(116) Católicos y política –XXI. ¿Qué debemos hacer?. 8

–Bueno ¿nos manifestamos los cristianos o no? Motivos no faltan.
–Permanezca atento a la pantalla, lea e instrúyase.

Ya queda dicho que las multitudinarias manifestaciones católicas con finalidades reinvindicativas pueden ser oportunas en algunos casos y guardando ciertas condiciones. Sigo considerando el tema.

–La fuerza del número es clave en las sociedades liberales. Sit pro ratione, voluntas. Siga la razón lo que la voluntad establece. Esta máxima romana –Juvenal, por ejemplo– se acomoda muy bien a cualquier gobierno que no se sujeta ni a Dios ni al orden natural, sea un tirano o una muchedumbre democrática liberal. De hecho, si miramos la historia de Occidente, observamos que el uso de las manifestaciones populares como medio ordinario de acción política se ha multiplicado grandemente en las sociedad democráticas liberales, fundamentadas no sobre la verdad, sino sobre la fuerza numérica de los votos.

Siempre ha habido, por supuesto, concentraciones populares que pretendían afirmar sus razones con la fuerza acumulada de sus voluntades: Fuenteovejuna, ¡todos a una! Pero parece indudable que su proliferación moderna en la vida política procede de doctrinas como las de Rousseau y afines. La voluntad general, la fuerza de la mayoría, debe prevalecer sobre todo y sobre todos. La fuerza cuantitativa de la voluntad y del número debe prevalecer sobre la fuerza cualitativa de la razón y de la verdad. Las cosas –el «matrimonio» homosexual, por ejemplo– no son según la verdad de su naturaleza, sino como la mayoría del pueblo quiere que sean.

–En las fuerzas seculares políticas, sindicales y afines, las concentraciones públicas son medios ordinarios empleados en la lucha política y laboral. En efecto, éstos y otros grupos seculares, apoyándose en las premisas liberales, es decir, en la fuerza bruta y numérica de las masas, convocan con relativa frecuencia las manifestaciones públicas, procurando que sean lo más numerosas y clamorosas posibles, para que puedan afectar seriamente a gobernantes, empresarios y opinión pública. Por eso mismo, al día siguiente del evento suele haber en los medios de comunicación una «guerra de cifras» en la que éstas varían escandalosamente según la orientación política de cada uno de los medios.

Estas manifestaciones, como también las huelgas, son acciones apoyadas no en la fuerza de la razón, sino en la razón de la fuerza. Por eso suelen ser portadoras de un mensaje sumamente simple, expresado en pancartas, reiterado en eslóganes proclamados en enormes coros, y finalmente completado por un discurso elemental, proclamado en un estrado a través de potentes altavoces.

Es frecuente que estas grandes concentraciones mundanas se produzcan en formas deliberadamente desmesuradas, según los casos: cientos de banderas y letreros, pitos, bombos y trompetas, petardos de estruendo, globos, caras pintadas, gorros, pañuelos y lazos significativos, cantos y abundancia de octavillas… Y es lógico que así procedan, pues ante todo tratan de impresionar al público, a los periodistas y fotógrafos, a la televisión, y de presionar a través de estos medios a determinadas instancias sociales y políticas. Unas veces el ambiente es torvo y agresivo, pero con más frecuencia es de gran jolgorio, lo que no deja de ser contradictorio cuando la causa de la acción masiva es, real o presuntamente, una gran injusticia o algo intolerable.

–Es, pues, normal que ese mundo centrado en el número de voluntades y en la cantidad de la fuerza social ostentada públicamente sea ajeno a la tradición católica. Como también es bastante comprensible que las manifestaciones católicas se configuren de modos semejantes a los establecidos por las concentraciones paganas. Se trata de mimetismos lamentables, aunque tampoco hay que calificarlos como indignos. Aunque a veces sí.

El pueblo cristiano vive de la fe, esto es, de la verdad, sea ésta profesada por una minoría o por una inmensa mayoría. Es igual. Vive de la fe, de la inteligencia evangelizada por Cristo, no de las convicciones mayoritariamente profesadas y manifestadas. Vive de la voluntad de Dios, no de la voluntad general, presuntamente conocida a través de las concentraciones masivas, de las votaciones cívicas y de los partidos políticos. Por eso casi siempre se capta un algo de ambigüedad en las grandes concentraciones católicas que combaten por nobles causas políticas.

