Philip Trower, El trasfondo del ecumenismo -II

El trasfondo del ecumenismo

por Philip Trower

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I. Algunas palabras por adelantado

II. El movimiento para la unidad de los cristianos en los tiempos modernos

El siglo XIX vio por primera vez misioneros protestantes activos fuera de Europa a gran escala. Allí ellos se encontraron compitiendo no sólo con los misioneros católicos sino entre sí. Ya no protegidos en sus certezas por el entorno de sus países de origen, la cuestión multisecular se presentó, al menos para algunos, de una manera nueva. ¿Mi versión del mensaje de Cristo es realmente la única verdadera? ¿En el mejor de los casos es sólo parcialmente verdadera? Y luego [vino] el pensamiento: si pudiéramos estar de acuerdo en cuál es ese mensaje, sería más probable que aquellos a quienes les estamos predicando (chinos, indios, africanos) lo creyeran.

Estas cuestiones y tendencias dieron como resultado la Conferencia Misionera Mundial de Edimburgo en 1910, que, podría decirse, sin pretenderlo directamente, lanzó el movimiento para la unidad de los cristianos en su forma actual.

De él surgieron dos movimientos separados dedicados a lograr la reunificación cristiana: el movimiento Fe y Constitución (iniciado por el obispo episcopaliano estadounidense Brent); y [el movimiento] Vida y Trabajo (fundado por el arzobispo luterano sueco Soderblom).

Los dos movimientos estaban representados por comités permanentes con miembros de diferentes iglesias protestantes que trataron de estimular el interés en la reunificación cristiana y, durante las décadas de 1920 y 1930 y nuevamente después de la Segunda Guerra Mundial, organizaron una serie de conferencias internacionales inter-confesionales. Al comienzo sólo un porcentaje de las iglesias protestantes se comprometieron seriamente, y algunas siempre se han mantenido al margen.

Finalmente se hicieron acercamientos a las iglesias ortodoxas y otras iglesias orientales, cuya respuesta fue más esporádica y tentativa.

Fundación del Consejo Mundial de Iglesias

En 1948, en Ámsterdam, los movimientos Fe y Constitución y Vida y Trabajo se unieron para fundar el Consejo Mundial de Iglesias, al que se esperaba que algún día se unieran la Iglesia católica y las Iglesias orientales [separadas de Roma]. La sede permanente se fijó en Ginebra y las Asambleas Generales se celebran en otras ciudades de vez en cuando. El Consejo Mundial no es una súper-iglesia protestante (las iglesias miembros siguen siendo independientes), pero tiende a asumir ese estatus.

Un tercer organismo nacido de la conferencia de Edimburgo de 1910 fue el Consejo Misionero Internacional. Su objetivo era fomentar la acción común entre los misioneros protestantes y difundir las creencias claramente protestantes, más que lograr la reunificación de todos los cristianos. Por lo tanto, hubo algunas dificultades para incorporarlo al Consejo Mundial de Iglesias con su objetivo universalista. Pero en 1961 también fue finalmente absorbido.

Comenzó con el principio correcto

Volviendo a los primeros días, encontramos que la discusión comenzó con el principio correcto. La unidad debe significar primero y sobre todo el acuerdo sobre la fe. Eso era lo que se buscaba; los cristianos que no están de acuerdo sobre sus creencias no están realmente unidos.

Como trasfondo y ayuda para la discusión, ya se disponía de la conocida teoría de las ramas de la Iglesia. No era aceptable para todos, pero fue ganando terreno constantemente.

La teoría de las ramas implicaba que cualquiera que se adhiriera a ella estaba renunciando a su afirmación de que su iglesia y sólo ella era la única Iglesia de Cristo. Todas las iglesias eran ramas desgajadas de la Iglesia de Cristo original; y el árbol no tenía ningún tronco donde la fe se hubiera conservado intacta; la unidad se había perdido; todos se habían extraviado hasta cierto punto en materia de fe.

