InfoCatólica / Razones para nuestra esperanza / Archivos para: Mayo 2013

25.05.13

Galileo Galilei (Vittorio Messori)

Según una encuesta del Consejo de Europa realizada entre los estudiantes de ciencias de todos los países de la Comunidad, casi el 30% de ellos tiene el convencimiento de que Galileo Galilei fue quemado vivo en la hoguera por la Iglesia. Casi todos (el 97%), de cualquier forma, están convencidos de que fue sometido a torturas. Los que –realmente, no muchos– tienen algo más que decir sobre el científico pisano, recuerdan como frase “absolutamente histórica” un “Eppur si muove!“, fieramente arrojado, después de la lectura de la sentencia, contra los inquisidores convencidos de poder detener el movimiento de la Tierra con los anatemas teológicos.

Estos estudiantes se sorprenderían si alguien les dijera que estamos ahora en la afortunada situación de poder datar con precisión por lo menos este último falso detalle: la “frase histórica” fue inventada en Londres en 1757 por Giuseppe Baretti, periodista tan brillante como a menudo muy poco fehaciente.

El 22 de junio de 1633, en Roma, en el convento dominicano de Santa Maria sopra Minerva, después de oír la sentencia, el “verdadero” Galileo (no el del mito) dio las gracias a los diez cardenales –tres de los cuales habían votado a favor de su absolución– por una pena tan moderada. Porque también era consciente de haber hecho lo posible para indisponer al tribunal, entre otras cosas intentando tomarles el pelo a esos jueces –entre los cuales había hombres de ciencia de su misma envergadura– asegurando que en realidad en el libro impugnado (que se había impreso con una aprobación eclesiástica arrebatada con engaño) había sostenido lo contrario de lo que se podía creer.

Es más: en los cuatro días de discusión, sólo presentó un argumento a favor de la teoría de que la Tierra giraba en torno al Sol. Y era erróneo. Decía que las mareas eran provocadas por la “sacudida” de las aguas, a causa del movimiento de la Tierra. Una tesis risible, a la que sus jueces-colegas oponían otra, que Galileo juzgaba “de imbéciles": y que, sin embargo, era la correcta. Esto es, el flujo y reflujo del agua de mar se debe a la atracción de la Luna. Tal como decían precisamente aquellos inquisidores a los que el pisano insultaba con desprecio.

Aparte de esta explicación errónea, Galileo no supo aportar otros argumentos experimentales, comprobables, a favor de la centralidad del Sol y del movimiento de la Tierra. Y no hay que maravillarse: el Santo Oficio no se oponía en absoluto a la evidencia científica en nombre de un oscurantismo teológico. La primera prueba experimental, indiscutible, de la rotación terrestre data de 1748, más de un siglo después. Y para “ver” esta rotación, habrá que esperar hasta 1851, con ese péndulo de Foucault, tan apreciado por Umberto Eco.

En aquel año 1633 del proceso a Galileo, el sistema ptolemaico (el Sol y los planetas giran en torno a la Tierra) y el sistema copernicano (la Tierra y los planetas giran en torno al Sol) eran dos hipótesis del mismo peso, a las que había que apostar sin tener pruebas decisivas. Y muchos religiosos católicos estaban a favor del “innovador” Copérnico, condenado, en cambio, por Lutero.

Por otra parte, Galileo no sólo se equivocaba al referirse a las mareas, sino que ya había incurrido en otro grave error científico cuando, en 1618, habían aparecido en el Cielo unos cometas. Basándose en apriorismos relacionados con su “apuesta” copernicana, había afirmado con insistencia que sólo se trataba de ilusiones ópticas y había arremetido duramente contra los astrónomos jesuitas del observatorio romano, quienes decían, en cambio, que estos cometas eran objetos celestes reales. Luego volvería a equivocarse con la teoría del movimiento de la Tierra y de la fijeza absoluta del Sol, cuando en realidad éste también se mueve en torno al centro de la galaxia.

Nada de frases titánicas (el demasiado célebre “Eppur si muove!“), de todas formas, más que en las mentiras de los ilustrados y luego de los marxistas –véase Bertolt Brecht–. Ellos crearon deliberadamente un “caso", útil a una propaganda que quería (y quiere) demostrar la incompatibilidad entre ciencia y fe.