No puede uno menos de pensar que quizá muchos de los que en ella participan tienen una firme fe en la democracia liberal, tantas veces reprobada por la Iglesia. Creen que una sociedad debe regirse ateniéndose a la fuerza cuantitativa de los votos. Son, pues, católicos que maldicen ahora en su concentración pública los frutos perversos de un árbol político que habitualmente bendicen, regándolo con sus votos, y considerándolo, en cuanto sistema, como «el menos malo» de los árboles políticos que pueden cobijar a los hombres bajo sus ramas.

Según esto, muchos de los católicos que se manifiestan contra ciertos males sociales causados por los políticos liberales están de ellos bastante más cerca de lo que piensan. Y de hecho, en las próximas elecciones, darán quizá sus votos a partidos malminoristas de presunta inspiración cristiana, que están determinadamente dispuestos a tolerar las leyes criminales establecidas por el liberalismo de sus predecesores en el gobierno, ya que se trata de leyes establecidas por la majestad suprema de la voluntad general ciudadana.

–El pueblo de Cristo, sin embargo, debe también manifestarse cuando es oportuno, pero siempre en formas dignas, evitando un mimetismo acrítico a las concentraciones seculares. Esa dignidad está asegurada cuando se trata de concentraciones realizadas con unas formas religiosas, sea en la calle y en la plaza o sea en el ámbito sagrado de una catedral o de un santuario. También entonces son manifestaciones –como cuando implican públicas procesiones–, y aunque a veces puedan celebrarse con una cierta finalidad reivindicativa, más propiamente tienen una forma orante y suplicante. Se dirigen principalmente a Dios, aunque también a los gobernantes de modo indirecto.

Pero también cuando estas manifestaciones han de darse en un ambiente más secular deben guardar siempre la dignidad, la belleza y el orden que corresponde a la Iglesia, congregada en el nombre de Cristo, para defender una causa política. Esta dignidad en los modos viene exigida fundamentalmente por el respeto debido a Cristo: «donde dos o tres se congregan en mi nombre, allí estoy yo presente en medio de ellos» (Mt 18,20). El pueblo cristiano es el Cuerpo de Cristo, el estandarte de Dios entre los hombres, el Templo de la Santísima Trinidad. No puede, por tanto, manifestarse adoptando sin más formas profanas, porque el Señor aseguró que estaría presente en estas reuniones. Y no estaría Cristo cómodo desfilando en ciertas manifestaciones católicas de formas secularizadas.

–Non multa, sed multum. Esta vez la máxima latina (Plinio el Joven, Quintiliano) admite, obviamente, una indefinida variedad de significaciones. Más profundidad que extensión. Más calidad que cantidad. Un «manifiesto» con una declaración escandalosamente verdadera y clara, firmado por diez cristianos prestigiosos, puede tener más eficacia política que una «manifestación» de un millón de cristianos. Y en este sentido, la acción de «un» católico solo, aunque no sea persona especialmente significada en la sociedad, que, por ejemplo, publica una carta al director de un diario nacional, combatiendo con fuerza por una causa noble –si es que se la pulican–, suele ser siempre conveniente, y en alguna medida eficaz, sin que por su parte plantee especiales problemas acerca de su oportunidad. Mucho más problemática es la convocación de una marcha de un millar o de cien mil católicos por las calles de una ciudad.

–Algunos grupos católicos actúan fundamentalmente por internet para promover estas concentraciones masivas, cartas al Gobierno con miles de firmas, y otros modos análogos de combatir en favor del bien común. Estamos más o menos en la misma línea estratégica de las grandes manifestaciones, que a veces son precisamente convocadas por estos mismos grupos. Pues bien, los más valiosos grupos son aquellos que más formación doctrinal y espiritual dan a sus miembros. Los menos valiosos se centran en la promoción de acciones cuantitativas y numéricas. Con la mejor intención, con grandes esfuerzos de trabajo y de gastos, que no son posibles sin mucha abnegación y amor al bien común, logran, por ejemplo, fabricar y distribuir cincuenta mil camisetas con un slogan o reunir cientos de miles de firmas para potenciar una carta de protesta y de exigencia:

«Querido José María [me dicen en una carta «personal»], luchamos por impedir tal ley: y vamos a conseguir frenarla. Ayúdanos con tu presencia, tu firma y tu donativo». No siempre estos grupos coordinan suficientemente sus actividades, que al pretender un mismo objeto, se estorban a veces entre sí. Tienden con frecuencia a multiplicar campañas y eventos («el órgano crea la función»). Rivalizan a veces con otras asociaciones colaboradoras en la misma acción para mantener la dirección y apuntarse el éxito posible. Revuelven no poco el Calendario del año de los cristianos, como ya lo indiqué en otro artículo (99). Miserias dificilmente evitables en toda acción humana colectiva. Pero, sin duda, estos grupos católicos militan bajo las banderas de Cristo. No suelen conseguir grandes victorias políticas, pero resultan benéficos sobre todo para los cristianos que colaboran en ellos.

–El pueblo cristiano no debe asumir como un medio ordinario de acción política la organización de grandes presiones sociales, conseguidas en manifestaciones y cartas multitudinarias. Las fuerzas sociales y políticas modernas, como se apoyan principalmente en la fuerza del número, emplean ese medio en forma ordinaria, siempre que lo ven conveniente; y lo ven conveniente con frecuencia. Pero la Iglesia no debe asumir estos modos de presión social y política como una de las formas habituales de combatir por el Reino. Y si en algún caso son convenientes esas acciones, deben organizarse en lo posible convocadas o aprobadas por la Jerarquía apostólica, con una considerable probabilidad de éxito y en formas absolutamente dignas, las que corresponden a Cristo y a su Cuerpo eclesial.

–Si los católicos usaran ordinariamente el medio político de las manifestaciones, tendrían que estar manifestándose en forma continua contra los males del mundo secular: diariamente. Y eso es evidentemente imposible. Tendrían que manifestarse, por ejemplo, contra el proyecto de una ley facilitadora del aborto; pero si era después de promulgada, tendrían que seguir manifestándose contra ella. Un año y al año siguiente. El terrible crimen social sigue erguido como una columna. Si no cayó al primer envite multitudinario, habrá que seguir convocando muchedumbres hasta que la columna caiga y se rompa en trozos. ¿Es éste un plan prudente de acción política cristiana?

Y lo mismo tendrían que hacer los católicos contra una ley de divorcio-rápido, por pura voluntad de los cónyuges o de uno de ellos, sin causas previamente tipificadas por el Derecho. Es un enorme crimen destructor de las familias. Y lo mismo contra la pornografía en los medios de prensa y televisión, a veces subvencionados por el Estado, es decir, por los ciudadanos contribuyentes. Y lo mismo contra ciertas leyes educativas vigentes en escuelas, colegios y universidades. Y contra el «matrimonio» homosexual. Y contra las mínimas ayudas económicas a los países pobres, vergonzosamente escasas, meramente simbólicas, que dejan morir de hambre a muchos millones hombres. Y tendrían que manifestarse contra… y a favor de… No bastarían los 365 días del año.

La Bestia liberal es sumamente prolífica, y está engendrando monstruos innumerables, uno tras otro, en leyes, costumbres, medios de comunicación, de entretenimiento y de educación. En consecuencia, los cristianos, puestos a manifestarse, habrían de hacerlo en primer lugar contra el ateísmo oficial del Estado, el mayor de todos los crímenes públicos, el crimen padre de todos los crímenes sociales y políticos (Rm 1,20-32).

De este modo, en un régimen de manifestaciones frecuentes el pueblo cristiano se configuraría públicamente ante el mundo como un contra-poder crónico. Lo que además de imposible, es sin duda inconveniente.

–Nuestro Señor Jesucristo no organizó concentraciones inmensas, aunque era tan grande su poder para entusiasmar al pueblo, ni para salvar su vida, ni contra los romanos invasores, ni contra sacerdotes-escribas-fariseos y demás manada de autoridades pésimas, que estaban tramando su muerte. Él nunca empleó esa, digamos, violencia social, o si se quiere, esa presión social, que podría haber promovido con arrasadora eficacia.

