(166) De Cristo o del mundo -VIII. El Salvador del mundo

–Yo estaba ya pensando que…

–Como ve, se equivocaba. Continúo la serie De Cristo o del mundo. Y ya que va para largo, por eso mismo la interrumpiré cuando sea oportuno con artículos sobre temas diversos. De momento sigo explorando la mente de Cristo en su visión del mundo a la luz de los Evangelios.

¿Qué debemos pensar y sentir del mundo en que vivimos? Lo mismo que pensó y sintió Cristo, lo mismo que Él hoy piensa y siente. Conocer lo que ciertos autores o asociaciones cristianas piensan y sienten hoy o pensaron ayer acerca del mundo, antes o después de Constantino, en el tiempo medieval de Cristiandad, antes del Concilio Vaticano II y después, solamente tiene interés si nos ayuda a conocer el pensamiento de Cristo. «Ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). «Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (Flp 2,5).

Por el contrario, todas las consideraciones acerca del mundo presente que sean contrarias a Cristo y ala Tradicióncristiana han de ser estimadas como necedades, tonterías, macanas, cuentos, memeces, mentiras, ideologías de moda, falsas y pasajeras, bobadas y disparates.

En los últimos artículos (164-165) hemos contemplado cómo Cristo ve el pecado del mundo con absoluta lucidez, y cuánto sufre en el mundo viendo tantas ofensas a Dios y tantas miserias en los hombres pecadores, miserias temporales que pueden venir a ser eternas. Pero en modo alguno esta visión del mundo abruma a Cristo, como si fuera irremediable. Muy al contrario:

–Cristo, Salvador del mundo, quiere, puede y sabe que puede salvar el mundo. Tiene poder divino sobrehumano para «quitar el pecado del mundo», creando dentro del mismo mundo un mundo nuevo de gracia, la Iglesia, «comunión de los santos», «sacramento universal de salvación»(Vat. II, Lumen gentium 48; Ad gentes 1). Es consciente Jesucristo de que Él es el nuevo Adán, que salva al mundo creándolo de nuevo, instaurando en él una nueva raza de hombres, nacidos de nuevo por el agua y el Espíritu divino. Él envía a sus apóstoles para que predicando la Buena Noticia, enseñen a todos los pueblos una vida nueva, de tal modo que puedan pensar y caminar con la gracia divina según los pensamientos y caminos de Dios. Él forma hombres nuevos y comunidades nuevas que son «luz del mundo» y «sal de la tierra» (Mt 7,13-15). Los cristianos harán en este mundo pecador, lo asegura el Señor, «las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo voy al Padre». Y desde el Padre nos enviará el Espíritu Santo, que renueva la faz de la tierra (Jn 14,12.16).

La salvación realizada por Cristo consiste –negativamente en la liberación del pecado, del demonio y del mundo, y –positivamente en el don de la vida sobrenatural, propia de la filiación divina. Pero como aquí trato de Cristo y del mundo temporal, centraré ahora mi atención en los efectos más grandiosos de su obra en el mundo. Pero antes, una palabras sobre quienes no creen en el Salvador del mundo.

Los amatores mundi están ciegos. 1º.-No reconocen la maldad y la peligrosidad del mundo, y se escandalizan si se habla de él como «valle de lágrimas» o como un «camino de perdición», que solamente Cristo puede transformar en «camino de salvación». 2º.-Si a pesar de todo se ven obligados a reconocer ciertos males del mundo, no creen en la posibilidad de su remedio. 3º.-O si creen en la posibilidad del remedio, lo creen con una credulidad imbécil, contradicha por 40 siglos de historia, pensando que puede la humanidad por sus propias luces y fuerzas superar los males que le aquejan. Y 4º.-no creen a los Apóstoles, que afirman a Cristo como «Salvador del mundo» (Jn 4,42), «Salvador de todos los hombres, sobre todo de los fieles» (1Tim 4,10), Jesús, «el único nombre por el que podemos ser salvados» (Hch 4,12)… Están totalmente ciegos. Ignoran, incluso muchos de quienes se tienen por cristianos, que «quien pretende ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios» (Sant 4,4). Y enemigo del mundo.

