InfoCatólica / La Mirada en Perspectiva / Archivos para: Septiembre 2020

25.09.20

(442) Defensa de lo justo

La escuela hispánica, de honda raigambre aristotélico tomista, es rica en doctrina jurídica. Desde hace mucho tiempo defiende el derecho natural como un derecho vivo. Porque, como señala Juan Vallet de Goytisolo, «no fue ni pretendió ser un orden de normas autónomas, separado del derecho positivo, como un modelo ideal, sino algo vivo que existía enlazado con el derecho positivo; y aún hoy sigue siendo, como vamos a ver, algo operante en cuanto no se le impida aflorar» (Qué es derecho natural, Speiro, Madrid, pág. 17).

 

El derecho natural no consiste sólo en aplicar la ley natural al caso, como si fuera una derivación jurídica de la teología moral, sino en deducir las relaciones de justicia que emanan de la naturaleza misma de las cosas.

 

El derecho natural lee lo justo en los primeros principios y no en las ideas ni los valores, y por eso es teorético y no teórico.

 

El derecho es lo justo.

 

La libertad consiste en la elección voluntaria de un orden de justicia que no es opcional, sino debido. Porque la justicia es necesaria. La opción radica en los medios y en los fines.

 

El derecho natural crea necesidad, porque dimana de la naturaleza de las cosas, y las cosas son lo que son.

 

El derecho natural no está necesitado de voluntad política alguna para ser necesitante.

 

El derecho es el objeto de la virtud de la justicia.

 

Rahner considera mero triunfalismo la defensa del derecho natural; Ratzinger, en su debate con Habermas, prefiere no utilizarlo por estimarlo ineficaz, tras el triunfo teórico del evolucionismo; los católicos de hoy en día, sin embargo, contra la perspectiva positivista de los derechos humanos en la era liberal y globalista, debemos dar la cara por el derecho natural. Porque es la determinación de lo justo en lo concreto y esencial. Y no hay renovación posible del pensamiento católico sobre la base del personalismo jurídico.

 

El reinado social de Cristo es también de derecho natural.

 

Por su necesidad social, la potestad civil es de derecho natural.

 

Sólo Dios puede ser causa eficiente de la potestad civil. Y como el Padre lo ha delegado en su Hijo, sólo Cristo es causa eficiente de la potestad civil, porque toda autoridad viene de Dios.

 

21.09.20

(441) Glosario babélico

Tradición creativa.- Novedad de apariencia patrística, de unos cuarenta o cincuenta años de antigüedad.

 

Personalismo.- Filosofía que ha superado el objetivismo de Santo Tomás y ha conseguido con éxito autodeterminarse.

 

Moderantismo.- Degustación atemperada de la Revolución, de aspecto piadoso.

 

“Profundidad".- Oscuridad con que los neoteólogos encubren sus cavilaciones para protegerlas de toda distinción. Donde no se ve, nada se discierne.

 

Desescolástización.- Derribo de murallas en la Ciudadela para que el enemigo se sienta invitado a pasar, sin argüirle de falta.

 

Horticultura goecia- Extraer la pulpa del fruto sin aparentemente dañar la piel, y rellenarla con carne de otra especie, para que el nuevo zumo ocupe su lugar.

 
Desnorte de conciencias.- Ceguera por ambigüedad. Incapacitación para discernir el bien y el mal, la verdad y el error, lo bello y lo feo, lo tradicional y lo nuevo.
 

Retorsión ad hominem.- Apelar al prestigio personal del que yerra, para descalificar al que intenta advertirle de su error, devolviéndole su refutación cargada de sospecha, desactivándola.

 

Torcidismo teológico.- Manipular, sin que se note, la doctrina, para acomodarla a las necesidades de la pastoral.

 

17.09.20

(440) Preguntas peligrosas

Es necesario combatir errores y afirmar la verdad, y por eso, sobre todo, es bueno que exista y continúe Infocatólica.

Para que no tengan que hablar las piedras, en ocasiones, sino los católicos, poniendo luz en ciertas oscuridades, recordando verdades doctrinales, (también filosóficas y teológicas), sobre todo aquellas que han sido ignoradas, silenciadas y encubiertas con nuevas doctrinas, deliberadamente.

Por eso yo también os pido que ayudéis económicamente a esta casa, para que continúe haciendo la labor que Dios le conceda. 

Es esencial luchar por la defensa de la sana doctrina porque, no nos engañemos, son tiempos de apostasía y no hay opción. Porque, como enseña San Pío X en la Pascendi, «en estos últimos tiempos ha crecido, en modo extraño, el número de los enemigos de la cruz de Cristo». Dio este aviso en Roma el 8 de septiembre de 1907, y todavía, en 2020, conserva su urgencia y actualidad.

