Despertar del engaño del mundo moderno mediante el culto al Corazón de Cristo

Homilía Sagrado Corazón de Jesús -2020

Queridos Hermanos,

El Corazón de Jesús es misterio reservado para los últimos tiempos. Aunque lo esencial del culto al Sagrado Corazón de Jesús ha estado siempre presente en el núcleo mismo de la fe y tiene su fundamento en la Sagrada Escritura, por divina providencia, éste se ha ido explicitando en los últimos siglos hasta formularse en el Catecismo actual. Las primeras revelaciones, no obstante, se dieron en un contexto monástico, a fines del S. XIII, dentro de la espiritualidad benedictina, que como sabemos es litúrgica y doxológica, con Santa Gertrudis y Santa Matilde en el famoso monasterio de Helfta. Sin embargo, su desarrollo más explícito lo tendrá luego con Santa Margarita María en el s. XVII, el P. Hoyos en el s. XVIII, y posteriormente, bajo otra modalidad, con Santa Faustina. Hay un fragmento del libro de las revelaciones de Santa Gertrudis que es muy iluminador y desconocido. En una visión que la santa tuvo del apóstol San Juan, ella le preguntó porqué, habiendo reposado su cabeza en el pecho de Jesús durante la Última Cena, no había escrito nada para nuestra instrucción, sobre las profundidades y misterios del Sagrado Corazón de Jesús. San Juan le respondió:

«Mi ministerio, en ese tiempo en que la Iglesia se formaba, consistía en hablar únicamente sobre la Palabra del Verbo Encarnado…… pero, a los últimos tiempos, les está reservado la gracia de oír la voz elocuente del Corazón de Jesús. A esta voz, el mundo, debilitado en el amor a Dios, se renovará, se levantará de su letargo y una vez más, será inflamado en la llama del amor divino».

En este pasaje se ve como, dentro del plan providente de Dios, el mensaje del amor misericordioso del corazón de Cristo está puesto como remedio a los males de los tiempos últimos. En él está la total epifanía o manifestación del amor divino que arde en deseo de atraer hacia Sí a todos los hombres, también a los que reniegan de Él.

La contemporánea apostasía de la fe cristiana, en un mundo heredero de los valores espirituales y culturales de la Cristiandad medieval, se ha producido por la suplantación de las verdades de la fe mediante el engaño de un «mesianismo redentor secularizado». Esto no es más que el deseo del hombre de salvarse a sí mismo, rechazando el don redentor de Cristo. Es importante reconocer que ninguna de las herejías anteriores, en la historia de la Iglesia, había podido borrar tan eficazmente de la conciencia social de Occidente, la fe en el Evangelio y el anhelo de la vida eterna. El proceso de este humanismo, que con más precisión que con el término «ateo» puede ser definido con el de «autodivinizador» del hombre, se desplegó en las diversas fases de la evolución de la «modernidad» desde el Renacimiento. Hay que afirmar que nada puede darse más opuesto a la fe católica que la autodivinización y la adoración del hombre por sí mismo. Es lo «anticristiano» por antonomasia y el pasaporte obligado para «triunfar» en la vida política, social y cultural de nuestro tiempo.

Emmanuel Kant, cumbre del racionalismo ilustrado, dice: «El tránsito gradual de la fe eclesial (la fe católica basada en dogmas) al dominio único de la fe religiosa [dentro de los límites de la razón (el secularismo)] es el acercamiento del reino de Dios» (La religión dentro de los límites de la razón, 7). Esto quiere decir que, para los filósofos de la modernidad, la superación de la fe católica por el secularismo es ni más ni menos que ¡la llegada del reino de Dios! Como Kant, los grandes filósofos ilustrados han buscado un orden social nuevo, con fundamento en sus principios racionalistas y panteístas, una auto-redención inmanente (que no que venga del Dios transcendente) que hará venir finalmente la paz social al mundo. Una verdadera suplantación del milenio profetizado en el Apcalipsis. Todos estos conceptos han sido tomados del cristianismo y asumidos en una visión inmanente, secularista y antiteísta. El marxismo, concretamente, no es sino la plasmación histórica de aquello que el Catecismo de la Iglesia Católica llama un «mesianismo secularizado intrínsecamente perverso» (nº 676).