–Cristo Salvador, por ejemplo, purifica y salva el matrimonio, demostrando así que merece el título de «Salvador del mundo». Cristo ve que el matrimonio está en todo el mundo, incluso en el Pueblo elegido, horriblemente falsificado por el divorcio y el adulterio, la poligamia y los concubinatos, el aborto y tantas otras miserias, que han hecho de él una caricatura blas­fema del plan del Creador.

Ve que a todos, judíos y gentiles, les parece, por ejemplo, normal que el vínculo conyu­gal pueda quebrarse. «Siempre y en todos los pueblos ha sido así». Lo que viene a significar: «esto es conforme a la naturaleza humana», y por lo tanto «no hay quien cambie estas costumbres y leyes». Y, sin embargo, Cristo afirma el matrimonio indisoluble con toda energía, asegurando que ésa es «desde el principio» la voluntad de Dios, y que por tanto ése es un bien propio de la naturaleza humana, posible y debido. En un principio, hasta sus mismos discípulos, antes de recibir el Espíritu Santo, reciben esta doctrina con reticencia: de ser así «es preferible no casarse» (Mt 19,3-10). Pues bien, consigue Cristo en la historia del mundo, él solo con su Iglesia, que innumerables millones de hombres de toda raza y nación vivan –y vivan con toda paz, sin necesidad de ser unos gigantes espirituales, simplemente con la fuerza de su verdad y su gracia– ese matrimonio verdadero, restaurado por él y solamente por Él y por su Iglesia.

–Cristo, con su esposa la Iglesia, quiere y puede salvar todo lo que integra el mundo secular. Como Él salva el matrimonio y la fami­lia, puede y quiere salvar el mundo, todo lo que es humano: la cultura y las leyes, el pensamiento y el arte, la eco­nomía y la política. Y quiere salvarlo todo con la Iglesia, «sacramento universal de salvación», es decir, con los cristianos, que bajo la acción del Espíritu Santo, plantan en el mundo el Reino de Dios, para que ya en el tiempo presente dé sus frutos. Por eso dice el Vaticano II que «en esta obra tan grandiosa, por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia» (Sacrosanctum Concilium 7).

–Cristo llama a todos a la santidad, también a los laicos, a los seglares, es decir, a los «seculares». Conociendo Jesús perfectamente la debilidad de la carne, el poder del demonio y el influjo tan continuo y negativo del mundo, se atreve sin embargo a llamar a todos los cristianos a la perfección, también a aquellos que viven en el mundo y no «lo dejan», como hacen los religiosos. Conoce la fuerza de su gracia.

Cristo, sin duda alguna, llama a todos los cristianos a la perfección evangélica, a la santidad, sea cual sea su estado de vida. Prolongando el mandato antiguo: «sed santos, porque Yo soy santo» (Lv 11,44; 19,3; 20,7; cf. 1Pe 1,15-16; Ef 4,13; 1Tes 4,3; Ap 22,11), Cristo dice a todos: «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Y la pa­labra de Cristo es eficaz: hace posible lo que manda. Dice por su palabra lo que quiere y puede obrar en los hombres por su gracia. Y enseña muy exactamente el camino de la perfección.

–Abnegación (cruz, morir). Cristo, hablando no a un grupo selecto de ascetas, «decía a todos: el que quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque quien quiere salvar su vida, la perderá, y quien perdiere su vida por mi causa, la sal­vará» (Lc 9,23-24; cf. Mt 16,24-25; Mc 8,34-35). Todos, pues, somos llamados a una abnegación total (cf. Lc 12,33; 14,33).