Se esperaba que la discusión, en primer término, eliminara los malentendidos y prejuicios. Luego, cuando éstos hubiera sido desechados, y las fuentes de la Revelación (en este caso la Biblia) [hubieran sido] reexaminadas con un espíritu de amistad, cada iglesia vería dónde había cometido errores y el verdadero contenido del mensaje de Cristo sería visto por todos.

Sin embargo, a pesar del esfuerzo sincero, la discusión no tuvo ese resultado, principalmente porque el problema central no fue realmente abordado.

La necesidad de determinar la Revelación

El ecumenismo tiene que ver esencialmente con la Revelación. En el corazón de todo lo que merece el nombre de cristianismo está la creencia de que Dios ha hecho una Revelación, que puede ser conocida con certeza. Pero en la búsqueda de un acuerdo al respecto, la primera pregunta que debe responderse no es “¿Qué ha revelado Dios? ¿Es tal o cual creencia realmente parte de Su mensaje?", sino “¿Cómo [Dios] la ha revelado y dispuesto para que sea transmitida a lo largo de los siglos?” Porque hasta que sepamos dónde se encuentra la Revelación en su plenitud, y quién, si es que existe alguien así, tiene autoridad para resolver disputas sobre ella, no podemos saber cuáles son sus contenidos. El movimiento ecuménico había tropezado con la necesidad de una fuente viva y un centro de la fe verdadera, un maestro cuya fe nunca falla. Pero hubo una renuencia general a enfrentar este hecho. La importancia atribuida al juicio privado [o “libre examen"] le impedía ser visto con claridad. En su mayor parte, la discusión siguió desviándose de la cuestión fundamental: “¿Dónde se encuentra la Revelación y quién es su guardián?” y concentrándose en la cuestión secundaria, “¿En qué consiste?", que por sí misma es incapaz de solución.

Entonces, ¿cómo había de lograrse un acuerdo acerca de lo que Dios ha revelado?

Muy rápidamente aparecieron dos escuelas de pensamiento. Éstas reflejaron la separación ya evidente de los protestantes, que he mencionado en otro lugar, en dos campos: los protestantes históricos y los modernistas protestantes.

Para los primeros, los protestantes históricos, todas las creencias son importantes. Hay una fuente de la fe absolutamente confiable: la Biblia sola; o la Biblia complementada por los primeros Concilios y el consenso de los Padres de la Iglesia. Por muy deseable que sea la unidad de los cristianos, no debe ser comprada manipulando la Palabra de Dios. El reencuentro, por lo tanto, es visto como algo difícil de lograr, que debe ser abordado con cuidado y —una vez que se han eliminado los malentendidos— depende principalmente de Dios y la oración.

Para los protestantes de este tipo, el juicio y la interpretación privadas de la Sagrada Escritura no son exactamente las cosas absolutas que los católicos a veces piensan que son. Dentro del protestantismo, desde el comienzo, el principio del juicio privado siempre ha vivido en una relación incómoda con una idea bastante diferente.

Ésta es la convicción de que los verdaderos creyentes de Cristo, bajo la inspiración del Espíritu Santo, siempre entenderán la Revelación en el mismo sentido. Hay una autoridad: la comunidad movida por el Espíritu Santo, o lo que la comunidad ha creído siempre bajo Su inspiración; aunque mayormente lo que se toma como la inspiración compartida de la comunidad es de hecho un reflejo de las convicciones personales del fundador de la comunidad. Si alguien difiere de la comunidad en un punto de la fe, eso es señal de que ya no está movido por el Espíritu Santo; y si persiste en su opinión, de hecho deja de pertenecer a la comunidad. Los protestantes de este tipo fueron los que más se resistieron a la teoría de las ramas de la Iglesia.

