21.12.19

Alégrate, Santa Madre de la Luz, y alegrémonos nosotros contigo

Imagen Notre Dame du Salut, Francia

“Gaude Dei genetrix, Virgo immaculata; gaude, quae gaudium ab Angelo suscepisti; gaude, quae genuisti aeterni luminis claritatem; gaude mater, gaude sancta Dei genetrix virgo: tu sola mater innupta; te laudat omnis factura Genetricem Lucis: sis pro nobis, quaesumus, perpetua interventrix”.

Canto gregoriano antiguo del tiempo de Adviento.

Traducción:

Alégrate, Madre de Dios, Virgen Inmaculada; alégrate, la que recibiste el gozo del Angel; alégrate, la que engendraste la claridad de la eterna Luz; alégrate Madre, alégrate Virgen Santa Madre de Dios: tú la única madre incorrupta; toda la creación te alaba, Madre de la Luz: te pedimos que seas para nosotros intercesora por siempre.

Los miembros de la comunidad de Schola Veritatis invitan a todos los lectores de este portal a participar del gozo de la Santísima Virgen, tan bellamente plasmado en este canto y en las palabras del Magníficat. Este gozo, una vez que ha entrado en el corazón Inmaculado de María, no la abandonará jamás: es la alegría por la salvación del género humano, por la venida de Dios a nuestra tierra, por la misericordia divina derramada sobre el mundo. Tampoco a nosotros, hijos de esta Madre bendita, debe abandonarnos nunca este gozo, pues creemos en Aquél que vence el pecado, que vence la oscuridad y la mentira, vence al mundo, al demonio y a la carne, que vence a todos nuestros enemigos: Jesucristo, Señor Nuestro. Sabemos que las cosas van mal; pero sabemos por sobre todo que la victoria eterna es de Jesús y de María.

Ven, Señor Jesús, ven a reinar sobre nosotros con tu Madre a quien amamos.

Santa Navidad para todos y la promesa de nuestras oraciones.

3.12.19

El arte de mantenerse en la verdad durante la tentación

San Antonio Abad, Diego Velazquez

La vida monástica, desde sus mismos orígenes, ha colocado en el centro de su itinerario espiritual el combate contra los pensamientos o logismoi. La renuncia a los pensamientos malignos es la renuncia monástica por excelencia, incluso por sobre la ascetismo físico de los ayunos y las vigilias. A veces este combate constituye un auténtico martirio espiritual, el cual es propio de aquellos que siguen una vocación solitaria. Como se lee en uno de los Apotegmas: “también los filósofos ayunan y viven en castidad; solo los monjes vigilan sus pensamientos”.

En efecto, el paso desde el hombre carnal al estado del cristiano espiritual perfecto, implica un combate en un doble frente, los cuales están unidos entre sí: el de las pasiones desordenadas arraigadas en el fondo del corazón humano, y el de los demonios. La guerra que los monjes deben sostener es una guerra interior, espiritual, inmaterial, una guerra invisible, que por lo mismo que combate a enemigos que no se dejan ver, es la más ruda y peligrosa de todas las guerras. Esto, y no otra cosa, es lo que se vive en la soledad de los monasterios.

El arma que habitualmente usan los demonios son los “pensamientos”, a veces buenos en sí, pero en general malos y perversos. El demonio no da la cara sino que se esconde detrás de los malos impulsos que están dentro del hombre -y aun detrás de los buenos- y se sirve de ellos insidiosamente para llevarlo a su ruina. Así, apenas San Antonio Abad deja el mundo y marcha al desierto, el Enemigo busca apartarlo de su propósito recordándole los bienes que ha dejado, el cuidado que debe tener de su hermana, sus afectos familiares, los placeres de la vida y la dificultad de la virtud. Al no ser pensamientos objetivamente malos, resultan más peligrosos. En el caso de los principiantes y aquellos que tienen menos purificadas sus pasiones, se sirven los demonios de otras tentaciones más manifiestas, contenidas en los ocho logismoi o vicios capitales, como los llamará Juan Casiano.

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8.11.19

Una palabra verdadera acerca de la difícil situación en Chile

En este post, compartimos con nuestros lectores la reflexión de Monseñor Francisco Javier Stegmeier, Obispo de la Diócesis de Villarrica (Chile), acerca de la situación vivida en nuestro país desde hace casi 3 semanas. Una palabra de verdad y de fe, que muchos han callado a cambio de un discurso políticamente correcto y populista. Solo hay esperanza en Jesucristo, y en una verdadera conversión a Dios en la Iglesia. En este mes de María que hoy comienza en Chile, pedimos a la Virgen del Carmen patrona de nuestro país, que haga resplandecer nuevamente la luz de la fe verdadera en todos los sectores de la sociedad.