–Caridad (resurrección, renacer). La misma formulación de la ley suprema de Cristo: «amar al Se­ñor con todo el corazón» (Dt 6,5; Lc 10,27) y al prójimo como él nos ama, está indi­cando una exigencia de totalidad, es decir, una tendencia a la perfección. Pero «todo y perfecto son iguales» (Santo Tomás, STh II-II, 184,3). Por tanto, to­dos los cristianos somos eficazmente llamados por Cristo a esa totalidad de un amor per­fecto, que sea imagen del amor divino.

–Cristo enseña unos medios concretos para que todos sus dis­cípulos, en el mundo o renunciando a él, puedan llevar una vida perfecta, una vida plenamente renovada, santa y santificante.

Oración.– Los cristianos, pueblo sacerdotal, son hombres orantes, que dedican a Dios en la oración, solo e inmediatamente a Dios, una parte de cada día (Mt 6,5-15), dándole gracias sin cesar (Lc 18,1). Leen y es­cuchan con frecuencia la Palabra divina y otros li­bros religiosos, y son asiduos a la fracción del pan eucarís­tico (Hch 2,42).

Ayuno.– Con frecuencia ayunan de alimentos o de otros bienes te­rrenales (Mt 6,16-18), guardando así su vida libre del mundo, y expiando por los pecados propios y ajenos.

Limosna.– El ayuno, que limita el consumo de mundo, les hace ca­paces de dar limosna, comunicando sus bienes con facilidad (Lc 6,38). Dan al que les pide, y no reclaman los préstamos que realizan (Mt 5,42; 6,2-3; Lc 6,35; 12,33). Por el ayuno del mundo y caridad se hacen capaces los cristianos, con la gracia de Dios, de vivir una vida renovada en todos sus aspectos: «vino nuevo en odres nuevos» (Mc 2,22).

Pobreza y riqueza.– No hay pobres entre los hombres cristianos, cosa increíble entre los hombres mundanos (cf. Hch 4,32-34; 1Cor 16,1-4; 2Cor 8-9; Gál 2,10). Ellos, al contrario que el mundo, honran a los po­bres, y si hacen un banquete los invitan con preferen­cia (Lc 14,12-24; cf. Sant 2,1-9), pues consideran la pobreza una bienaventuranza (Lc 6,20). Se guardan con gran cuidado del peligro de las riquezas (Mt 6,19-21; Lc 6,24). Y sabiendo que es imposible servir al mismo tiempo a Dios y a las rique­zas (Mt 6,24), no pocos de ellos lo dan todo, y siguen al Señor en la pobreza (Mt 19,16-23).

Caridad.– En el mundo los cristianos son reconocidos sobre todo por la caridad con que se aman (Jn 13,35), hasta el punto que de ellos puede decirse que tienen «un corazón y un alma sola» (Hch 4,32). Como forma de este amor, practican entre esposos, entre padres e hijos o entre amigos, la corrección fra­terna (Mt 18,15-17; Lc 17,3).Y la caridad de Cristo, por el Espíritu Santo, obra en ellos cosas que para el mundo parecen increíbles: aman a sus enemigos, no pro­curan su mal, ni hablan mal de ellos (Mt 5,43-48; Rm 12,20); no resisten al mal, sino que lo vencen con la abundancia del bien (Mt 5,38-41; +1Tes 5,15); imitando a Jesús, que pudo defenderse de la Cruz y no lo hizo (Is 53,7; Mt 26,53-54; Jn 10,17-18; 18,5-11), ellos también, al menos siempre que no per­judique al bien común, se dejan despojar (cf. 1Pe 2,20-22; 1Cor 6,7); su lenguaje es sencillo, no son charlatanes, y evitan las palabras ociosas (Mt 12,36; 5,33-37). Y son, en fin, tan castos, que no sólo evitan los acciones obs­cenas, sino que se guardan también de los malos deseos y miradas (Mt 5,28).

