(417) Manojos de serpientes

1

La Beata Ana Catalina Emmerick, en julio de 1821, hablaba del Iluminismo que contaminaba la mente de los estudiantes —vale también decir seminaristas—, cual «manojos de serpientes en las manos, las cuales les entraban por la boca y les sorbían los sesos»; son, dice, “serpientes filosóficas”». 

Más adelante continúa:

«me vi con espanto en una tabla medio podrida y tuve que pedir a mi guía [su ángel custodio] que me socorriera. Mi guía me tranquilizó y me puso en lugar seguro. Habiéndole yo preguntado qué significaba aquella cajita negra [que poseían los discutidores y polémicos maestros de los que había hablado antes] me respondió: “Es la presunción y la sofistería; y aquella mujer [que dominaba aquel lugar de discusión y polémica] es la filosofía, o, como dice, la razón pura, que todo lo quiere según su forma. A ella se atienen estos maestros; no a la verdad de oro de la tradición pura”».

 

2

La Iglesia docente no podrá combatir estas serpientes filosóficas que envenenan la doctrina tradicional si renuncia a su potestas para controlar el error, y a su auctoritas, para enseñar la verdad con exactitud y sin omisiones; o si la ejerce al modo liberal —como hace demasiado a menudo—, o si sucumbe a la presión de las oligarquías intelectuales de fuera y dentro del ámbito eclesial. No podrá configurarse como un refugio espiritual, como una emboscadura —que diría Ernst Jünger—, si no se opone a los principios esenciales del siglo.

Si la Iglesia piensa con la razón pura, o sea con mente iluminista, kantiana, ilustrada, postrevolucionaria, en lugar de con la tradición pura, ¿cómo salvará al mundo del veneno anfisbeno de la Modernidad? Aceptemos que hay cosas que, durante estos años, se han hecho rematadamente mal. Sin autocrítica, sin penitencia, sin autoexigencia, sin examen de conciencia no hay santa reforma. Y aproximarse demasiado al mundo, renunciar a ser su contrario, derribar las murallas, abrir la puerta de la ciudadela y dejar que entren los encantadores de serpientes, es temerario. Porque, como bien dice Dalmacio Negro: «la Iglesia —las iglesias—, sumida también en el proceso de decadencia, no es hoy un contramundo en el mundo, […] más o menos enfeudada a los gobiernos temporales».

 

3

La Modernidad es la Era del Subjetivismo global. Respecto del orden político, no tanto el tiempo del estatismo, como diría Hoppe, sino del subjetivismo institucionalizado, cuyo ego absoluto se llama Estado Mundial. La potestad y la autoridad de la Iglesia, en este contexto de partitarquía global, son más necesarias que nunca. De lo contrario, el Leviatán podrá fagocitarla. Porque sólo es posible una catolicidad. Y si la Iglesia renuncia a ella, que no puede, el Leviatán querrá ocupar ese espacio y globalizarse, también, en el orden de los espíritus. La nueva religión global será ese humanismo planetario e inmanente del que nos habla de forma impresionante Benson en su Señor del Mundo.

 

4

Siempre hay una oligarquía detrás de las formas contemporáneas de autoridad. Observa también Dalmacio Negro que, «al ser la oligarquía inmanente a cualquier forma de gobierno», trasciende, está más allá, como en el fondo, como detrás, de todas ellas, como decía Gonzalo Fernández de la Mora. Es lógico. Porque, en el ámbito doctrinal católico, cuando la autoridad se delega en los especialistas, sean Rahner, Maritain, Odo Casel o Mounier, la autoridad se subordina a las oligarquías intelectuales.

Aplicado a la presente crisis eclesial, es indudable que, detrás de toda esta confusión doctrinal, las hodiernas oligarquías teológicas, como son la escuela personalista y la Nueva Teología, trascienden, están por detrás de las insuficiencias actuales de la Iglesia docente. Neoteólogos y personalistas llevan más de cincuenta años conformando una especie de élite ideológica que trasciende al gobierno de las Iglesias locales decadentes, cuando éste, por motivos pastoralistas, es ejercido al modo liberal, delegando en especialistas la propia autoridad. Dice este teólogo, enseña aquel filósofo… No, es la Iglesia docente quien debe decir y enseñar conforme al numen tradicional, no conforme a los novadores.

 

5

En su diagnóstico de la decadencia, César Silió entendía nuestro desastre del 98 como un hito que «separa el período del españolismo creciente y arrojado del período en que el españolismo hizo crisis, reflejada en la masa popular por la atonía y la desesperanza». Atonía que Francisco Silvela tan bien describió en su famoso artículo Sin pulso. Se sirvieron de la idea maurrasiana de regenerar desde arriba; pero fue luz insuficiente, porque faltaba sobrenaturalidad y tradición pura, como diría la Beata Catalina Emmerich. Es evidente que el catolicismo de este país tiene poco pulso, vive, en líneas generales, en la narcótica atonía de los tópicos humanistas. Necesita regeneración.

El catolicismo hispano, como nuestra sociedad, necesita regeneración. Ciertamente, de arriba a abajo, como querían nuestros maurrasianos, Azorín, Silvela o Maura, por ejemplo; pero sin conservadurismos, sin positivismos; sino desde la tradición pura, no echando tres llaves al sepulcro del Cid, como diría Silió, sino abriéndolo de par en par. Como sentenciaba Silvela, hay que «dejar la mentira y desposarse con la verdad». Nosotros pedimos, reclamamos, la virtud de la clasicidad, de arriba a abajo. La espada de la palabra de Dios, que es su doctrina, es intrínsecamente eficaz. Pero no se puede empuñar la espada con serpientes en las manos.

 
 

3 comentarios

  
Ricardo de Argentina
"Pero no se puede empuñar la espada con serpientes en las manos."
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Exacto.
Tanto como no se puede servir a dos señores.
Ni prender una vela a Dios y otra al Diablo.
Ni ponerse a construir puentes cuando lo que urge es cerrar murallas y expulsar el hedor mundano que se ha colado dentro y todo lo corrompe.


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A.G.:
Así es Ricardo, toca fortalecer la ciudadela y cerrar el puente levadizo. Ya ha estado demasiado tiempo abierto el castillo.
09/04/20 7:40 PM
  
Jaime Astudillo
Regeneración
"...tendrán en su boca la espada de dos filos de la Palabra de Dios; llevarán sobre sus espaldas el estandarte ensangrentado de la Cruz; el Crucifijo en la mano derecha, el Rosario en la izquierda; los sagrados nombres de Jesús y de María sobre su corazón, y la modestia y mortificación de Jesucristo en toda su conducta"

San Luis María Grignion de Montfort
Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen

Roguemos a Dios que seamos regenerados y librados de las serpientes neoteológicas y filosóficas.

Gracias por el oportuno artículo estimado Don Alonso Gracián.
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A.G.:
Lectura importante, Jaime, la de San Luis María Grignion de Montfort, que nos ilumina mucho en la hora presente. El crucifijo siempre entre las manos, así es. In hoc signo vinces!
09/04/20 9:31 PM
  
Oscar de Caracas
Veo muchos faros potentes en la iglesia y nos conducen a escollos...¿Como discernir cuál es el faro de la tradición si los otros gritan con más fuerza "verdadera tradición"?...
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A.G.:
Huyendo de las innovaciones, de las moderneces, de los lenguajes extraños, de las originalidades de los especialistas, de lo que contradice lo que siempre se creyó.
10/04/20 12:36 AM

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