(665) Noviembre, el mes de los difuntos

 

–¿Noviembre es el mes de los difuntos porque el día 2 se conmemoran?

–En esta ocasión acierta usted, cosa rara.

–La Sagrada Escritura

Dios no hizo la muerte, pues lo hizo todo bueno (Sab 1,13-16; Gen 1,31). Por el pecado entró la muerte en el mundo, cuando Adán y Eva cedieron a la tentación del diablo (Gen 3; Rm 5,12.17; 1Cor 15,21). La naturaleza humana queda entonces en sí misma  herida por el pecado: «pecador me concibió mi madre» (Sal 50,7). Y «el espíritu que actúa en los hijos rebeldes» (Ef 3,2), el diablo, procura que pequen los hombres, para que sigan bajo su influjo y se pierdan eternamente.

«Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros pecados, nos dio vida por Cristo –de gracia habéis sido salvados–, y nos resucitó y nos sentó en los cielos por Cristo Jesús» (Ef 2,4-5). 

+ Antiguo Testamento

Israel no recibe de Yahvé una clara revelación acerca del misterio de la muerte y de la realidad de una vida eterna. Le habían sido revelados con claridad muy altos misterios sobre la unicidad omnipotente de Dios, la Creación, la Providencia, el pecado como origen de la muerte, etc. Pero la realidad de la muerte y de una posible vida posterior permanecía en la oscuridad. Y no sólo en Israel, sino en todas las religiones, que a lo más llegaban a unos atisbos sin fundamentos ciertos, o como algunos filósofos griegos, que alcanzaron a conocer la inmortalidad del alma (Platón en el Fedon; Aristóteles, menos claramente), pero de ningún modo la del cuerpo. Cuando San Pablo les habló de la resurrección a los atenienses, «se rieron de él» y lo despidieron cortesmente (Hch 17,32)… Volviendo a considerar el A.T.:

«El hombre no dura más que un soplo, pasa como pura sombra… [Señor], «aplácate, dame respiro, antes de que pase y ya no exista» (Sal 38,7.14). «Pronto me dormiré en el polvo, y si me buscas, ya no me hallarás» (Job 7,21). «Tengo mi cama entre los muertos, como los caídos que yacen en el sepulcro, de los cuales ya no guardas memoria, porque fueron arrancados de tu mano» (Sal 87,6). Son pensamientos desoladores, que en buena parte reflejan las convicciones de muchas religiones primitivas ante la proximidad de una muerte inexorable.

Sin embargo, la esperanza de una vida posterior a la muerte se apunta ya en algunos lugares de la Revelación antigua: «No me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el camino de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha» (Sal 15,11; cf. 48,16). Hallamos sobre todo estos destellos de luz en textos proféticos: «el Señor destruirá la muerte para siempre, y enjugará las lágrimas de todos los rostros» (Is 25,8; cf. Ap 21,4). «La muchedumbre de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para eterna vergüenza y confusión» (Dan 12,2).

Esas mínimas pero fulgurantes luces impulsan en algunos la oración y los sacrificios por los difuntos. Como es el caso de Judas Macabeo, unos 125 años antes de Jesús.

Después de una batalla, colecta dos mil dracmas, «que envió a Jerusalén para ofrecer sacrificios por el pecado» de aquellos combatientes difuntos, que habían escondido en sus ropas amuletos prohibidos. Realizó así «una obra digna y noble, inspirada en la esperanza de la resurrección. Pues si no hubiera esperado que los muertos resucitarían, vano y superfluo sería orar por ellos» (2Mac 12,43-44).

De todos  modos, Israel permanece en la oscuridad o en la penumbra sobre estos temas tan importantes para la vida religiosa de los hombres y sus esperanzas. De hecho, en tiempo de Jesús, «los saduceos niegan la resurrección y la existencia de ángeles y espíritus, mientras que los fariseos profesaban lo uno  y  lo otro» (Hch 23,6-9; cf. Mt 22,23.29-32). Y los saduceos, como Caifás, predominaban en el Sanedrín, y por supuesto eran considerados ortodoxos.