–Cristo hace posible continuamente la santidad de los cristianos inmersos en el mundo secular. La santificación de sacerdotes, religiosos y laicos es posible porque el Padre celestial «introdujo a su Primogénito en el mundo» (Heb 1,6). Y Jesucristo, orando por sus discípulos, pide al Padre: «no te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del Malo. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo… Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío a ellos»(Jn 17,15-16.18). Por tanto, si los cristianos que viven en el mundo están en él porque a él les ha enviado Cristo, es evidente que su estado de vida secular es un camino de perfección y santidad. Lo entenderemos mejor recordando algunos principios enseñados por el mismo Cristo.

1.–La perfección cristiana es ante todo in­terior: «el reino de Dios está dentro de vosotros» (Lc 17,21). Y si es algo fundamentalmente interior, puede consiguiente­mente vivirse dentro o fuera del mundo secular.

No está tanto la perfección evangélica en abstenerse de comidas y bebidas (Mt 11,18-19; cf. 9,14-15; Mc 2,18-20; Lc 7,33-34), ni en separarse de publicanos y pecadores (Mt 9,10-13; Mc 2,15-17; Lc 5,29-32), sino en vivir de «la fe operante por la caridad» (Gal 5,6). Por eso cuando los judíos le pre­guntan a Jesús: «¿qué haremos para hacer las obras de Dios?, él respon­de: la obra de Dios es que creáis en aquél que él ha enviado» (Jn 6,28-29). Ésa es la obra que Dios quiere de los cristianos: la fe operante por la caridad, y eso es algo que de suyo puede realizarse en cualquier estado de vida honesto.

2.–Las frecuentes tentaciones del mundo han de ser para los cristianos ocasiones para crecer en la gracia, no para pecar. Los aparatos de un gimnasio no están dispuestos para debilitar y agotar a quienes se ejercitan en ellos, sino para fortalecerlos. De modo semejante, las virtudes crecen por los actos intensos, y los seglares, viviendo en el mundo, con la gracia de Dios, han de realizar frecuentemente actos heroicos. Y de ese modo van creciendo en gracia y santidad ante Dios y ante los hombres.

3.–Los cristianos deben y pueden vivir en el mundo según el Reino, no según el mundo. La gracia de Dios les libera de la cautividad del siglo, y consiguientemente del influjo maligno de su Príncipe diabólico. De este modo admirable, siendo el mundo tan malo y peligroso, pasan por su fuego sin quemarse, mostrando que «lo que es imposible a los hombres, es posible para Dios» (Lc 18,27). Y si alguna vez se queman, Dios les perdona y les sana, dándoles la gracia del arrepentimiento y de la conversión. De este modo crecen en humildad y en espíritu de agradecimiento al Señor.

–La «renuncia al mundo» se entienden bien según la enseñanza de Cristo sobre la pobreza. Y ésta se realiza bajo la acción de su gracia en tres modalidades fundamentales.

1º.–Algunos viven una pobreza que les ha venido impuesta por la Providencia; y de ellos dice Cristo: «¡bienaventurados los po­bres!» (Lc 6,20). Enseña Jesús que a los pobres y pequeños se revela el Evangelio salvador con especial claridad (Mt 11,25; Lc 10,21); y que él ha venido ante todo para evangelizarles a ellos (4,18). Los pobres, pri­vados del mundo por su pobreza –culpables o no de ella–, acuden más fácilmente al convite evangélico (Lc 14,15-24). Han de procurar, ciertamente, por el trabajo y la oración de petición salir de su miserable situación; pero mientras ésta dure, han de verla como una cruz sumamente santificante.

