(558) Evangelización de América (69). Nueva Granada. -San Luis Bertrán, O.P. (I)

 

–Cómo se ve que cuando la familia está sana y cristiana florece en santos religiosos y sacerdotes.

–También se ve que cuando sacerdotes y religiosos son fieles a Cristo, florecen las familias. Es un círculo virtuoso.

 

Valencia cristiana

En el antiguo reino de Valencia, durante el siglo XVI, no escaseaban los vicios y corrupciones, pero predominaba una vida cristiana floreciente, como lo atestiguan sus santos y beatos. Concretamente, por esos años nacieron o vivieron en el reino va­lenciano grandes santos, como el general de los jesuitas, nacido en Gan­día, San Francisco de Borja (1510-1572), el beato franciscano Nicolás Fac­tor (1520-1583), el franciscano de la eucaristía, San Pascual Bailón (1540-1592), y el beato Gaspar Bono, de la orden de los mínimos (1530-1604). Y en ese mismo tiempo tuvo Valencia como arzobispos al agustino Santo Tomás de Villanueva (1488-1555) y a San Juan de Ribera (1540-1592). En aquella Iglesia local había, pues, luces suficientes como para conocer el camino verdadero del Evangelio.

 

La familia Bertrán           

En ese marco cristiano nació y creció San Luis Bertrán (1526-1581), cuya vida seguiremos con la ayuda del dominico Vicente Galduf Blasco. Pero comencemos por el padre del santo, Juan Luis Bertrán, que también fue un gran cristiano. Fue en Va­lencia notario de gran prestigio, elegido por la nobleza del reino como pro­curador perpetuo. Pero cuando todavía joven quedó viudo, determinó reti­rarse a la Cartuja de Porta-Coeli. Ya de camino hacia el monasterio, San Bruno y San Vicente le salieron al paso, diciéndole que abandonara su idea y se casara de nuevo. Casó, pues, con una santa mujer, Juana ngela Eixarch, y tuvo nueve hijos, el primogénito de los cuales, Luis, nacido en 1526, había de llegar a ser santo.

La precocidad de Luis en la santidad hubiera sido muy rara en un hogar cristiano mundanizado –que han sido y son los más frecuentes–, pero no tuvo nada de extraño en un hogar tan cristiano como el de sus padres. En efecto, sabemos que siendo todavía niño comenzó a imitar a los santos de Cristo. Se entregaba, especialmente por las noches, a la oración y a la pe­nitencia, disciplinándose y durmiendo en el suelo. Al llegar a la adolescen­cia se inició en dos devociones que continuó siempre: el Oficio parvo de la Virgen y la comunión diaria.

Con todo, la vida juvenil de San Luis no estuvo exenta de vacilaciones, y en no pocos casos, como iremos viendo, estuvo a punto de dar pasos en falso en asuntos bastante graves. Así por ejemplo, siendo un muchacho, decidió de­jar su casa y vivir en forma mendicante, como había leído que hicieron San Alejo y San Roque.

Con la excusa de una peregrinación a Santiago, puso en práctica su plan, no sin escribir seriamente a sus padres una carta, en la que, alegando numerosas citas de la sagrada Escritura, tra­taba de justificar su resolución. Pero su fuga no fue más allá de Buñol, donde fue alcanzado por un criado de su padre. Este fue un movimiento en falso, pronto corregido por el Señor. Y también estuvo a punto de equivo­carse cuando, entusiasmado más tarde por la figura de San Francisco de Paula, decidió ingresar en la orden de los Mínimos. Nuestro Señor Jesu­cristo, que no le perdía de vista, le hizo entender por uno de los religiosos mínimos, el venerable padre Ambrosio de Jesús, que no era ése su camino. El Señor lo condujo a la Orden de Predicadores.

 

Entre los dominicos

En el siglo XV, en los duros tiempos del cisma de Aviñón, cuando los dominicos vivían el régimen mitigado de la Claustra, el beato Álvaro de Córdoba (+1430) había iniciado la congregación de la Observancia, que se había ido extendiendo por los conventos de España.

En aquellos años difíciles, en torno al 1400, el Señor suscitó muchos santos en la familia dominicana (Santa Catali­na de Siena +1380, beato Raimundo de Capua +1399, San Vicente Ferrer +1419, beato Juan Dominici +1419, beato Andrés Abelloni +1450, San Antonino de Florencia +1459), todos ellos celosos de los ideales de Santo Domingo y apasionados por la unidad de la Iglesia.

Pues bien, la reforma de la Observancia se fue extendiendo por todos los conventos espa­ñoles, de manera que en 1502, dando fin alrégimen mitigado, toda la provincia domini­cana de España adoptó la estricta observancia. La reforma en España de los franciscanos que vinieron a ser llamados descalzos (1494), y ésta de los dominicos observantes (1502), tuvo un influjo decisivo en la asombrosa potencia que estas dos órdenes mendi­cantes mostraron en la primera evangelización de América.

