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2.11.20

(446) La confusión es lo peor

La confusión voluntaria de la mente es de lo peor, en estos momentos. Ni las prisas del Maelstrom, ni los nervios de punta eclesiales, ni siquiera la inestabilidad tan propia de la crisis. Lo peor es la confusión, los muebles revueltos, tomar el bien por mal, no ver lo que se tiene delante de los ojos. Mentirse uno mismo, por falsa obediencia, y caerse de la gracia, como diría Bloy.

Los males del mundo moderno, doblemente acelerado, conducen al desorden. Pero lo peor no es eso. Lo peor es la confusión.

Ya lo decía, tan expresivamente, Castellani, en sus Domingueras prédicas:

 «Tenemos los nervios de punta: la velocidad, el ruido, los apurones, el smog o smoke fog; el desorden, las deficiencias, el mal regimiento de las ciudades; la inflación, los impuestos, los ladronzuelos que hay por todos lados, los choques, las peleas, la inestabilidad política, la indisciplina de las costumbres … todas cosas propias de nuestro tiempo. ¿Es eso? HAY ESO; pero no ES ESO.

Peor es la confusión, la inquietud y la falta de asiento y seguridad en las mentes: los falsos profetas, los sembradores de cizaña, los demagogos y sofistas; servidos por los medios de difusión y publicidad más estupendos.»

 

El mal propiamente moderno es el absolutismo de la acción, el totalitarismo de la praxis, el hegelianismo en la vida religiosa, la apoteosis del devenir que impide la contemplación, porque la pulveriza en pastoral.

Es un impedimento de tinieblas, no lo dudemos, que causa espantable confusión. La oscuridad contemporánea, la que se filtró, sin darnos cuenta, por una rendijilla de la Iglesia, toma forma de Anillo único y su dueño lo reclama. Lo peor es el pecado. Por eso la confusión voluntaria es de lo peor, porque al pecado conduce, a sistematizarlo, a convertirlo en estructura, en mecanismo de turbación, en quiebra de toda vida civilizada. La confusión voluntaria hace imposible la sabiduría, que es el alma de la contemplación.

El humo del Leviatán sofoca la contemplación, que es lo más perfecto, porque incluye, también, la caridad. No hay fuente más grande de dicha y de fecundidad de espíritu. Contemplar, contemplar entendiendo o sin entender, mirar lo que no se ve, pero se sabe con certeza sobrenatural. Contemplar a oscuras, pero no la oscuridad. Y darlo, no al cerdaje, como el que ofrece margaritas. Sino a La Comunión de los Santos. Contemplata aliis tradere.

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