento alcanzó bajo el influjo de la gracia unas cotas que la inteligencia humana jamás podría haber pensado (cf. Fides et Ratio 44), ha dicho al comienzo de su Suma Contra Gentiles que «es necesario que la verdad sea el fin del universo» (CG I,1). Y si la verdad es el fin del universo, es necesario que sea también el fin de cada criatura inteligente que constituye una parte de ese universo. Es necesario, por tanto, que la verdad sea nuestro propio fin. Esta finalidad del hombre a la verdad, es decir, la íntima orientación de su entendimiento a proferir, por una palabra interior, la realidad de las cosas, constituye algo crucial de comprender en el momento actual de la historia humana, en el que la divina Providencia nos ha hecho nacer y vivir.

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30.08.18

La roca sólida de la vida espiritual según un santo recluso

Barsanufio y Juan de Gaza, ícono de autor desconocido

  San Barsanufio nació en Egipto a mediados de siglo V y se consagró desde su juventud a la vida monástica. Ya muy avanzado en la vida espiritual, fue a establecerse en Palestina, en el monasterio fundado por san Séridos. Allí vivió como recluso hasta su muerte.

  San Séridos, higúmeno (superior) del monasterio, se encargó de asegurar todas las relaciones del recluso con el exterior, operando como secretario, puesto que san Barsanufio no salió jamás de su celda ni habló directamente con nadie. Los monjes acudían a él por escrito para hacerle consultas sobre la vida espiritual, manifestarle sus pensamientos y confiarle sus combates espirituales. Él, a su vez, dictaba las respuestas a su secretario. Es así como ha llegado a nosotros una larga serie de cartas, dirigidas no solo a los hermanos, sino también a laicos y obispos que venían a consultarlo.

  A través de sus respuestas, breves y sencillas, puede verse la gran humildad del recluso, que se sabe polvo y nada ante Dios, pero a la vez su ardiente caridad, su solicitud desbordante de ternura, de condescendencia y de paciencia. Atendiendo a las diversas necesidades de sus discípulos, san Barsanufio traza un camino de humildad, simplificación interior, abandono y confianza en la bondad infinita de Dios. Es el camino propio del monje, pero también de toda persona que desea alcanzar la verdadera santidad.

  Publicamos a continuación una de las cartas del recluso. La traducción española es nuestra, tomada de la edición francesa hecha por los monjes de la abadía de Solesmes.

  La referencia es la siguiente: Barsanuphe et Jean de Gaza, Correspondance. Recueil complet traduit du grec et du géorgien par les moines de Solesmes. Deuxieme edition, Solesmes, 1993.

  Los destacados y cursivas son nuestros.


  Un hermano pidió al Gran Anciano que rezara por él y que le indicara cómo hacerse digno de una vida pura y espiritual.

  Respuesta de Barsanufio:

  Amadísimo hermano en el Señor, Dios nos ha concedido andar fácilmente por el camino de sus voluntades, el cual conduce a la vida eterna. Te diré en qué consiste este camino y cómo podemos tomarlo para obtener así todos los bienes eternos. Puesto que nuestro Señor Jesús ha dicho: “Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá” (Mt 7, 7), pide a este buen Dios que nos envíe el Espíritu Santo, el Paráclito. Cuando Éste viene, nos enseña sobre todas las cosas (Jn 14, 26) y nos revela todos los misterios. Pídele ser dirigido por Él. No deja ni error ni agitación en el corazón. No deja ni tedio ni entorpecimiento en el espíritu. Él ilumina los ojos, fortifica el corazón, eleva el espíritu. Adhiérete a Él, ten fe en Él, ámalo. Pues Él hace sabios a los insensatos, comunica su dulzura a la inteligencia, procura la fuerza, enseña y da gravedad, gozo y justicia, paciencia y suavidad, caridad y paz.

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11.07.18

La alegría del Espíritu Santo en la Regla de San Benito

Adalbert de VogueEl Padre Adalbert de Vogüé (1924-2011) entró como monje a la abadía de la Pierre-qui-Vire (Francia) en 1944. Fue un gran erudito y estudioso de la Regla de San Benito y de la tradición benedictina. Doctor en teología (París, 1959), fue profesor en el studium de la Pierre-qui-Vire y en el Colegio San Anselmo de Roma. Desde 1974 vivió como ermitaño en las proximidades de su monasterio. Escribió un comentario a la Regla de San Benito en siete volúmenes, y se le atribuyen más de 600 publicaciones. El 14 de octubre de 2011 murió solo en el bosque, donde fue encontrado ocho días más tarde.