¿Torturas? ¿Cárceles de la Inquisición? ¿Hogueras? Aquí también los estudiantes europeos del sondeo se llevarían una sorpresa. Galileo no pasó ni un solo día en la cárcel, ni sufrió ningún tipo de violencia física. Es más, llamado a Roma para el proceso, se alojó (a cargo de la Santa Sede) en una vivienda de cinco habitaciones con vista a los jardines del Vaticano y con servidor personal. Después de la sentencia fue alojado en la maravillosa Villa Medici en el Pincio. Desde aquí el “condenado” se trasladó, en condición de huésped, al palacio del arzobispo de Siena, uno de los muchos eclesiásticos insignes que lo querían, que lo habían ayudado y animado, y a los que había dedicado sus obras. Finalmente llegó a su elegante villa en Arcetri, cuyo significativo nombre era “Il gioiello” ("La joya").

No perdió la estima o la amistad de obispos y científicos, muchas veces religiosos. No se le impidió nunca proseguir con su trabajo y de ello se aprovechó, continuando sus estudios y publicando un libro –Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias– que es su obra maestra científica. Ni tampoco se le había prohibido recibir visitas, así que los mejores colegas de Europa fueron a verlo para discutir con él. Pronto le levantaron la prohibición de alejarse a su antojo de la villa. Sólo le quedó una obligación: la de rezar una vez por semana los siete salmos penitenciales. En realidad, también esta “pena” se había acabado a los tres años, pero él la continuó libremente, como creyente que era, un hombre que había sido el benjamín de los Papas durante larga parte de su vida; y que, en lugar de erigirse en defensor de la razón contra el oscurantismo clerical, tal como afirma la leyenda posterior, pudo escribir con verdad, al final de su vida: “In tutte le opere mie non sarà chi trovar possa pur minima ombra di cosa che declini dalla pietà e dalla riverenza di Santa Chiesa“. ("En todas mis obras no habrá quien pueda encontrar la más mínima sombra de algo que recusar de la piedad y reverencia de la Santa Iglesia"). Murió a los setenta y ocho años, en su cama, con la indulgencia plenaria y la bendición del Papa. Era el 8 de enero de 1642, nueve años después de la “condena". Una de sus hijas, monja, recogió su última palabra. Ésta fue: “¡Jesús!”

(Vittorio Messori, Leyendas negras de la Iglesia, Editorial Planeta, Barcelona 1997, 4ª edición, pp. 117-120)

21.05.13

El quinto Evangelio –Fragmento 23 (Giacomo Biffi)

Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos (Mt 19,17).


Si quieres entrar en la vida, sigue los dictámenes de tu conciencia.

Este fragmento hará sin duda las delicias de los moralistas contemporáneos, los cuales tienden a simplificar cada vez más su tarea con la apelación a la conciencia del individuo. Sobre todo ofrece una clara justificación bíblica a la idea cada vez más difundida entre los cristianos de que no existe ninguna regla de moralidad fuera del sentimiento interior del bien y del mal.

En realidad no se trata de una doctrina nueva: siempre ha enseñado la moral cristiana que la norma próxima del bien obrar para el hombre concreto es su propia conciencia personal, a la que debe siempre seguir en cualquier cosa que mande o prohíba. La novedad consiste más bien en una concepción original de la conciencia y de sus funciones. La antigua mentalidad sostenía que la conciencia era solamente el altavoz interior que transmitía y amplificaba la ley de Dios; le era, por tanto, esencial a la conciencia el mantenerse en sintonía con la voz divina, sin la cual se hacía inservible como un receptor de radio que no pudiera conectar con la emisora deseada. Por tanto, la primera misión impuesta a la conciencia no era descubrir dentro de sí misma la norma de moralidad, sino buscarla en los mandamientos del Señor. El primer imperativo de la conciencia era conocer la ley.

En cambio, según la opinión que hoy se generaliza, parece que la conciencia no debe salir de sí misma; basta que esté atenta a sus propios deseos, a sus propias aversiones, a sus propios entusiasmos, a sus propios fastidios… y no tendrá necesidad de más. El conocimiento de las normas objetivas es algo extrínseco y, por tanto, indiferente. Y así hemos podido llegar finalmente a la raíz del equívoco: se había creído hasta el presente que la conciencia era un medio dado por Dios para hacernos conocer su voluntad; pero ahora hemos descubierto que se trata en realidad de un regalo mucho más precioso: es un medio para evitar al hombre la incomodidad de conocer la voluntad de Dios. Todo se hace así más fácil: la conciencia es la abolición de la ley. Es la ruptura con la esclavitud de los preceptos y de la casuística. El imperativo moral queda maravillosamente simplificado:

—¿Son lícitas las experiencias prematrimoniales?
—Sigue tu conciencia.
—¿Cómo hacer la declaración de la renta?
—Sigue tu conciencia.
—¿Me es lícito practicar un aborto si tengo ya tres hijos que mantener?
—Sigue tu conciencia. Si de hecho no está informada, síguela sin más.