Hermanos en Jesucristo:

La modernidad estuvo marcada por la esperanza de un mundo mejor. Pero es cada vez mayor la frustración ante expectativas no satisfechas. El mito ilustrado del progreso indefinido hacia una humanidad plena de felicidad ha fracasado en su pretensión de suplantar a Dios como el sentido último de toda la realidad, de la historia, de la sociedad y del mismo hombre.

Los criterios actuales de “felicidad” dejan completamente de lado el fundamento de la plena realización del hombre, es decir, Dios. Y no se toma en cuenta que el único que es capaz de hacernos realmente felices en plenitud es Jesucristo, quien nos ha liberado de la esclavitud del pecado, la muerte y la eterna condenación.

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31.10.19

Acerca de la humildad personal y corporativa (de las Instituciones)

La Transfiguración, Teófanes el Griego, 1403

La sagrada Escritura nos enseña que «Dios resiste a los soberbios» (1P, 5,5). Y esta resistencia de parte de Dios es la peor desgracia que pueda ocurrir a una criatura. Siendo Dios el único principio de nuestra santidad y de todos nuestros bienes, ¿qué podemos esperar de Dios si, además de no darse a nosotros, nos resiste y nos rechaza?

Pero, ¿qué hay de malo y de contrario a Dios en el orgullo, para que Dios lo aparte de sí con tal energía?

Dice Columba Marmión que la razón de este antagonismo proviene de la misma naturaleza de la santidad divina:

Dios es el principio y el fin: el alfa y la omega de todas las cosas; la causa primera de todas las criaturas, y el origen de toda perfección. Todo ser viene de Él, todo bien de Él se deriva; pero, en reciprocidad, toda criatura debe volver a Él rindiéndole gloria, porque Dios «lo ha creado todo por su gloria» (Prov 16,4). Tal proceder, en nosotros, sería egoísmo y desorden; en Dios, por el contrario, al cual no puede aplicarse la palabra egoísmo por ningún concepto, es necesidad fundada en su misma naturaleza. Es esencial a la santidad divina referirlo todo a su propia gloria, pues, de otro modo, no sería Dios, ya que estaría subordinado a otro fin distinto de sí mismo. Por esto dice Dios por Isaías: «No daré a otro mi gloria» (Is 42,8). En la contemplación de sí mismo se ve digno de gloria infinita, por la plenitud de su ser y el océano de sus perfecciones; y no puede tolerar sin dejar de ser Dios, santidad por esencia, que se atribuya a otro la gloria que le es debida. Nos concede muchas gracias; nos da a su mismo Hijo amado; nos lo da enteramente, para siempre, si nosotros lo queremos; nos da la felicidad eterna y sin fin, nuestro bien supremo, y nos franquea la entrada a la intimidad de la Trinidad bienaventurada. Una sola cosa no quiere ni puede damos: su gloria. «Yo, el Señor, no daré a otro mi gloria.»

(Jesucristo ideal del monje, Cap. XI, La Humildad).

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16.10.19

La guerra del demonio contra la belleza sacral del canto litúrgico según Santa Hildegarda

Icono de Santa Hildegarda, Abadía de Beuron 1930

Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179) fue una abadesa benedictina, compositora, escritora, filósofa, mística,fundadora, médica y profetiza alemana. Considerada una de las personalidades más influyentes, polifacéticas y fascinantes de la Baja Edad Media y de la historia de Occidente, es también de las figuras más ilustres del monacato femenino de los mejores ejemplos del ideal benedictino,al estar dotada de una inteligencia y cultura fuera de lo común, comprometida con la reforma gregoriana y al ser una de las escritoras más fecundas de su tiempo. Además es considerada por muchos expertos como madre de la historia natural.

Le medievalista Régine Pernoud, en su obra biográfica “Hildegarde de Bingen, conscience inspirée du XII siècle” (Editada en francés por Editions du Rocher, 1994) cita una carta dirigida a los Prelados de Maguncia, la cual hemos querido traducir y transcribir en este post para nuestros lectores. Los destacados y la misma traducción son nuestros.

El contexto de la presente epístola es la sentencia de interdicción que el Monasterio fundado por Santa Hildegarda había sufrido por parte del Obispo de Maguncia, al negarse la Abadesa a obedecerle en el mandato de desenterrar un muerto enterrado en el cementerio de la Abadía. Este había sido un pecador público, pero que había fallecido reconciliado con la Iglesia según las mismas monjas pudieron constatar en sus últimos momentos. La sentencia de interdicción prohibía la celebración de la Santa Misa y la celebración solemne del Oficio Divino dentro de la Iglesia abacial.

He aquí la carta, luminosa y profética como toda la obra de esta gran mística.

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