Santo Tomás de Aquino, apóstol de la verdad ante los errores mentales que envuelven por entero el mundo de hoy

Santo Tomás de Aquino, Benozzo Gozzoli (+1497)

Leo Moulin, un ateo declarado, les dirigía a los católicos estas advertencias: «Haced caso a este viejo incrédulo que sabe lo que dice: la obra maestra de la propaganda anticristiana es haber logrado crear en los cristianos, sobre todo en los católicos, una mala conciencia, infundiéndoles la inquietud, cuando no la vergüenza, por su propia historia. No ha habido problema, error o sufrimiento histórico que no se os haya imputado. En cambio, yo, agnóstico, pero también un historiador que trata de ser objetivo, os digo que debéis reaccionar en nombre de la verdad.» (cf. Vittorio Messori, Leyendas negras de la Iglesia, 17-18)

¿Oscurantismo medieval? Uno de esos blancos preferidos, acribillado por los disparos de una crítica corrosiva ha sido y es Santo Tomás de Aquino. Su pensamiento ha sido asociado al mal llamado «oscurantismo medieval» por obra del anticlericalismo creciente, originado en el mundo protestante, primero (siglos XVI), y en el seno de la Ilustración, después (siglo XVIII). En el Syllabus de 1864 Pío IX condenó una afirmación que decía que los métodos y principios de los antiguos doctores escolásticos no se adaptaban a las necesidades de nuestro tiempo y al progreso científico (Denzinger-Bannwart, 1713). Siguiendo el llamado del agnóstico Leo Moulin, es necesario hoy más que nunca restablecer la verdad en torno a este grandísimo doctor de la Iglesia, cuanto más porque el Magisterio de los últimos seis siglos viene proponiéndolo con insistencia como el único remedio a los graves problemas de la inteligencia que afectan a la Iglesia y al mundo en estos últimos tiempos de la historia.

Luz de la Iglesia. Habiendo llevado a cabo su gran edificio arquitectónico en el mundo del pensamiento con un rigor, una pureza, una honradez intelectual y un sentido de lo real verdaderamente excepcionales, Santo Tomás iluminó y situó armónicamente todos los aspectos decisivos de las realidades humanas y cristianas. Con ello constituía una especie de reserva o de tesoro para los siglos: siempre se puede recurrir a él para ver claro y estructurar el propio pensamiento de acuerdo a lo que las cosas son en realidad. Con razón se le ha comparado a un mar inmenso y tranquilo adonde afluyen las aguas de todos los continentes. Deja irse al fondo todas las impurezas arrastradas, y en sus aguas sosegadas se transparenta como en un espejo límpido el azul de los cielos y el rumbo de los astros.

Jacques Maritain pone de relieve que: «el mal que sufren los tiempos modernos es ante todo un mal de la inteligencia» (Conferencia del 20-10-1923). Se trata aquí de la enfermedad anunciada por San Pablo para los tiempos futuros. Se lee, en efecto, en la Epístola segunda a Timoteo: «Vendrá un tiempo en que no sufrirán la sana doctrina; antes, por el prurito de oír, se amontonarán maestros conforme a sus pasiones y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas» (II Tim, 4, 3). Es fácil constatar que en los tiempos presentes deambulamos en una tenebrosa oscuridad que nosotros mismos hemos conquistado durante un proceso de siglos. La pérdida de la luz de la fe y los errores mentales que envuelven por entero el mundo de hoy han conducido a nuestro mundo post-cristiano a la apostasía sociológica y cultural en que estamos. Frente a esto, los Papas no se han cansado de repetir que la doctrina ordenada por Santo Tomás reúne todas las propiedades para hacer frente a esta oleada avasalladora de la apostasía de la verdad y del error. Ésta tiene el mérito de no ser la doctrina de un solo hombre, sino una majestuosa síntesis del trabajo de los Padres de la Iglesia, especialmente del genio superior de San Agustín, de los grandes pensadores griegos y árabes y de los inspirados de Israel.

Amor a la verdad. Convencido profundamente de que «omne verum a quocumque dicatur a Spiritu Sancto est», santo Tomás amó de manera desinteresada la verdad. Y puesto que la verdad es el bien de la inteligencia, nadie como él puede salvar al hombre moderno de las tinieblas que cubren su entendimiento. El Magisterio de la Iglesia ha visto y apreciado en él la pasión por la verdad; su pensamiento, al mantenerse siempre en el horizonte de la verdad, alcanzó «cotas que la inteligencia humana jamás podría haber pensado». Con razón, pues, se le puede llamar «apóstol de la verdad». Precisamente porque la buscaba sin reservas, supo reconocer en su realismo el primado de la verdad. Por su absoluta apertura, el pensamiento tomista está intrínsecamente orientado hacia la entidad o realidad, la unidad, la verdad y el bien. A este respecto afirmaba Gilson una frase digna de ser meditada y asumida: «la felicidad del tomismo es la alegría de la libertad, que se siente al acoger toda verdad venga de donde venga».

En su lecho de su muerte, cuando le traían el viático, Santo Tomás dijo estas palabras que dejan entrever algo de aquella grandeza de espíritu que animó su vida, en el amor obediente a la verdad y la santa Iglesia de Cristo: «Te recibo, precio de la redención de mi alma, te recibo, viático de mi peregrinación, por cuyo amor he estudiado, velado y trabajado; te he predicado y enseñado. Jamás he dicho nada contra ti, pero si acaso lo hubiera dicho, ha sido de buena fe y no sigo obstinado en mi opinión. Si algo menos recto he dicho sobre éste y los demás sacramentos, lo confío completamente a la corrección de la Santa Iglesia romana, en cuya obediencia salgo ahora de esta vida».Pidámosle a la Virgen María, Madre de la Verdad, que infunda en nuestras mentes tal amor por la verdad que nos hace libres. Amén.