2º.–Todos los cristianos han de vivir «afectivamente» la pobreza, pues Cristo decía a todos: «el que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo» (Lc 9,33). Los cristianos tienen normalmente esposa e hijos, padres y hermanos, casa, trabajos y posesiones, en fin, poseen más o menos bienes de este mundo; pero sin apego desordenado, en perfecta sujeción a la voluntad de Dios providente, es decir, teniéndolos como si no los tuvieran, como dirá San Pablo: «los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen» (1Cor 7,29-31). Ellos están llamados a procurar el Reino de Dios y su santidad como la prioridad absoluta, esperando lo demás como añadiduras (Mt 6,33). Y si han de renunciar a todo «afectivamente», también a veces habrán de renunciar «efectivamente» a ciertos bienes,cuando unas circunstancias determinadas así lo exigen para el seguimiento de Cristo; aunque ello traiga consigo pérdidas económicas, profesionales, afecti­vas o del orden que sea. Más vale entrar en el cielo tuerto, manco o cojo, que ir al infierno entero (Mt 5,29-30; 18,8-9).

Los cristianos, por la austeridad de vida, y por las renuncias efectivas que ocasionalmente han de hacer, evitan con todo empeño un consumo excesivo del mundo, una avidez de diversiones, posesiones y placeres. Y por supuesto, al mismo tiempo rehúyen en el mundo todas las ocasiones in­necesarias de pecado. Todo lo contrario de los hombres «mundanos», que están cebados en los bienes del mundo presente, y «no aprecian sino las cosas de la tierra» (Flp 3,18-19).

3º.–Algunos son llamados a vivir «efectivamente» la pobreza, no solo afectivamente: «si quieres ser perfecto, déjalo todo y sígueme» (Mt 19,21; Mc 10,21; Lc 18,22). Cristo, en efecto, enseña que mediante la obediencia, pobreza y celibato, se renuncia a los bienes propios de la vida en el mundo secular –la familia, el trabajo rentable, una cierta autonomía pesonal, limitada ciertamente por la misma vida familiar y laboral–, y se accede, por su gracia, a un estado de vida más favorable para la perfección espiritual. La santidad, sin duda, sigue siendo gracia siempre; pero Cristo da a quienes elige la gracia de dejarlo todo, para seguirle más libre y perfectamente (Mt 19,12.21). Esa situación especialmente idónea para vivir el Evangelio la concede Cristo a quienes gratuitamente quiere dársela, por ejemplo, a los apóstoles, sus más íntimos amigos, los cuales, dejaron todo lo que tenían –o todo lo que hubie­ran podido tener–: «casa, mujer, hermanos, padres o hijos» (Lc 18,29).

Dejar el mundo, por llamada y don de Cristo, constituye, pues, una situación especialmente favora­ble para alcanzar la perfección de la caridad. Ésa es la situación de quienes han to­mado –han recibido– «la parte mejor», y nadie debe perturbarles. Y si alguno lo intenta, el Señor le dirá: «Marta, Marta, tú te inquietas y te turbas por muchas cosas; pero pocas son necesa­rias, o más bien una sola. María ha esco­gido la parte mejor, que no le será arreba­tada» (Lc 10,41-42). «Cada uno ande según el Señor le dió y le llamó» (1Cor 7,17; cf. 7,20.24). Cada cristiano viva su relación con el mundo según «el don» y según «la vocación» específica que de Cristo recibió. Insisto en esta modalidad tercera de vivir la pobreza.

–«Si quieres ser perfecto, déjalo todo y sígueme»(Mt 19,21). La renuncia al mundo favorece la consagración especial a Cristo. En esas palabras del Señor, «si quieres ser perfecto», se fundamenta la vida de los apóstoles, de los religiosos y también, en su medida, de los sacerdotes. Ya sabemos que la santidad es primariamente gracia de Cristo, y que por tanto solo secundariamente influyen las circunstancias de vida en la perfección evangélica del cristiano. En cualquier estado de vida honesto puede recibir esa gracia.