–Tampoco los primeros cristianos emplearon esas armas de acción política. Pasaron tres siglos sufriendo persecuciones, expoliaciones, humillaciones, pobreza, exilios, torturas, muertes, sin acudir nunca a revueltas públicas, a manifestaciones pacíficas y ni siquiera a combates jurídicos contra leyes inicuas que proscribían su existencia: cristiani non sint. Escribieron, sí, Apologías en su propia defensa, empleando la fuerza de la razón. Se nos podrá decir que no lo hicieron entre otras cosas porque de ningún modo les era posible hacerlas, estando cívicamente fuera de la ley. Y en buena parte es cierto. Pero nunca, ni siquiera en algunas regiones en donde llegaron a ser mayoría social –Bitinia, Tracia, Ponto, Frigia– organizaron actos de presión social, afirmando su razón con la razón de la fuerza, y exigiendo el respeto de sus derechos cívicos a no ser perseguidos, a tener templos, etc., o para acabar con la esclavitud o con los circos romanos, en los que las fieras devoraban a los hombres, etc.

¿Podemos pensar que aquellos cristianos eran unos apocados y cobardes, que no intentaban siquiera darle la vuelta a la situación social y política, teniendo cada día ante sus ojos tantísimos crímenes establecidos por la ley o la costumbre? No es posible creerlo, porque dieron innumerables mártires, y el martirio exige una fortaleza heroica. ¿Pero entonces, por qué se estaban tan quietos y callados? Algunos hoy no entienden esto. No ven explicación alguna a aquella pasividad, que podría parecer cómplice de los enormes atropellos del Imperio Romano. Y sin embargo, ésa es la verdad. Y lo siguió siendo en tiempos de paz.

–«Guarda tu espada, Simón Pedro, que es la hora del poder de las tinieblas»La espada debe ser sacada por los caballeros cristianos en los tiempos de la luz, en los siglos de Cristiandad, como fue esgrimida en los combates de San Fernando de Castilla o de San Luis de Francia. Tiempos en que Concilios y grandes santos promovieron las Cruzadas y las Órdenes Militares. La espada es también esgrimida en la guerra de los cristeros mexicanos y en la de los voluntarios combatientes españoles. Los cristeros pusieron contra las cuerdas al Gobierno criminal anticristiano, y quizá hubieran impuesto en Méjico la razón de la fe si aquellos delegados de la Iglesia, incompetentes y engañados, no hubieran llegado con el gobierno diabólico a unos «mal llamados Arreglos». Y la lucha de los combatientes cristianos en España fué coronada por Dios con la victoria.

Pero ahora estamos en la hora y el poder de las tinieblas. Y la espada que no fue sacada en los tres primeros siglos de la Iglesia, apenas debe ser empleada hoy por los cristianos, cuando, sobre todo en las naciones caídas en la apostasía, crece más y más la Bestia liberal desde la Ilustración y la Revolución francesa. No debe ser esgrimida hoy la espada del pueblo cristiano, como no sea en convocaciones muy graves e infrecuentes, promovidas o aprobadas por la Autoridad apostólica, y en formas dignas del Cuerpo de Cristo.

La hora de las tinieblas es la hora de la Cruz, y en ella debe aplicarse más bien la norma de Cristo: «no resistáis al mal» (Mt 5,30), «guarda tu espada» (Mt 26,52)… Es la hora de la Virgen de Fátima: oración y penitencia para vencer los males enormes del mundo. No van bien orientados los que pretenden una victoria sobre el pecado del mundo muy diferente a la victoria de Cristo en la Cruz.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

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11 comentarios

  
Miguel Antonio Barriola
La "democrática" Atenas condenó a Sócrates.
Fueron gritos de "asamblea popular" los que pidieron:
"¡Crucifícale!"
Algarabia de "fraternos, igualitarios y liberarios" guillotinaron a Lavoisier y a tantos otros...
10/12/10 11:07 AM
  