En el segundo grupo —el campo del modernismo protestante— las creencias empezaron a parecer cada vez menos importantes. Aquí, en verdad, el juicio privado reinó sin rival; o quizás deberíamos decir la libre especulación, dado que ya no había nada sólido —siendo la Biblia en su mayor parte un mito— a lo que aplicar el juicio privado. La reunificación fue tratada en gran medida como un emprendimiento humano, un ejercicio de diplomacia y negociación.

Hasta cierto punto, la división entre el protestantismo histórico y el modernismo protestante se reflejó en las dos partes originales del movimiento ecuménico. Los miembros del movimiento Fe y Constitución estaban preocupados principalmente por la doctrina; los miembros de Vida y Trabajo por las actividades prácticas y los problemas sociales, debiendo la fe, si se la considera necesaria, ceder el paso a esas exigencias más importantes.

(Los acercamientos a Roma hechos por Lord Halifax a través del Cardenal Mercier, que resultaron en las conversaciones de Malinas, fueron un asunto secundario. Halifax, como un episcopaliano de la “Iglesia alta", no estaba en la corriente principal de la Iglesia de Inglaterra y del resto del pensamiento protestante. Cómo logró engañarse a sí mismo para creer que un gran número de sus compatriotas ingleses compartían su inclinación hacia la doctrina y la práctica católicas es difícil de entender —aunque, para ser justos, hay que recordar que Newman antes de su conversión estaba bajo una ilusión similar—. De un modo desafortunado, aunque no intencional, Halifax también indujo a error a muchos de los católicos continentales con los que habló, dejando una falsa impresión que persistió hasta y durante el Concilio.)

Los modernistas toman el control

Entre 1900 y 1960, los dos enfoques en conflicto que he descrito determinaron el curso de las discusiones ecuménicas.

Pero a medida que el siglo avanzaba y el acuerdo aún parecía tan lejano como siempre, el impulso por la unidad tendió a provenir cada vez más de hombres de perspectiva modernista o parcialmente modernista con los protestantes históricos activando los frenos.

Para alcanzar la unidad de fe se probaron varios métodos, con los que los católicos se han familiarizado desde entonces.

El intercambio de creencias fue uno de estos métodos. “Ustedes renuncien a sus ideas fundamentalistas sobre la inspiración bíblica y nosotros no insistiremos en la ordenación episcopal".

Otro [método] fue tratar de establecer un común denominador de fe. “Averigüemos qué creencias tenemos en común. Entonces podremos concluir que éstas son la esencia del cristianismo, o la parte que realmente importa". Lo que sucede al final de este camino se manifestó hace poco tiempo cuando un grupo de los principales teólogos protestantes ingleses descubrió que sólo podían estar de acuerdo en dos cosas: “la probabilidad de la existencia de Dios y la reverencia por la persona de Jesucristo".

Estos métodos fueron mayormente resistidos por protestantes serios que no estaban dispuestos a ver la verdad revelada tratada de esta manera, que les parecía frívola.

Fue debido a la tendencia modernista de buscar un compromiso en lugar de un acuerdo genuino que algunos organismos protestantes se mantuvieron al margen del movimiento por completo. Por las mismas razones, la actitud de los cristianos orientales, incluso cuando participan en el movimiento, ha estado siempre marcada por una reserva considerable. El movimiento ecuménico los fortaleció frente a Roma, tristemente vista como una amenaza, pero por lo demás podía ser visto como lleno de riesgos para la fe.

La solución finalmente favorecida por los modernistas protestantes fue abandonar el intento de llegar a un acuerdo sobre las creencias. En lo que respecta a las creencias, los cristianos deberían creer lo que quisieran. El principio unificador en la Iglesia debería ser la acción conjunta, el culto conjunto y el amor a los hombres. Esto no se declaró explícitamente, pero se convirtió cada vez más en la opinión aceptada.