Ahora bien, la gracia de Cristo quiere obrar en el hombre suscitando en él una cooperación libre. Y ésta, según nos enseña el Maestro, se pro­duce más fácil y seguramente en aquéllos que, por «don y vocación» especial de Dios, renuncian al mundo por propia iniciativa, apartándose de todo el cúmulo de sus condicionamientos negativos, para consagrarse más exclusiva e inmediatamente a Dios y a su Reino. Es el lenguaje bíblico y tradicional, el mismo que encontramos en el concilio Vaticano II (Perfectæ caritatis 1 y 5).

–En todo caso, Cristo quiere que todos los cristianos, cualquiera que sea su estado de vida, sean «distintos» de los hombres mundanos. «Vino nuevo en odres nuevos». Esto es obvio, pues Él nos ha hecho pasar de las tinieblas a la luz, del pecado a la gracia, de la mentira a la verdad, de la cautividad del pecado, del demonio y del mundo a la libertad propia de los hijos de Dios. Cristo nos ha revelado nuestra propia identidad diciéndonos: «yo os he elegido sacándoos del mundo» (Jn 15,19), se entiende, espiritualmente. Y ha manifestado nuestra diferencia de los hombres mundanos exhortándonos a ser con Él «fermento en la masa» (Mt 13,33), «luz del mundo», «sal de la tierra» (Mt 5,13-14); por tanto, distintos del mundo.

Habiendo los cristianos «nacido de nuevo» por el agua y el Espíritu (Jn 3,5), no de la carne y sangre, «sino de Dios son nacidos» (1,13), son realmente «hombres nuevos», «nuevas criaturas» (Ef 2,15; 2Cor 5,17), «hombres celestiales» (1Cor 15,45-46). En consecuencia, una renovación ontológica y moral tan profunda no debe afectar únicamente a su vida interior, sino también a su vida exterior. Son hombres que, dejando los pensamientos y caminos de los hombres, hacen suyos los pensamientos y caminos de Dios, mucho más excelentes, «cuanto son los cielos más altos que la tierra» (Is 55,9).

Cristo manda a los Apóstoles que apliquen a los cristianos alejados del Evangelio la pena medicinal de la excomunión, para que se conviertan y vivan, en primer lugar, pero también para que no escandalicen, ocasionando la perdición de otros. El cristiano incorregible, pertinaz en el error y en el pecado, que se obstina en pensar y en obrar de formas inconciliables con el espíritu de Cristo, debe ser apar­tado por los Apóstoles de la comunión de los santos: «sea para ti como gentil o publicano» (Mt 18,15-17). Y también en este mandato expresa el Señor su voluntad de que los cristianos que viven en el mundo sean santos.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

7 comentarios

  
Eleuterio
Estimado Padre.

Escuchaba, mientras comía, una conferencia suya titulada "Reino y mundo. Cristianos mundanizados" y, a la vez que leía este artículo sobre Jesucristo como Salvador del mundo, me estaba dando cuenta que hay muchos llamados católicos que, en realidad no loson. No se dejan salvar por Jesucristo porque están excesivamente dominados por el mundo y por sus mundanidades.

En la película de Mel Gibson sobre la Pasión de Cristo, hay una escena en la que María se encuentra con Jesús en una de sus caídas hacia el Calvario. Cuando se acerca la Madre le dice el Hijo "¿Ves, Madre,como hago nuevas todas las cosas?" (me parece recordar ahora tal forma de expresarse de Cristo). Es de esperar que de los corazones carnales, mundanos, de todos aquellos que se dicen discípulos de Cristo pero que, en verdad, no lo son porque se alejan del Salvador en lo que hacen y dicen, cambien porque Cristo los haga nuevos. Pero, para eso se deben dejar salvar porque, de otra forma, quedarán perdidos en el mundo y no serán sal y, así, quedarán "pisoteados por los hombres".

¡Qué lejos estamos muchso de aquello que puede salvar al católico! (ayuno, limosna, caridad, etc.) pero ¡Qué lejos están otros, en su gusto por el mundo donde viven a gusto todo lo que pueden, de ser salvados por Cristo!