 

+ Nuevo Testamento

Es Cristo quien, con su predicación, su muerte y su resurrección, revela por primera vez a Israel y a todos los pueblos, con divina certeza, el misterio de la muerte y de la vida eterna posterior. Es Cristo, «la luz del mundo» (Jn 8,12), «la luz verdadera, que ilumina a todo hombre» (Jn 1,9), el que vino de la alto, para iluminar a los que están en tinieblas y sombras de muerte (cf. Lc 1,19).

Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, cuando nadie sabía nada cierto sobre la muerte y una posible pervivencia posterior, es el que «hace desaparecer el velo que vela a todos los pueblos, la cortina que cubre todas las naciones» (Is 25,7). Es Él quien abre los ojos de la humanidad a una vida eterna posterior a la muerte. Es Él quien con su muerte vence la de los hombres. Y su Esposa, la Iglesia, iluminará con el Evangelio a todos los creyentes con esta luz que vence la oscuridad del mundo de los difuntos. Recordaré las vías por las que la Iglesia comunica y recuerda esa grandiosa revelación, aparte de la vía fundamental: la predicación del Evangelio.

 

+En los epitafios de los sepulcros antiguos

Dios justo y misericordioso, con justicia y misericordia juzga a los hombres cuando mueren. «Saldrán los que han obrado el bien para la resurrección de la vida, y los que han obrado el mal para la resurrección del juicio» (Jn 5,29; +Rm 2,6-8; Apoc 22,12).

Los epitafios sepulcrales de los primeros siglos de la Iglesia, en griego o en latín, como se comprueba en las Catacumbas, manifiestan que los cristianos conocían y creían estas verdades fundamentales de la fe: muerte, juicio, purgatorio, cielo o infierno, así como la oración por los difuntos. Y perduró esa tradición en la Edad Media y el Renacimiento, y en menor grado hasta nuestro tiempo.

En las Catacumbas descansaban los restos de los que morían en amistad con Dios, no de pecadores públicos. Eran acogidos en columbarios y sepulcros, cuyas lápidas a veces se adornaban con símbolos cristianos y con epitafios que daban junto a sus nombres mínimos datos biográficos y textos piadosos. En ocasiones se incluían varios epitafios en la misma losa sepulcral, por ejemplo, cuando habían sufrido juntos el martirio: dormiunt in somno pacis; praecesserunt in signo Christi...

En el lenguaje epigráfico eran frecuentes las abreviaturas. –Gregorius vir ill[us]tris fam(u)l(us) Dei vixit annis, etc. –In Chr(isti) n(omin)e, orate pro anima Trasemiri cuius corpus iacet in hoc túmulo. Vibat cu(m) Chr(ist)o in eternu(m). Ame(n). Orad por el alma de Trasemiri.

 

+En la liturgia de la Misa y de las Horas

La Iglesia es Madre que ama a todos sus hijos, sean vivos o difuntos, con un amor «católico», universal. Suscita y mantiene viva en su liturgia ese amor, en forma de oración, todos los días del Año litúrgico, tanto en la Eucaristía, en el memento de difuntos y en la última de las Preces de los fieles, como en la Liturgia de las Horas, en la última de las preces de Vísperas.

 

+El memento de los difuntos. –Aunque la Iglesia desde el principio fomentó y practicó la oración por los difuntos, no integró esa intercesión como pieza permanente en la Plegarias aucarísticas de los primeros  tiempos. Si existían, por supuesto, esas oraciones en las Misas de Difuntos. Pero, por ejemplo, en el sacramentario que el papa Adriano (+795) envió a Carlomagno (+814) no se incluía en la Eucaristía la intercesión por los difuntos. En cambio, en la edición realizada por Alcuino, sabio monje inglés, +804, que desde el 782 vivió en la corte carolingia de Aquisgrán, ya se incluye el memento etiam en el canon de la Misa romana.

Por el contrario en el Oriente cristiano, excepto Egipto, la conmemoración de los fieles difuntos se realizaba después de la consagración con las demás oraciones de intercesión. San Cirilo de Alejandría (370-444), explica esa decisión en sus Catequesis mistagógicas:

«… luego nos acordamos también de lo que durmieron en el Señor, empezando por los patriarcas y profetas… y de todos los que murieron entre nosotros, porque creemos que es de gran provecho para sus almas el orar por ellas mientras tenemos presente el santo y tremendo sacrificio». La misma explicación da San Juan Crisóstomo (349-407, In Phil. hom. 3,4).