Desunión interna

En gran medida, estos líderes eclesiásticos modernistas o semi-modernistas simplemente estaban adaptando sus teorías a la práctica de sus rebaños. Creer lo que se quisiera ya estaba bien establecido en las iglesias más “liberalizadas". La desunión ya no era sólo entre iglesia e iglesia, sino entre oveja y oveja dentro del mismo redil. Donde existe esta desintegración interna de la fe de la comunidad, ella es ahora el mayor obstáculo individual para las perspectivas de reunificación corporativa. El pastor sólo puede llevar consigo a la minoría que por casualidad piensa más o menos como él sobre cada punto.

Éste es quizás también el lugar para señalar que el fracaso continuo de las iglesias y comunidades protestantes para llegar a un acuerdo no tuvo nada que ver con la “intransigencia romana". La Iglesia Católica no fue parte de las discusiones que he estado describiendo. En teoría, no había nada que impidiera que los protestantes se unieran; sin embargo, con todo lo que tenían en común, lo encontraron imposible.

Podemos ver entonces que, visto en su conjunto, el movimiento por la unidad de los cristianos tenía dos aspectos. Por una parte estamos presenciando claramente algo inspirado por Dios. Pero en el camino empiezan a aparecer tendencias que muy claramente no provienen de Dios.

Creo que es fácil de entender que el anhelo y la búsqueda de la reunificación comenzaran primero entre nuestros hermanos separados protestantes. Podemos ver esto, bajo el mando de Dios, como una inversión de la tendencia hacia una fragmentación cada vez mayor puesta en marcha en la Reforma por la interpretación privada de la Sagrada Escritura. Creo que también se puede ver que fue un preámbulo necesario para los eventuales contactos con la Iglesia Católica.

Un impulso paralelo que actúa en los corazones católicos, cuando verdaderamente proviene de Dios, se expresa de manera bastante diferente. Dado que para los católicos la unidad ya es poseída, la inspiración no toma la forma de una búsqueda de algo perdido, sino de una apertura del corazón.

La Iglesia Católica se movió con cautela

Hasta el acceso [al trono pontificio] del Papa Juan [XXIII], la Iglesia vio crecer el movimiento, pero no tomó parte de él pública y oficialmente.

Sin embargo, se permitieron ciertos contactos e iniciativas privadas no oficiales. Probablemente la más valiosa de ellas fue el movimiento de oración por la unidad de los cristianos, centrado en la semana de enero de cada año (la octava de la unidad) entre las fiestas de los Santos Pedro y Pablo. Esto había sido iniciado por el episcopaliano estadounidense (que finalmente se convirtió en católico), Padre [Paul] Wattson. Luego fue aprobado por San Pío X, y más tarde fue retomado y ampliado por el Abbé [Paul] Couturier. Otro ejemplo de iniciativa católica fue la fundación en 1947 por el jesuita P. Charles Boyer, esta vez con la aprobación de Pío XII, de Unitas [Unidad], un centro de trabajo ecuménico en Roma.

Si la Iglesia fue cautelosa, sus motivos no fueron ni el orgullo, ni la indiferencia, ni la mala voluntad. Los católicos individuales, incluidos los eclesiásticos, pueden haber sido culpables de estos pecados —y posiblemente lo fueron a menudo—, pero ése es otro asunto. La Iglesia, siendo lo que ella dice ser, tenía un rumbo mucho más difícil de dirigir. Hasta que se manifestó un fuerte deseo de reunificación entre los cristianos separados, era probable que los acercamientos públicos de la Iglesia se malinterpretaran como incertidumbre acerca de su propia misión. Ella también tenía que considerar la fe de sus hijos.