Y no es sólo la tarea del moralista la que de este modo queda notablemente aligerada, sino también las decisiones aún más comprometedoras del individuo; porque, pese a las apariencias, no existe en este mundo nada más flexible que la conciencia que no trate continuamente de conformarse a la ley divina. Aguarda una recompensa inminente al hombre que obedece a su propia conciencia sin preocuparse de indagar el parecer de Dios: la conciencia acaba por obedecer fielmente al hombre sin pasarle factura ni gravarle con preocupaciones.

Aun el que haya contraído el feo vicio de envenenar de cuando en cuando a sus tías para anticipar la herencia, comprobará en el funeral de la cuarta que su conciencia (lo mismo que su tía) no tienen ningún reproche que hacerle.

(Giacomo Biffi, El quinto Evangelio, 1971, cap. 23).

Nota del Blogger: “El quinto Evangelio” es una crítica humorística a la teología “progresista” de los años ’70. El autor (un sacerdote italiano que posteriormente llegó a ser Arzobispo de Bolonia y Cardenal) imagina el hallazgo de treinta fragmentos de un “quinto Evangelio” que generalmente contradice a los Evangelios canónicos y se adecua a las ideas “progresistas”. En cada capítulo Biffi cita primero el texto de un Evangelio canónico, luego cita el fragmento “paralelo” del imaginario “quinto Evangelio” y finalmente comenta dicho fragmento en forma irónica.


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13.05.13

Revista "Fe y Razón" (N° 82 - 13 de mayo de 2013)

Para acceder a todo el N° 82, por favor presione este enlace.

A continuación reproduzco el artículo editorial.


Ciclo de Conferencias con motivo del Año de la Fe

Equipo de Dirección

El Centro Cultural Católico “Fe y Razón” tiene el agrado de invitarlos a participar del Ciclo de Conferencias con motivo del Año de la Fe que ha organizado con el apoyo de la Facultad de Teología del Uruguay “Monseñor Mariano Soler”.

Todas las conferencias tendrán lugar en el Aula Magna “Pablo VI” de la citada Facultad. Dicha aula está localizada en la calle San Juan número 2666, entre las calles San Fructuoso y Tapes, en la ciudad de Montevideo (Uruguay).

El horario será siempre de 19:00 a 21:00 horas.

A continuación indicamos los datos de las cuatro primeras conferencias:

Fecha: Jueves 13 de junio de 2013
Expositor: Mons. Dr. Antonio Bonzani, Rector de la Facultad de Teología del Uruguay “Monseñor Mariano Soler”
Tema: La escatología en el Catecismo de la Iglesia Católica

Fecha: Jueves 20 de junio de 2013
Expositor: Mons. Dr. Jaime Fuentes, Obispo de Minas, Responsable de la Comisión Nacional de Cultura y Diálogo con los no creyentes de la Conferencia Episcopal del Uruguay
Tema: Cómo reformar la Iglesia. La enseñanza de Santa Catalina de Siena

Fecha: Jueves 27 de junio de 2013
Primer expositor: Ing. Daniel Iglesias, Secretario del Centro Cultural Católico “Fe y Razón”
Primer tema: El Concilio Vaticano II y el ecumenismo: ¿renovación o ruptura?
Segundo expositor: Lic. Néstor Martínez, Presidente del Centro Cultural Católico “Fe y Razón”
Segundo tema: El “subsistit in” y la eclesiología católica

Más adelante anunciaremos las conferencias del mes de julio.

La entrada a todas las conferencias de este ciclo será libre y gratuita. Quienes lo deseen podrán colaborar con el Centro Cultural Católico “Fe y Razón” mediante una donación.

Les rogamos que den la máxima difusión posible a esta invitación, reenviándola a sus familiares, amigos o conocidos. Desde ya muchas gracias.

Destacamos que la conferencia de Mons. Dr. Jaime Fuentes cambió de fecha (del 6 al 20 de junio) para evitar que coincidiera con la conferencia que Mons. Dr. Carlos María González Saracho dictará el jueves 6 de junio a las 19:30 sobre “El Concilio Vaticano II y Mons. Álvaro del Portillo” en la Universidad de Montevideo (Prudencio de Pena 2544), en el contexto de un Programa Académico referido también al Año de la Fe. Recomendamos a nuestros lectores esa conferencia y ese Programa Académico.


En otro orden de cosas, informamos a nuestros lectores que, por razones de fuerza mayor, tuvimos que postergar la publicación de este número de la revista y finalmente publicarla como un “número de emergencia”, sin varias de las secciones habituales. Les pedimos las disculpas del caso.