Cualquier persona que imparcialmente estudie las obras de Spinoza (1632-1677), Rousseau (1712-1778), Kant (1724-1804), y Hegel (1770-1831), no se extraña nada de que, en la historia de la humanidad, el siglo XX-XXI haya sido, en cierto sentido, la culminación de un proceso que, partiendo de la negación de la Iglesia, con Lutero, y siguiendo con la negación de Cristo en la Ilustración y de un Dios trascendente en la Revolución Francesa, haya llegado a la negación misma del hombre. Por otra parte, en estas «grandes síntesis» filosóficas se encuentra una explicación coherente de la negación del orden natural en los regímenes democráticos actuales. Y también una explicación al fenómeno de la pérdida masiva de la fe en el occidente democrático actual, especialmente los países ricos. Los Papas del siglo XX han hablado valientemente y con gran fuerza de esta inmensa tragedia del secularismo laicista. Por ejemplo, el Papa Pío XI, proclamó con coraje apostólico que, por el camino del «laicismo» o «secularismo», que separa la vida pública de la revelación cristiana y de la autoridad de la Iglesia, se llegaría «a la total ruina de la paz doméstica, al relajamiento de la unión y de la estabilidad de la familia, y finalmente, a la destrucción de la humana sociedad».

El dramático incumplimiento de las falsas esperanza de estos mesianismos secularizados ha llevado no al advenimiento del reino de Dios en la paz social que proclamó Kant, sino al derramamiento de sangre humana como nunca en la historia humana en las dos guerras mundiales y especialmente al genocidio del aborto,-por abreviar mucho el tema. Además, en nuestro tiempo, una corriente de angustia y amargura, de desesperanza cuyo fruto es la extendida depresión, oprime el ánimo de los hombres, en especial de los jóvenes. Basta mirarles el rostro. Nuestro corazón está inquieto con la inquietud que confesó San Agustín; con la indigencia y sed del rocío divino que claman los salmos.

Este es el contexto en el que hay que abordar el sentido profundo para nuestros días del Culto al Sagrado Corazón de Jesús, indisociablemente unido a la devoción al Corazón Inmaculado de María. Si no se hace de esta forma, queda relegado a una devoción de nuestras piadosas abuelas y que se mira con un desprecio orgulloso degradante para nosotros mismos.

En el culto al Corazón de Cristo, en el que habita corporalmente la plenitud de la divinidad, se alaba a Dios porque es bueno y su misericordia es eterna. Y se nos llama a reparación por el pecado, a corresponder a su amor y a reparar la injusticia de nuestro desamor. En su gran bondad, Dios nos envió a su Hijo, nacido de mujer, hecho en todo semejante a nosotros -menos en el pecado-, para sensibilizar en su Corazón su eterno amor misericordioso. La efusión del amor divino ha querido excitarnos a compasión hacia el Hijo del Hombre, vulnerado por nuestro desamor. Consagración y reparación, el doble elemento del culto al Corazón de Cristo conforme a la enseñanza del magisterio de la Iglesia, sintetizan amor y religión en unidad inseparable. La entrega al Amor es acatamiento a la soberanía de Dios; la reparación a la justicia es voluntad de «consolar» el Amor no correspondido.

El retorno al Corazón de Cristo es nuestra única esperanza.

La Sabiduría divina, revelada con toda plenitud en el Verbo encarnado, nos dice verdades muy distintas a las que vemos afirmarse en la actualidad. San Pablo escribe de Cristo: «Es necesario que Él reine» (I Cor 15, 25), y más adelante: «Cuando hayan sido sometidas a Él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel [el Padre] que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo» (I Cor 15, 28).

Ciertamente la aceptación de la misericordia y del don implica el reconocimiento de la indigencia y de la miseria. De aquí el recelo y la resistencia que suscitará en muchos un mensaje que no puede dejar de invitar a la expiación y reparación por el pecado. La espiritualidad del Corazón de Cristo propone con divina simplicidad y autenticidad el mensaje de salvación. En ella se concreta para el hombre de hoy la síntesis que muestra el íntegro misterio de la economía redentora y la visión cristiana del universo y de la historia en su más perfecta unidad.

La Virgen Santísima, por obra del Espíritu Santo, es la Madre que nos entrega al Rey de un Reino nuevo y eterno, terreno y celestial. San Luis María Grignon de Montfort dejó escritas estas importantes palabras: «Por medio de la Santísima Virgen vino Jesucristo al mundo y por medio de Ella debe también reinar en el mundo (Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, I, 1) Que en esta hora misteriosa de la historia, tiempo de pandemia, tiempo de reflexión, volvamos a los Corazones de Jesús y de María para atraer muchas gracias de conversión y acabe con el horror del aborto y todos los demás atropellos a la ley natural. Pidamos para que todos los hombres retornen al Corazón de Cristo y encuentren en Él la verdadera paz. Amén.