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1.08.20

(434) Nominalismos neomodernistas

Personalistas y neoteólogos minusvaloran, por abstracta, la universalidad del conocimiento intelectual, y prefieren la experiencia estética privada de lo sensible, (como Hans Urs von Balthasar), sometiendo el entendimiento al singular concreto y subordinando la ley eterna a la situación existencial e histórica, como hace Amoris laetitia.

 

El neomodernismo sustituye el conocimiento intelectual por el conocimiento sensible.

 

El subjetivismo personalista reemplaza la doctrina clásica de la abstracción por la experiencia singular concreta, a la manera de los nominalistas. Y en este sentido, transmuta los conceptos universales en teorizaciones subjetivistas. Degenerando siempre, aunque se niegue, en solipsismo liberal.

 

La tesis dominante en la teología actual es la que afirma que los conceptos universales son inadecuados para expresar la verdad, y por eso hay que acudir a conceptos particulares y subjetivos, transmitidos no por vía escolástica y docente, sino sólo por mero testimonio personal.

Por ello es norma general, en la actualidad, evangelizar por “dialogo” e intercomunicación de testimonios subjetivos y no por exposición objetiva de nociones universales. La fe, de esta manera, ya no consiste en creer, sino en experimentar privadamente, sentir en particular, intercambiar experiencias religosas propias e intransferibles. Es una falsificación del verdadero testimonio cristiano, instrumentalizado para servir de alternativa espuria de la predicación, con objeto de hacer viable el pluralismo teológico moderado posconciliar. Condenan el relativismo como conclusión, pero aplauden el pluralismo moderado, que es su premisa.

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27.06.20

(431) Un nuevo modelo de fe

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Desde los tiempos del modernismo combatido por San Pío X, su reanimación por las tesis del Personalismo y la Nueva Teología denunciadas por Pío XII —el neomodernismo—, y su consolidación en iglesias locales e instituciones docentes, se ha ido fraguando, como venimos viendo, un nuevo paradigma de fe. Se ha pasado del modelo de la no visión al modelo de la visión.

 

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Siempre se ha enseñado que la fe «es incompatible con la visión intelectual o sensible», porque de suyo es de non visis (Cf. Suma II-II, I-4). «Por eso en el cielo desaparecerá la fe, al ser substituida por la visión facial» (Antonio ROYO MARÍN, Teología de la perfección cristiana, Madrid, 1958, pág. 435).

Por eso, como aclara en nota a pie de página Royo Marín, «las visiones y revelaciones privadas, sobre todo si son claras y distintas, más bien sirven de estorbo que de ayuda a la fe pura, como explica hermosamente San Juan de la Cruz (Subida II y III). (Ibid., pág. 435)». Lo cual significa que las revelaciones privadas pueden no servir de ayuda si se entrometen y desordenan el hábito de la fe, suscitando deseos indebidos de visión e incluso una vana curiositas. No se niegan ciertas experiencias misticas de visión, sino que este ver místico pueda sustituir a la virtud de la fe, incluso en ausencia del estado de gracia.

 

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Por esto, usando una sabia pedagogía, los viejos catecismos recalcaban que la fe pertenece a un orden en que no se ve, sino que se cree. Un orden en que se adquiere un asentimiento firmísimo no en base a e-videncias, sino en base a la soberana autoridad de Dios, que no engaña.

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18.05.20

(424) Una necesaria ambigüedad

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La ambigüedad doctrinal es como clavadura en los pies de un caballo. El clavo ha penetrado la carne viva, el jinete anima al animal a que se mueva, pero éste cojea y cada vez está peor, la herida va comiendo por dentro al caballo y agobiando al jinete, que no consigue llegar donde debía. Si el hombre no reacciona y descubre la herida y extrae el clavo y la cura, el pus negro y oscuro va devorando al animal.

 

2

Lo mismo puede pasar, está pasando, con la virtud de la fe. La Nueva Teología ha conseguido que hoy se hable ambiguamente de ella. Sin distinguir lo que es creer de lo que es amar, de lo que es esperar; de lo que es mera convicción adámica, de lo que es emoción religiosa, de lo que es experiencia subjetiva, de lo que es mera creencia humana, demasiado humana. Por eso hay que afirmar, hoy, tajantemente, que así como la caridad consiste en amar, y la esperanza en esperar confiando, la fe consiste en creer.

 

3

El hombre moderno abomina de su propio logos, prefiere la voluntad. El católico neomodernizado, quiere conservar, como conservador que es, esta abominación por ser moderna, pretende mantenerla pero no del todo (no es progresista), por eso, sin llegar a negarla, se dice: creer, sí, vale, pero sobre todo y ante todo…. experimentar, sentir, confiar,…No así el católico tradicional. Y es que el Catecismo de San Pio X, 864, lo explica con grata concisión antimoderna: «¿Qué es Fe?.— Fe es una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestra alma, y por la cual, apoyados en la autoridad del mismo Dios, creemos ser verdad cuanto Él ha revelado y por medio de la Iglesia nos propone para creerlo».

 

4

En consecuencia, ser creyente es creer que es verdad cuanto Dios revela y propone para ser creído como verdadero a través de la Iglesia. Por esto la Iglesia es, como dice la Santa Vulgata, «columna et firmamentum veritatis», columna y firmamento, fundamento de la verdad (1 Tim 3, 15). Firmamentum, como traduce el Diccionario Vox es «apoyo, sostén; prueba, confirmación; […] firmamento, cielo». Mediante la fe recibida de Dios —por eso es teologal, porque procede de Él— a través de los sacramentos, la Iglesia nos ha de confirmar en la verdad; la Iglesia que debe ser nuestro sustento, y, también, el firmamento de nuestro anhelo de verdad. Nunca el velo que la oculta con ambigüedades. La Iglesia debe des-velar-nos la verdad, por ello ser docente, enseñarla y no ocultarla, porque la hemos de creer. Porque «Dios quiere que todo el mundo se salve, y llegue al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4).