Por eso, cuando el Señor quiso llamar a Luis Bertrán con los domini­cos, su gracia había hecho ya florecer en Valencia por aquellos años un gran convento de la Orden de Predicadores, con un centenar de frailes. Es cier­to que aquel monasterio había conocido antes tiempos de relajación, pero fray Domingo de Córdoba, siendo provincial en 1531, realizó con fuerte mano una profunda reforma. Algunos frailes entonces, antes de reducirse a la observancia, prefirieron exclaustrarse. Y dos de estos religiosos após­tatas, en 1534, sorprendieron en una calle de Valencia a fray Domingo de Córdoba, que iba acompañado del prior Amador Espí, y los mataron a cu­chilladas. Lo que muestra, una vez más, que la reforma de las comunida­des religiosas relajadas no puede ser intentada sin vocación de mártir.

Diez años más tarde, en 1544, estando ya aquel convento dominico en la paz verdadera  de un orden justo, Luis Bertrán, a pesar de que su salud era bastante precaria, tomó el hábito blanco y negro de la Orden de Predi­cadores. Aquella santa Orden religiosa, fundada por Santo Domingo de Guzmán en 1216, que permitía ser a un tiempo monje y apóstol –con­templata aliis tradere: transmitir a otros lo contemplado–, había de ser para siempre el amado camino de San Luis Bertrán. Fue ordenado sacerdote por el arzobispo de Valencia, el agustino Santo Tomás de Villanueva, en 1547.

 

Santidad en blanco y negro

Conocemos muchos detalles de la vida religiosa de San Luis Bertrán por la biografía que de él escribió su compañero, amigo y confidente fray Vice­nte Justiniano Antist, escritor de muchas obras, y también prior algunos años del convento de Valencia. Él nos cuenta que fray Luis

«toda la vida fue recatado, y no se hallará novicio que le hiciese ventaja en llevar los ojos bajos y compuestos en el coro y refectorio, fuera y dentro de casa… Era muy austero en su vida, abstinentísimo en el comer, templado en el beber, amigo de disciplinas y cilicios y vigilias y largas oracio­nes». Su fisonomía, tal como la reflejó entonces un pintor va­lenciano, recuerda las figuras del Greco: era fray Luis un hombre alto, de cara larga y delgada, con nariz aguileña, ojos profundos y manos finas y largas.

Se diría que la constitución psicosomática de San Luis Bertrán puso en él siempre una cierta inclinación a la melancolía y al escrúpulo, y que el Señor permitió que estos rasgos deficientes perdurasen en él, para motivación continua de su humildad y de su pura confianza en Dios. Y también para estímulo de quienes siendo débiles y enfermizos, temieran no estar en condiciones de llegar a la perfecta santidad.

Por el contrario, esta temerosidad ante Dios comunicaba a fray Luis un valor ilimitado ante los hombres. Como dijo de él el padre Antist, «nunca tenía cuenta de contentar a los hombres, sino a Dios y a santo Domingo». Su valentía era absoluta: no temía a nada en este mundo, pues sólo temía ofender a Dios.

 

Estudio y santidad

En sus primeros tiempos de religioso, tan centrado andaba en la oración y la penitencia, que no atendía suficientemente a los libros, «porque le pare­cía que los estudios escolásticos eran muy distractivos». Muy pronto el Se­ñor le sacó de esta equivocación, haciéndole advertir el engaño, y fray Luis tomó para siempre el estudioso camino sapiencial de Santo Tomás, con­vencido ya de que el demonio «suele despeñar en grandes errores a los que quieren volar sin alas, quiere decir, contemplar sin saber». En adelante, San Luis Bertrán, como buen dominico, unirá armoniosamente en su vida oración y penitencia, estudio y predicación.

 

Primeros ministerios

En 1547 fray Luis fue ordenado sacerdote. Y poco después, a la edad de veintitrés años –caso muy poco frecuente–, recibió el nombramiento de maestro de novicios del convento de Valencia. La importancia de aquel ministerio era clave, pues allí se forjaban los religiosos de la provincia dominicana de Aragón. Siete veces en su vida hubo fray Luis de ser maestro de novicios, y esta faceta, la de formador y maestro espiritual, fue la más característica de su fisonomía personal.

San Luis Bertrán, débil en su naturaleza y fuerte en el Espíritu, era como maestro espiritual muy exigente, sobre todo en asuntos de humildad y de obediencia, y «con gran facilidad quitaba el hábito y devolvía sus ro­pas de seglar a los que no sentaban el pie llano». Sin embargo, la radicali­dad profética de aquel joven maestro, su ejemplaridad absoluta, la ternu­ra de su firme caridad, hizo que fuera muy amado por sus novicios, que a lo largo de los años formaron una verdadera escuela de fray Luis Bertrán.         

También en esta fase de su vida estuvo a punto de dar un paso en falso. Doliéndose de los estragos que el luteranismo hacía por esos años, se obs­tinó en irse a estudiar a Salamanca «para después poder defender nuestra fe contra los herejes». Todos sus compañeros, y también el prior fray Juan Micó, trataron de disuadirle; pero él, con el permiso del padre General, lo­gró ponerse en camino hacia el convento de San Esteban, en Salamanca. Llegado a Villaescusa de Haro, a través de un padre de mucho sentido es­piritual, de nuevo el Señor le hizo ver que aquello era tentación de enga­ño, y que debía regresar al convento de Valencia, como así lo hizo.