Sin embargo, el Papa Juan, como sabemos, decidió que en 1958 se había vuelto posible una nueva política. Debió de juzgar que la Iglesia podía dar una respuesta sin ser malinterpretada; o que el riesgo estaba justificado por el bien al que se aspiraba. Él también, sin duda, había tenido en cuenta la edad de hielo religiosa que se avecinaba. En las condiciones del pasado, con naciones y culturas separadas unas de otras y la mayoría de los cristianos viviendo en sociedades mayoritariamente cristianas, las diferencias cristianas y el mal comportamiento cristiano, aunque siempre deplorables, no eran tan dañinos. Pero esas condiciones se han ido. Ahora es como si toda la familia cristiana viviera en el set de un estudio de televisión con el mundo entero mirando. Las peleas familiares ya no son un asunto familiar. Para el honor de Dios y la expansión de Su Reino, debemos hacer mejor [las cosas]. Quizás también creyó que los cristianos necesitaban reunirse en busca de refugio y protección en la edad de hielo que se avecinaba, con sus perspectivas de vastas y amenazadoras manadas de mamuts ateos y ráfagas heladas espirituales ateas.

La Segunda Guerra Mundial también había tenido una influencia importante en el pensamiento ecuménico católico. Sobre todo en Alemania y Holanda, llevó a un gran aumento del número de católicos interesados ​​en (y con simpatía por) el protestantismo. Éste fue el resultado de las divisiones políticas provocadas por la guerra y los acontecimientos que la precedieron; ellos han afectado profundamente a todo el catolicismo continental. Los católicos que se aliaron con protestantes contra el gobierno nazi, una oposición que por lo general era tanto religiosa como política y que a menudo incluyó el trabajo en la clandestinidad o el encarcelamiento conjunto, llegaron a admirar la perspectiva religiosa, así como las convicciones políticas, de sus aliados y compañeros de sufrimiento, y a sentirse distanciados de sus compañeros católicos que habían tomado una posición política diferente o menos definida.

Una parte de estos últimos, que no habían tomado tal posición, también fueron afectados. “¿Por qué no habían tomado esa posición?” En el estado de ánimo de la posguerra de culpa y arrepentimiento por los horrores de la era de Hitler, aquellos que lo habían resistido activamente aparecían como los verdaderos cristianos unidos por algo más elevado y mejor que la mera profesión de doctrinas idénticas: la acción verdaderamente cristiana. ¿Seguramente eso era lo que importaba? ¿Seguramente ahí estaba la esencia de la Iglesia?

La situación y el estado de ánimo no eran diferentes a los que prevalecieron inmediatamente después de las grandes persecuciones del siglo III. También entonces los que se habían destacado, los confessores [confesores], eran naturalmente los héroes del momento, a quienes los débiles y pecadores que habían cedido, los lapsi [caídos], miraban con temor reverencial. También entonces algunos de los confessores llegaron a considerarse como formando una Iglesia por encima y aparte de la Jerarquía católica (cuyos miembros no siempre habían mostrado el mismo coraje) y teniendo el derecho, a causa de su heroísmo, a ser sus líderes. La diferencia, por supuesto, es que en el conflicto del siglo XX los problemas estaban mezclados y eran, primero y sobre todo, políticos; como consecuencia de lo cual “estar del lado de la democracia” —incluso con la Unión Soviética presentándose como uno de los principales campeones de la democracia— se convirtió en una parte esencial de estar del lado de Cristo. (CONTINUARÁ).

Copyright © The Estate of Philip Trower 1980, 2022.

Edición original: Philip Trower, Background to Ecumenism

Publicado en 1980 por The Wanderer Press, 201 Ohio Street, St. Paul, MN 55107, 612-224-5733.

Fuente: https://www.catholicculture.org/culture/library/view.cfm?recnum=3744

Este ítem 3744 es suministrado digitalmente por cortesía de CatholicCulture.org.

Traducida al español y editada en 2022 por Daniel Iglesias Grèzes.

Nota del Editor: Añadí aclaraciones breves entre corchetes en algunos lugares.


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1 comentario

  
Néstor
Muy esclarecedor, ya comienza a narrar el origen de la "teología de la segunda guerra mundial". Es notable, por ejemplo, cómo un denominador común de los "grandes pensadores" cristianos de la post-guerra es haber sido adversarios del nazismo. En algunos casos parece justificado pensar que ése es su mérito principal.

Saludos cordiales.
10/10/22 2:18 AM

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