Dr. Sonnel
Tremendo post el de hoy padre. Es cierto que los católicos no podemos estar en todos lados manifestándonos, es casi una pérdida de tiempo. De cualquier manera sirve para despertar conciencias adormecidas, sobre todo si (a veces los mismos organizadores, a veces no dado que en definitiva hay muchas funciones dentro del Cuerpo Místico)se completa con formación. Paso en parte en Argentina con la sanción de la ley que llama matrimonio a las uniones homosexuales. Se fracasó en un sentido (la ley salió), pero se reintegró mucha gente a una vida de formación activa y de mayor unión con Jesús. Las campañas organizadas por internet suelen tener -creo- bastante repercusión hoy sobre todo para los que estamos muy digitalizados. De todas maneras no podemos estar votando en cuanta encuesta ponga un periódico... Cuestión de discernimiento dificil es si llega el momento de desenvainar la espada... De todas maneras lo que creo olvidamos los católicos que más vale un ave maría o una misa que un millón de personas concentradas. Si los católicos comenzamos a hacer verdadera oración todos los días, y demás actos prescriptos para estos tiempos -como ud. creo explicaba en otro post- no existe arma más poderosa. Con todo creo que algunos gestos externos eclesiales no hubieran venido mal. Perdone mi ignorancia -no se si es litúrgico- pero las campanas de las iglesias debieron haber tocado a muerto cuando se aprobaron algunas de estas leyes inicuas. Muchos obispos no hablaron suficientemente alto. Pero en definitiva solo la oración puede cambiar estar realidad. Jesús lo puede cambiar todo.
10/12/10 3:21 PM
  
Liliana
La espada de un cristiano es la Palabra, Jesús combatió al Cesar invocando al Padre a quien el obedecía, hoy nosotros no somos igual a Jesús, somos sus hermanos/as, que ¿El Resucitado puede morar en nosotros?, si, cuando nosotros aceptamos su salvación, por el cual entrego su vida en la cruz, soportando las burlas de todos, eligió salvar a la humanidad, porque no sabían lo que hacían, a cambio de su, muerte visible en la cruz, siendo el Hijo de Dios, y que este sacrificio hoy los cristianos católicos no lo vivamos, es lamentable, porque la realidad demuestra que Jesucristo no esta vivo, que la resurrección para la vida eterna es cuento, se dice, creo en lo que veo y palpo. Todo el misterio invisible que nos rodea y nos habita no se tiene en cuenta, no porque no exista, sino porque no se tiene, Fe, la que nos hace ver que Cristo respeta nuestra libertad, pide permiso, en cambio su enemigo usurpa cuando nos encuentra vacío.
No es tan difícil sacar conclusiones de todo lo que pasa en el mundo, no se encuentra un rumbo, todos tienen su razón y en estos casos la espada que no es la del cristiano, la maneja el enemigo. No esta solo en leyes de políticos la solución del bien en común, sino en el misterio de Dios Trinitario vivo en su Iglesia, para convertir a todos los que quieran cambiar la vida para un mundo nuevo, con Amor.
Un abrazo fraterno y navideño.

10/12/10 3:43 PM
  
Ricardo de Argentina
Querido P. Iraburu, ¡qué importantes enseñanzas tiene este post!. Yo lo veo como una referencia dentro de la serie, como un post emblemático, un resumen y una clarificación de los anteriores.

Con su permiso quisiera mencionar otra razón más para que los católicos no nos entusiasmemos con las manifestaciones multitudinarias, creyendo que así contribuimos al bien común y cumplimos nuestro deber de ciudadanos y de hijos de Dios. La razón es la siguiente: en Democracia, la opinión de la mayoría NO IMPORTA.

Imagino el asombro de algún lector desprevenido, especialmente si ha sido alumno aplicado en las clases de educación democrática que se imparten en las escuelas desde la más tierna edad. A ese lector le digo que hablo con el convencimiento que me ha otorgado haber estudiado bastante la cuestión, y además por haber tenido una cierta experiencia política.

En democracia (y en no-democracia también) las decisiones importantes las toma siempre una minoría selecta, a la que le importa muy poco el sentir mayoritario de la población. Es una minoría que por lo general no asume ninguna magistratura, la inmensa mayoría de los ciudadanos desconoce sus nombres y a veces ni reside en el país.

Pero ¿y los votos?
Los votos sirven para elegir "gerentes", o como decimos aquí "jetones" o "facheros", gente que presta su cara pero que a la hora de las decisiones importantes, LO CONSULTA TODO, justamente a esa minoría que realmente manda. Parafraseando el lema de la monarquía constitucional, podríamos decir que "presiden pero no gobiernan". Esto es algo muy característico de todas las democracias.