Oremos porque los corazones de los católicos entregados al mundo cambien y dejen de ser del mundo y sean de Cristo.
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JMI.-Oremos, oremos, oremos.
19/01/12 3:58 PM
  
María
La vida es breve...la muerte Cierta;
De aquí a pocos años, el hombre que disfruta de la salud más robusta y lozana....descenderá al sepulcro y.....Sabrá por experiencia ,lo que hay de verdad en lo que nos dice La Iglesia ,sobre los destinos de la otra Vida.
Cuando suene la última hora, será preciso morir y encontrarnos con la Nada o con la Eternidad!!
Este asunto ES EXCLUSIVAMENTE de Cada uno, ....tan mío ...o tan tuyo....como si yo existiera "Solo" en el Mundo.....Nadie morirá por mí....nadie se pondrá en mí lugar en la Otra Vida...privándome del Bien o librándome de Mal.
Estas consideraciones todo hombre las debe de considerar seriamente


Saludos
19/01/12 10:26 PM
  
Vicente
Jesucristo nos redimió del pecado y nos salvó de la muerte eterna. Es el único salvador.
20/01/12 9:16 PM
  
María
Abandonar a la Iglesia Católica.....abandonar a DIOS, es dejar que corran los Años, que nuestra vida se acerque a su término...."Sin guía para lo presente....."Sin Luz para el porvenir.......Será taparse los ojos...y arrojarse a un Abismo sin FONDO
La Iglesia Cátólica, nos ofrece cuantas garantías de "VERDAD "...Podemos desear.
DIOS le prometió su Asistencia, hasta la consumación de los Siglos...JESUCRISTO Selló su Doctrina con SU SANGRE, y Subió a los CIELOS...Envió al Espíritu Santo, y al final de los Tiempos ha de venir a Juzgar a los vivos y a los muertos.
21/01/12 12:07 AM
  
Maricruz Tasies
"María ha esco­gido la parte mejor, que no le será arreba­tada"

De todo su artículo que ha sido de gran instrucción pero también de enorme consuelo me quedo con este fragmento ya que lo he recibido luego de oración de súplica vehemente.

Gracias, padre Iraburu


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JMI.-Maricruz, el Señor está con nosotros.
Y se nota.
21/01/12 11:19 AM
  
José Luis
Siempre tengo esta idea, de qué cuando más nos esforcemos en perfeccionar nuestra oración, mejor trabajaremos por el Reino de los cielos.

La oración atropellada o apresurada nunca nos puede a renunciar al mundo, y el mundo no nos puede redimir, imposible, sólo Cristo que ha vencido al mundo.

Todos necesitamos orar en profundidad, y rogar al Señor que nos ayude a perfeccionarnos, pero nosotros no podemos quedarnos quieto, sino que hemos de colaborar con Dios en su plan de salvación hacia nosotros y por nuestros hermanos.

Ocuparnos de todos los momentos, además de orar con el corazón, también hemos de meditar la Palabra de Dios, porque no nos conviene olvidarnos, como tampoco lo hacen otros hermanos y hermanas nuestros, que siempre trabajan por los intereses de Cristo.

¡Feliz Domingo, Día del Señor!
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JMI.-Domingo: día de la resurrección de Cristo.
Cada semana.
Todo va bien.
22/01/12 1:24 PM
  
ANTONIO
Yo soy un simple católico, no me pongo más adjetivos que los de apostólico y romano, y con eso me sobra. Estoy leyendo temas que Ud. ha publicado sobre el lefevrismo en artículos viejos ( que no son viejos), y encuentro en ellos explicaciones acertadas sobre la enfermedad Lefevre. Veré de leer el libro de Amstrong al cual me ha remitido su página. Hasta pronto et in omnibus Grorificetur Deus sicut Monachi Benedictini dicere solent, et obedientibus Petro ac ejus omnibus successoribus omnia faciamus Deo adjuvante.
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JMI.-Amen.
24/01/12 8:53 PM

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