En esta solemnidad de nuestro Padre San Benito, queremos compartir algunos extractos de su artículo “La alegría en el Espíritu Santo en San Benito”, aparecido en Vox Patrum 26, el año 2006 y luego publicado en la revista Collectanea Cisterciensia 71 (2009). Nos parece muy propicio este tema, dadas las dificultades en medio de las que vivimos en la Iglesia y en el mundo. Que San Benito nos alcance de Dios la gracia de permanecer gozosos en medio de las tribulaciones.

La traducción de este artículo del original francés es nuestra, así como todos los destacados.


La alegría del Espíritu Santo en San Benito 

Es un hecho singular que la alegría (gaudium) aparezca en la Regla de san Benito tan solo en dos pasajes en que se trata de mortificaciones o pruebas. Si dejamos aparte una frase del directorio del abad, donde san Benito le desea a éste que pueda “sentir la alegría de ver crecer su rebaño” (Regla 2, 32), las otras ocurrencias del sustantivo gaudium y del verbo gaudere, traen un sonido diferente e inesperado.

La alegría del monje en la prueba

En el capítulo de la humildad, primeramente, en ese “grado de humildad” particularmente largo y patético que es el cuarto -el monje debe enfrentarse “a cosas duras y contrariantes, incluso a toda suerte de daños que se le infligen”- san Benito cita un verso del salmo en que los desgraciados se quejan de ser tratados “como ovejas del matadero”, y agrega:

Con la seguridad que les da la esperanza de una recompensa divina, prosiguen gozosamente diciendo “Todas estas pruebas las superamos a causa de Aquel que nos ha amado.” (Regla 7, 39)

Esta nota de alegría (gaudentes) en medio de la prueba resuena nuevamente en el capítulo de la cuaresma. Allí se hace oír dos veces seguidas. Primero, san Benito invita a cada monje a “ofrecer” al Señor, además de las penitencias comunitarias, “alguna cosa que proceda de su propia voluntad”, especificando que esta ofrenda espontánea y costosa de cada uno ha de hacerse “en la alegría del Espíritu Santo” (cum gaudio Spiritus Sancti). Enseguida, reitera y precisa esta invitación:

Que cada uno sustraiga a su cuerpo algo de alimento, bebida, sueño, conversaciones, bromas, y que espere la santa Pascua con la alegría del deseo espiritual (Regla 49, 6).

Pruebas y alegría, renuncias y alegría: estas asociaciones paradójicas del cuarto grado de humildad y del capítulo sobre la cuaresma no son puras invenciones de san Benito. En ambos casos aparece claramente un sustrato escriturístico. Cuando se nos muestra, en el tratado de la humildad, al monje sufriente y alegre al mismo tiempo, debemos reparar en una pequeña palabra de tres letras que san Benito desliza en esta frase: si los probados superan alegremente su prueba, es porque tienen la “esperanza” (spe) de ser recompensados por Dios. Ahora bien, la esperanza va de la mano de la alegría, nos dice san Pablo: spe gaudentes. Esta palabra de la Epístola a los Romanos (12, 12) subyace al cuarto grado de humildad.

Más precisamente todavía, la “alegría del Espíritu Santo” mencionada en el capítulo de la cuaresma, nos recuerda otra palabra del Apóstol. Escribiendo a los Tesalonicenses, san Pablo los felicitaba de haber “recibido la Palabra, en medio de una gran tribulación, con la alegría del Espíritu Santo” (1 Tes 1, 6). La cuaresma de los monjes italianos del siglo VI les hace, por lo tanto, revivir la presencia del Espíritu Santo en los primeros cristianos de Tesalónica, perseguidos a causa de su adhesión de fe a Cristo: la prueba sufrida por su causa va acompañada de la alegría del Espíritu. Y cuando san Benito, reiterando su afirmación, nos hace confiar en que la espera de la Pascua irá impregnada de la “alegría del deseo espiritual”, pensamos no solamente en la palabra de la Epístola a los Romano evocada más arriba -spe gaudentes, “alegres a causa de la esperanza”- sino también en el “fruto del Espíritu, que es caridad, alegría, paz” y lo que sigue (Ga 5, 22). Si la alegría es calificada aquí de “espiritual”, es porque ella es, como el amor, uno de los dones del Espíritu Santo presente en el corazón del cristiano.