Es por todo ello que creo que tenemos otra razón para no sumarnos sin más a los baños de multitud: ¡No seamos ingenuos!
10/12/10 7:56 PM
  
santodomingo
Luis:

Escribes, "cristianismo es el amor al enemigo, el perdonar 70 veces siete y el saber que el que a hierro mata a hierro muere."

Esto es cierto. Sin embargo, hay veces que la guerra está justificada, e incluso necesaria. Y cuando eso ocurre, el que rehusa participar en ella escudiéndose en estas frases, el que no defiende lo que es justo y hermoso ante el abuso de los bárbaros, tiene un nombre: COBARDE.

¿Con tu pacifismo estás diciendo que no son verdaderamente cristianos los santos guerreros como San Luis de Francia, Santa Juana de Arco, o tantos hombres de Dios que, respondiendo a la llamada del Santo Padre, juraron defender los lugares santos con su vida?

El Padre Iraburu está explicando que cada cosa tiene su momento. Esto se llama PRUDENCIA, saber discernir cuando una acción es conveniente. En el´36 en España la prudencia sólo podía aconsejar una cosa a los católicos: la guerra.

En cuanto a la palabra "cruzada", veo muy apropiado que se use para referirse a la guerra civil española. Los rojos quemaban iglesias, asesinaban a religiosos, sacerdotes y laicos, por la simple razón de ser católicos. Si el alzamiento militar ante esa situación no merece el apelativo de cruzada, ¿cuándo lo merece?

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JMI.- En (98) al final, hablo de la guerra lícita y sus condiciones.
10/12/10 11:36 PM
  
Mª Pilar
Padre Iraburu gracias por sus escritos.
He venido leyendo sus escritos, en los que decia que los catolicos laicos, que tengan vocación politica en un sentido amplio, hemos de que confiar mas en la oración que en la acción politica, en fin, que tendriamos que orar mas.
No se si me equivoco, pero esto, no quiere decir que no haya que intentar la acción politica, siempre que no se este en un contexto de total persecución.
Si la persecución es total, solo cabe perseverar en la oración hasta el martirio. (Cuando he leido biografias de martires de la guerra civil he visto esa actitud, y debe ser la oración la que les dio fuerzas a estos cristianos para morir amando a Dios y perdonando a sus asesinos.)
Hoy, en España no hay martires como en el 36, tal vez ya haya en muchas partes un "martirio espiritual " a los critianos, pero, -en mi opinión,- no se puede decir que la persecución sea igual en todos los lugares y ambientes y que no quepa ni deba hacerse nada en ningun caso.
Por ello, si se puede pensar que en algunos lugares y ambientes hay cristianos que hemos de hacer algo mas ademas de orar. ( Digo "ademas" y no "en vez de").
El problema es saber discernir, primero si tenemos alguna vocación y aptitud politica, y, en ese caso, ver cual es la acción mas oportuna.
En mi caso, he decidido no ir a las manifestaciones que se convocan en Madrid, pues supone unas molestias y trastornos para mi familia e hijos, y creo que estoy eximida.
En el caso de las manifestiaciones que se convocan en
mi ciudad, creo que es oportuno asistir. ( Si bien percibo con desagrado que muchas veces no tienen exito por ser convocadas por unos grupos, pues
los otros grupos no las difunden por que no fueron ellos los convocantes.)
Por otra parte me desagrada que las manifestaciones puedan ser instrumento del laicismo, me explico. Se trata de convocar manifestaciones con lemas o planteamientos racionales, sin referencia a lo religioso para ser acogidos por personas de buena voluntad, no creyentes. Sin embargo vemos que los asistentes acabamos siendo solo creyentes, que hemos interiorizado que solo podemos actuaren la vida publica si dejamos de mostrarnos como catolicos.
Me molesta por ello que con estas manifestaciones podamos ser en cierta medida, intrumento del laicismo.
Respecto a otros medios de acción politica como lo realizado en internet, con quejas a politicos o instiuciones mediante la firma de alertas. Supone un esfuerzo muy pequeño para el resultado que se consigue. ( Si bien todo entraña un riesgo, desde luego, puesto que el destinatario de las alertas puede conocer al remitente.)
Respecto a otras iniciativas, creo que lo mas adecuado es que actuar en ambitos que conozco por mi formación o profesion, siendo asi mas compatible con mi familia y trabajo.
Por ultimo creo que son "lucha": la "guerra justa"
y la "lucha politica", pero son diferentes.
Mientras que hoy la "guerra justa" no procede pues ha de tener unos requisitos que hoy no concurren.
"La lucha politica" si procederia en la actualidad y creo que no todos los catolicos que estan inactivos debieran estarlo.
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JMI.- La acción y la lucha política son necesarias, claro. Voy examinando los pros y contra de cada uno de los modos.
12/12/10 2:14 AM
  