La comunión eucarística, como sacramento de la comunidad, parece ser la razón de fondo para que los vivientes recuerden a los difuntos, que ya no pueden comulgar, justamente después de la consagración y antes de la comunión. Aunque ellos no pueden comer el pan del cielo, sin embsrgo nos han precedido al otro mundo sellados por la fe: «praecesserunt cum signo fidei».

El memento de difuntos en el Canon Romano tradicional

«Memento etiam, Domine, famulorum, famularumque tuarum N. et N., qui nos praeceserunt cum signo fidei, et dormiunt in somno pacis.[Orat aliquantulum pro iis defunctis]. Ipsis, Domine, et omnibus in Christo quiescentibus, locum refrigerii, lucis et pacis, ut indulgeas, deprecamur, Per eundem  Christum Dominum nostrum. Amen».

En las cuatro Plegarias eucarísticas de la Liturgia renovada

La primera es la del Canon Romano en versión algo abreviada:

I) «Acuérdate también, Señor, de tus hijos N. y N., que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz. A ellos, Señor, y a cuandos descansan en Cristo, concédeles el lugar de la  luz y de la paz». No incluye el Amen, que se reserva para la doxología final de la Plegaria eucarística: «Per ipsum, et cum ipso… omnis honor et gloria» – «Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén».

Veamos la oración por los difuntos en las otras tres Plegarias eucarísticas.

II) «Acuérdate también de nuestros hermanos que durmieron en la esperanza de la resurrección, y de todos los que han muerto en tu misericordia; admítelos a contemplar la luz de tu rostro».

III) «A nuestros hermanos difunttos y a cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria».

IV) «Acuérdate también de los que murieron en la paz de Cristo y de todos los difuntos, cuya fe sólo tú conociste».

 

La oración por los difuntos se hace siempre en la Misa en referencia a los fieles que murieron in signo fidei, no por aquellos que abandonaron la fe en su mente y en su vida, ni por quienes ya están en el cielo, sino por los difuntos que aún padecen la purificación del Purgatorio (purificatorio).

Praecessit nos in pace, requiescat in pace, in Christo, in signo fidei, in somno pacis, in Christo quiescentes, etc. y otras oraciones por los difuntos, son expresiones muy tradicionales, que se hallan ya en no pocos epitafios de las Catacumbas. Pasados ya los años de las persecuciones, en el cementerio romano de Santa Práxedes, se halla este epitafio del año 397: «Dulcis et innocens hic dormit Severianus XP in somno pacis. Qui vixit [etc.]… cuis spiritus in luce Domini susceptus est»…

Estas preciosas y venerables expresiones funerales, usadas tanto en epitafios como en la liturgia, también en  la Liturgia renovada, tienen con frecuencia su origen en la Biblia: «los muertos en Cristo resucitarán» (1Tes 4,17); «Bienaventurados los que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, para que descansen de sus trabajos, pues sus obras los siguen» (Apoc 14,13). Incluso fueron usadas por Cristo: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido, pero yo voy a despertarle» (Jn 11,11; +Mc 9,24).

 

+En la fiesta de la Conmemoración de todos los fieles difuntos, del 2 de noviembre, la  santa Madre Iglesia ruega por las «bienaventuradas almas del purgatorio». «Bienaventuradas», sí, porque aunque todavía necesiten, antes de ingresar en la visión beatífica, una purificación en el purgatorio (purificatorio), que consuma la obrada por la gracia en el tiempo de su vida terrenal,  ya han sido salvadas por Dios.

 

+En las indulgencias plenarias o parciales. El Manual de Indulgencias, aprobado por el Episcopado español en su LXII Asamblea plenaria (14/18-XI-1994) y confirmado por la Penitenciaría Apostólica (7-II-1995), se reitera la fe de la Iglesia (Coeditores Litúrgicos, Madrid 1995).

«1). La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados ya borrados en cuanto a la culpa», etc. 2) La indulgencia es parcial o plenaria», etc. 3) Nadie que gane indulgencias puede aplicarlas a otras personas que aún viven. 4) Las indulgencias, parciales o plenarias, pueden aplicarse siempre a los difuntos como sufragio» (pg. 23).