Aunque la misión principal de fray Luis Bertrán fue la de maestro de novicios, también tuvo años de gobierno. A los treinta y un años fue elegi­do, por voto unánime, prior del convento de Santa Ana de Albaida, a cien kilómetros de Valencia, y allí mostró que, siendo tan místico y recogido, tenía capacidad para gobernar espiritualmente, gestionar asuntos, estar en todo y resolver problemas.

Concretamente, el convento de Santa Ana pasaba por una extrema pobreza, y «sin ser él pedigüeño, ni molestar a nadie, ni hacer diligencias extraordinarias para sacar dineros, ni curando de acariciar mucho la gente, antes siendo algo seco, nuestro Señor, que es el universal repartidor de las limosnas, movía los corazones de los fieles para que le soco­rrieran bastantemente». En especial durante la noche, pasaba muchas horas en oración, y allá resolvía todo con el Señor, también la penuria de la casa, hasta el punto de que la comunidad estuvo en situación de dar grandes limosnas a los pobres. Y así decía fray Luis: «Si mucho damos por acá (señalando la portería), más nos vuelve Dios por allá (y señalaba la iglesia)».

 

Oración y penitencia

San Luis Bertrán tuvo siempre su clave secreta en la oración, a la que dedicaba muchas horas. «Salía de la oración hecho un fuego, y el resplan­dor es una de las propiedades del fuego». Ese extraño fulgor de su rostro, del que hablan los testigos, se hacía a veces claridad impresionante al ce­lebrar la eucaristía, o cuando venía de orar en el coro, o también al regre­sar de sus fugas contemplativas entre los árboles de un monte cercano. Un día del Corpus, en Santa Ana de Albaida, estuvo arrodillado ante Cris­to en la eucaristía desde el amanecer hasta la noche, fuera de un momen­to en que salió para tomar algo de alimento.

Por otro lado, fray Luis, a pesar de su salud tan precaria –pasó enfermo casi todo el tiempo de su vida religiosa–, se entregó siempre a la peniten­cia con un gran empeño, que venía de su amor al Crucificado y a los peca­dores. Apenas salido de una enfermedad, comenta un testigo, apenas ini­ciada una convalecencia, ya estaba de nuevo en sus penitencias: «No era como algunos, que si por hacer penitencia enferman, después huyen de ella extrañamente».

Dos o tres veces al día las disciplinas le hacían san­grar. Llevaba cilicio ordinariamente. Dormía, siempre vestido, sobre un banco, o en la cama si hacía mucho frío. Amargaba los alimentos para no encontrar gusto en ellos. Solía decir: «Domine hic ure, hic seca, hic non parcas, ut in æternum parcas» (Señor, aquí quema, aquí corta, aquí no perdones, para que me perdones en la eternidad).

 

Discernimiento de espíritus

Uno de los dones espirituales más señalados en San Luis Bertrán fue la clarividencia en el trato de las almas, un discernimiento espiritual certero y pronto, por el que participaba del conocimiento que Cristo tenía de los hombres: «no tenía necesidad de que nadie diese testimonio del hombre, pues El conocía lo que en el hombre había» (Jn 2,25). Con frecuencia, en confesión o en dirección espiritual, fray Luis daba respuestas a preguntas no formuladas, corregía pecados secretos, descubría vocaciones todavía ig­noradas, resolvía dudas íntimas, aseguraba las conciencias. Y en esto pa­saba a veces más allá del umbral de lo natural, adentrándose en lo mila­groso.

Esta cualidad llegó a ser tan patente que durante toda su vida recibió siempre consul­tas de religiosos y seglares, obispos, nobles o personas del pueblo sencillo. Su fama de orá­culo del Señor llegaba prácticamente a toda España. Citaremos sólo un ejemplo. En 1560, teniendo fray Luis treinta y cuatro años, y estando de nuevo como maestro de novicios en Valencia, recibió carta de Santa Teresa de Jesús, en la cual la santa fundadora, al encon­trar tantas y tales dificultades para su reforma del Carmelo, le consultaba, después de haberlo hecho con San Pedro de Alcántara y otros hombres santos, si su empresa era realmente obra de Dios.

Tres o cuatro meses tardó fray Luis en enviarle su respuesta, pues quiso primero encomendar bien el asunto al Señor «en mis pobres oraciones y sacri­ficios». La carta a Santa Teresa, que se conserva, es clara y breve:

«Ahora digo en nombre del mismo Señor que os animéis para tan grande empresa, que El os ayudará y favorece­rá. Y de su parte os certifico que no pasarán cincuenta años que vuestra religión no sea una de las más ilustres en la Iglesia de Dios».

José María Iraburu, sacerdote

 

Índice de Reforma o apostasía

Bibliografía de la serie Evangelización de América

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