* * *

Es bueno, pues, que en tiempos de apostasía, se declaren los errores y se repropongan las verdades, para enmienda del entendimiento y de la propia vida. De apostasía, digo, explícita e implícita. Lo explicaba, con gran claridad, el Padre José María Iraburu en (02) Apostasías en la Iglesia (10-6-2009):

«Apostasía explícita o apostasía implícita. Se da una apostasía explícita cuando un cristiano declara abiertamente que rechaza la fe católica, o cuando públicamente se adhiere a otra religión, o cuando por palabras o acciones se declara ateo. Pero también se da una apostasía implícita, pero cierta, real, cuando un cristiano, sin renunciar expresamente a su fe, incluso queriendo mantener socialmente su condición de cristiano, por sus palabras y obras está afirmando claramente que se ha desvinculado del mundo de la fe, es decir, de la Iglesia.»

Por eso, es pertinente no dejar de hacerse esas preguntas peligrosas de las que hablaba el P. Iraburu en el mismo lugar:

«Preguntas peligrosas. Vamos adelante, sin inhibiciones. ¿Hoy en la Iglesia católica, en nuestras parroquias, serán quizá apóstatas, explícitos o implícitos, una gran parte de los bautizados? ¿Y en nuestros Seminarios y Facultades no serán también apóstatas una parte no exigua de los docentes de teología?»

Y continuaba:

«Hacerse preguntas como éstas, ya se comprende, resulta hoy sumamente peligroso. Por eso la inmensa mayoría de cristianos, incluidos muchos Pastores sagrados, lo evitan. Pero aquí, con el favor de Dios, no vamos a ponernos límites a la hora de buscar la verdad de la santa Iglesia católica, para afirmarla con toda la lucidez y fuerza que el Señor nos dé».

* * *

De Luis Fernando Pérez Bustamente he aprendido la sana costumbre de citar, siempre que hace falta, para no perder el norte, Jn 15, 5: «Sin Mí no podéis hacer nada», y Fil 2, 13: «Es Dios quien obra en vosotros vuestro querer y vuestro obrar, según su beneplácito».

Con estos dos pasajes en la mente, que son todo un lema de vida y de intención de bloguero, pido para Infocatólica la intercesión de la Santísima Virgen y de San Juan Bautista, y solicito ayuda para sostenerla si Dios lo quiere.

Tendrá sus virtudes y sus defectos, y sus blogueros los tendremos también. Pero lo importante es pedir la gracia de Dios para que ilumine mentes y corazones, y se pueda combatir el error y defender las verdades, a la medida del don divino. Que si se pide, humildemente, la ayuda divina no habrá de faltar para dejar al Espíritu Santo «conducirnos hacia la verdad completa» (Jn 16,13), esa verdad católica y tradicional que tanto necesita el mundo y la Iglesia.

 

David González Alonso Gracián

 

13.09.20

(439) Qué tienes, que no hayas recibido

En la profunda Apología que los dominicos hispanos, capitaneados por el eximio Domingo Báñez, escribieron contra la Concordia de Molina, critican la siguiente afirmación capital del molinismo:

«Puede suceder que, tras haber llamado Dios a dos hombres a través de un auxilio interior igual, uno se convierta en virtud de la libertad de su arbitrio y el otro permanezca en la infidelidad. A menudo sucede que, con un mismo auxilio, uno no se convierte, pero otro sí» (Citado en la Apología, Fundación Gustavo Bueno, Oviedo, 2003, pág. 41, trad. de Juan Antonio Hevia Echevarría).

En el capítulo segundo, los dominicos analizan esta afirmación enseñando que, por contra, la distinción entre el que cree y no cree no se debe principalmente al hombre, que es sólo causa segunda subordinada, sino que

«la distinción entre un hombre y otro […] se debe a aquello que se recibe de Dios» (pág. 46).

Y argumentan, siguiendo fielmente las enseñanzas de Santo Tomás, que 

«si la afirmación de Molina es verdadera, aquel que cree no difiere del otro [que no cree] en algún auxilio de la gracia preparante, sino que por su propia virtud [humana] gracias a su libertad natural e innata, se hace diferente del otro, abraza la fe y, por ello, podrá jactarse de su virtud ante el otro» (pág. 46).

Citando a San Pablo 1 Cor, 4,7, preguntamos al que cree ser autor principal de su conversión, «¿Qué tienes que no hayas recibido?».

Y es que el que se convierte no se ha convertido por sí solo. Pero el que ha pecado, sí ha pecado por sí solo, aunque ni siquiera los actos físicos haya sido capaz de realizarlos por sí solo. Dios causa primeramente la conversión que el hombre causa segunda y subordinadamente. Pero Dios, ni directa ni indirectamente, causa el pecado.

* * *

En esta muy exacta y, a la vez, respetuosa con el misterio, exposición “causalista” de la doctrina sobre la gracia, los tomistas fieles a Santo Tomás siempre han hecho hincapié en la absoluta dependencia causal que para el bien el ser humano tiene de Dios, y en la independencia causal que tiene, en cambio, para el torcimiento malvado de su voluntad.

 

Así, la obra saludable es obra 100% de la gracia, y por ello, es obra 100% del hombre. Y el resultado no es una suma, sino el mismo 100%, de tal manera que es indistinguible lo que hace Dios de lo que hace el hombre, porque la obra saludable es, en sí, un todo causal pero no una suma de partes, y menos, una suma en que el sumando principal es la parte humana.