Ricardo de Argentina
Padre, reflexionando sobre el tema de este post, he llegado a una conclusión que a continuación expongo, sabrá Ud. si es pertinente para su publicación o no. Sospecho que en el fondo hay una cierta coincidencia con la tesis de sus artículos, pero puedo equivocarme.

Los católicos solemos preocuparnos por la poca participación e influencia que tenemos en política.
Pues a ver, hay dos potestades, la política y la espiritual.
La potestad política DEBE ocuparse de los bienes materiales : territorio, riquezas, moneda, paz y guerra, orden social, salud, caminos, etc.
La potestad espiritual DEBE ocuparse de enseñar el sentido de la vida y la muerte, dar formación a las conciencias, guiar las almas a la salvación y procurar los medios idóneos para ello.
Entre medio quedan campos de influencia común como la educación, la cultura, la caridad, en los que se impone una colaboración de ambas potestades.

Pues bien, esto no funciona en democracia. ¿Por qué? Pues porque a mi entender, la democracia no se conforma con ocuparse de las cuestiones políticas que le son propias, sino que avasalla la potestad espiritual. ¿Cómo? De mil maneras, mencionaré unas pocas:
* Imponiendo su cosmovisión (el relativismo) a traves de:
a) Los medios de difusión (TV, revistas, Internet).
b) La educación
* Intentando reducir la influencia de la Iglesia:
a) Ninguneándola, queriendo encerrarla en la sacristía.
b) Promoviendo falsos cultos.
* Inmiscuyéndose en la (de)formación de las conciencias (cerebros de probeta).
* Inmiscuyéndose en las familias, especialmente a través de la manipulación de la mujer ("derecho" al aborto, p.ej)

CONCLUSION: Antes que incursionar en política, el católico debe bregar para el Leviatán estatal saque sus garras de donde indebidamente las ha metido, porque ¿de qué sirve que salgamos a batallar fuera, si nos dejamos manosear el nido?
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JMI.- La acción y la lucha política son necesarias, claro. Voy examinando los pros y contra de cada uno de los modos, cuya virtualidad dependerá mucho de la actitud del Estado concreto y de la situación espiritual y posibilidades del pueblo cristiano.

Este fin de semana tuvimos en Madrid reunión de bloguers y colaboradores de InfoCatólica. Uno de ellos, que estuvo con Ud. en Valencia, nos habló de Ud. con gran afecto.

12/12/10 5:17 PM
  
Iohannes
Estimado P. Iraburu:

Vaya por delante mi admiración y profundo respeto a su trabajo en servicio a la Iglesia en este portal. Suelo estar, por lo demás, en un profundo acuerdo con Ud. en sus posts, y éste no es una excepción. No obstante, creo que en un momento dado ha tocado un tema espinoso, y no sé si ahí su argumentación flaquea un tanto. Soy consciente de que no es el tema central del artículo, pero como lo toca, no me resisto a mencionarlo.

Me refiero al asunto de la "espada". En principio, considero que la exhortación de Jesús a Pedro, "envaina la espada", y su relación con esa otra Palabra a los discípulos: "Esta es la hora de las tinieblas", habría que aplicarla a los cristianos de todas las épocas. Introducir una distinción entre unas épocas en las que tal máxima se aplicaría y otras en las que no plantea, a mi modo de ver, grandes dificultades.

