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27.04.21

(469) Iglesias locales sin pulso

1

La Beata Ana Catalina Emmerick, en julio de 1821, hablaba del Iluminismo que contamina la mente de muchos estudiantes —vale también decir seminaristas—, con esas tóxicas ideas que son como «manojos de serpientes en las manos»; ideas ilustradas que «les entraban por la boca y les sorbían los sesos»; y que no son sino «serpientes filosóficas”»[1]. Sí, esas serpientes que, desde hace tiempo, están de moda en tantos púlpitos y centros docentes eclesiásticos.

Más adelante continúa:

«me vi con espanto en una tabla medio podrida y tuve que pedir a mi guía [su Ángel Custodio] que me socorriera. Mi guía me tranquilizó y me puso en lugar seguro. Habiéndole yo preguntado qué significaba aquella cajita negra [que poseían los discutidores y polémicos maestros de los que había hablado antes] me respondió: “Es la presunción y la sofistería; y aquella mujer [que dominaba aquel lugar de discusión y polémica] es la filosofía, o, como dice, LA RAZÓN PURA, que todo lo quiere según su forma. A ella se atienen estos maestros; no a la verdad de oro de la tradición pura”»[2].

 

2

La Iglesia no podrá combatir estas serpientes filosóficas de la razón pura, (esto es, de Kant, Hegel, etc., y sus herederos católicos, neoteólogos y personalistas), si renuncia a su auctoritas, o si la ejerce al modo liberal, ni si sucumbe a la presión de las oligarquías intelectuales. No podrá configurarse como una emboscadura —que diría Ernst Jünger— en medio del mundo moderno; no podrá conformarse como sobrenatural refugio y roca de verdad si no se opone a los venenosos principios esenciales del siglo. Si la Iglesia piensa con la razón pura en lugar de con la tradición pura, ¿cómo salvará al mundo del veneno anfisbeno de la Modernidad? Porque, como bien dice Dalmacio Negro:

«la Iglesia —las iglesias—, sumida también en el proceso de decadencia, no es hoy un contramundo en el mundo, pues, más o menos enfeudada a los gobiernos temporales, ha renunciado a ejercer su auctoritas»[3].

No creemos que haya renunciado de modo absoluto, porque entonces dejaría de ser la Iglesia; pero sí de manera generalizada; y alarmante, sin duda, en numerosas iglesias locales descristianizadas.

3

La Modernidad es la Era del Estado, no tanto el tiempo del estatismo, como diría Hoppe[4], sino ante todo la Era del subjetivismo institucional, cuyo ego absoluto se llama Estado.  En la Era del subjetivismo institucional, aquellas iglesias locales institucionalmente subjetivistas, copiando el estatismo hodierno, sucumbirán al ego absoluto del Estado y sufrirán un daño irreparable, se descristianizarán. Porque una diócesis subjetivizada no es otra cosa que una diócesis descatolizada, una comunidad con serpientes en las manos.

 

4

Siempre hay una oligarquía detrás de las formas contemporáneas de gobierno. «Al ser la oligarquía inmanente a cualquier forma de gobierno, Gonzalo Fernández de la Mora decía que las trasciende a todas»[5]. La oligarquía teológica, en la Iglesia, son los neoteólogos y los docentes personalistas, sobre todo parte del clero, también seglares comprometidos con la neoteología. Conforman una especie de élite ideológica que “trasciende” al gobierno de las Iglesias locales descristianizadas, cuando éste es ejercido al modo liberal, esto es, dejando gobernar, en realidad, a los especialistas que engañan al pueblo, pretendiendo ser voceros de su sensus fidei.

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