En el Manual se regulan diversos modos: Visitas al cementerio (n. 13), Oficio de difuntos (18), Requiem aeternam (46). Y se reproduce la Constitución apostólica de Pablo VI Indulgentiarum doctrina  (1-I-1967) (pgs. 81-109).

 

+En las devociones populares

La Iglesia, al paso de los siglos, ha animado y bendecido diversas formas devocionales de ayuda espiritual a los difuntos. Son innumerables. Y habré de limitarme a recordar algunas someramente.

–al final del Rosario. Muchos millones de voces cristianas cada día, fieles a una constante tradición, ayudan a los difuntos, pues somos muchos quienes rezamos por ellos al terminar el Rosario.

–en las Cofradías y Hermandades que veneran y oran especialmente por las benditas almas del purgatorio. Un ejemplo:

La Cofradía de la Muerte, Hermandad romana fundada en 1538, comienza a partir de 1551 a impulsar la celebración de las Cuarenta Horas. En 1551, Julio III aprueba sus Estatutos, dándoles el nuevo nombre de Cofradía de la Oración y de la Muerte, por su especial orientación en favor de los fieles difuntos. Y Pío IV, en una Bula de 1560, la aprueba y le concede indulgencias.

–El Toque de Difuntos, en las campanas de la parroquia. A veces sonaban éstas todos los días a cierta hora. En casi todas, al menos en las de pueblo, sonaban también anunciando el fallecimiento de uno de sus feligreses. Las campanas doblaban de forma pausada e intercalada, y en modos diferentes  anunciaban la muerte de un hombre, de una mujer o de un niño. La madre Iglesia parroquial estimulaba así en sus hijos la oración por sus hermanos difuntos, la esperanza en la vida eterna, y al mismo tiempo expresaba su condolencia a los familiares. Perfecto.

Visitas al «cementerio» (= dormitorio), lugar sagrado, para rezar en el sepulcro de los familiares,  y por cuantos «duermen en Cristo» a la espera de su resurrección. Esta piadosa costumbre se desarrollaba antiguamente de modo especial en las parroquias que enterraban en su propio templo los feligreses difuntos, o cuando la parroquia tenía junto a su iglesia su cementerio propio.

Congregaciones religiosas, como las Hermanas Auxiliadoras de las Almas del Purgatorio, una congregación religiosa femenina de vida apostólica y de derecho pontificio, fundada en Polonia por la religiosa Wanda Oledzka en 1890.

 

Los protestantes no creen en el purgatorio. Es una de las graves pérdidas que su cisma implica. Martín Lutero aceptó al principo el dogma del purgatorio, pero pronto, en 1519, pasó a rechazarlo. Hoy no pocos «católicos» ilustrados actualizan «su fe», no la católica, siguiendo el mismo camino. Su atrevimiento espiritual es pura miseria. «Ecclesia doctrinam fidei relate ad purgatorium formulavit» (Catecismo 1031, citando los Concilios de Florencia y de Trento: Denz 1304 y 1580).

Y «el justo vive de la fe» (Rm 1,17).

José María Iraburu, sacerdote

 

Post post.En noviembre de 2017 comencé la serie de artículos «La muerte cristiana», que pueden interesar al lector.

(403) 1. La muerte cristiana, –hoy silenciada; (404) 2. –doctrina católica, I; (406) 3. –doctrina católica, y II; (408) 4. –en el Antiguo Testamento; (417) 5. –en el Nuevo Testamento; (419) 6. –en la Liturgia, I; (421) 7. –en la Liturgia, y II; (422) 7b. –en el Año litúrgico; en la Cuaresma; (423) 8. –en nuestro Señor Jesucristo; (424) 9. –en San Esteban; (425) 10. –en Beatriz de la Encarnación; (426) 11. –en Frédéric Chopin; (427) 12. –en Perpetua y mártires de Cartago: martirio y alegría; (428) 13. –en San Juan Crisóstomo; (430) 14. –en San Luis Gonzaga; (436) 15. –en San Francisco de Asís; (446) 16. –en Napoleón Bonaparte

Índice de Reforma o apostasía

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