Al final, la cuestión, según lo entiendo, no sería ya si el concepto de "cruzada" está justificada o no (esto ya lo ha tratado en alguno de sus posts, al hablar de la guerra santa y la guerra justa), sino que más bien sería la de discernir en qué momentos de la Historia (y en qué lugares donde la Iglesia está presente) son aplicables las palabras del Señor a Pedro y en cuáles no. Y esto es lo que no sé si está bien planteado. La pregunta que surge es evidente: ¿quién determina entonces eso? ¿los propios protagonistas de tal momento concreto, o más bien nosotros, con la perspectiva que nos da la distancia? ¿O es la Santa Sede la que lo determina? Y si es el Papa, ¿según qué criterios...?

Por poner algún ejemplo concreto: los católicos en Pakistán, al ser brutalmente perseguidos por el régimen islamista, ¿han de adoptar la postura de "envainar la espada", o no? Yo creo que habrá pocos que digan que no, pues todos apreciamos el valor martirial de aquellas comunidades. ¿Y entonces, por qué los españoles estaban legitimados a empuñar las armas para expulsar al invasor musulmán en tiempos de la Reconquista? Se dirá, tal vez, que en España estaba firmemente asentada la fe cristiana desde hacía siglos, fe que además vertebraba la unidad de la nación desde el III Concilio de Toledo (esto es un ejemplo de "Cristiandad"), lo cual legitimaba el levantamiento armado... Bien, entonces ¿basta este concepto de "Cristiandad" para justificar el "no envainar" la espada...?

Otro ejemplo que se ha citado: la "cruzada" que se declaró en España en la guerra civil. Aquí la justificación de "no envainar" entiendo que es por el "odium fidei". Pero entonces, ¿por qué en Pakistán no hay que levantarse en armas...? Alguno dirá: pero es que en España había un cristianismo multisecular. Ya, ¿y en Egipto, por ejemplo, donde hay comunidades cristianas desde hace casi 2000 años? ¿Por qué allí no hay una "cruzada" cuando los cristianos son tan perseguidos (de nuevo por los musulmanes)?

Hummm, creo que es un asunto complicado. Por eso he puesto estos ejemplos, que yo mismo me planteo, para ilustrar la dificultad. No sé si podría Ud. aclararnos un poquito más esto.

Le reitero mi agradecimiento por toda su labor. Dios le bendiga.

+
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JMI.- Recuerde (98) al final. Condiciones para un alzamiento armado, probabilidad de victoria. En Pakistán no deben alzarse en armas los cristianos perseguidos porque son pocos y los desaparecen. Y en Egipto igual.
13/12/10 10:47 PM
  
Leo.
En todo caso al hablar de cristianos y acción política no está de más traer a colación las palabras de un sacerdote que encontré en la red:

Hay "personas que profesan unas ideas políticas muy arraigadas, nostálgicas de la dictadura, y las conciben como inseparables de una deformación de la religión, puesta al servicio de aquellas ideas, de tal modo que cuando aparece otro modo de entender el cristianismo, desvinculado de aquella ideología política, no razonan ni argumentan, sino que lo acusan de ser herejía o apostasía".

Un afectuoso saludo.
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JMI.- No se ve por qué el promover la acción política de los cristianos haya de estar vinculada a ideas nostálgicas de dictadura. Ese vínculo se dará en algunos, pero no en la inmensa mayoría hoy.
14/12/10 11:27 AM
  
in Te confido
Viendo la situación política, social y moral de la actual de España (aborto, suicidio, corrupción política, divorcios, violencia, paro, etc, etc.) caigo en la tristeza, rayana en desesperanza. Como bien dice Ud. es hora de rezar y mortificarnos, pero a veces da la sensación de ser poco lo que hacemos. Estamos en las manos de Dios

Un abrazo en Cristo.
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JMI.- Dios le guarde de la desesperanza. Cristo ayer-hoy-siempre vive y reina por los siglos de los siglos. Él está con nosotros y nosotros con Él. Oración, trabajo, penitencia-expiación por el pecado del mundo, pero de desesperanza nada de nada. Es la tentación preferida del padre de la mentira, el diablo, que nos ronda, como león rugiente, buscando a quién devorar.
"Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios".
14/12/10 9:56 PM
JMI.- Gracias por las correcciones del texto. Ya las he incorporado.
15/12/10 10:46 PM

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