 * * *

 

Los tomistas fieles a Santo Tomás, por eso, siempre han insistido en que es Dios quien causa primeramente la obra buena,  conforme a la enseñanza de Trento, ses. VI, cap. 13, 

«Dios por cierto, a no ser que los hombres dejen de corresponder a su gracia, así como principió la obra buena, la llevará a su perfección, pues es el que causa en el hombre la voluntad de hacerla, y la ejecución y perfección de ella

Trento, de alguna manera, nos habla de un sombrío «a no ser que», de una oscura y misteriosa iniciativa del mal que Dios permite, que es culpa del hombre, y que excluye la correspondencia a la gracia.

Sí, Dios causa en el hombre la voluntad de obrar el bien, como enseña mismamente Orange II:

Can. 23. «De la voluntad de Dios y del hombre. Los hombres hacen su voluntad y no la de Dios, cuando hacen lo que a Dios desagrada; mas cuando hacen lo que quieren para servir a la divina voluntad, aun cuando voluntariamente hagan lo que hacen; la voluntad, sin embargo, es de Aquel por quien se prepara y se manda lo que quieren».

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8.09.20

(438) Defensa de la clasicidad

La clasicidad es la virtud de aferrarse firmemente a lo tradicional, en consonancia de fe y razón. Es el hábito de la tradicionalidad.

No consiste en construir museos, ni en reinterpretar el pasado, ni en reformarlo moderadamente, ni en inventarse otro acervo, ni en combinarlo y amalgamarlo con lo nuevo para agradar al novedoso y novelero; sino en entregar su legado (grecolatino y cristiano) de generación tras generación.

Como explica Álvaro d´Ors:

«La Tradición, en el sentido ordinario de transmisión de un determinado orden moral, político, cultural, etc., constituido por un largo proceso temporal congruente de generación en generación y dentro siempre de una comunidad más o menos amplia, incluso en la familia, es una acepción del concepto expresado por la palabra latina traditio, que pertenece al léxico técnico del derecho, y puede traducirse por “entrega”»[1].

 
Y es que es piadoso y cristiano entregar y recibir el legado. Y es humano, profundamente humano sentirse deudor de los antepasados, responsables de transmitir sus enseñanzas. Teniendo en cuenta que
 

«De las dos personas que intervienen en toda entrega hay una, aparentemente activa, que es quien entrega, y otra, aparentemente pasiva, que es quien recibe. Sin embargo, en la estructura real del acto de entrega se invierte la relación: el sujeto realmente activo es el que toma […]; el protagonista de toda traditio no es el tradens sino el accipiens»[2].

 

La mente moderna, sin embargo, renuncia a la condición de accipiens y tradens. El hombre sin tradición no quiere deberse a un tradens, quiere suplantar a sus ancestros, se niega a caminar sobre hombros de gigantes, no quiere deberle nada al orden antiguo. Quiere hacer borrón y cuenta nueva. Y si es moderado, borrar una mitad y reinventar la otra.

 

La Revelación también es traditio, entrega sobrenatural de verdades naturales y sobrenaturales. Entrega en que Dios es tradens, y el creyente, —por la fe, la verdad y la gracia que trae Nuestro Señor Jesucristo[3]—, es accipiens

«La Revelación es la manifestación que Dios hace a los hombres, en forma extraordinaria, de algunas verdades religiosas, imponiéndoles la obligación de creerlas.

Se dice “en forma extraordinaria", para distinguirla del conocimiento natural y ordinario que alcanzamos por la razón»[4]

 

La Revelación entrega dos tipos de verdadesnaturales, que se pueden conocer por la razón; y sobrenaturales, que no se pueden conocer por la razón. El motivo de comunicar sobrenaturalmente verdades naturales es la mucha dificultad que para conocerlas padece el hombre adámico, no sólo por la dificultad intrínseca de las mismas, sino por la ofuscación de su razón por el pecado, el influjo subjetivista de las pasiones, los defectos personales y en general la condición caída de la naturaleza actual del ser humano.

«Porque, aun cuando la razón humana, hablando absolutamente, procede con sus fuerzas y su luz natural al conocimiento verdadero y cierto de un Dios único y personal […] y, asimismo, al conocimiento de la ley natural, impresa por el Creador en nuestras almas; sin embargo, no son pocos los obstáculos que impiden a nuestra razón cumplir eficaz y fructuosamente este su poder natural. Porque las verdades tocantes a Dios y a las relaciones entre los hombres y Dios se hallan por completo fuera del orden de los seres sensibles; y, cuando se introducen en la práctica de la vida y la determinan, exigen sacrificio y abnegación propia.

Ahora bien: para adquirir tales verdades, el entendimiento humano encuentra dificultades, ya a causa de los sentidos o imaginación, ya por las malas concupiscencias derivadas del pecado original. Y así sucede que, en estas cosas, los hombres fácilmente se persuadan ser falso o dudoso lo que no quieren que sea verdadero»[5]

 

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