 

5

Por supuesto, la verdad es Nuestro Señor Jesucristo, Él ES la verdad, y también lo que dice ES la  verdad. El es la Palabra que dice palabras verdaderas. La fe consiste en creerle.  La verdad recibida y creída a través de la fe está propuesta, esto es, formulada, dada en conceptos adecuados a nuestra necesidad cognitiva, de manera que podamos creerla y salvarnos. Las verdades reveladas por Dios, esto es, la doctrina revelada, está adecuada a nuestra forma humana de conocer, y se ajusta a lo que necesita nuestro entendimiento. La gracia nos conforma a la mente de Cristo.

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10.05.20

(423) Volver a tener pulso

Las mentes conservadoras, activas en partidos, cátedras, púlpitos o movimientos, conservan moderadamente las novedades con que las mentes progresistas quebrantan el orden natural y sobrenatural. Van por ahí dando clases de ortodoxia citando autores que no se sabe si son un poco heterodoxos o un poco ortodoxos (citas que, aunque al común de los católicos parecen un rollo infumable, para estas mentes superexegetas son cosa extraordinaria, o hacen como que lo son).

Debe el hombre de tradición dar el paso y no quedarse en la fantasmagoría moderada, creyendo que es católica.

La solución a los males que nos aquejan no se encontrará, por eso, donde germinan los principios del quebrantamiento, pérfidas semillas de cizaña con apariencia de trigo.

La Causa de la Regeneración, ahora, en esta tierra, pasa por el desencanto de la ilusión conservadora, que todavía atrae a cristianos de buena voluntad.

Porque la originales teorizaciones piadosas del catolicismo conservador, que siempre son un plagio encubierto, subcatólico, de la Reforma, no dan sino más de lo mismo: nihilismo y apatía con aspecto espiritual.

La tradición local hispánica, entre sus muchas virtudes, contiene la de la clasicidad: la de aferrarse firmemente a la Tradición, a la Escritura, al Magisterio, porque cree firmemente que la Iglesia es columna y fundamento de la verdad, y por eso ha de ser docente, en lugar de ensayista o teorizante. No sólo a la traditio sobrenatural, sino también a la cultural, jurídica, musical, espiritual en general. Nos conviene, porque mantiene inconsútil la doctrina católica clásica, y por ello es más potente, cuenta con la gracia. Para qué defender derecho-humanismos globales si tenemos el derecho natural.

Labor urgente de todos los católicos que tienen por lengua madre la del Manco de Lepanto y la Santa Fundadora de Ávila, es mantener la primacía de la perspectiva sub specie aternitatis que desde tiempos inmemoriales caracteriza nuestros quehaceres, nuestros dolores, nuestras epidemias, nuestras tribulaciones y nuestros gozos y sombras.

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3.05.20

(422) Regeneración, sin más

Regeneración, sin más. Dejémonos de fantasías, de quijotismos. Seamos realistas, cuerdos, discretos, cabales. Donde hay molinos no veamos gigantes, sino molinos. Que el manco de Lepanto no haya escrito el Quijote en vano. Démonos cuenta de dónde estamos, y a dónde hemos de ir. 

Esta es la Causa que debe consumir nuestros desvelos: contribuir a la regeneración de nuestra traditio. Digo de la nuestra, no podemos actuar por otros, ni enajenarnos en la mente de otros, ni dejar lo nuestro a un lado para ser otros; debemos saber quiénes somos y, como diría Vallet de Goytisolo, cuál es nuestra tarea. Y somos la fe de nuestros padres. No tenemos otros. Nuestros padres no fueron los que alzaron el filo de la guillotina, ni los que dijeron que pensaban luego existían, ni los que desmontaron la Veterum sapientia para convertir en dios al devenir.

No. La influencia de la filosofía y teología francoalemanas ha producido desastrosas consecuencias en nuestro pensamiento. La primera, la pérdida de la esencia propia, la descomposición europeísta de nuestro numen local, es decir, de nuestra tradición hispánica. La del Beato Diego José de Cádiz, la del Jesús del Gran Poder, la de la orfebrería sacra, la de las procesiones y los Rosarios de la Aurora, la de Tomás Luis de Victoria y Báñez dirigiendo a Santa Teresa de Jesús.

Quisieron echar siete llaves al sepulcro del Cid, callar la pluma de Cervantes y amanerar con dulces y refritos la locura de la Santa de Ávila, poner ascensores al Monte Carmelo, subirlo como San Juan de la Cruz pero sin las renuncias de San Juan de la Cruz. Quisieron aguar la tradición aristotélico tomista de nuestros escolásticos, afrancesar la doctrina de nuestros Saavedras-Fajardos, suavizar las sombras de Ribera y romantizar a Murillo. Pero no. No podemos no ser cervantinos, porque el catolicismo hispánico es manco de Lepanto. Y es quevediano, tiene desenvoltura sobrenatural, no teme el esperpento, ni el hacerse todo a todos para ganar almas. No quiere el bienestar sino la cruz a secas, y pintada por Velázquez. (Y el Resucitado por El Greco). Somos numantinos y también de Escipión. No queremos que vuelva Moloc, porque nuestros ancestros derrotaron Cartago.

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