La alegría del monje, en san Benito, es entonces un concomitante de la prueba y un don del Espíritu Santo. Por otro lado, si san Benito no pronuncia esta palabra (gaudium) más que en esos dos pasajes de su Regla, en el cuarto grado de humildad y en el capítulo de la cuaresma, no hay que asombrarse que este tiempo que precede a la Pascua tiene para él un valor ejemplar: “En todo tiempo, la vida del monje debe ser una observancia de cuaresma” (Regla, 49). La “alegría del deseo espiritual”, con la cual miramos hacia la Pascua, simboliza entonces la “concupiscencia espiritual” con la cual “deseamos la vida eterna”, como dice uno de los Instrumentos de las buenas obras (Regla 4).

Por lo demás, los pocos pasajes en que san Benito pronuncia esta palabra “alegría” no debe hacernos olvidar dos paginas de la Regla en que aparece -sin la palabra- un estado de alma análogo. Una de ellas está al final del Prólogo. Después de haber definido el monasterio como una “escuela del servicio divino”, san Benito agrega algunas líneas donde formula primero su deseo de no imponer cosas penosas, luego nos pone en guardia contra el desánimo que podrían inspirar ciertas prescripciones, juzgadas como demasiado rigurosas e insoportables. No es más que un comienzo, nos dice:

El camino de la salvación no puede sino ser estrecho (cf. Mt 7, 14) al comienzo; pero a medida que avanzamos en el camino religioso y en la fe, el corazón se dilata, y se corre por el camino de los mandamientos de Dios (Salmo 118, 32) con una indecible dulzura de amor (Regla, Prólogo).

Sin pronunciar la palabra gaudium, san Benito evoca aquí un estado de alma muy cercano a la alegría. Esta, como en la escala de la humildad y el programa de cuaresma, resulta paradójicamente de la misma prueba: el camino estrecho del Evangelio, con todas sus renuncias, no estrecha el corazón, sino que lo ensancha y despliega. La caridad divina se apodera del hombre, llenándolo de su dulzura.

El otro pasaje en que aparece algo semejante a la alegría, es la conclusión del gran capítulo de la humildad. Con Casiano y el Maestro, san Benito evoca la dilatación en la cual culmina la ascensión de la humildad, que comienza con el temor del Señor y su juicio. A este temor inicial se sustituye finalmente el amor. Los tres autores varían ligeramente en la evocación de este último -al “amor del bien” (Casiano) o “de los buenos hábitos” (el Maestro), san Benito sustituye simplemente “el amor de Cristo”- pero los tres están de acuerdo en hablar de la “delectación de las virtudes” de la cual se acompaña este amor final. Ahora bien, encontrar gusto en el obrar virtuoso, ¿no es experimentar una cierta alegría? La alegría que dilata el alma es más frecuente de lo que parece en san Benito. Pero de forma muy coherente, esta alegría aflora siempre en el mismo contexto oblativo y sacrificial.

Dios nos llama a la alegría eterna, y desde aquí abajo, en la esperanza, podemos y debemos cultivar la alegría. Para fortificar nuestra convicción al respecto, podemos recordar dos pasajes de la Epístola a los Filipenses en que san Pablo reúne nuevamente alegría, oración y acción de gracias, como lo había hecho, algunos años antes, en su carta a los cristianos de Tesalónica. Esta Epístola a los Filipenses habla de la alegría en frecuentes pasajes, lo cual es tanto más notable, cuanto que san Pablo está entonces prisionero y camino del fin. Sin revisar todas estas menciones de la alegría, limitémonos a los dos pasajes que asocian la alegría a la oración y acción de gracias. He aquí el primero, que sigue al saludo inicial:

Doy gracias a Dios por todas las veces que me acuerdo de vosotros, en todas mis oraciones, rezando por vosotros con alegría (Fil 1, 3-4).

Comenzada así, la carta a los Filipenses se termina de la misma manera, y esta vez se trata de una frase que se nos ha hecho familiar a través de la liturgia:

Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito: estad alegres. Que vuestra buena conducta sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No tengáis ninguna preocupación, sino que, en todo momento, por la oración y la súplica, acompañadas de acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios (Fil 4, 4-6).

Alegría, oración, acción de gracias: esta vez, los tres términos está puestos en el mismo orden que antes, cuando san Pablo se dirigía a los fieles de Tesalónica. Y este orden pone en relieve la alegría, nombrada la primera y expresamente prescrita “siempre”, con una repetición que subraya su necesidad. No se puede ser más formal sobre este deber de estar alegres sin cesar. 

Adalbert de Vogue