InfoCatólica / Reforma o apostasía / Categoría: Liturgia Eucaristía

7.09.14

(282) Liturgia –18. Eucaristía, 13. La comunión (y d) y la santidad

–«Tomad y comed: esto es mi cuerpo».

–Cristo, al mismo tiempo, nos dice una verdad inefable y nos da un mandato.

Comunión y santidad

«Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré el último día» (Jn 6,53-54). La enseñanza de Jesús es muy clara: la santificación cristiana tiene forma eucarística. Es así, al menos ordinariamente, como ha querido Dios santificarnos. Y nosotros no podemos santificar-nos según nuestros gustos o inclinaciones –es absurdo–, sino según el Señor ha dispuesto hacerlo, y según nos lo ha dicho. Sólo él es «Santo y fuente de toda santidad» (Pleg. eucarística II).

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29.08.14

(281) Liturgia –17. Eucaristía, 12. La comunión (c), frecuencia conveniente y efectos

–Este tema es sin duda más gordo que los otros que ha tratado sobre la comunión.

–Bueno, casi mejor digamos que es más importante, más grave y transcendente.

–La frecuencia de la comunión, actitudes diversas durante siglos

En la antigüedad cristiana, sobre todo en los siglos III y IV, hay numerosas huellas documentales que hacen pensar en la normalidad de la comunión diaria. Los fieles cristianos más piadosos, respondiendo sencillamente a la voluntad expresada por Cristo, «tomad y comed, tomad y bebed», veían en la comunión sacramental el modo normal de consumar su participación en el sacrificio eucarístico. Sólo los catecúmenos o los pecadores sujetos a disciplina penitencial se veían privados de ella. Pronto, sin embargo, incluso en el monacato naciente, este criterio tradicional se debilita en la práctica o se pone en duda por diversas causas. La doctrina de San Agustín y de Santo Tomás podrán mostrarnos autorizadamente esta diversidad de prácticas.

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20.08.14

(280) Liturgia –16. Eucaristía, 11. La comunión (b), en la boca o en la mano

–¿Y usted qué recomienda?

–No incordie y lea lo que sigue.

–Historia. El rito de la comunión de los fieles se ha ido desarrollando en formas diversas, que conviene conocer, al menos a grandes rasgos. Ciertas posiciones actuales, duramente contrapuestas en esta cuestión, reflejan en ocasiones una ideologización del asunto y una notable ignorancia de la historia de los formas litúrgicas. Resumo a grandes rasgos la evolución de este rito litúrgico ateniéndome a los documentados datos que da el P. Joseph Jungmann, S. J. en su clásica obra Missarum sollemnia (orig. 1949; El Sacrificio de la Misa, BAC 68, Madrid 1959, pgs. 942-960).

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12.08.14

(279) Liturgia –15. Eucaristía, 10. Paz, fracción del pan, Cordero de Dios, Comunión (a)

–¿Falta mucho?

–Menos que cuando comenzamos a comentar la Misa; pero todavía un poco.

Para participar bien, interior y exteriormente, en la santa Misa conviene conocerla bien, y seguir con plena atención e intención todo lo que en la celebración eucarística se va diciendo y  haciendo. Veamos ahora lo que va del Padrenuestro a la Comunión.

–La paz

Sabemos que Cristo resucitado, cuando se aparecía a los apóstoles, les saludaba dándoles la paz: «La paz con vosotros» (Jn 20,19.26). En realidad, la herencia que el Señor deja a sus discípulos en la última Cena es precisamente la paz: «La paz os dejo, mi paz os doy; pero no como la da el mundo» (14,27).

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31.07.14

(278) Liturgia –14. Eucaristía, 9. El Padrenuestro (y b)

–¿De verdad hace falta explicar el Padrenuestro?

–Sí, hombre, sí. Era la base de la catequesis primitiva. Muchos Padres escribieron comentarios al Padrenuestro. Y el Catecismo actual le dedica la segunda sección de su IV Parte [2759-2865], para explicarlo, claro.

Siete peticiones. Enseña el Catecismo: «El primer grupo de peticiones nos lleva hacia Él: ¡tu Nombre, tu Reino, tu Voluntad!… Santificado sea, venga, hágase… El segundo grupo de peticiones atrae la mirada del Padre de las misericordias: danos, perdónanos, no nos dejes, líbranos» [2804-5; citaré entre corchetes los números del Catecismo]. Y ese grupo primero  de peticiones es el que hace posible el segundo:  los cristianos, solamente después de haber alabado, bendecido y adorado al Padre nuestro celestial, «nos atrevemos» a pedirle pan, perdón, protección, liberación del pecado y del demonio.

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